Stuart Merrill (1863-1915) fue un escritor y poeta, nacido en Estados Unidos, pero realmente francés, destacado miembro del simbolismo. En sus obras, además, se pueden apreciar que poseía convicciones socialistas. Pues bien, en esta pieza tratamos de su visión de la relación entre arte y socialismo, y que en España publicó El Socialista en enero de 1914.
El artículo comenzaba hablando de cómo un amigo suyo se encontraba paseando por Hyde Park en compañía de William Morris, personaje clave, como bien sabemos, en este universo de la relación entre el socialismo y la estética. Pasearon a lo largo del “Rotte-Row”, donde el gran mundo iba a tomar aire puro y descansar. Al amigo, apreciando la belleza de las amazonas, los jóvenes, las matronas y hasta de los ancianos, se le ocurrió comentar a Morris que la raza inglesa era la más bella del mundo.
William Morris le contestó con una sonrisa “medio triste medio irónica” sobre si quería ver la otra cara de la moneda. Y se pusieron a caminar hasta que llegaron a un barrio donde el sol se ensombrecía en las “tinieblas amarillas del Támesis y en el humo negro de las fábricas”, es decir, que cambiaron radicalmente de escenario, como vemos. Allí encontraron en los umbrales de los bares hombres pálidos, andrajosos, “acabados antes de tiempo”, con olor a alcohol, y en las esquinas de las callejuelas también vieron mujeres “de una fealdad extraordinaria” que se insultaban con voz aguardentosa. También hallaron al fondo de callejones sin salida “chicos hidrocéfalos”, de “ojos jamás secos”. Morris señaló que esa era la obra de otros, para después llorar.
Esas lágrimas de Morris le sirvieron a Merrill para señalar que había muchos artistas que nunca las habían vertido porque la fealdad nunca les había sublevado. El autor nos quería hacer ver que para apreciar realmente la belleza había que indignarse con la fealdad, pero con la fealdad originada por la desigualdad social.
Merrill insistía en esos artistas que escribían, componían o pintaban y que estimaban encontrarse con la belleza, pero que al salir a la calle se quedaban insensibles “a todas las manchas que un trabajo sin goce ha grabado en la frente de los pobres”.
El artículo era una crítica, llena de sensibilidad y propia de un verdadero poeta y artista, sobre esos otros artistas, pero también una valoración, igualmente llena de poesía, del altruismo del proletariado. Llegaba a afirmar que la historia de Espartaco había sido eclipsada por la del obrero, que se rebelaba contra el patrono y resistía al hambre para que su “posteridad” fuera un poco menos desgraciada que él.
Merrill vaticinaba que muy pronto los medios de producción pasarían al pueblo y en el que los sindicatos prepararían la “democracia económica del porvenir”. En ese momento renacería la belleza en los palacios de vidrios y de metales donde bajos los reflejos multicolores de la electricidad, “y en la armoniosa tempestad de los himnos y de las orquestas, se romperán los pendones de la Internacional roja victoriosa, al fin, de la Internacional negra”. Todo un canto estético al triunfo del socialismo.
Nuestra fuente ha sido el número 1698 de El Socialista, del 16 de enero de 1914.