¿Cuándo vi por última vez
los anchos ojos verdes y los largos cuerpos sinuosos
de los leopardos negros de la luna?
Las brujas ermitañas, señoras nobilísimas,
con todo y sus escobas y sus lágrimas,
sus enérgicas lágrimas, se fueron.
Se perdieron los santos centauros de los montes;
solo me queda el hastiado sol.
La heroica madre luna se hundió en el destierro;
tengo cincuenta años, y ahora
he de sufrir la timidez del sol.
(William Butler Yeats)
Podríamos empezar recordando el estribillo de la inefable canción de Los Sirex, “Si yo tuviera una escoba…cuantas cosas barrería”.
Esa melodía sesentera ponía el punto de atención en la limpieza que se podía llevar a cabo con un adminículo tan útil como la barredera, cepillo, escobón o escobillón según latitudes. En cualquier caso, se precisaba de ese elemento para dar lustre, que no sé si esplendor.
Volando vienen…
La escoba siempre ha sido el medio de transporte de las brujas, de las añejas, las que aparecen en cuentos y fantasías animadas de ayer, las que forman parte del acervo cultural de generaciones y generaciones.
Aquellas brujas hoy van en autobús, ocupan puestos profesionales de relevancia, son amas de casa y mejores amigas, acuden a mítines y pocas limpian sus casas con la escoba: es el progreso de la técnica y de la sociedad: favorecer el esfuerzo y facilitar los quehaceres domésticos.
Me estoy alejando del tema que nos ocupa hoy estas líneas o quizá no.
El solo hecho de mentar la palabra bruja provoca una sucesión de fotogramas muy conocidos e interiorizados por todos: mujer, sin duda (los brujos son otra cosa y responden a otros parámetros), enjuta, fea y vieja, verrugosa, voz de caverna, solitaria y enfurruñada, de negro y con harapos, apoyada en un bastón y sobrevolando aldeas con su escoba tan desgreñada como ella.
El propio diccionario no se queda corto: “hechicera, encantadora, maga, nigromántica, hada, arpía, furia, basilisco, lechuza, coruja, oliva”, le caben todas las etiquetas y de la peor calaña. Significante y significado al unísono, no hay resquicio de polisemia.
Con el devenir de los tiempos, a esas hechiceras de Tesalia mencionadas en Las nubes de Aristófanes les han caído aguaceros en forma de intencionalidad lingüística de todo pelo y pelaje: la famosa Celestina, trasunto de las de Zugarramurdi: ¿o fue al contrario? Aquellas mujeres que vivían apartadas del núcleo urbano, solteras, viudas, conocedoras de raíces y plantas que empleaban en ungüentos y cataplasmas, al margen de la medicina convencional, que tenían trato con Satán en unos fastos nocturnos, ¿inspiraron a Fernando de Rojas? (¿o fue Fernanda?) Demasiados interrogantes. Avancemos.
¿Las brujas hablan?…
Somos conscientes de la atracción de las brujas a lo largo de la historia, convertidas en imagen de cuadros ilustres como los manchurrones de Goya: parece que el gran artista dejó libre la frontera del cerebelo y camparon imágenes a sus anchas en una mezcla de pesadillas y realidad señoreada por el caos y la catástrofe personal y colectiva.
Han formado equipo con otros seres más o menos diabólicos en las fiestas de tradición anglosajona y nuestros púberes disfrazados acuden a pedir truco o trato: pronto las hemos incorporado al Mediterráneo con un matiz festivo y andamos en la noche de difuntos celebrando bailes ataviados de brujas y demonios.
La mitología, las narraciones infantiles, tradiciones y cuentos, historias y fantasías se han aliado para darle preminencia a ese personaje a esa bruja que hoy adopta tintes afectivos, próximos y cariñosos, y más si añadimos al lexema el sufijo diminutivo: “eres una brujilla”; es una brujita”. Con esa derivación, el cariz de terror y miedo, repulsión y rechazo, desaparece como por ensalmo y la invitamos a comer con nosotros, jugamos con ella y hasta denominamos así a la amiga que todo lo sabe y que nos confía un secreto: “pero, qué bruja eres…” dotándola de una perspicacia e intuición propia de quien maneja la bola de cristal; conviene añadir que se trata de “bruja, pero buena”; es difícil desprenderse del marchamo derogativo: la bruja es mala en esencia y punto; hoy se sigue tildando así a las mujeres aviesas con intenciones torticeras.
En esas estamos, en un difícil equilibrio con el término tan tracamundeado.
En la actualidad se discute el origen del vocablo bruja: que si viene del latín, del celta, del egipcio: variopinto y polisémico como la propia imagen.
Para algunos las brujas tienen mucho poder y eso es peligroso: los siglos asisten al empoderamiento de la mujer que hay que acallar, solapar y soterrar. Aquelarres, críticas e ironías llenas de sabiduría contra la ignorancia y la superstición, a la hoguera y que el fuego las consuma: humo que envuelve una sociedad timorata y asustadiza. Hay que controlar a las masas. Actitud inquisitorial porque el conocimiento, el juicio personal y la libertad son amenazas para “el bien” y para la permanencia de “las buenas costumbres”.
Nuevas brujas, las brujas de siempre…
Algunas obras del ínclito William Shakespeare y del afamado Arthur Miller, comparten anaqueles y fantasía con Narnia, El mago de Oz, o Harry Potter. Roald Dahl y Disney. Vaya corifeo de autores y personajes rindiendo pleitesía a esas brujas tan conocidas en el cine de Fernando Fernán Gómez o en el congreso de España como grito misógino. A diestro y siniestro la bruja lo ocupa todo y la bruja lo contamina con su pócima que encandila y subyuga.
Tomar de ese bebedizo nos lleva al diccionario de injurias del siglo de oro en que el término se recoge como insulto: aquellos lodos trajeron estos barros. Y aparecen en pleno lodazal Blancanieves amenazada con la manzana tan vistosa que le ofrece la bruja, o la caníbal de Hansel y Gretel…y los hermanos Grimm o Andersen.
La bruja tiene el don de la ubicuidad y recorre de norte a sur continentes, leyendas y folclore y de este a oeste sin dejar intersticio cultural que la mencione o la convoque. Convidada activa, en un rincón o de protagonista, el foco cenital se dirige sin remisión a ella: Circe, Medea, Irene Montero, Baba Yaga, Hillary Clinton, Zárate, Befana, Griselda Tabatha, Karaba, Marisa Kirisame…todas confabuladas volando en sus escobas de la realidad a la imaginación y de la ensoñación a la realidad.