Vivimos un tiempo obscuro, difícil y, sobre todo miserable. Las facciones violentas y disolventes ganan espacio en Europa y, paralelamente los valores democráticos se resquebrajan y agrietan. Probablemente, lo que ocurre ya ha tenido en el pasado manifestaciones similares. Tiene un cierto parecido con el momento de crisis que siguió al desmoronamiento de Atenas y de las ciudades-estado en el siglo V a de C.
Siento una cierta atracción por los sofistas. Creo que pensadores como Protágoras o Gorgias son de altura y nivel… no ocurre igual con la segunda generación. Donde encontramos charlatanes, embaucadores y nihilistas que van sembrando por doquier el miedo al futuro, pensando en su propio beneficio.
Nos hallamos en un periodo en muchos aspectos repugnante. La mentira y la manipulación acampan por sus fueros y el pánico, con sus efectos paralizadores, empieza a mostrar su faz siniestra.
Las ’fake news’ han ampliado y desbordado el concepto de post-verdad y, en definitiva, parece que se impone la ley del más fuerte. Todo esto, en medio de una indiferencia generalizada. Nos movemos a trompicones, especulando en el vacío y formulando conjeturas que los medios de comunicación reducen, simplifican y tergiversan.
Cada vez los juicios críticos que se emiten son más débiles y carecen de medios, de altavoces y de espacios donde arraigar. Ya alguien habló de que la historia cuando vuelve lo hace como farsa.
Por estos motivos y otros que hoy me callo, no me parece baladí traer a colación a Trasímaco de Calcedonia. Natural de una región de la actual Turquía, a orillas del Bósforo. Como tantos otros, se desplazó a tierras helénicas, estuvo vinculado al movimiento de los sofistas y fue un maestro de retórica nada desdeñable.
Diversos testimonios nos cuentan que se enriqueció escribiendo discursos para otros. Dando tumbos fue a parar a Atenas. En un momento donde la ciudad-estado atravesaba un periodo de efervescencia y muchos atenienses intentaban hacer carrera política buscando el asesoramiento de maestros de retórica, que les enseñasen trucos y criterios útiles para hablar en público y los dotaran de instrumentos dialecticos para persuadir en la Asamblea.
Trasímaco fue uno de tantos que con pocos escrúpulos, practicó un relativismo epistemológico y antepuso la ganancia a la búsqueda de la verdad. Defendía sin tapujos, el dominio del más fuerte. Naturalmente cobraba un alto estipendio por sus servicios y estaba convencido, entre otras cosas, de que las leyes son convencionales y nacen de acuerdos coyunturales e interesados. No proceden de los dioses, ni son eternas, ni inmutables. Por eso, han de estar sujetas a cambios. Igualmente, es tenue la línea que separa lo justo de lo injusto. Es esencial expresarse con brillantez pues gracias al dominio de la palabra se abrían caminos y puertas hacia la popularidad y el éxito. Y para propiciarlo aparecieron los nuevos expertos.
Hagamos unas livianas consideraciones sobre Trasímaco. Aparece como sofista en el célebre Diálogo La República y su pensamiento ya apunta maneras. Considera que la Justicia favorece y está al servicio de los más fuertes. Este será uno de los ejes principales de su pensamiento. Considera, asimismo, que la obligación de cumplir las leyes no es más que una imposición de las castas influyentes para su propia conveniencia. Todavía, eleva un poco más el listón y considera a la Justicia como un instrumento que emplea el que tiene el poder, para obtener beneficios de los que se ven forzados a obedecer.
El daño que personajes como Trasímaco causan es enorme. La justicia, la igualdad de oportunidades y las leyes son un instrumento para que defiendan sus intereses los de abajo, los que aspiran a una situación más igualitaria y donde todos tengan las mismas oportunidades. Lo que es tanto como decir que sus beneficiarios son los que carecen de otro poder que no sea su voto, el cumplimiento de las leyes y su participación en la vida pública.
Como siglos más tarde ocurrió con Maquiavelo, denostar a Trasímaco es fácil. Convendría preguntarse, sin embargo, si en sus argumentaciones hay o no un fondo de verdad histórica. Los poderosos, por ejemplo, han puesto siempre especial cuidado en imponer su propio criterio de verdad, sus intereses y en disponer de leyes para proteger y salvaguardar su dominio.
No es, tampoco, extraño que Nietzsche sintiera una cierta fascinación por Trasímaco. Los fuertes han de imponer su voluntad a los débiles. La defensa de los derechos del más fuerte, ha tenido a lo largo de la historia, mucha más importancia de la que se le ha querido dar. Prueba de lo cual es que muchos testimonios en este sentido han sido celosamente marginados o puestos fuera de la circulación.
Los sofistas fueron objetivamente, un factor de cambio. Hicieron notables esfuerzos porque se asentara un nuevo paradigma y porque se impusiera un nuevo método de conocimiento, que podríamos llamar empírico deductivo. Se mostraron, asimismo, como polifacéticos y dominadores de diversos conocimientos muy útiles socialmente como la retórica y la argumentación.
Creyeron en la duda como un aguijón que estimulaba la adquisición de nuevos conocimientos. Huyeron de toda visión dogmática y cerrada. Pensaban que no hay certeza de nada. Por otro lado, perseguían fines prácticos y renunciaban a la mayor parte de las indagaciones especulativas.
Utilizaban la erística como una herramienta pedagógica y dialéctica. Creían más en la persuasión y en una buena argumentación que en criterios morales. De hecho, Trasímaco ha sido considerado como el primer crítico de los planteamientos éticos establecidos.
Recibía jugosos estipendios por sus clases y servicios. Era muy hábil enseñando retórica y argumentación dialéctica. Cobraba a precio de oro los discursos que escribía para otros. No es de extrañar, por tanto, que se enriqueciera y que viviera en medio de lujos en la Atenas de las dos últimas décadas del siglo V. a de C.
Emulando a Bertolt Brecht podríamos decir que hoy en Europa corren malos tiempos para la lírica. Trasímaco tan admirado por Nietzsche sostiene que la justicia encuentra su fundamento en la fuerza. Este planteamiento aparece también en otros sofistas como Calicles, uno de los intervinientes en el diálogo platónico Gorgias, que sostiene, aunque de forma más matizada, la razón del más fuerte.
Hay implícitamente en todos estos planteamientos, un desprecio a los más débiles. Por eso, las leyes los castigan sañudamente y aunque puedan parecer arbitrarias, en el fondo está muy claro a que propósito sirven. Cientos de miles de personas se han encontrado y se encuentran en la mayor indefensión. Por eso, cuando los poderosos lo estiman oportuno, confiscan sus bienes, los encarcelan, los exilian o los convierten en esclavos.
La Justicia no es otra cosa que una invención de los poderosos a quienes nunca perjudica. Ha venido recorriendo la historia como una espina dorsal y ya va siendo hora de que nos atrevamos a seguir el hilo de Ariadna, lleguemos hasta el fondo y desentrañemos el enigma cuya raíz está en la explotación.
Trasímaco de cuya biografía sabemos poco, del que se sólo existen fragmentos de sus obras y que ha llegado hasta nosotros por los diálogos platónicos y por el testimonio de historiadores, ha tenido, es verdad, muchos detractores pero también, más defensores de los que parece. Así el historiador griego Dionisio de Halicarnaso, que vivió en Roma en tiempos de Augusto y que fue maestro de retórica, nos dice de él que fue sutil, inventivo y que hablaba con rigor y con un torrente de palabras sagazmente estructuradas y distribuidas.
Esta reflexión va tocando a su fin. Cuando están en abierto retroceso tantos derechos, cuando se trata a cientos de miles de seres humanos como mercancía desechable, cuando se niegan en la práctica los principios fundacionales que hicieron de Europa un lugar de progreso y de justicia social, no cabe sino horrorizarse ante las manifestaciones que a diario ponen de relieve como los más fuertes y los que tienen ideas más simples y atávicas golpean impunemente los cimientos de justicia e igualdad.
Sobre determinados valores democráticos se han sentado los cimientos de la Europa de la integración, de la tolerancia, del respeto a los derechos humanos, de la libertad de expresión y de la igualdad ante la Ley.
Todo eso está en peligro. Los nuevos fascismos, los populismos que prometen soluciones fáciles a problemas complejos y los nacionalismos excluyentes y xenófobos día tras día ganan terreno. Si no somos capaces de remediarlo se anuncia en el horizonte un futuro de pesadilla.
Hemos de ser conscientes de que los que no dudan en utilizar un uso desmedido de la fuerza, emplean artilugios demagógicos, manipulan y carecen de escrúpulos, terminaran imponiéndose si no impedimos su avance afirmando, por ejemplo, que el estado del bienestar, el cumplimiento de las leyes progresistas de las que nos hemos dotado y la defensa de una democracia de calidad, participativa e igualitaria son imprescindibles para una convivencia en paz.
Hemos expuesto una alegoría, en cierto modo dantesca. Está en nuestras manos defender como un preciado tesoro el pensamiento crítico y la fuerza de la razón frente a la razón de la fuerza para que la pesadilla no acabe convertida en realidad.