«Las cosas están tan habitualmente ocultadas por sus utilizaciones que, al verlas un instante, nos da la sensación de conocer el secreto del universo.»
Observar una pintura de René Magritte, no es solo una contemplación con un grado de goce estético, es un encuentro con la obra, una conversación con la pieza artística, una invitación a pensar, a reflexionar y también a divertirse. Porque su pintura no solo busca la relación de lo artístico o la sumersión en el contexto histórico en el que fueron creadas, sino que va más allá y nos hace indagar en ciertos aspectos, nos hace preguntarnos y cuestionarnos el mundo conocido, o la propia realidad que nos rodea, porque en el fondo, ¿qué es la realidad para cada uno de nosotros sino una interpretación de lo que percibimos a través de nuestros sentidos?
Fue un pintor muy prolífico, pero con un número limitado de temas que repetía una y otra vez, exponiéndolos a diferentes situaciones y contextos. El hombre con bombín al que nunca le vemos el rostro, la manzana, las ventanas, los cielos… La repetición de sus temas será una de las grandes características de este pintor, una pintura donde nada es lo que parece: «he pintado un millar de cuadros, pero no he concebido más que un centenar de esas imágenes. Este millar de cuadros es el resultado de que he pintado con frecuencia variantes de mis imágenes: es mi manera de precisar mejor el misterio, de poseerlo mejor». Un misterio que con frecuencia despista, o incluso causa desconcierto en el observador: títulos que a priori nada tienen que ver con la pintura que se observa, obras donde el tema es el propio fondo, donde la silueta se convierte en protagonista, donde se saca de contexto cualquier tipo de situación o donde se le da importancia a objetos que suelen pasar desapercibidos para la mayoría de las personas.
René Magritte
Hijo de Regina y de Léopold, un sastre y comerciante de telas belga, René François Ghislain Magritte nació en Lessines, Bélgica, un 21 de noviembre de 1898. Fue una de las figuras más destacadas del movimiento surrealista, si bien, en sus obras se adentra más allá de lo onírico, cuestionando los límites de lo real, o de lo que se percibe como real. A lo largo de una dilatada carrera, el artista dio forma a situaciones imposibles, paradojas, contradicciones, mimetismos…
Se formó en la Académie royale des Beaux-Arts de Bruselas. En un principio pintaba con un estilo impresionista, más tarde se sentiría atraído por el futurismo y poco después evolucionó hacia el cubofuturismo. En 1925, cuando trabajaba como cartelista y publicitario, impresionado por el pintor Giorgio de Chirico (que sería una gran influencia para él) dio un nuevo giro a su pintura y comenzó a abordar sus primera pinturas surrealistas, movimiento que ya no abandonaría en toda su vida. De 1927 a 1929 vivió en Perreux-Sur-Marne, y en París frecuentó el grupo surrealista encabezado por André Bretón. Tras su estancia en Francia, volvió a Bruselas, donde vivió el resto de su vida y donde falleció el 15 de agosto de 1967.
La traición de las imágenes
Una de sus obras más conocidas es su pintura: «La traición de las imágenes» realizada en 1929, donde muestra la imagen de una pipa sobre un fondo liso y justo debajo, la frase que contradice lo que la imagen muestra: «Ceci n’est pas une pipe». Esto no es una pipa, y sin embargo, lo que vemos es una pipa, aunque no exactamente una pipa, sino la representación de una pipa, una imagen de un objeto al que por consenso común, llamamos pipa. Esta obra generó polémica en su día, dio pie a numerosas interpretaciones y discusiones en torno al arte, a la representación de las imágenes, y, por otra parte, ha sido una obra convertida en icono, que otros artistas han reinterpretado una y otra y otra vez a lo largo de los años, con todo tipo de reivindicaciones y también, simplemente como un juego estilístico o como tributo al pintor. El propio artista, ante la polémica suscitada por su pintura, diría años después: «La famosa pipa. ¡Cómo me reprochó la gente por ello! Y sin embargo, ¿podría usted rellenarla? No, claro, es una mera representación. ¡Si hubiera escrito en el cuadro “Esto es una pipa”, habría estado mintiendo!». No se quedaría en meras palabras, sino que, ante todo el revuelo causado, en 1952 haría una nueva versión de la representación de la pipa: «La traición de las imágenes: Esto sigue sin ser una pipa», esta vez en tinta china sobre papel, en la que aparecería el mensaje: «Ceci continue de ne pas être une pipe». Esto sigue sin ser una pipa. Y realmente no es una pipa, pero tampoco es una contradicción entre lo que dicen las palabras y lo que muestra la imagen, pues no deja de ser propiamente la imagen del objeto: «Yo no veo nada de paradójico en esta imagen, pues la imagen de una pipa no es una pipa, hay una diferencia».
Todo este juego de representaciones y de mensajes, no deja de ser una intervención conceptual en la expresión artística. En cierto modo, el artista destapa la falsedad del arte, lo desmiente como representación de la realidad.
Engrandecer, empequeñecer
Hay partes en la obra de René Magritte donde se atisban algunos guiños y juegos a la historia del arte, haciendo versiones de otras obras, como en su «Perspectiva: el balcón de Manet» (1949), una versión de «El balcón» de Edouard Manet, donde los personajes que aparecen son sustituidos por un grupo de ataúdes que se encuentran en un balcón, apaciblemente, como disfrutando del atardecer. También utilizaría un ataúd, para sus perspectivas sobre Madame Récamier, la versión del barón Gerard y de Jacques-Louis David, sustituyendo la imagen de una joven Juliette, por sendos ataúdes que posan ante el pintor. Con estos trabajos el artista vuelve a incidir, con su mirada irónica: la imagen que vemos, solo es la representación de lo que en otro momento fue una mujer joven y esbelta, en un momento pletórico de su vida. Una representación de la persona real, pues la real, la de carne y hueso, ya quedan apenas las cenizas. Y el ataúd, no muestra sino un presente de lo que fue la belleza y la juventud.
Un autor que influenció mucho en su obra fue Lewis Caroll, sobre todo por su magistral: «Alicia en el país de las maravillas». Es posible ver la influencia en obras como «Delirios de Grandeza» (1962), donde el cuerpo de una mujer se despliega en partes, como si se tratase de un juego de muñecas rusas. Esto se divisa a su vez en las obras en las que trata de empequeñecer o agrandar objetos, como las versiones de una manzana o una roca gigantesca. En este sentido, no solo cabe albergar la influencia del propio Caroll, sino esa búsqueda de lo paradójico: la conversión de objetos cotidianos como una manzana, o que pasarían completamente desapercibidos, como lo sería una piedra, de pronto se convierten en los absolutos protagonistas de uno, de varios cuadros. Dedicar un cuadro, todo el trabajo que conlleva, a convertir una piedra o una manzana en los principales elementos, los imprescindibles de la obra, es otra de las características de la pintura magritiana.
El mimetismo
La silueta de un ave, en la que el exterior es un fondo liso, de un color plano, y el fondo es un cielo, objetos que empiezan siendo de un tipo y terminan siendo otros, como esas botas que terminan siendo dedos de pies o ese vestido del que nacen pechos, o incluso personas que se funden en el entorno o el entorno en las personas, son temas claves del mimetismo en la obra de Magritte.
Esta simbiosis juega un papel importante. Aquello que engloba o simula otra cosa, que poco a poco establece una metamorfosis, o que debidamente se difumina hasta arrebatar la delgada línea entre un horizonte y otro. Así, de pronto, nos invierte la forma de verlo todo, la invierte y la convierte. Es decir, observamos ese cielo atravesado por un ave, podemos percibir el conjunto, pero el cielo que observamos no se puede contemplar en su totalidad, debido a ese ave, a la silueta de ese ave que nos impide ver, o que ocupa cierto espacio dando una forma y delimitando ese cielo que observamos. Así mismo, en sus pinturas, lo invierte, lo que vemos es el cielo a través de esa silueta del ave, y el resto es lo que lo oculta (aunque utilice un fondo plano para ello). Este juego de llevar lo externo a lo interno, lo utiliza con bastante frecuencia, por ejemplo en las siluetas de su concurrido hombre con bombín, desde la que se observa también un cielo, una playa o un jardín, en un mismo lienzo.
La mitificación de la obra.
Uno de los atractivos de la obra del pintor belga es el halo de misterio que poseen algunos de sus trabajos. Eso que nos hace preguntarnos, ¿qué habrá querido expresar? Por ejemplo en el caso de «Los amantes» (1928), tan solo observando la imagen, se podría llegar a varias interpretaciones, como que, para pintarla, se inspiró, por ejemplo, en una pareja que vio en un parque, que se besaban, con los ojos abiertos, ambos, mirando al frente sin un destino aparente, con la mirada perdida. Un besarse por compromiso, por rutina, con toda la indiferencia del mundo incrustada en sus vidas. Pero también podría interpretarse justo al contrario, como la pasión, como ese amor ciego y loco que nos arrastra cuando nos enamoramos. Y como es de rigor: nadie se enamora de otra persona, sino del concepto que tiene de la otra persona, del ideal… y no hay cosa más ciega que apasionarse por un estado mental. Podríamos seguir intentando indagar en la pintura, ¿qué nos quiso decir? Pero si, al belga se le hubiera ocurrido expresar su opinión, decir qué le llevó y por qué pintó «Los amantes», tal vez nos llevaríamos una decepción. Tal vez mucha gente o igual todo el mundo se llevaría una pequeña decepción, porque ya la obra, que no Magritte, dejaría de conversar con nosotros para propiamente decirnos algo concreto, que nada tendría que ver (o tal vez sí) con esa primera idea, que el observador se había hecho de la obra: «Quienes busquen en mi pintura significados simbólicos no captarán la poesía y el misterio inherentes a la imagen». En ocasiones se ha hipotetizado que para esta pintura, el pintor estuvo influenciado por la fuerte impresión que le causó, siendo adolescente, ver el cadáver de su madre con el rostro tapado por un sábana. En cualquier caso, la cruda realidad podría acabar con toda esa magia que nos atrae y a la vez intriga de una obra artística. Se destruiría ese halo de misterio, esa mitificación, y ya se sabe: el ser humano vive en el mito desde el despertar de la consciencia.
Ventanas hacia algún lugar
Es frecuente ver en sus obras una invitación a ver ese otro lugar, unas ventanas desde las que se descubre un mundo exterior. En la historia del arte, es un tema utilizado con mucha frecuencia, pero en el pintor belga encontramos su particular visión, su carácter implícito. Una ventana con el cristal roto, que nos muestra el paisaje exterior, con trozos de cristal en el suelo, que también nos muestran un paisaje fragmentado. O una ventana desde la que se ve el exterior, mostrando a su vez un caballete y un lienzo en el que se observa ese mismo exterior, pero careciendo de límites, extendiendo lo que vemos en la ventana, sin modificarlo. Un lienzo que nos invita a reflexionar sobre lo que vemos: dónde termina el mundo real y dónde empieza la representación. Es una pintura sobre lo irreal de nuestra percepción, la obra pictórica es una irrealidad, simple figuración, pero acaso, ¿lo que vemos no deja de ser una figuración de la propia realidad? Una nueva invitación a la reflexión sobre nuestra percepción del mundo.
Fotógrafo
Aunque es su faceta más desconocida, además de una gran pintor, fue aficionado a la fotografía, y a lo largo de su vida hizo numerosas fotografías y vídeos personales. En ese sentido, son parte de su vida, de la persona más allá del pintor surrealista y de las pinturas que legó.
«El arte de pintar, tal como yo lo concibo, representa los objetos de tal manera que resisten las interpretaciones habituales.»