noviembre de 2024 - VIII Año

María Zambrano, nuestra filósofa más reconocida (y II)

«Sólo en la soledad se siente la verdad»

Pi Sunyer, Joaquín Xirau, María Zambrano y Fdo. de los Rios. Detrás: Mariano Ruiz de Funes, Fco. Giral y Cándido Bolívar

María Zambrano, reconocida desde muy temprana edad, rompió muchos moldes, pero sin un alarde constante de feminismo. Recorrió mucho mundo, unas veces por necesidad, dada nuestra atormentada historia, y otras, por su constante curiosidad intelectual. Y siempre fue bien acogida en los más prestigiosos círculos intelectuales.

En este segundo artículo vamos a centrarnos en lo referente a su presencia e influencia en el exilio y a su tardío reconocimiento en España. María Zambrano ya era conocida tanto en los círculos intelectuales de la República en España como en el extranjero antes del final de la guerra civil, ya que había dado conferencias en Cuba sobre Ortega y Gasset. Estaba en Chile junto a su marido Francisco Rodríguez Aldave, secretario de la Embajada española en dicho país, hasta que fue reclamado para volver a España en 1937.

Después de su salida al exilio el 28 de enero de 1939 tras la caída de Barcelona y de su encuentro con Antonio Machado que hemos comentado en la anterior entrega, y después de una breve estancia en París, pasa un tiempo en Nueva York, desde donde se desplaza a la Habana y posteriormente a México invitada por León Felipe, con la idea de formar parte de la Casa de España. Pero, según indican diversos autores, a causa de las dificultades por su condición de mujer y, según otros, por la concentración de prestigiosos filósofos exiliados, invitada por Octavio Paz, termina como profesora de Filosofía en la Universidad de San Nicolás de Hidalgo de Morelia (México), dando también clases en la Universidad de la Habana (Cuba) y en el Instituto de Altos Estudios e Investigaciones Científicas (1940-43). Durante los dos años siguientes se desplaza al Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Río Piedras en San Juan de Puerto Rico.

María Zambrano mantiene relación epistolar con Daniel Cosío Villegas, secretario de la Casa de España en México, y en esas cartas le relata su experiencia en Morelia. Esta clase de comunicación, tan frecuente entonces, es de una gran importancia, por ejemplo, para conocer cómo se definía políticamente; así, niega haber sido nunca ni comunista, ni siquiera marxista. Colabora con diversas revistas literarias como Taller en México o Sur de Buenos Aires, y mantiene relación epistolar con el filósofo mexicano Alfonso Reyes Ochoa, presidente de la Casa de España en México y con Ramón Xirau, entre otros. Sus conferencias en diversos países terminaron siendo recopiladas en libros, algunos en la editorial Losada, a través del editor Guillermo de la Torre, como Filosofía y cristianismo o El pensamiento vivo de Séneca.

En México, además de preparar el temario de un curso de filosofía moderna, compuso varios ensayos sobre temas filosóficos y psicológicos, que fueron posteriormente presentados en formato de pequeños libros. Por sus cartas conocemos que carece de contrato y que su relación con la Universidad de Morelia era sólo verbal, un dato muy interesante para conocer la precariedad en la que vivieron tantos exiliados.

En la Habana colabora en las revistas Escuela de Plata y Orígenes, y mantiene contacto con un joven José Lezama Lima, escritor cubano que posteriormente sería muy reconocido. Había conocido en el Congreso de defensa de la cultura en Valencia a los también cubanos Nicolás Guillén y Juan Marinello, con quienes mantendrá relación por correspondencia. Dio diversas conferencias en el Instituto Cubano de Altos Estudios y en la Universidad de la Habana, gracias a la mediación de José María Chacón y Calvo, y del propio Lezama Lima. Pedro Salinas afirmó en 1944 que La Habana era la ciudad más española que había fuera de España, pero que para los exiliados representaba un problema la difícil situación económica del país, lo que la convirtió en una ciudad de tránsito para el exilio. Además, sólo existía una Universidad en la isla, con lo que la presencia de Zambrano quedaba reducida a conferencias y cursos temporales, en muchos casos en centros culturales como el Ateneo de la Habana o la Institución Hispanocubana de Cultura, donde comienza su distanciamiento con Ortega dada su ambigua posición ante el franquismo.

En similares fechas viaja a Puerto Rico para dictar conferencias en centros culturales y en la Universidad de Río Piedras. De vuelta a la Habana participa en un seminario organizado por ARDE y en otro organizado por el Instituto de Altos Estudios del Ministerio de Educación. Ambos fueron recogidos en la Revista Cubana. Vuelve a Puerto Rico a colaborar con la Universidad, manteniendo relación epistolar con los intelectuales de ambos países. Uno de sus alumnos, Rafael García Bárcena, sería el fundador y director de la Revista Cubana de Filosofía. En 1945 publicó dos libros y 17 artículos en las revistas cubanas, mexicanas, puertorriqueñas, argentinas y colombianas del más alto nivel.

En 1943 se produjo la I reunión de la Unión de Profesores Universitarios Españoles (UPUEE) dirigida por el médico Gustavo Pittaluga, apoyado por el rector de la Universidad de la Habana. Participaron en ella los más destacados exiliados, quienes redactaron un manifiesto que recoge todas sus aspiraciones, y que servirá para estructurar al exilio. Posteriormente, gracias el apoyo del gobierno mexicano, dio lugar a la formación de diversas instituciones, en especial la revista Ciencia y, como describe Francisco Giral en su obra Ciencia española en el exilio (1939-1989), ayudó a la estabilización laboral de los profesores universitarios en diversos países hispanoamericanos. María Zambrano mantuvo relación con algunos colaboradores de la revista Hora de España como Manuel Altolaguirre y Concha Méndez. Se funda también La Verónica, revista de la que salieron sólo seis números. Esta reunión en Cuba propició estrechos lazos que se mantuvieron por vía epistolar entre todos los profesores exiliados.

En 1946, al finalizar la II Guerra mundial, María Zambrano viaja a París ante la situación terminal de su madre y la delicada salud de su hermana Aracelli. Los duros contratiempos que habían sufrido durante la ocupación nazi de Francia ella y Manuel Muñoz, su marido, que fue detenido por la Gestapo, extraditado y fusilado en España, desequilibraron a su hermana de una manera definitiva. Establece contactos con Picasso y Octavio Paz, así como con la intelectualidad francesa, Malraux, Sartre, Simone de Beauvoir, entre otros. Aguarda esperanzada la caída del régimen franquista por la invasión de los aliados; pero, al no producirse, regresa de nuevo a América.

Al volver a la Habana desde París, María Zambrano se separa de su marido. Mantiene una nueva estancia en Cuba desde 1948. En 1949 regresa a México acompañada de su hermana; allí renuncia a la Cátedra de Metafísica para volver a La Habana, donde permanecerá hasta 1953. Sus conferencias semanales se recogían mensualmente en los Cuadernos de la Universidad del Aire con influencia en los medios intelectuales de la isla. Pero su situación laboral fue siempre precaria basada tan solo en cursos y conferencias, colaboraciones en revistas y clases particulares.

En 1949 las dos hermanas inician la segunda etapa del exilio, con viajes puntuales a Roma. En sus investigaciones de entonces se preocupa por la relación entre filosofía y cristianismo. Fruto de las cuales seis años después publicó El hombre y lo divino. En su último período cubano, entre 1951 y 1953, es cuando consolida su relación con el grupo Orígenes liderado por Lezama Lima, que dio lugar a una revista de igual nombre y de diez años de duración. Cabe destacar su relación con el poeta Luis Cernuda, gracias a quien publicó su primera colaboración en la España de la postguerra, en la revista Ínsula en 1952.

La dictadura de Batista la fuerza finalmente a un nuevo desplazamiento: el exilio europeo (1953–1984), que lleva a las dos hermanas a Roma, Francia, y más tarde, a Ginebra. En esta época trabajará y escribirá más que nunca; publica, entre otros textos, La tumba de Antígona y Claros del bosque. María Zambrano mantendría contactos por carta periódicamente con todos sus contactos cubanos, estos escritos hoy son ampliamente considerados por su valor literario. Publica en Nueva Revista, ya en 1959, el artículo Delirio, esperanza y razón.

En Roma vivió unos diez años durante los que se relacionó con intelectuales italianos y españoles. Ciorán, que también la conoció en esta época, dirá de ella que era la intelectual más brillante del siglo XX. En Roma las hermanas sufrieron penurias económicas, incluso fueron expulsadas de Italia por un problema doméstico con un vecino, pero resultó ser un período clave en su evolución intelectual. Publicó El hombre y lo divino (1955), La España de Galdós (Madrid, 1960) y Los sueños y el tiempo, que marcaron la salida de una grave crisis humana, religiosa y filosófica, como se manifiesta en el poema “Delirio del incrédulo”.

Pasó un nuevo período en París, en 1964, donde escribió La tumba de Antígona, autobiografía poética. En 1973 volvió a Roma y en 1980 se traslada a Ginebra. En este período, ya en soledad, escribió y recopiló la gran mayoría de su obra.

En España, José Luis López Aranguren escribe, en 1966, el artículo “Los sueños de María Zambrano” en la Revista de Occidente donde opinaba que, si en este país a alguien le importara lo que dicen los filósofos, hace mucho tiempo que se tendría en cuenta la obra de nuestra filósofa viajera. Y José Luis Abellán también destaca su figura en su obra Filosofía Española en América (1966). Pero lo cierto es que muy pocos habían prestado atención a la obra de Zambrano en España antes de los años 80. Más tarde también recibió la atención de José Ángel Valente, que la reivindicó en una famosa conferencia en 1980 en el colegio Mayor San Juan Evangelista de Madrid, con grabaciones de su voz. En 1978 se lee la primera Tesis sobre su obra en la Universidad de Málaga.

Regresa a España en 1981, y en seguida recibe el reconocimiento del Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, es nombrada Doctora honoris causa en 1982 por la Universidad de Málaga, así como Hija predilecta de Andalucía en 1985 y, por último, en 1988, es la primera mujer a la que se le otorga el Premio Cervantes de Literatura.

En 1982 se publicó el primer libro sobre ella, María Zambrano o la metafísica recuperada, en el que participaron Aranguren, Valente, Alain Guy, Gimferrer, Doblas y que dirigió Juan Fernando Ortega. Algunos intelectuales españoles la propusieron sin éxito para el Premio Nobel. De sus Obras completas, cuya recopilación dirige Jesús Moreno Sanz, se ha publicado ya hasta el tomo VI, y la editorial Galaxia Gutenberg tiene previstos otros tres más. Su producción dispersa localizada hasta la fecha abarca 23 volúmenes en diversas ediciones. La verdadera “razón poética” de María Zambrano –que no es una divulgadora, como su maestro Ortega, ni una teórica estricta como Zubiri– consiste en la íntima unión entre filosofía, poesía, religión, historia y tragedia. Hoy se la sitúa a la altura de los tres grandes pensadores españoles del siglo pasado: Unamuno, Ortega y Zubiri. María Zambrano falleció en Madrid el 6 de febrero de 1991, y está enterrada en Vélez-Málaga. Actualmente es reconocida como uno de nuestros grandes filósofos de mayor proyección internacional, especialmente en Hispanoamérica.

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