Un minúsculo puntito
Muy soberbio e iracundo,
Gritaba: “¡después de mí,
Solo queda el fin del mundo!”
Las palabras protestaron:
“Este chico está fatal;
No es más que un punto y aparte
Y se cree el punto y final”
Lo dejaron solo en medio
De la página, chillando,
Y una línea más abajo
El mundo siguió girando”
(Gianni Rodari)
El abrazo confidente…
Fantasía y gramática, un globo, dos globos y muchos más, niños y niñas, el feminismo hecho verso en la centuria pasada, “no a la guerra” en las manos de este poeta italiano, de esta poeta española. Gianni Rodari (1920-1980) y Gloria Fuertes (1917-1998) se abrazan en verano y en otras estaciones. Polígrafos y polifacéticos. Tienen de todo y para todos. Su obra poliédrica se extiende a lo largo y ancho de los meses del año del siglo pasado que lo vivieron intensamente y que reavivamos en este XXI. Si lo pronunciamos, seguro que da para algún ripio: “veintiuno el aceituno”, “veintinuno… del cielo abajo, ninguno”.
Dos sabios, sabio él, sabia ella, conscientes del mundo que les tocó vivir, de la época por la que tenían que transitar, se acomodaron o acomodaron momentos convulsos a sus entretelas personales; su eje vital: contar, cantar, recitar, gritar y escribir.
Más allá de las dificultades individuales y familiares, al margen de inconvenientes sociales e inconveniencias oficiales, él y ella, Gianni y Gloria estaban conectados.
Seguro que los planetas a los que dedicaron poemas se alinearon sin alienarse y surgió una poliantea literaria digna de premios y reconocimientos, honores y éxitos que disfrutaron a medias y a ratos.
La crítica posterior los ha colocado en el palmarés de clásicos, no por antiguos ni antiguallas, sino por méritos de calidad y solvencia.
Sin duda, un escritor y una escritora que ocupan anaqueles familiares, estanterías universitarias y digitalización sin paliativos. Su producción literaria está a salvo de cualquier resquicio por el que se pueda escapar un hálito de indiferencia y de olvido. Perduran, viven. Sin fecha de caducidad.
El Poeta y la poeta —para algunos poetisa— retratan pasteles en el cielo, hasta hacernos paladear azúcar moreno o transparente diluida en aquella taza; nos animan a escalar por las enredaderas de muros palaciegos y a embadurnamos de helado mientras descansa el caballo que sigue hablando. Seguro que nos espera una reprimenda de nuestros padres, manchado el atuendo dominical, recién estrenado para la festividad santoral.
Libros para el público infantil y juvenil: ¿y los adultos?
¡Cuánto imaginaron! desde aquel Mediterráneo compartido por los dos: un mar que une y salva, protege y ahoga, inspira y cuida. Rodari y Fuertes crearon universos desde la fantasía enraizada en la tierra, borraron líneas y diseñaron ideas, lanzadas a volar como cometas. Sus versos son fotografías, cómics reales, auténticas películas que hoy valoramos con una lectura renovada. Esa es la grandeza de su escritura: la atemporalidad. Virtudes, valores, vicios, defectos y pecados, ambiciones, pasión y desencuentro: auténtico como la vida misma.
Cuentos al revés, y cuentos largos, cortos, sonoros y sordos, divertidos y tristes, como la Navidad y sus árboles en un bosque encantado y mágico que hace reír y llorar a tantos lectores. Me malicio que soñaron con Lewis Carroll, y que los animó, en su duermevela, a traspasar con Alicia ese espejo, a romperlo y no recoger las piezas. Ahí reposan, testigo mudo de complicidad con la vida, con el ser humano. Los títulos de Gianni Rodari y Gloria Fuertes se unen en un kintsugi, recomponen un nuevo objeto artesanal y dan vida a sus ensoñaciones, a sus inquietudes de aquel entonces y de este ahora.
Gianni y Gloria, Gloria y Gianni… sus nombres empiezan por la misma letra, con distinta pronunciación, pero sospecho que ya se les habría ocurrido un poema al alimón con esos sonidos. Con él, desde su natal Omegna, y con ella, desde su querido Lavapiés, hoy aprendemos los meses, las letras párvulas y las capitales, juntamos sílabas imposibles y si estamos atentos, podemos oír sus voces cruzando la frontera terrenal y la etérea: se llaman por teléfono para ponerse al día. ¡Y vaya día!
Él muere a los 59 años y ella a los 81. Décadas de un siglo XX inolvidable con sus libros tan llenos, tan completos. Los muñegotes televisivos saltan de la pantalla y comparten cena y viandas. Dejan una prenda de su visita a nuestro mundo, la flecha azul que recuerda el perjuicio de fumar y cómo esa colilla errónea hay que apagarla.
Pinocho, Juanito, Antoñito viajan en góndola y surcan mares fantasmagóricos, y cuando la madre de Gloria se distrae, aprovecha la niña para quitarle unas monedas de su bolso…
Siempre palabras y siempre juegos: ¡¡marchando una de docere et monere para todos!!: genuinos artífices del valor de la palabra, mediadora de contiendas, argamasa del corro de la patata que agrupa a enanos y a vagabundos y todos juntos entonan canciones largas, cantos antiguos y melodías nuevas.
¿Por qué? Nací para poeta o muerto…
Gianni se pregunta y nos pregunta por qué y sigue haciéndolo una y otra vez con su producción universal, mientras —juez instruido— tranquilamente desde su mecedora sonríe a un público que lo recuerda y que lo comprende; Gloria lo tenía muy claro: ser poeta para todo y contra todos, leyendo a hurtadillas esos tebeos comprados sin que su madre se enterara de los hurtos infantiles a que sometía su monedero. O escribir o morir.
El poeta y la poeta son muy “anti”: antibelicistas principalmente, y es desde la paz de sus libros como hoy conseguirían apaciguar ánimos y amainar aguas procelosas
La importancia de las etiquetas resuena en ambos: la generación del 50 les acoge: varones, muchos, algunas féminas, también, pero pintan bastos para las escritoras que permanecen bajo un solapamiento doctrinario sin paliativos.
Conocedores el autor y la autora de la que se les venía encima, se adelantaron con su literatura, y sus dardos narrativos y poéticos, lanzados con pan y chocolate para la merienda, se dirigían a quienes mejor podían comprender sus argumentos; esa literatura infantojuvenil es la que deberían revisar, releer y descubrir los adultos.
Gianni Rodari, profeta en su tierra y Gloria Fuertes vilipendiada y sesgada por una gran parte de la sociedad franquista fueron pregonero y visionaria de un horizonte que se atisbaba con el correr de los años vitales y profesionales.
El mundo infantil, el universo juvenil constituyen el auditorio más inteligente, crítico y reflexivo de todas las edades. En la madurez, momento de la decepción por la inocencia perdida o la candidez extraviada, casi todo se vuelve opaco sin posibilidad de otear el caleidoscopio multicolor de la literatura que compusieron desde Roma y Madrid.
Convendría que la experiencia permitiera la policromía a nuestros ojos ahítos y semicerrados para volver a esos años esponja…
La poesía y la imaginación, siempre…
Cuánto le gustaban los helados a Gloria y el pirulí y hablar con esa cangura para todo —¡vaya!, ¿se me habrá colado subrepticiamente ese femenino inclusivo?—. No, seguro que no ha sido un mal sueño; vaya tontería, dirán otros refiriéndose al hada acaramelada.
No todo rezuma sirope y dulces, algodón y bienestar…
Rodari y Fuertes conocen que el halago no pringa, ni debilita, sino que facilita y por eso, agradecidos a la vida, sus libros se apiadan por la cojera del camello y le dan una servilleta a ese dragón para que no se atragante y envuelven a aquella momia cuyas vendas se sueltan al estornudar por un catarro.
Y ahí los encontramos, enredados con el trabalenguas de los tigres en el trigal, haciendo hueco en la pandilla a la ardilla que seguro viene de Battery Park, con un mensaje de Sara Allen, la caperucita en Manhattan, para que vigilen al perro que no para de husmear en busca del león mordido por su domador.
Rimas fáciles para recordar y salmodiar, para entonar a coro: la coleta de la poeta…
Hoy serían animadores culturales, payaso y payasa, asesores y consejeros, y harían coaching y controlarían la respiración: tomarían oxígeno y saldrían volando, persiguiendo un globo, dos globos y tres globos que el cordel infantil dejó escapar.
La gente corre tanto
Porque no sabe dónde va,
El que sabe dónde va,
Va despacio,
Para paladear
El “ir llegando”
(Gloria Fuertes)