noviembre de 2024 - VIII Año

El encuentro borgiano de Shakespeare y Cervantes

borgesMucho se ha publicado sobre los distintos paralelismos que existen en las obras de Shakespeare y Cervantes. Los eruditos han estudiado, por ejemplo, cómo en el autor inglés y en el español las obras se caracterizan por el establecimiento de una permanente dicotomía entre lenguaje poético y prosaico, entre el recurso al verso y la utilización de la prosa, de tal manera que crean dos universos paralelos que parecen no confluir nunca. Otra de las características comunes en las obras de ambos escritores, que los más respetados académicos ponen de manifiesto, es el que se refiere a la constante utilización simbólica del ciclo vital, de tal manera que las etapas del mismo, el nacimiento, la muerte y la resurrección, aparecen una y otra vez en muchas de sus obras, reproduciendo el transcurrir anual de las estaciones.

Otro de los elementos que caracterizan una y otra obra literaria es el uso de elementos rituales en el ámbito profano, de tal manera que esta última esfera se acerca a la que es propia del universo sagrado. Tal ocurre, tanto en Shakespeare como en Cervantes, con las múltiples referencias a la Grecia clásica, como cuando don Quijote departe con los pastores y cabreros, compartiendo el vino que es libado en un cuerno compartido por todos los asistentes, influencia evidente de Aristófanes, o en El sueño de una noche de verano, con cualquiera de los actos ceremoniales que los protagonistas llevan a cabo en el bosque de Atenas.

También comparten nuestros dos autores, según ya afirmaba el propio Borges, el recurso a la ficción dentro de la ficción, y ese gusto por entremezclar la ficción con la realidad misma, de tal manera que, a la postre, el lector no sepa a ciencia cierta si lo que está leyendo en ese momento forma parte de la primera o de la segunda. Un ejemplo de esa confusión se pone de manifiesto en el caso del Quijote cuando el cura y el barbero se lanzan a discutir sobre las bondades literarias de La Galatea y sobre las cualidades personales de su autor. Otro tanto es lo que ocurre con ese elemento teatral tan característico de Shakespeare que ha venido denominándose teatro dentro del teatro, que se observa tanto en El sueño de una noche de verano como en el propio Hamlet.

Tanto en las páginas de Cervantes como en las de Shakespeare se ha señalado la existencia de un embrión de rebeldía metafórica frente al orden social establecido. Así, por ejemplo, es más que evidente una revuelta frente a las formas tradicionales del papel reservado a la mujer y, sobre todo, contra el matrimonio impuesto y la posterior sumisión de la mujer a la autoridad del marido. Este elemento se pone de relieve en las páginas de Romeo y Julieta, donde se da carpetazo, de alguna manera, al viejo sistema patriarcal derivado de las leyes romanas, en el que la discreción del pater familias conllevaba también un derecho de vida y muerte sobre sus propios hijos. De la misma manera, en la narración de los amores de Marcela y Crisóstomo, vemos cómo la mujer adquiere un papel radicalmente diferente del que le correspondía en la tradición histórica, de tal manera que ejercita un poder de decisión totalmente nuevo.

Otro de los elementos compartidos en las obras de Shakespeare y Cervantes que más ha llamado la atención de los estudiosos es la repetición de la historia de los amores del loco Cardenio, con todos sus elementos metafóricos, que aparece en la primera parte del Quijote y que, aunque la obra siga todavía perdida, está demostrado que fue representada en 1613, en una versión teatral del propio Shakespeare.

cervantes 5De hecho, y siguiendo un razonamiento muy del gusto de Borges, al repasar estos y otros elementos compartidos, a uno le asalta la duda de si no será finalmente cierta la tradición que pretende que ambos autores llegaron a conocerse. Antes de avanzar por esta senda, conviene recordar al menos que lo que sí parece demostrado, en mayor o menor medida según las fuentes a las que se recurra, es que Shakespeare tuvo acceso directo a una lectura de la primera parte del Quijote. Que esa lectura pudiera ser directamente o no de la versión castellana es algo que dejaremos para más adelante. De momento, conviene recordar que la primera traducción del Quijote al inglés se lleva a cabo a partir de la edición de 1607 realizada en Bruselas, permitiendo su publicación en 1620. Sin embargo, esa excelente traducción de Thomas Shelton, un irlandés que había estudiado en Salamanca, es muy anterior, más exactamente de 1612, suponiéndose que en esos años previos a la publicación, el manuscrito traducido circularía de una manera más o menos generalizada entre los principales escritores ingleses del momento. Habría llegado por tanto también a las manos de Shakespeare. Sin esa circulación previa no podría explicarse la existencia de la obra shakesperiana Cardenio, ni tampoco las numerosas referencias quijotescas que aparecen en distintas piezas teatrales inglesas de los mismos años, cuyas autores no sólo estaban familiarizados con la figura del Quijote, sino que también esperaban que su público reconociese con toda facilidad esas alusiones.

Según defendía Borges, existe otro elemento común en Cervantes y Shakespeare especialmente significativo y relevante, que es la anamorfosis, esa deformación de lo que el autor presenta al espectador, de manera tal que se le ofrezcan siempre varias perspectivas que le permitan distintas observaciones, ya sean directas o indirectas, por ejemplo a través de un juego de espejos. Mediante la anamorfosis, ya presente en ciertas obras de Piero della Francesca, la perspectiva de las obras sufre un desplazamiento que el observador está llamado a corregir mediante sus propios recursos. Los términos, de la misma manera, adquieren un carácter marcadamente polisémico, de entre cuyos múltiples significados el lector deberá escoger el más adecuado. De ahí, la importancia de las lecturas previas, que son las que permiten desvelar los mecanismos ocultos en cada texto para desvelar su auténtico significado.

Sabido es que el propio Borges afirmaba que, siendo niño, su primera lectura del Quijote fue en una excelente versión inglesa encontrada en la biblioteca de sus abuelos angloparlantes. De ahí la explicación posterior, que muchos han considerado siempre poco más o menos que una boutade, defendiendo el haber encontrado posteriormente la versión castellana un tanto artificiosa y mucho menos atractiva, como si el texto cervantino hubiera sido escrito originalmente en inglés y luego vertido con desgana al castellano. Esta perspectiva es la que sin duda explica el enfoque de una de las narraciones más conocidas de Borges sobre la importancia de la obra cervantina y sus repercusiones posteriores en la literatura, como es Pierre Menard, autor del Quijote, donde además aparecen con toda claridad elementos shakesperianos.

Lo más relevante en esa narración, desde el punto de vista que nos ocupa, es la autenticidad del personaje elegido, quien, lejos de suplantar a Cervantes, es realmente el autor de una serie importante de fragmentos de la primera parte del Quijote, en todo idénticos a los escritos por el autor español. Pierre Menard es, por tanto, un autor legítimo, en todo comparable a Cervantes y a Shakespeare, frente a otros, entre los que podría incluirse al propio Borges, considerados por él mismo como ilegítimos.

La característica principal del autor legítimo sería, de alguna manera, la autenticidad al responder a una pregunta en apariencia extremadamente simple –quién soy– siguiendo el razonamiento que por ejemplo avanza Parolles, el personaje de Shakespeare, sin ofrecer no obstante la respuesta adecuada cuando asegura que «Simply the thing I am/ Shall make me live».

shakespeare williamBorges se ocupó de este asunto en una de sus composiciones poéticas, titulada precisamente en inglés ‘The thing I am’, en la que nos recuerda, entre otros muchos elementos fundamentales del universo borgiano, que ‘Soy la cosa que soy/ Lo dijo Shakespeare.’ Se ha señalado repetidamente que el Quijote afirma lo mismo al recobrar la razón en la hora de la muerte, precisamente al abandonar las otras muchas razones que hasta entonces le habían guiado en sus muchas aventuras.

Son numerosos los poemas borgianos que hunden sus raíces en el universo quijotesco, como lo son también sus artículos tanto sobre el Quijote en sí como sobre el propio Cervantes. Son también muy numerosas las obras sobre Shakespeare y su mundo, entre los que destaca, lógicamente, La memoria de Shakespeare, dictado casi al final de sus días. Precisamente, María Esther Vázquez recuerda que en cierta ocasión Borges fue invitado a pronunciar una conferencia en Washington titulada El misterio de Shakespeare. Al parecer, Borges habló durante una hora larga sin que el auditorio consiguiera entender nada de lo que decía, por estar el micrófono demasiado alejado del orador, sin que nadie se atreviera a señalárselo.

De esa manera, aunque el misterio de Shakespeare siguiese oculto, sí hubo quienes pensaron que Borges se habría ocupado de desentrañar esos años enigmáticos en la biografía del escritor inglés, de los que apenas existe indicio alguno que permita asegurar a qué dedicó sus actividades. Esos años, de 1585 hasta 1592, conocidos como The lost years, han dado pie a no pocas especulaciones, como la que afirma que en ese período Shakespeare desempeñó un importante papel, entre espía y confidente, en la embajada inglesa en Madrid. Sería ésta la justificación y la explicación de su pretendido conocimiento de la lengua castellana y, tal vez, incluso de haber hecho posible que se hubiera dado un trato más o menos asiduo con Cervantes y con el resto de escritores españoles del Siglo de Oro.

Ahora bien, surge entonces otra pregunta: ¿cuál es la importancia real que debe otorgarse a estas hipótesis? Desde el punto de vista de lectores tanto de Cervantes y Shakespeare como de Borges, la respuesta queda muy lejos de parecernos evidente.

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