Sangre en los peñascales, sangre por los espantos, ramas que de los pulsos crecen hasta las voces,... Vicente Aleixandre
Desde hace algunas semanas se viene conmemorando, con más o menos fortuna, el cincuentenario del Mayo del 68. Habría que tener en cuenta que lo que explosionó en 1968, se venía gestando, al menos, desde principios de los 60, en el orden tanto político como cultural.
Hoy quiero dedicar estas páginas a ‘El Terrorista’, un film de Gianfranco de Bosio de 1963. La película es, desde mi punto de vista, una auténtica obra maestra, cuyas imágenes impactantes y demoledoras analizan, de una manera seria y fría, la Resistencia Italiana y la represión fascista.
Como ha ocurrido en otras ocasiones, por diversos motivos a los que no son ajenos intereses concretos, políticos y económicos, pasó desapercibida y hoy está casi completamente olvidada, sólo recuerdo una mención, como de pasada, de Régis Debray. Sin embargo, es una auténtica obra de arte y una de las películas europeas de mayor calado de principios de los sesenta.
Es cierto que el miedo humaniza. Desde esta óptica es terriblemente humana, tanto que llega a asfixiar lo heroico. Casi podría decirse que convierte el fervor místico en un deber cotidiano. La resistencia no fue otra cosa que un firme compromiso con la vida, la ética y la libertad que, fuera o no fuera, la intención de quienes pertenecieron al movimiento suponía correr a diario el riesgo de perecer o de ser salvajemente torturado.
El presente no puede ni debe olvidarse del pasado. El riesgo que corremos es sacralizar lo frívolo y paralelamente frivolizar lo sagrado. Para reaccionar contra una atmósfera superficial e indolente, cuyos actos y ceremoniales son propios de lo que podríamos denominar ‘sociedad del espectáculo’, no hay mejor antídoto que la memoria. Hay que plantarse con energía ante quienes quieren sepultarla y dar lugar a un clima social frio y sombrío donde la empatía y la solidaridad han dado paso a la indiferencia.
Me gustan quienes como Gianfranco de Bosio son capaces de hacer lo que no se espera de ellos. De ahí que sorprendan, de ahí que hagan pensar. Quizás uno de sus mayores aciertos sea, sugerir más que mostrar y ofrecer contrastes entre lugares de culto a la belleza como los venecianos y la lucha por la vida. La belleza de esta forma se ve envuelta en lo antropológicamente primario, dando lugar a una violencia agresiva… que da paso, después, a una sensación de melancolía.
‘El Terrorista’ es una obra de arte injustamente ignorada a la que merece la pena volver, una y otra vez, para extraer de ella todo el jugo que contiene para buenos paladares cinéfilos. Es una película, si se sabe analizar con rigor, terrible y a la vez mágica. El folclore de góndolas, ‘gondolieri’, y rincones de proverbial belleza contrasta con una violencia feroz implícita y explícita.
El cine es un lenguaje. De Bosio lo ha entendido muy bien. Las imágenes pueden convertirse, asimismo, en serpientes cuyo veneno rompe abruptamente cualquier intento de efectos sublimes, hasta el punto de mostrarnos, no la ‘cosa en sí’ sino el ruido inane y la sensación de vacío espiritual. Con este procedimiento se secularizan lugares que desde hace siglos se han considerado de culto.
La película tiene algo de iniciático y hace aflorar resortes simbólicos que habitualmente permanecen ocultos. Quizá, Venezia sea un museo imaginario envuelto en un halo de mística igualmente imaginaria. Precisamente por eso, hay que convertir en imágenes las contradicciones que anidan en el subconsciente, con lo que se consigue un efecto casi moral.
Es hora de que dediquemos unos párrafos a Gianfranco de Bosio, que no sólo es un gran director cinematográfico sino un prestigioso director teatral. La película ‘El Terrorista’ tiene un inequívoco fondo autobiográfico. Luchó activamente contra el fascismo, en sus años jóvenes.
Ha puesto en pie formidables creaciones teatrales a partir de textos de Bertolt Brecht, Jean Paul Sartre o Carlo Goldoni. Y son muy celebrados sus montajes operísticos en la Arena de Verona y en el teatro La Fenice de Venezia. Su producción cinematográfica es escasa, casi podría decirse que es el director de una sola película, pero eso sí, de culto ‘El Terrorista’ 1963, aunque también dirigió ‘La bestia o en el amor, por cada placer, se necesita sufrimiento’ 1971, así como series para televisión. Podríamos hablar de su dilata experiencia teatral vinculada al Piccolo Teatro de Milan, así como otras destacadas colaboraciones como con la Academia de la Opera de Verona.
Hoy, sin embargo, he querido focalizar la atención sobre ‘El Terrorista’. Ya he apuntado que se trata de una película de culto, inteligente, sin concesiones y capaz de mostrar en imágenes toda la grandeza y la miseria que anida en el ser humano. Con habilidad, todavía en un periodo de guerra fría, con las particulares connotaciones que tuvo en Italia, acierta a presentar un reflejo fiel, contradictorio y violento de esos años en el que ‘el parecer’ y ‘el tener’ creaban una atmósfera asfixiante que ahogaba ‘el ser’.
No hay nada que se muestre tan frágil y quebradizo como aquello que se pretende perenne. Lo inmóvil, lo inamovible es sólo una débil y delgada corteza que a malas penas intenta encubrir todo lo que está en ebullición. Gianfranco de Bosio sabe conjugar y contrastar violencia y belleza. En su contundente denuncia a lo que significó el fascismo en Italia pone de manifiesto, muchas claves y no pocos hilos, que nos permiten seguir una ruta imaginaria para comprender algunos fenómenos y acontecimientos del presente. A veces, tenemos que partir de un microcosmos para obtener una visión de conjunto.
Llegados a este punto es obligado hacer un alto en el camino. Es el momento de que el cinéfilo que no conozca a De Bosio y su película tome la decisión de hacerse con ella y visionarla. Si se me permite una observación háganlo despacio, capten todas las sugerencias y reminiscencias que las imágenes ofrecen… y no descuiden su interpretación ideológica y antropológica.
Hay que tener en cuenta, que quienes acusan a películas como ‘El terrorista’ de cine político… también ellos, patrocinan y defienden un cine político pero de signo netamente conservador y alienante.