Del ‘socialismo real’ a la derecha nacional (I)
En mi reciente libro ‘Los años rebeldes. España 1966-1969’ aparece un amplio capítulo dedicado a analizar desde la perspectiva del medio siglo que se cumple este agosto, el precipitado final ‘manu militari’ de la ‘primavera de Praga’ y el ‘socialismo de rostro humano’, tras la irrupción de los tanques soviéticos en Checoslovaquia; y lo que parece más interesante, sugerir qué impactos pudo provocar aquel acontecimiento en la oposición antifranquista española. Desde esa ventana, tal y como aparece en la publicación, es posible deducir elementos que merecerían hoy el debate que entonces no fue posible realizar. Tratando de ponerse en el lugar de quienes en aquella España luchaban contra la dictadura hay que pensar en la profunda turbación y el desgarrador malestar respecto a la eliminación por la fuerza de un periodo esperanzador de evolución desde el Este en el que se trataba de buscar una casi imposible ‘tercera vía’ entre dos sistemas contrapuestos, tras los tiempos de guerra y posguerra fría, y los marcajes entre OTAN y Pacto de Varsovia. En el libro, Nicolás Sartorius reconoce que la invasión de Praga generó un debate crítico, especialmente en el PCE, pero que este tuvo lugar ‘en los límites de todo debate en condiciones dictatoriales’. Afirma Sartorius: ‘La mayoría estábamos en contra de esa invasión y a favor de una evolución de esos sistemas en una dirección más democrática. El fin de la Primavera de Praga fue una tragedia y una ocasión perdida’.
Sin posibilidad de expresarse a la luz del día, la oposición democrática española e incluso los sectores críticos dentro del PCE tenían que compartir algunas de las críticas que el franquismo y los sectores del capitalismo occidental expresaban sobre la URSS. Para disgusto de un creciente sector de anti-franquistas entre quienes todavía el PCE llevaba la voz cantante, ante aquella invasión desproporcionada para acabar con un sistema optimista y con alma renovadora. No caben palabras para describir lo que debió suponer esa tragedia inútil y el desbaratamiento de una promesa por las tropas del imperialismo soviético, incapaces de tolerar otra vía diferente hacia un socialismo que intentaba hacer compatibles los sistemas de representación parlamentarios-liberales con una economía mixta con un fuerte componente de economía pública y social. Desde esa perspectiva, se pueden destacar diversos elementos en la géneris, desarrollo y ‘asesinato’ de la Primavera de Praga:
a) Se trató de una evolución dentro del propio PC. Marcando la diferencia entre un sector ortodoxo, bajo una estructura jerárquica, un discurso monolítico y exclusivo, un culto a la personalidad del líder sin capacidad de crítica ni de matices; frente a una facción cercana a la socialdemocracia que empezaba a revelarse contra el pesado discurso que había dominado desde 1945 en Europa basado en el enfrentamiento no ya entre bloques militares y sistemas económicos, sino de formas y estilos de vida, y por encima de todo de culturas. Ese sector del partido gracias a diversos procesos y situaciones complejas logro nuclearse en torno a la figura de Alexander Dubcek (1921-1992), el secretario general del PC en Eslovaquia que junto al economista Ota Sik (1919-1977) intentaron poner en marcha un programa de liberalizaciones frente a la ortodoxia representada por Novotny.
b) Fue esencial el trabajo del mundo de la cultura en esa Revolución, en un momento en el que se debatía uno de los asuntos de mayor importancia dentro del debate social: la capacidad de la cultura para expresarse libremente sin atender a las consignas oficiales, sin responder a los dogmas ni a las teorías monocolores, sin discursos únicos…Es decir, se venía a reconocer, que sin libertad de expresión (y el resto de unas libertades que son indivisibles) no cabe proyecto alguno igualitario desde el punto de vista socioeconómico. Ese amplio grupo de intelectuales y artistas en principio pertenecientes al Partido o que habían venido trabajando en sus aledaños o bajo su tutela, tuvo una enorme influencia en el proceso que se iba a iniciar.
c) La mejora en el consumo de los ciudadanos fue uno de los propósitos de los impulsores del grupo reformista, bajo un modelo de transición hacia una economía mixta, con un sector privatizado y otro estatalizado o de titularidad pública. Tratando de enmendar uno de los más graves fallos del sistema de rígida economía planificada del modelo soviético: el desprecio al mercado como ‘test’ e indicador. Los cerebros de la Primavera de Praga no querían romper con el COMECON ni salir del Pacto de Varsovia, sino mantener ese nexo y abrirse hacia Occidente, también a los intercambios comerciales y al flujo entre las dos áreas. Para un ciudadano de la ‘fronteriza’ Checoslovaquia de la época resultaría muy difícil de explicar la divergencia respecto a la posibilidad de acceso a bienes de consumo frente a quienes vivían en las próximas Austria o Alemania Federal, y las ‘escaseces’ de productos en una rígida economía, planificada hasta el detalle.
d) Quien más tenía que perder era el llamado ‘centralismo democrático’ impuesto por la URSS en el Este de Europa tras el resultado de la Guerra Mundial. Dubcek y su grupo de poder venían a defender un sistema pluripartidista , donde el Partido Comunista – al que pertenecían y donde habían desarrollado toda su actividad social y pública- tendría que desenvolverse en el futuro en competencia y concurrencia con otras fuerzas dentro de un modelo de libertades políticas. La más evidente consecuencia que los ciudadanos checos apreciaron de la Primavera de Praga fue el estallido de la libertad de prensa. En unas pocas semanas, la prensa de Praga o Bratislava, de las capitales y las provincias, podía hablar sin cortapisas, criticar a los dirigentes, hablar sobre la realidad, sin atender a previos dogmas, sin miedo a interferir en líneas marcadas.
e) Frente a una lectura en clave anticomunista –de guerra fría o neoliberal- es preciso reconocer que tanto en el caso de la Hungría del 56 como en la Checoslovaquia del 68 la exigencia de democracia y libertades, sin el pesado paternalismo de la dominación soviética, fue emprendido por facciones del Partido, que trataban de desgajarse de unos condicionantes burocrático-estalinistas y de un modelo de ‘verdades únicas’ de una dictadura sin matices (1).
f) El conflicto entre ‘ortodoxos’ guardianes de las esencias y ‘liberales’ dentro de los PC de Eslovaquia y la República Checa y la ocasional toma del poder de estos últimos –avanzando modelos cercanos a los del PCI- y la posterior entrada en agosto de los tanques soviéticos para desbaratar la Primavera de Praga, no fue un proceso pacífico. En nuestro tiempo se han evaluado en siete u ocho decenas las víctimas mortales en las acciones de resistencia contra la entrada de las tropas del Pacto de Varsovia.
g) El discurso anticomunista crítico contra el bloque soviético aparecía viciado por un antecedente como la guerra del Vietnam, en la que un amplio sector de la sociedad occidental rechazaba la intervención norteamericana y pedía el final de los bombardeos intensivos. Pero mucho más lo era desde la perspectiva de la España interior, donde el Régimen encontró un nuevo elemento para desautorizar a la oposición democrática con la invasión soviética como espantajo. La prensa de la época retornó a una retórica propia de los años de la posguerra, mientras dentro de la oposición democrática la invasión supuso un ‘golpe bajo’. Provocando una aguda turbación especialmente dentro del PCE, entre quienes defendían una conciliación con la tutela y la ortodoxia del ‘socialismo real’ y aquellos para quienes el modelo soviético, y del Este no solo era la solución sino que se trataba del verdadero problema, y era necesario distanciarse lo más posible de él. Lo grave fue que en las condiciones de la clandestinidad, sin poder afrontar un debate de calidad y en profundidad ante el resto de la sociedad sobre lo obsoleto de un modelo ‘ortodoxo’, el cruce de expresiones tenía que ser necesariamente artificioso, distorsionado, bajo un fuerte condicionante. Medio siglo más tarde tenemos que contemplar esa situación en términos de desgarro. De esa distorsión desde la perspectiva de la sociedad que vivía bajo el franquismo, nos dan cuenta ejemplos como el de Jorge Semprún en sus películas con Costa Gavras de clara intencionalidad política. Mientras ‘La confesión’, que criticaba duramente al estalinismo, se estrenaba sin problemas en las salas españolas (aunque con algunos cortes y supresiones en los diálogos) como si se tratara de un producto anticomunista a la vieja usanza, ‘Z’ en la que se denunciaban dictaduras militares como la de los coroneles griegos, y pese a haber obtenido el Oscar a la mejor película de habla no inglesa, no se pudo ver en los cines de nuestro país hasta después de la muerte de Franco. Este ejemplo da la temperatura del momento y la imposibilidad de tener acceso a un debate crítico sobre el modelo soviético en la izquierda española. El debate emergió pero su alcance externo estuvo fuertemente condicionado por las circunstancias de la dictadura.
Notas:
(1): Una acertada visión sobre esa realidad la podemos reconocer estos días en la película ‘La revolución silenciosa’/’Das Schweigende klassenzimmer’ (2018, Lars Kraume), relato sobre un grupo de estudiantes de la Alemania Oriental que antes de la construcción del muro de Berlín todavía pueden cruzar a la parte occidental, quienes tras enterarse de los sucesos de Hungría de 1956 convocan a sus compañeros a un minuto de silencio en un instituto. Lo que motiva la intervención del ministro de Educación, una represión que incluye a sus familias, y la prohibición de obtener la graduación, y un desenlace final en el que los jóvenes acaban por huir a Alemania Federal. El guión describe perfectamente ese choque entre quienes ‘defienden el socialismo’ (por Janos Kadar) frente al estalinismo de los invasores de Hungría.