Con harta frecuencia los gestos rebasan la categoría de la anécdota para convertirse en símbolos. Se ha comentado la ‘ausencia’ de Rajoy en la tarde anterior a la que los votos de la mayoría parlamentaria le arrojaran de la Presidencia del Gobierno, su refugio de mediodía a noche en un restaurante junto a la Puerta de Alcalá, y el asiento en el Congreso ocupado por… ¡el bolso de Soraya! También la impasibilidad de Rajoy ante cualquiera de las sugerencias de ‘trucos’ legales propuestos por aquellos con cierta capacidad de influencia sobre él, entre otros la precipitada disolución de las cámaras y su mantenimiento por algunas semanas y meses más como ‘presidente en funciones’ (sugerencia de García Margallo). Pero Rajoy ‘no era de este mundo’, y ahora se demuestra que ‘los árboles no dejan realmente ver el bosque’. En todos estos años en La Moncloa triunfó la estrategia de la ‘no acción’, de la ‘anti-política’, siempre a la rémora de los acontecimientos, sin iniciativa, dejando transcurrir los tiempos, como si los problemas desaparecieran solo por permitir que el tiempo acabe por oxidarlos. Empezando por el final, no deja de resultar extraño en una formación política europea que hasta hoy se carezca del menor indicio sobre una sucesión en la que el debate ha sido inexistente, dentro de un cesarismo burocratizado en el que ninguna de las disidencias internas –si es que existen- han logrado trascender hacia el exterior. Frente al clamor, incluso bronca con la que la izquierda ha aireado sus pullas, sus afinidades y discrepancias, sus liderazgos, y el constante ‘streaptease’ público de sus procesos internos, tal y como ha ocurrido en la llegada de Pedro Sánchez a la secretaria general del PSOE, o las pugnas internas en Podemos e IU aireadas como espectáculo visible delante de los medios. Por el contrario, Génova ha venido transmitiendo una imagen de jerarquización bajo un líder oficialmente indiscutido de puertas afuera, supuestamente controlador de todo el aparato bajo la concepción de un poder burocratizado ajeno a lo que sería el ‘brillo de la política’. De ese modo siempre ha resultado contradictorio que ante cada caso de corrupción –y las entradas de agentes judiciales e investigadores de las fuerzas del orden en la sede del partido, se han convertido en episodios propios de una comedia bufa o de un sainete televisivo- se mirara hacia otro lado; pese a la evidencia de un partido ‘donde todo funciona bajo el férreo control del presidente nacional’.
En estos años se ha tenido miedo a ‘hacer política’ bajo una renuncia formal inexplicable, o mejor justificable a partir de una identidad funcionarial a la antigua usanza, dentro de una jerarquía más propia de un sistema administrativo obsoleto en el que los ascensos se producen por la antigüedad y no por la innovación, la capacidad de emprendimiento o la puesta al día. Es lo que se ha llamado ‘tancredismo’: estar en medio como quien no está, dejar pasar sin capacidad alguna de acción renunciando a las respuestas. Hay que reconocer que este estilo produjo en estos años algún aislado brote positivo: cuando Estados Unidos, la OTAN y la UE pidieron mayor colaboración militar española contra el ISIS, y Moncloa ‘respondió’ con gestos de autismo: ‘ni está ni se le espera’. Pero salvo algún impacto aislado, la ‘no contestación’ ha tenido resultados negativos para el Estado español y la ciudadanía en su conjunto. El mayor de ellos, la carencia de respuestas en clave política al tema de Cataluña, donde la prioridad absoluta se dio a la actuación de la justicia. No deja de ser sorprendente que la ‘fidelidad’ a sus cercanos llevara a un mantenimiento en sus puestos a cargos muy quemados o castigados por las urnas. Tras un varapalo como el del PPC en las elecciones catalanas (o las expectativas de las municipales en Barcelona, donde dos recientes sondeos vaticinan el riesgo de que quede fuera del consistorio por vez primera) ni una sola voz (menos la de Rajoy) cuestionó la continuidad de Gª Albiol como número 1 en Cataluña de una formación con riesgo de quedar fuera del Parlament. El expresidente del gobierno tuvo alergia a los cambios sin importar los precios a pagar por sostener a personajes con la misma falta de iniciativa del líder. Pocos políticos tienen tanta capacidad de aguante para no reaccionar cuando en la calle y en los medios, incluso en las ‘líneas amigas’, hay un creciente clamor. Se trató del triunfo del aburrimiento y el tono grisáceo del burócrata plano apoyado discreta y pasivamente por la inercia del elector que teme a los cambios. Es raro encontrar un liderazgo contemporáneo con menor capacidad de mostrarse sensible a la bulliciosa realidad de la calle, en unos momentos cruciales de la vida española, en la que las consecuencias de la crisis se han cebado no solo con colectivos vulnerables sino con las clases medias que han visto caer sus recursos mientras las prestaciones y servicios más representativos del Estado de Bienestar se deterioran. Entre ellos el porvenir de las pensiones, sometidas a un cruce de opiniones generadoras de una clara alarma social, en uno de los contenidos que más daño ha podido provocar en uno de los más compactos sectores de votantes ‘a prueba de terremotos’ de la base electoral que vota tradicionalmente al PP.
La carencia de expresiones de reconciliación con la ciudadanía ha sido una constante, con un presidente en el ‘castillo de La Moncloa’ refugiado en las ‘ruedas de prensa’ por llamarlas algo, sin preguntas, o las declaraciones a través del videowall y las pantallas LED. Un presidente ‘ausente’ a quien en todos sus mandatos no se ha visto en acto cultural alguno, ni en una sola representación teatral, concierto o sesión de cine –como en cambio ocurre con los Reyes- . A esto hay que unir el más grave de los defectos: la absoluta ausencia de la política no solo en los temas interiores sino en los exteriores, con una rémora absoluta y sin otra iniciativa que no sea la burocrática. El ejemplo más evidente, la falta de contenidos informativos sobre Cataluña de puertas afuera frente al discurso soberanista, la carencia de proyección de mensajes hacia los medios de comunicación, la inexistencia de los vínculos permanentes entre Moncloa y los corresponsales extranjeros que existían con anteriores presidencias españolas. Y un punto de vista compartido entre aquellos: ‘Rajoy era incapaz de ofrecer titulares’.
No es extraño, por lo tanto, que una de las primeras acciones de Pedro Sánchez deba ser la recuperación de la política, sin miedo alguno, aunque el éxito no sea fácil y las dificultades enormes. Pero hay que hablar…incluso con el enemigo o el más disparatado de los adversarios (Trump y el líder norcoreano, por ejemplo). Cuando Sánchez se lanzó al ruedo de la candidatura electoral del PSOE, tras ser descabalgado en una ceremonia palaciega convertida en un ‘harakiri’ público ante las cámaras de televisión, cogió el toro por los cuernos –cuando nadie daba un céntimo por él dentro del ‘aparato’- y recorrió agrupaciones en una campaña sin medios hasta repetir el relato bíblico de David. El Sánchez candidato no tuvo reparo en hablar sin algodones con los medios, sin ocultarse tras el muro de cristal. Por eso, en primera instancia el tránsito de Sánchez a Moncloa impactará por un cambio de estilo. La exigua cifra de diputados que lo apoya debe forzar a un diálogo constante y a una negociación permanente. Esto que para los sectores más conservadores de la derecha –y no solo de ella sino también de la ‘vieja guardia’ de su partido- puede ser interpretado como un riesgo de inestabilidad permanente, posee en cambio otras virtudes: la vivificación de la política, la capacidad de hablar con quien sea, incluso con el ‘enemigo’, el rechazo a las ‘verdades únicas’, la superación del viejo concepto del bipartidismo rígido de otro tiempo, la sensación de que el poder y la gobernanza se comparten, y dentro de un panorama de fragmentación en la vida política y las instituciones hay que aprender a llegar a acuerdos incluso con los inicialmente ‘contrarios’. El cambio en la Presidencia del Gobierno tras una moción de censura no va a suponer transformaciones en la composición de las mesas de las cámaras –donde el PP sigue siendo mayoritario en el Senado- pero la iniciativa del gobierno en materias como una posible reforma constitucional, con la reconversión del Senado en una verdadera cámara territorial-federal, o la redacción de un nuevo Estatuto de Catalunya capaz del desbloqueo y de recuperar hacia un modelo constitucional a un sector de la ciudadanía catalana a quien las escasa capacidad de generar la menor ilusión de nuevas propuestas por el anterior ejecutivo facilitó su seducción por el discurso del soberanismo.
Aunque habrá que esperar a las cámaras que surjan de las próximas legislativas al menos es de esperar un adelanto de uno de los fenómenos más esperados del sistema parlamentario español: la vivificación en los grupos, el final de una esclerotización y la agilización del legislativo. La imagen del bolso de Soraya sobre el asiento de Rajoy ‘refugiado’ con sus fieles colaboradores en un restaurante ‘de luxe’ es un retrato-finish de una forma de ejercicio del poder donde la política-política ha brillado por su ausencia reemplazada por un concepto burocrático-administrativo-funcionarial que tiene su razón de ser, pero no en este terreno de la política.