Alexandre Dumas tenía, en el fondo de su alma, dos heridas. Una, cierta sensación de menosprecio entre parte de la sociedad por sus orígenes negros, pues su padre, el general napoleónico Thomas Alexandre Dumas, era hijo de una antigua esclava. Otra, por sus orígenes bonapartistas. El siempre miró con ojo crítico la Monarquía de Julio, esa restauración que propició las ganancias ilícitas, la corrupción y la creación de fortunas basadas en la especulación y en la cercanía al poder con las grandes obras públicas, como los ferrocarriles. En esos años, el capitalismo francés, los banqueros unidos a los magistrados y a las altas esferas de la Corte, hicieron pingües, y a veces, efímeros negocios.
Dumas, gran republicano, bonachón, manirroto, casi pródigo, además de amante de la vida, la comida y las mujeres, llegaría a la ruina casi total a pesar de que era el escritor más leído de Francia y de que ganó muchísimo dinero con sus novelas, muchas de ellas, en feuilleton, por entregas, lo que explica, en gran parte, su desmesurada longitud.
De pluma ágil con una capacidad de trabajo inigualable, era capaz de escribir una pequeña novela, una obra de teatro, en menos de un día. También se sirvió, como es sabido, de ‘negros’, como Auguste Maquet (que hoy sería llamado co-autor, en realidad), que trazaban el borrador de la historia que él les indicaba, a las que Dumas añadía después detalles, frases, adjetivos, páginas. De hecho, ya en 1845, se publicó un libro titulado Fabriques de Romans, Maison Alexandre Dumas et Compagnie. Lo que no resta mucho a la genialidad del autor, aunque le costó algunos procesos.
Monte Cristo, además de ser ese islote no lejano a la Isla de Elba, que un día él viera de lejos, navegando, era también el nombre una plantación en Haití, Mont-Christ, que había pertenecido a uno de sus antepasados, en la que se explotaba la caña de azúcar, el café y, como era corriente entonces en las colonias del Caribe, el tráfico de esclavos. La historia de la novela, como revela la gran biografía de André Maurois, Les trois Dumas, proviene de un informe policial de unos crímenes que tuvieron lugar en París a manos de un vengador, que así tomó la revancha de haber sido encarcelado como agente inglés y haberle sido robada su enamorada. Estaba en Mémoires tirés des Archives de la Police de Paris, obra de Jacques Peuchet, antiguo archivero de la policía. También Stendhal se inspiró en un suceso para escribir El rojo y el negro.
Dominique Fernandez, el gran escritor francés, uno de los mejores conocedores de Italia, de la música, del Barroco y de Rusia, ha reivindicado la figura de Dumas en Les douze muses d’Alexandre Dumas. Fernandez, hijo del crítico literario francés, derechista, fascista, de origen mexicano, Ramón Fernandez (fallecido en 1944), dedica su libro a explicar el origen y vicisitudes de la obra de Dumas.
El Conde de Montecristo, Edmond Dantès, es un personaje nietzscheano (paciencia, valor e inocencia), el superhombre. Su venganza es contra tres arquetipos: el celoso, el codicioso y envidioso, y el ambicioso y prevaricador. Es tenaz e impasible en su venganza, lenta y pensada, hasta que se produce una víctima colateral, como se diría ahora, un niño (una peste, por otra parte, el Edouard).
Es también Dantès, marsellés, un hombre de Oriente, ese mundo que fascinaba a Alexandre Dumas y que se había puesto de moda gracias, ente otros, a Chateaubriand y a Galland, traductor y divulgador en Europa de Las mil y una noches. El personaje de Haydée, que hace soñar, parece salido de esos cuentos. Los recursos del conde a la magia y a un cierto ocultismo, a los disfraces, son también muy de la época y dan al personaje un cierto aire luciferiano.
La obra quizá más importante y conocida de Dumas, abunda en referencias históricas, en citas musicales (adoraba las óperas, especialmente las de Rossini), en detalles sobre Grecia, Italia, sobre su amada Marsella, y se lee, aun hoy de forma trepidante, sin descanso, hasta acabar esas casi mil quinientas páginas.
No hay que olvidar otras obras suyas importantes y fascinantes, como sus viaje a Rusia y a Chechenia y Georgia (En Russie, Le Caucase), así como novelas cortas y relatos inspirados por España, como El Salteador, De Paris à Cadix, Le Bâtard de Mauléon, etcétera.
Además de su influencia en muchos autores, incluso en Jules Verne, en comics o bande dessinée, El Conde de Montecristo ha sido llevado al cine en más de treinta películas.
El público, la crítica literaria y los otros escritores
Como sucede a menudo, el público premia lo que el intelectual desprecia. Así ha pasado y pasa con esta gran novela. Por supuesto que hay novelones que llegan al público y no son literariamente buenos, pero éste no es el caso. Está bien escrita, la historia se tiene de pie desde el principio al final, los personajes –sobre todo los malvados- son arquetípicos (Danglars, Caderousse, Villefort), las descripciones, como las de Roma (con su carnaval) o Marsella, excelentes.
Exito de esta novela entre el público, mientras los intelectuales, muchos más que nada eruditos a la violeta, torcían el gesto y no la pasan de folletín (como lo siguen haciendo muchos sabios parisinos, entre ellos el muy ilustrado Charles Dantzig, que dedica una página y media a Dumas –pero cinco a Malraux- en su historia personal de la literatura francesa, su Dictionnaire égoïste de la littérature française.
Su longitud, en estos tiempos en que sólo se tiene paciencia para 140 caracteres, es un gravamen. Como muchos otros grandes libros que habría que leer, hay que tener algo de tiempo, no ir con tantas prisas. Así, el Quijote, Antagonía, de Luis Goytisolo, Guerra y Paz, David Copperfield, Memorias de Ultratumba, o tantas largas y memorables novelas. Más de mil páginas suelen ser una garantía.
Es un libro apasionado y su autor tiene ese talento que ha sido objeto de tantas disquisiciones entre genio y talento, entre amenidad y profundidad.