noviembre de 2024 - VIII Año

‘Un cuaderno, un lapicero y un pato de escayola’ de Antonio Machado Sanz

machadoUn cuaderno, un lapicero y un pato de escayola
Antonio Machado Sanz
Ediciones Vitruvio, 2018

 

 

 

 

 Por José Elgarresta

‘El arte de la memoria es la perspectiva de la muerte’, dice Gamoneda y esta cita vale también para el presente libro, que trata de hacer inmortal el recuerdo o al menos de hallar las semillas de inmortalidad que en él subyacen.

Bajo el manto de una aparente, y admirable, sencillez, el libro escarba en las raíces de lo cotidiano hasta poner de manifiesto la sed de transcendencia que hermana al autor con todos los grandes poetas. Pero vamos por partes.

El volumen se estructura en un ‘recetario’ previo que nos pone de manifiesto la causa del mismo: un infarto y la reacción de los nietos, experimentada por el autor como una motivación para seguir viviendo. El afecto como fundamento de la existencia. He aquí el episodio vital que constituye el motivo y justificación del libro, que a continuación incorpora los siguientes capítulos:

2014 – Año 0
Año 1. Después del infarto (d.d.i.)
Año2. (d.d.i.)
Año 3. (d.d.i.)

La secuencia cronológica de los poemas, vertebrados en torno a las vivencias referidas, nos evita por su claridad mayores comentarios. ¡Antes y después del infarto! Nosotros seguiremos el mismo camino.

Ya en el comienzo narra el poeta un episodio doméstico que recuerda los cuadros de la escuela holandesa (Vermeer, etc…). Su esposa pasa junto a él y le sonríe. El amor se pone de manifiesto en la cotidianeidad y, al hacerlo, el poema subraya la grandeza de la vida diaria, la existencia humana es una historia de héroes anónimos. Héroes que encuentran el sentido de su existencia en la intimidad, en la sonrisa de quienes los aman y comparten su vida.

Esta positiva visión no evita sin embargo la identificación del enemigo: Cronos, el tiempo, que, como diría Jorge Manrique, convierte el vivir en un río que desemboca en el mar, que es el morir. Y así, nos habla el poeta de un amor que se consumió como una luz en la lejanía. Y lo hace utilizando imágenes sencillas, con un estilo directo que golpea el corazón, pero sin dejar en él un poso de amargura. Podríamos hablar de la belleza del recuerdo, la cual siempre nos acompaña.

La evocación de los momentos en que se manifiesta la vida diaria (el ruido del despertador, el vecino, la ventana, la televisión…) nos llena de ternura, pero también despierta un sentimiento ‘oceánico’ (el mar al que va a dar el vivir…). Sentimiento en que, si bien con resignación, el autor se diluye, no sin antes aludir a ‘unos cabellos blancos’, última parada antes del océano.

Todos estos planteamientos no excluyen ni mucho menos el sentido del humor, del cual rebosa la presente obra y así, en ‘El banquete vital’ se describen los efectos en la vida del paso del tiempo. Tras una enumeración de los placeres de aquella finaliza con la afirmación: ‘Y después no hablemos de tomar o fumar, lo prohíbe el médico o la familia’.

No se detiene el autor en una visión chata del tiempo, en la mera descripción de los momentos vividos, sino que extiende su evocación al tiempo recobrado: aquel que nunca vivimos, pero precisamente por eso nos hace sufrir. Aquel que hubiera completado nuestra existencia, al menos en ciertos instantes, pero no sucedió y dejó un hueco irrellenable. Percepción de que, al menos en parte, la vida es un partido de fútbol en que todos estamos en fuera de juego, pero ante ello sólo cabe la rebelión. ¡Nunca la claudicación! La vida es una lucha permanente. Una lucha en que lo importante son los sueños y las ilusiones, los cuales en nuestra materialista sociedad no son ciertamente un buen negocio, pero, desde el punto de vista de la felicidad del individuo, lo mejor que se puede hacer con ellas es precisamente regalarlas. Y en esta celebración los ausentes están siempre presentes, los que se fueron acompañan a los que permanecen en torno a la mesa común de la existencia humana.

Esta visión, que va más allá del tiempo, para intentar abarcar a toda la especie humana, también critica el egoísmo de los que, cómodamente instalados en su estatus de hombres integrados en las capas medias o altas de la sociedad occidental, olvidan el engaño que Europa representa para los inmigrantes, para todos aquellos que abandonan sus hogares en busca de un paraíso inexistente.

Resulta también conmovedora la descripción de un mendigo que comparte su comida con un gorrión. El autor parece decirnos que la naturaleza hermana lo que los hombres separan y es ésta una crítica que se extiende incluso a los terribles crímenes que los objetos y conductas más usuales del mundo moderno ocultan, como los cometidos para la obtención del coltán, tan necesario para los aparentemente inofensivos teléfonos móviles. La civilización moderna camina sobre las brasas de la barbarie.

Nuevamente el humor chispeante de Antonio hace sonreír al lector cuando, al denunciar que, ante unas elecciones, los políticos utilizan el sistema para su enriquecimiento personal, extiende su crítica a todos y cada uno de nosotros con la simple frase: ‘Pero, qué contesto al fontanero, ¿con IVA o sin IVA?’.

Efectivamente es el sistema lo que no funciona. ¿Por qué? Porque educa al individuo en el miedo para que pierda su libertad y aquí el poeta no transige, preconiza la rebelión contra la intimidación. No sería poeta si no quisiera abrir la jaula en que transcurre la vida de tantos seres humanos.

El sabor humano del recuerdo nos devuelve a la intimidad del autor y del lector: de cada uno de nosotros. Un recuerdo que en el presente libro funciona como el hilo central sobre el que están prendidos como cuentas la mayoría de los poemas. ‘Ya no es fácil vivir… y casi nunca es alegre.’
No obstante, se diría que el infarto hace reaccionar al poeta, que intenta alcanzar un equilibrio vital y existencial a través del olvido indoloro del pasado y del propósito de no sufrir por los futuros amores. Todo ello no hace sino confirmar que el afecto es la columna vertebral de esta obra, lo que queda de manifiesto poco después cuando Antonio expresa su admiración a ‘los amantes de un día’, por pegarse un tiro en una pensión para inmortalizar el instante del amor.

Así, entre nubes y claros pero siempre mirando al cielo transcurre el libro, aunque sin perder de vista la tierra, de forma que en el poema titulado ‘Milord’ el poeta alude, con ecos de Verlaine, a la caída de un inútil señorito muy aficionado a las putas y el resto se sobreentiende. Para soportar ciertas realidades, se nos dice, hay que estar ebrio. La vida, a veces, es una línea quebrada, una pérdida de sentido, una carga insoportable. Hay que estar atentos a los cambios de viento.

Hablando pues de los cambios de viento y del arte de conseguir un refugio frente a ellos, el poema titulado ‘Por la noche’ compara al hombre con el niño, ambos regresando a su casa, uno con gesto abatido, el otro temblando, los dos tal vez la misma persona en busca del
hogar, una de las claves fundamentales, como ya dijimos, del libro.

Volviendo al mundo de lo cotidiano, el episodio narrado en el poema titulado ‘Aquella vecina’ describe cómo el autor tras ser descubierto en la contemplación de la referida mujer, formalizó con ella una relación ‘que dura ya cincuenta años y tres hijos’. El poema anima al lector con la constatación de la sencillez de la existencia diaria como fuente de vida. La salvación, parece decírsenos, está en hacer realmente nuestro lo que nos completa como personas. Convertir en nosotros a lo que nos rodea y no viceversa.

En el capítulo de las sorpresas nos aguarda un elogio de la soledad, no como fuente de inspiración sino de sosiego y paz consigo mismo y con el mundo. Como dice más adelante: ‘Nuestro camino lo hemos convertido en poesía’. La poesía considerada la sombra que el poeta proyecta sobre el sol de la vida. ¿Cabe mejor compañía?

El poema titulado ‘Una mirada nostálgico-profética’ encierra una nueva sorpresa: un canto a la brevedad de la vida desde el espejo del cuarto de baño. Desde que lo leí, no he dejado de ver reflejados en mi propio espejo cada mañana todos los momentos de mi existencia.

‘¿Todo cabe en unas manos vacías?’ se pregunta Antonio, o pregunta al lector, más adelante y la respuesta es que la generosidad es el secreto de la dicha. ‘Reparte tus cosechas y vacíalas.’ Generosidad y desnudez están muy presentes a lo largo de toda la obra. A veces Antonio se vuelve evangélico, aunque también podría decirse budista. En cualquier caso ético, lo cual es muy de agradecer en nuestro tiempo de ligereza, vanidad y descreimiento.

No rehúye el autor la referencia a problemas sociales con los que también topamos en nuestro día a día, como el de los emigrantes. El poema ‘La estrella que los guía’ nos recuerda que toda la historia de la humanidad es en realidad una historia de emigraciones. Por otra parte, la estrella del poema recuerda a la de los Reyes Magos. Queda claro que las emigraciones, tanto en el sentido literal como en el simbólico, ocurren desde el principio de los tiempos y entonces ¿cómo evitarlas ahora? ¿Con fusiles?

En la línea humorística que acostumbra se refiere Antonio también a un tema que todos reconoceríamos en nosotros mismos, pero que suele ser tapado por la droga de la cotidianeidad: el instante que cambia una vida. En este caso se pregunta el poeta cuántas probabilidades había de coincidir con la mujer que luego fue su esposa. La respuesta es casi ninguna, pero sucedió porque la vida de cada uno tiene mucho de milagrosa, aunque hace falta ser poeta para apreciarlo.

La importancia de la poesía para despertar al hombre de la presión adormecedora de la cotidianeidad queda asimismo plasmada en ‘Una escena cotidiana’, que recoge el drama de las ideas que escapan de la mente, antes de poder ser fijadas ¡y uno fluye con ellas! El poema da nombre al poeta.

Pero no sólo el poeta, también el hombre puede ser rescatado del vacío. Una forma de mirar puede convertir una vida en una nueva experiencia. En otra muestra de humor, el poeta, refiriéndose a un desengaño amoroso, dice: ‘Como las lagartijas te entregué mi apéndice caudal inservible. Ahora, por fin, soy feliz…’

Al final del viaje al interior de su autor, que supone la lectura de este libro, topamos con dos poemas fundamentales. En el primero de ellos exclama: ‘¿Por qué escribo poesía?’ y con su típica modestia responde que lo hace para no desilusionar a los amigos. Evidentemente no opina, como Sartre, que el infierno son los otros y el lector no deja de agradecérselo en estos tiempos tan poco humanos.

En el segundo de los poemas: ‘Para que…’ Profundiza en el concepto de que uno se encuentra a sí mismo en los que lo aman y finaliza el libro manifestando que la presentación de sí mismo que más recuerda es aquella en que dijeron: ‘Y éste es Antonio Machado, nuestro Antonio Machado.’

Pues bien, he aquí nuestro Antonio Machado y con toda seguridad el lector podrá también decir: ‘He aquí nuestro libro.’

 

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Escrito por

Archivo Entreletras

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