La palabra “Universo” procede de la voz latina universus. Está compuesta de otras dos: unus, referido a la unidad, que apunta la unidad única que contempla un conjunto de cosas relacionadas; y de la también voz latina versus, participio pasado del verbo vertere, indicativo de un movimiento giratorio. Así, en su sentido etimológico, “Universo” significaría algo así como «el uno y lo que lo compone». En casi todos los idiomas se emplea este vocablo para referirse al conjunto de todo lo existente. En los tiempos más recientes, a partir de esta palabra, se han popularizado dos nuevos vocablos, multiverso y metaverso.
Tiende el mundo actual a creer que, en lo fundamental, ya se sabe todo sobre el universo, el ser humano, la vida, el planeta, el sistema solar, etc. Un planteamiento éste que debe tomarse con grandes cautelas, en razón de su extremada ingenuidad. Los hombres del siglo XXI saben muchas cosas, pero solo en comparación con lo poco que sabían hace 2.500 años o más. El conocimiento y los saberes del hombre han aumentado mucho en los dos últimos milenios de una especie, que data sus primeros restos en hace unos 300.000 años. Pero los saberes y las ciencias son aún muy exiguos, tanto, que ni siquiera se es capaz de definir con alguna precisión los límites y alcances de esos mismos saberes.
A pesar de los gigantescos desarrollos y avances experimentados por la física en las últimas centurias, esta ciencia no ha conseguido sino dejar más incertidumbres que certezas, en general, y en la cosmología y en la astrofísica en particular. Los grandes descubrimientos de la física, especialmente en el ámbito de la astrofísica, no han servido para mucho más que para subrayar la escasez y las limitaciones de los saberes del hombre, y apenas ha conseguido dejar cerrado y definitivamente resuelto casi problema alguno de los importantes. Sigue vigente el viejo dicho clásico de “cambiaría el 100% de lo que sé por el 10% de lo que ignoro, en la seguridad de obtener una ganancia colosal”.
La exploración científica del final del universo, solo fue posible tras la formulación de la Teoría de la Relatividad General de Einstein (1916), inspirada en la física cuántica de Planck (1900). La obra de Einstein permitió describir el universo a su mayor escala y superaba la mecánica clásica de Newton y la teoría electromagnética de Maxwell. Pero tenía un problema: las ecuaciones de la relatividad general para describir el universo tenían varias soluciones posibles, a cada una de las cuales correspondería un diferente “final del universo”. Sobre esta base, Friedmann, en 1922, y Lemaître en 1927, sentaron las bases de la Teoría del Big Bang, que sostiene que el universo se encuentra en expansión desde una primera y colosal explosión inicial.
Debe advertirse que los estudios sobre el “final” del universo encierran un equívoco que debe identificarse para evitar confusiones: “final del universo” puede significar la interrogación sobre los confines del universo, pero también puede referirse a la conclusión -si es que la tiene- del universo actual, de su acabamiento y “destino final”. Ambas acepciones se combinan y enlazan en los estudios científicos actuales. El asunto no es simple: si el universo se expande, ¿dónde lo hace?, el universo en expansión ¿es todo el universo, o es sólo la parte del universo que el hombre puede percibir, del modo que sea?, junto al universo actualmente conocido, ¿qué hay?, ¿quizá otros universos?, y si no pueden detectarse, ¿qué podemos saber acerca de ellos?
En 1931, Hubble publicó sus conclusiones a las observaciones realizadas sobre determinadas estrellas, en galaxias lejanas, confirmativas de la idea de la expansión del universo. Desde entonces, el principio del universo y su posible final han sido objeto de estudio en la investigación científica. Frente a la teoría del Big Bang de Lemaître (1927), sobre el origen del universo, Hoyle formuló en 1948 su teoría opuesta del universo estático, o Teoría del Estado Estacionario. Ambas teorías compitieron hasta el descubrimiento, en 1965, del fondo cósmico de microondas, consecuencia de la teoría del Big Bang, que permitió descartar la teoría estacionaria. Actualmente, la teoría del Big Bang es la tesis científica sobre el origen del universo que más apoyos teóricos y experimentales tiene y es de general aceptación.
Las teorías sobre el destino final del universo varían, pero todas se formulan en base a su posible forma. Esta se puede determinar en función del denominado parámetro de densidad (Omega, Ω), que es la densidad de materia media del universo, dividido entre un valor crítico de esa densidad. Esto permite pensar tres posibles formas, dependiendo de si Ω es igual, menor o mayor que 1, y que son: universo cerrado (Ω>1), de forma esférica, abierto (Ω<1), de forma hiperbólica, y plano (Ω=1) de forma euclidiana. Tres formas referidas a la geometría global del universo, no a la curvatura del espacio-tiempo causada por agrupaciones de masa, como galaxias y estrellas.
El fin del universo se produciría, en casi todas las previsiones de la astrofísica y la cosmología, excepto en una, por causa del creciente enfriamiento y pérdida de energía, que determinaría incluso una explosión final, inicio de un nuevo Big Bang recreador. Pero hay un caso en el que el universo no tendría necesariamente final: la hipótesis del multiverso, referida al conjunto de universos paralelos. Así, aunque el universo en que vivimos pueda ser finito, es solo uno de los millones que existen. La física del multiverso les permite existir infinitamente, lo que posibilita referirse a ellos como universos paralelos, sucesivos o simultáneos, que pueden coincidir y coexistir, no solo en diferentes lugares, sino en tiempos, materias y dimensiones dispares.
La hipótesis de finales de los años 60’ del siglo XX, de la posible existencia de múltiples universos disparó la imaginación y la fantasía de quienes seguían los desarrollos científicos de la física y hasta entre el gran público. Fue en un género literario menor, la ciencia-ficción, donde nació la voz metaverso. La palabra “metaverso” apareció por primera vez en una novela menor, Snow Crash, publicada en 1992 por un autor igualmente menor, Neal Stephenson. Este, acuñó la idea de metaverso como sucesor de internet, pero un internet constructivo de realidades virtuales que se desarrollaría en el futuro. La novela recrea un universo paralelo y el metaverso era un mundo virtual ficticio o un espacio virtual colectivo y compartido, fabricado ad hoc.
Valga esta revisión del origen de multiverso y metaverso y de sus implicaciones con el desarrollo de las ciencias, especialmente de la física, para situar en su contexto determinados y recientes lanzamientos comerciales: el mercado del metaverso. Quedan lejos los primeros instrumentos de acceso a realidades virtuales, como las primitivas “gafas de realidad virtual”, y las realidades virtuales empiezan a comercializarse en serio. El metaverso presenta también una importante faceta de evasión de la realidad, pues se combina con videojuegos. Mark Zuckerber, creador en 2004 y propietario de social Facebook, impulsa un modelo de sistemas de realidad virtual y universos paralelos que denomina metaverso, que se desarrollará desde el propio Facebook.
Actualmente, el metaverso es principalmente una incipiente actividad mercantil, productiva y comercial, muy en auge en sus desarrollos, conectados con el de los videojuegos. Según se oferta en internet, las gafas de realidad virtual han evolucionado y se venden ya cascos de realidad virtual bastante más complejos y efectivos. Incluso, se puede comprobar en internet como se desarrollan y comercializan las más variadas aplicaciones informáticas de realidad virtual –metaversos-, a veces como videojuegos, para uso individual y de grupos y comunidades, y hasta para su utilización por empresas y explotaciones de todo tipo. Un negocio con futuro en ciernes, sin duda.