Estrenada el pasado viernes 3 de febrero de 2023
Llega a nuestras pantallas la esperada película del realizador angloirlandés Martin McDonagh que lleva por título ‘The Banshees of Inisherin‘ (Almas en pena de Inisherin) y nos llega avalada por unas excelentes críticas.
Tras ganar tres Globos de Oro, ahora se perfila como una de las favoritas a alzarse con los Oscars con un total de nueve nominaciones.
A estas alturas no es una novedad el reconocimiento de McDonagh en los festivales internacionales: ya en el 2008, con su primer largometraje ‘Escondidos en Brujas’ –donde trabajó por primera vez con Colin Farrell y Brendan Gleeson, los dos actores irlandeses protagonistas del reparto de ‘Almas’– fue nominado al Óscar por el mejor guion y, años más tarde, ganó su primer Premio Osella en el Festival de Venecia y tres premios BAFTA con el film ‘Tres anuncios en las afueras’ (2017).
‘Almas en pena de Inisherin’ nos cuenta la historia –en la Irlanda del año 1926, con el telón de fondo de las escaramuzas del Ulster– de una amistad rota a través de las figuras de dos pobres diablos que viven en Inisherin, una isla de la costa oeste de Irlanda. Un buen día, Colm –cansado de su amigo Pádraic –no quiere saber nada de él y decide retirarle el saludo lo que traerá de cabeza no solo a ambos sino también al resto de los pintorescos personajes que les rodean, desde Siobhán –la hermana de este– a Dominic–un adolescente de cortas entendederas– que tratarán de mediar, sin éxito, en el conflicto. Con esta sencilla anécdota como punto de partida, McDonagh nos ofrece un drama con matices de comedia negra lleno de implicaciones, con momentos de alta tensión –que ponen los pelos de punta a cualquiera– aligerados con oportunos gags del más puro humor británico. El drama puede ser íntimo, pero el alcance acaba por ser planetario.
La reflexión sobre la amistad, con algunos ramalazos existencialistas, dota al film de una hondura inesperada. Llevando la contraria a Cicerón, McDonagh –experto en llevar la contraria a las auctoritas– defenderá que la amicitia y el concepto de utilitas van de la mano, por cuanto que Colm manda a paseo a Pádraic por la sencilla pero determinante razón de que le aburre. Y aunque las consecuencias de tal resolución puedan llegar a parecernos inverosímiles o excesivas no debemos pasar por alto que el aburrimiento llega a desencadenar acciones impulsivas sin sentido, que incluso pueden poner en peligro nuestros propios intereses. Si el poeta Leopardi veía en él la experiencia de la nulidad de todo, Heidegger opinaba que el ente ya de por sí bastante oneroso, en el estado de aburrimiento es donde se nos manifiesta de la manera más opresiva, por lo que no cabe la frivolidad en la repentina «náusea» sartreana de Colm.
El film tiene el sello inconfundible de McDonagh, que se formó como dramaturgo en la escena británica donde alcanzó celebridad con obras que ironizaban y enfatizaban tanto los aspectos de la vida rural irlandesa, como su particular poesía, siguiendo los dictados del Teatro de la Crueldad y de su adorado Harold Pinter, lo que acabó por colgarle el sambenito del enfant terrible durante unos polémicos comienzos profesionales que finalmente le acabarían, contra todo pronóstico, abriendo las puertas de la mismísima Royal Shakespeare Company en 2001. McDonagh aprovecha muy bien sus conocimientos escénicos para estas ‘Almas en pena’ y le saca un buen partido a la vertiente extrema del citado teatro de Artaud, la llamada técnica In-yer-face, que destaca el lado más violento y grotesco para captar la atención del espectador, lo que trasladado al film le confiere a este un ligero toque gore. En el otro extremo, la puesta en escena es de una austeridad beckettiana tan prístina que la acerca a los estilemas del cine de Dreyer, sobre todo en los pasajes impregnados de misticismo.
Las dos trilogías teatrales irlandesas de McDonagh –‘The Leenane Trilogy’ y ‘The Aran Islands Trilogy’– consiguieron incendiar las carteleras de la época y resultan interesantes porque marcarán, a su vez, la dirección de sus futuros trabajos ya para el cine. De hecho, la última pieza de esta serie, ‘The Banshees of Inisheer‘–que nunca sería editada porque no la consideró entonces lo bastante buena– viene sin embargo ahora a estar en la base del guion de la película que acaba de llegar a nuestro país.
El realizador ha declarado que “lo que queríamos capturar en la película era la belleza de Irlanda y su cine” y “hacer una de las películas irlandesas más bellas que pudiéramos hacer”. Si pensamos en todos esos beneméritos propósitos que McDonagh se había impuesto es inevitable que nos venga a la cabeza una película que los reúne todos y que ya está hecha desde la década de los 50 del pasado siglo. Naturalmente nos estamos refiriendo a ‘El hombre tranquilo’ del maestro John Ford, por lo que parece que el airado angloirlandés ha pretendido seguir el alucinante ejemplo del Pierre Menard borgiano que quería reescribir nada más y nada menos que El Quijote. El asunto tiene su enjundia, sin embargo, como veremos.
La alusión al escritor de los espejos no es casual por cuanto que McDonagh ha ideado un juego especular tan sofisticado – “una realidad atroz o banal” – que abre en la película un sinfín de niveles de lectura tan sutil que puede pasarnos desapercibido. Podríamos incluso aventurar que ha cogido la historia de Ford y –en un arriesgado salto al vacío– le ha dado la vuelta como a un calcetín. En ese circense “más-difícil-todavía” ha transmutado ‘El hombre tranquilo’ –que encarnaba John Wayne– en su contrario, es decir: en “el hombre sin atributos” que aquí encarnan a la perfección tanto Colin Farrell como Brendan Gleeson, en una disociación que tiene mucho de desconcertante lance de identidades complementarias. Es decir, que ha intentado indagar en la cara oculta de la epopeya del héroe fordiano descubriendo sus fisuras en la contrafigura del drama doméstico y sentimental del anti-héroe: la consecución del éxito personal del esforzado protagonista –a través del mérito de sus acciones– se sublima o es degradado en una seudo-épica devaluada de perdedores irredentos. ¡Un desafiante tour de force made in McDonagh!
La apuesta no deja de tener la misma intención –aunque en otra dirección– que la que buscaba el nostálgico ‘Innisfree’ (1990), aquel documental que hiciera José Luis Guerín como tributo a la obra maestra del norteamericano. En los dos panegíricos fílmicos encontraremos el Eire agreste de la bucólica isla Esmeralda con toda su parafernalia, desde las erizadas cruces cristianas y celtas hasta la inevitable taberna del irlandés donde los parroquianos trasiegan sin límite litros de pintas de cerveza negra y grandes dosis de whisky, enfrascados en sus interminables peroratas ebrias mientras suenan pimpantes los violines de las canciones folklóricas del lugar. Pero más allá de los códigos del indispensable color local –con el sabor gaélico de rigor incluido– lo importante es que tanto la película de Ford como la de McDonagh están ambientas en el mismo condado de Galway y ambas se mueven también en el mismo registro del género de la comedia costumbrista. McDonagh –siguiendo idéntico criterio que el magister– inventa el topónimo Inisherin de igual modo que el ficticio Innisfree, apelativo de un lago, enmascaraba el nombre real de la localidad de Cong, que fue donde instalara las cámaras Ford. La homofonía de los dos lugares es tan evidente que no deja lugar a dudas sobre el paralelismo buscado pero la cosa no se queda ahí.
Como recordaremos, en ‘El hombre tranquilo’ había un triángulo –constituido por John Wayne, Victor McLaglen y Maureen O´Hara– que replica McDonagh, convenientemente remozado, entre Colin Farrell, Brendan Gleeson y Kerry Condon. Wayne era un ex boxeador norteamericano, que regresaba a su Irlanda natal para recuperar su granja y olvidar su oscuro pasado y allí se enamoraba de O’Hara, pero se las tenía que ver con la férrea oposición de McLaglen, el hermano de esta, con el que acabaría por tener una gran amistad. En la “versión” de McDonagh se invertirán algunos elementos, conservando otros: el papel protagonista pasa al opositor, en este caso a Farrell, cuya hermana (Condon) no siendo requerida por Gleeson –aunque la pulsión sexual se masca en el ambiente– sí es sin embargo la misma mujer enérgica y resuelta que interpretaba O´Hara. La vivienda con tejado de paja donde reside Condon con su aniñado hermano es una copia exacta de la casa en la que vivía la prometida de Wayne.
El papel de este se desdibuja entre los tres actores de McDonagh, contaminándolos a todos con su inmenso carisma, a pesar de que Gleeson tiene un asombroso parecido físico con el Wayne crepuscular de ‘El pistolero’, luciendo un sombrero que sugiere el icónico hardee hat del cowboy. Farrell por su parte va a recurrir en ocasiones a los gestos faciales del mítico también Stan Laurel, lo que emparenta inequívocamente a esta extraña pareja de dos hombres y un destino con las ya legendarias de otro género de cine –la buddy movie, en la larga tradición del Gordo y el Flaco–, transgrediéndolo también como no podía ser de otro modo tratándose de creador tan díscolo como McDonagh
Si bien en ‘Almas en pena’ ninguno de los personajes llega a la isla desde el exterior, será sin embargo la hermana de Farrell, Condon, la que haga ese contra-viaje de “regreso” frente al de Wayne (centrípeto vs. centrífugo); la amistad que nace entre este y McLaglen –al final de la película– será de igual forma subvertida por el realizador siendo el punto de partida de la nueva “versión” de este, en la ruptura de la relación al comienzo entre la pareja de amigos, con lo que también se establece un “viaje de ida y vuelta” siguiendo asimismo la trayectoria inversa a la de Ford. Además, la pelea “silenciosa” entre Farrell y Gleeson reconstruye con un lenguaje distinto, a contrario sensu, la antológica pelea a puñetazo limpio entre Wayne y McLaglen recorriendo también a su manera todo el pueblo. Si como dijera en su día el crítico A.H. Weiler en el New York Times sobre ‘El hombre tranquilo’: «La llamativa comedia romántica irlandesa de Ford esconde algunas ironías profundas en su nebulosa recreación nostálgica del sueño de un exilio» en ‘Almas en pena’ podríamos hablar del desarraigo existencial de sus personajes caracterizado por el irónico exilio interior de Farrell y Gleeson, en sus respectivas cruzadas personales.
Para abundar más en el juego de identificaciones entre las dos películas, debemos añadir al triángulo protagonista un personaje secundario que pese a su condición subsidiaria logra darle un inolvidable plus emotivo de sensibilidad a ambas historias. Si en Ford este papel corría a cargo del magnífico Barry Fitzgerald, en su soberbia interpretación del borrachín casamentero que defendía al IRA, en la de McDonagh nos encontraremos con el no menos magnífico Barry Keoghan, que hace del “tonto del pueblo” con tal maestría que se mete al espectador en el bolsillo (por cierto, el actor es también boxeador en la vida real, como John Wayne en la película de Ford).
Pero si hay un aspecto de capital importancia, que redondea la propuesta de McDonagh, no puede ser otro que el que determinaba el destino de Wayne en su promesa de abandonar el uso de sus puños como consecuencia de la muerte de un hombre a sus manos: promesa que rompe cuando se vea en la necesidad de volverlos a usar para hacer frente a McLaglen. Este detalle en la castración simbólica del antiguo púgil va a ser replicada por el angloirlandés con tal inteligencia que acabará por darle a la película el giro necesario para que el homenaje a la gran película de Ford no se quede en un bienintencionado remake por muy sui generis que este sea. Aquí es donde McDonagh –y no solo en su audaz relectura de los códigos y los géneros– nos da una inapreciable master class no ya de cine sino de dramaturgia puesto que además él es el responsable del sólido guion de la cinta. Por si fuera poco, el fantasma del “hombre muerto” vendrá a sobrevolar asimismo la trama de ‘Almas en pena’.
En el apartado técnico el equipo es ejemplar. La fotografía de Ben Davis –en el retrato veraz de los paisajes idílicos de la isla– no tiene nada que envidiar a la que Winton C. Hoch y Archie Stout mimaron para ‘El hombre tranquilo’ y la banda sonora de Carter Burwell –aunque no llegue a igualar el sinfonismo de Victor Young– consigue momentos de gran belleza en su eficaz apropiación de las cajitas de música infantiles del cine de terror para darle un tono inquietante a las escenas más sombrías.
McDonagh entiende, como sabía Víctor Erice, que las imágenes de una película no deben ser simplemente bellas, deben ser necesarias, deben ser las justas, por eso la preciosa fotografía de Inisherin no muestra únicamente sugerentes paisajes verdes con intenciones esteticistas, sino que está dramatizando el relato para subrayarlo siendo coherente con el objetivo que se propone. La hermosa bahía de Keem como perfecta metáfora de esto será la que se muestre en el cartel de la película.
En definitiva, estamos sin duda ante la película más interesante de la temporada: con unos actores formidables e intensos, en auténtico estado de gracia, que bajo la caricatura y el nonsense de la que a ratos pueda hacernos recordar los de una sitcom televisiva –otro acertado guiño de McDonagh– no pueden ocultar sus profundos latidos emocionales. El resultado final combina impecablemente un arrebatado lirismo y una perspicaz indagación de la naturaleza humana.
¡Amigos, no dejen escapar estas almas en pena que vagan espectrales por nuestras pantallas!