noviembre de 2024 - VIII Año

Italo Calvino en el centenario de su nacimiento (y II)

Salvaguardando y divulgando su legado intelectual y literario

Como muchos otros, he descendido a los infiernos y, como algunos, salí  en parte.
Michel Leiris

Sobran razones para leerlo y releerlo

Italo Calvino en ocasiones es desasosegante, más en todo caso, inteligente y lúcido. De los muchos motivos por los que merece la pena adentrarse en su territorio voy a indicar algunos, sin pretender agotarlos, lo que sería una tarea casi irrealizable. Lo hago, eso sí, para que se aprecie que puede abordarse desde diversos puntos de vistas y ópticas diferentes.

Cumple sobradamente los ‘cuatro mandamientos’ enunciados por el novelista y diplomático Juan Valera: austeridad, cultura, trabajo y tolerancia. Me ha parecido oportuno traerlos a colación pese a las evidentes diferencias existentes entre ambos.

Tenía olfato, tenía instinto para captar lo irreductible, aquello que irrumpe de repente y que pasa a condicionar nuestras vidas. Tenía un lado obscuro más a la hora de expresarlo la ironía y la parodia actuaban, si no siempre como disfraz si al menos como amortiguador.

Era un intelectual solitario y sin miedo a exponer lo que pensaba. Creía que era un deber arremeter contra las falacias arraigadas, aunque solo fuera para airearlas y ventilar un poco el ambiente.

Hay creadores que tienen la fuerza, la intuición y la capacidad de modificar, aunque sea ‘sui generis’,  el código o los códigos literarios heredados. Es un acierto de envergadura enfrentarse a la superstición tecnológica, desenmascararla y poner de manifiesto los peligros que acarrea. Fiel a sí mismo, considera que es puramente una estupidez aceptar que lo mejor es siempre lo nuevo.

Los desastres históricos –los pasados y los presentes- condicionan enormemente nuestras vidas y nuestro modo de ver la realidad. Por eso, el escritor que trata de escapar a su tiempo se deja arrastrar por una pendiente peligrosísima y quienes como Calvino le hacen frente, desde mi perspectiva, constituyen un ejemplo a seguir.

Para quienes vivieron bajo la bota del fascismo mussoliniano y los efectos demoledores políticos, económicos y morales de la Segunda Guerra Mundial un cierto y controlado desorden es liberador, si bien no conviene confundir, como hacen algunos, desorden con libertad.

Cuando se hace éticamente irrespirable lo que se ve, lo que se oye, lo que se palpa, y hacia dónde nos conduce tanta dejadez, tanta manipulación y tanta sumisión, transgredir es no solo un deseo sino una obligación moral para quienes observan críticamente la realidad. Italo Calvino utiliza recursos y subterfugios para escapar alegóricamente de ‘las leyes de plomo’ de unos hábitos culturales petrificados.

Existen intelectuales, ensayistas y novelistas que captan “el malestar de la cultura en el momento histórico en que viven, así como lo que nos deshumaniza y nos desorienta.

Es asimismo, otro dato de interés, intuir que están cobrando fuerza poderes que no dan la cara pero que orquestan manipulaciones, tendentes a que los ciudadanos dejen de percibir críticamente la realidad que viven, que es tanto como decir que se debilite el afán de verdad.

Decimos que la luz nos ilumina cuando es mucho más cierto que metafóricamente, las tinieblas se extienden por doquier. Una de sus consecuencias, pero no la única, es el obscurantismo. En este contexto los valores de la Ilustración son marginados y arrinconados. El ‘tener’ se aprecia más que el ‘ser’ y un consumismo, cada vez más desenfrenado, evita que nos ocupemos de otras cosas. La igualdad, retrocede de forma alarmante y la convivencia por debajo de una capa de desinformación, manipulación e hipocresía se prostituye y alienta rencores y violencia.

La información se mercantiliza. Este proceso creciente parece no tener fin, lo que debilita el sistema democrático convenciéndonos de que nada va a mejorar y difundiendo miedo y fatalismo y haciéndonos cada día más inseguros hasta el punto de que muchos prefieren ya un orden impuesto que les proporcione una falsa sensación de seguridad a las libertades cívicas que tanto ha costado conquistar.

En unos tiempos –como los suyos y como los nuestros- en que se demoniza el pensamiento crítico, tiene un enorme valor e interés denunciar, implacablemente, a los dogmáticos y a los intolerantes, si bien recurriendo a menudo a un lenguaje figurado y a parodias llenas de ironía que actúan como un bálsamo contra el terror y la inseguridad.

Todo esto y mucho más, se puede constatar en las páginas de sus libros. Un escritor de raza y Calvino lo es, nunca ha de retirarse, en sentido figurado, a sus cuarteles de invierno.

Gusta de sonreír enigmáticamente y de dejar caer que en ocasiones los muertos ganan batallas y que de forma simbólica la imaginación sobresale por encima de la brutalidad y el afán de dominio enfermizo que, sin embargo, simbólicamente tiene las manos vacías.

En docenas de sus páginas los poderes en la sombra son doblegados simbólicamente por la fuerza de la razón, aunque se presente de un modo alegórico. Algunos consideran, seducidos por tanto sueño consumista y tanta colonización cultural, que es incomprensible todo lo que no comprenden, negándose a valorar la flecha simbólica, en doble dirección, que une y separa realidad de ficción.

La ficción es, a veces, un modo de descifrar la realidad. En sus páginas también tienen cabida aquellos elementos que invitan a practicar diversos niveles de lectura. Lo fabuloso, lo absurdo, son un camino que no solo desemboca en la realidad, sino que ofrece diversas posibilidades de contemplarla. Probablemente, los lectores que no comprendan que los textos de Italo Calvino ofrecen más de un nivel de lectura… no descifrarán nunca las claves que describe para interpretar la realidad. Aviso para navegantes: lo que parece absurdo no lo es tanto.

El que experimenta tiene no poco de funambulista

Algunas victorias ni son gloriosas ni recordadas; pero algunas derrotas
pueden llegar a ser leyendas, y de leyendas pasar a victorias.
Ana María Matute

Para Italo Calvino la reflexión sobre el lugar que ocupa el intelectual en la sociedad, fue un motivo de reflexión constante, al que fue dando respuestas, eso sí, con variantes y matices que se van enriqueciendo con el paso del tiempo. Permanece invariable en el tiempo la idea de que el escritor ha de saber captar ‘el caos de la realidad’ y expresarlo de modo que dé sentido a nuestra existencia.

Encuentra nuevas herramientas y nuevas perspectivas de trabajo en diversos géneros que van desde aventurarse en distintos campos de la ciencia hasta moverse en el terreno de la ciencia ficción.

Es oportuno indagar hasta que punto razón y ciencia modifican o pueden modificar la relación del hombre con el mundo. Posteriormente disfruta adentrándose en lo que algunos críticos han denominado ‘juegos combinatorios’. Tal vez, por eso, llega a rozar la neo-vanguardia sin penetrar demasiado en su espacio.  Es patente, sin embargo, su actitud atenta hacia las nuevas corrientes como el estructuralismo y la semiología.

Suele ser de extrema utilidad conocer los autores que han contribuido a propiciar estos cambios en sus concepciones literarias –siempre más aparentes y superficiales que reales-. Habría que citar a Roland Barthes, Umberto Eco y en el terreno exclusivamente literario a Jorge Luis Borges y su capacidad creadora para inventar mundos ficticios que, en sentido figurado, muestran tantas batallas perdidas del mundo real y a Laurence Sterne, cuya deuda reconoce explícitamente en diversas ocasiones. Donde, en una línea hermenéutica podemos constatar que lo absurdo remite a lo cotidiano, incluso a lo histórico.

Un castillo y unos viajeros que han perdido el habla pueden contarse historias a través de las cartas del tarot. Por otro lado, el castillo y el protagonismo que adquieren las historias tienen un carácter metaliterario y una atmosfera en cierto modo, kafkiana. Naturalmente me estoy refiriendo a El castillo de los destinos cruzados, que data de 1973.

De la que la crítica ha considerado su etapa final, destaca Las ciudades invisibles, de 1972, donde Italo Calvino despliega sus recursos imaginativos de forma  planificada, concienzuda, vibrante y  bellísima. Es difícil que el lector no quede atrapado en sus juegos combinatorios. Si hubiera que destacar una obra de Calvino elegiría ésta, sin duda. Vincula pasado y presente hasta el punto de que, en cierta medida, es una recreación de El libro de las maravillas de Marco Polo. Me sigue fascinando que las ciudades que el veneciano describe, solo existen en su imaginación. Es patente que la realidad se crea con palabras y a base de palabras.  El narrador puede poner en pie mundos. Dan mucho de sí las cincuenta ciudades creadas por la imaginación desbordante de Marco Polo, detrás del cual está la sonrisa enigmática de Italo Calvino.

Las fantasías pueden producir desasosiego al cobrar vida y al resucitar viejos fantasmas que, bajo otras formas, reaparecen en nuestro presente. Italo Calvino, con precaución, con sutileza ofrece al lector una visión de ‘sociedades enfermas’ que son las de ayer y pueden ser las de hoy. El diagnostico es claro: hay que derribar lo podrido y dar consistencia a lo que humaniza e infunde aliento vital.

Quizás por eso, hay que encontrar unas ‘nociones de orden’ que permitan superar ese estado moralmente ruinoso en que todo o casi todo está ‘manga por hombro’. Para Italo Calvino escribir es un ejercicio vital que no termina nunca. Escribir es vivir, ser consciente de lo vivido y… plasmarlo en palabras. En ocasiones parece un cazador en busca de verdades humanas que hacer suyas y difundir. Sus evocaciones y metáforas tienen ese sentido en cierto modo cinegético.

La vida es dura siempre lo ha sido. Tiene el buen gusto de evitar y despreciar todo tipo de moralejas, prefiere que ‘las asociaciones’ surjan del propio texto y que cada lector libremente realice las suyas.

La cultura no es circular. No es cierto que repita los mismos tics y los mismos cánones. Para los lectores sus páginas despiertan expectativas y, en cierto modo son adictivas.

Italo Calvino no se deja apabullar por los supuestos dicterios inapelables de los mandarines de la cultura. Muy al contrario, la suya es una escritura de abierta resistencia a lo establecido y, precisamente, por eso auténtica.

La perplejidad tiene un papel y exige su espacio. La evolución de Europa provoca desencanto y es preocupante su falta de ritmo y su cansancio que deja a medias o que margina ‘sine die’, aspectos que tienen mucho que ver con la igualdad y con la solidaridad.

Quizás, por eso, docenas de situaciones y descripciones que encontramos en sus páginas tienen una lectura que podría inscribirse, perfectamente, en lo que hoy denominamos Memoria Democrática.

Su literatura es pesimista, más no renuncia a hacer alegres malabarismos con las palabras. No es incompatible. Reacciona con toda la rotundidad que la inteligencia le aconseja contra la desarticulación social que observa a su alrededor.

Le preocupa y mucho que cada vez se piense menos, que la vida colectiva se vea contaminada por una desvertebración cada vez mayor. En no pocas de sus páginas hay una advertencia hacia quienes no ven en el Estado un garante que posibilite el bienestar colectivo, así como un desprecio hacia lo público y un enclaustrarse en el ámbito privado que limita y empobrece.

Italo Calvino fue plenamente consciente del veneno que esparcen quienes consideran, interesadamente la literatura, como si de una competición de ‘fuegos artificiales’ se tratara. Se doblegan como un junco a las demandas cada vez menos exigentes de los lectores. Naturalmente, son efímeras e intranscendentes, brillan un segundo en el espacio y luego pasan a convertirse en un fiel exponente del vacío cultural reinante. La forma de Italo Calvino de estar en el mundo es exigente y ética,

Alegóricamente, denuncia abusos que ponen al descubierto complicidades y silencios más extendidos de lo que parece. Fue muy italiano, muy europeo y, a la vez, abierto al cosmopolitismo.

Sus obras no despertaron excesivo interés –salvo en Italia- y en el mundo anglosajón, no por casualidad, los estudios y análisis de sus novelas y ensayos son los más numerosos, certeros y con un perfil analítico mayor.

Utiliza todos los recursos que tiene a mano para exponer lo que su ideología, visión del mundo y valores le demandan. Fue fiel a sus ideas y convierte todo lo que salía de sus manos en un testimonio de coherencia

Combatió la zafiedad y la progresiva desintegración del tejido cultural. Denunció   –aunque no siempre fue escuchado- que ‘los sátrapas’ traen inseguridad jurídica y atentan de una forma altamente tóxica contra la convivencia.

En sus textos se aprecia que las sociedades actuales no solo están en crisis sino que son un pozo que se vacía. En su visión del mundo siempre es posible, encontrar de forma, más o menos camuflada, la metafísica que una y otra vez reaparece.

Italo Calvino tiene su propio ‘código’. Ese código es la ‘llave’ de un alfabeto que nos permite leer con ojos nuevos lo que está a nuestro alrededor.

Los mitos se desmoronan. Es, por ejemplo, significativo que en 1964 tuvo un encuentro con Ernesto Guevara ‘El Che’ con motivo de un viaje a su Cuba natal. El tiempo, pone las cosas en su lugar. De ese encuentro Italo Calvino describe su melancolía, su decepción y cómo todo lo que no se renueva perece.

Es hora de poner fin a estas consideraciones sobre la actualidad y el modus operandi de Italo Calvino.  En muchas de sus páginas nos hace comprender que la realidad puede abordarse como si de un sueño o enigma se tratase.

En las sucesivas ‘capas de la cebolla’ podemos apreciar que su código literario es comprensible por todo tipo de lectores, realícese una prueba con cualquiera de los tres libros que componen la trilogía de Nuestros antepasados.

Italo Calvino es omnipresente en su intento sistemático de penetrar y desvelar la realidad, más también, el continuo fracaso de esa tentativa. Para aproximarse a ella tiene que recurrir a las herramientas y técnicas que la ficción le proporciona. De ese intento fallido surge una literatura potente, critica, comprometida con los valores del humanismo y sin lugar a ningún género de duda, bellísima.

Lo expuesto no es más que una introducción propedéutica. El centenario de su nacimiento puede y debe servirnos de estímulo para divulgar sus códigos literarios y para apreciar sus hallazgos y premoniciones, muchas de las cuales, el paso del tiempo no ha hecho sino confirmar.

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