noviembre de 2024 - VIII Año

‘La voz oscura’ de Carmen GG

La voz oscura
Carmen GG
Prólogo: Alfredo Piquer Garzón
Diseño de cubierta y fotografía: Andrés García Cano
Ed. Carmen GG, 2022
98 págs.

Bajo el pseudónimo de Carmen GG se esconde Carmen García González, escritora que nació en Madrid y es licenciada en Geografía e Historia por la Universidad de Alcalá de Henares. Su quehacer poético lo viene desarrollando, desde hace años, en el seno de la ‘Tertulia Poética Desván’ de Torrejón de Ardoz, a la que llegó de la mano de su fundador, el malogrado profesor y poeta Fernando Calvo. Pertenece también al ‘Aula de poesia Encuentros’ del Círculo de Bellas Artes de Madrid y colabora con el grupo de teatro ‘Voces de Mujer’, para el que ha escrito las obras dramáticas  Sillas y Adúlteras. Participa con sus artículos y poemas en diversas revistas culturales y antologías.

La voz oscura (Ed. Carmen GG, 2022) es su tercer poemario después de Mis dos almas (Cuadernos de Sildavia, 2013)  y Los sueños del escorpión (Ed. Ayto Torrejón de Ardoz, Colección ‘Tras la Puerta’, 2020).

Hay que empezar diciendo que un poemario como este –dado su carácter de autoedición–,  por regla general, no suele adquirir la visibilidad suficiente como para llegar a las páginas de las revistas de Arte y Literatura como esta. Y es una pena, porque la apuesta poética de Carmen GG tiene interés. Pero las leyes mercantilistas que tristemente gobiernan el mercado editorial no siempre se lo ponen fácil a los autores para que vean publicada su obra porque, desde luego, sus intereses son otros. Ya sabemos que  –en el mundo en el que vivimos– no siempre el precio y el valor van de la mano.

De este modo, muchos proyectos se gafan, quedando unos arrumbado en un cajón, mientras que otros, optan por este procedimiento de publicación a costa de los ahorros de los propios autores y a costa a su vez de la asunción implícita que para ellos supone, en la mayoría de los casos, la condena ineluctable al ostracismo y al silencio. Y no me vale la socorrida observación de que tanto Ruiz Zafón como J.K. Rowling, por no hablar de Joyce o de Valle, se dieron a conocer a través de la autoedición.

Dicho esto, sin dejar de lamentar tal estado de cosas, pasamos a descubrir de dónde sale la intensa  “voz oscura” de Carmen GG, que en lo irónico del título puede ocultar  un solapado guiño a todo lo expuesto anteriormente.

Pero vayamos a lo que nos ocupa. El poeta y profesor  Alfredo Piquer Garzón ha escrito un magnífico pórtico que le sirve de prólogo al libro y que –desde su posición de coordinador del Grupo de Poesía del Círculo de Bellas Artes de Madrid– ha ejercido sin duda sobre él su magisterio, contagiándole esa sugestiva atmósfera de inquietante misterio que denota ya el citado título. Recordemos que Piquer  había publicado unos años antes un poemario con un encabezamiento similar,  Tu oscuro nombre (Cuadernos del laberinto, 2016), al que alude Carmen con absoluta honestidad en la Nota de la autora al final del texto de su propio libro.

No es por tanto casual, pues, esa decidida vocación de la poeta por lo velado, lo inescrutable, lo sordo, lo callado –podríamos decir– si bien ninguno de estos atributos alcanza a caracterizar con rigor todo lo que el adjetivo “oscuro” –en su múltiple y escurridiza polisemia de rica tradición lírica– es capaz de sugerir: de La noche oscura del alma de san Juan de la Cruz a Volverán las oscuras golondrinas de Bécquer,  de los Sonetos del amor oscuro de Lorca a Una mujer desnuda y en lo oscuro de Benedetti.  No es necesario abundar más.

A este respecto, conviene traer aquí  la pregunta  que en la referida ‘Nota de la autora’ se hace Carmen García y en la respuesta que ella misma aventura podemos encontrar nosotros también la nuestra (las cursivas son deliberadas): “¿Por qué leer poesía?, quizá porque en otros, en otras voces, nos encontramos a nosotros mismos, y como muestra unos versos con los que me identifico totalmente del poeta Alfredo Píquer Garzón (…)”, en los que se remite naturalmente a unos fragmentos del mencionado Tu oscuro nombre. Si la réplica del epíteto es patente en la declarada apuesta por el inequívoco color del calificativo, los sustantivos (voz/nombre) sin embargo  –aparentemente tan disímiles–, acabarán encontrando pleno sentido en su misma identificación.  Volvamos a Piquer, que cuando se refería a su poemario apuntaba: “Porque todos los nombres que denominaron hechos, personas, vivencias, sentimientos, se oscurecen poco a poco en la memoria”,  para añadir en otro lugar: “Pero la voz de la memoria es también y casi siempre oscura, y no solo la del mito o la literatura, sino colectivamente es también la voz objetiva de la Historia”, que intencionadamente la autora también ha destacado en la contracubierta de su libro y que tendrá cumplida respuesta en unos elocuentes versos de su poemario: “Porque allí están sus nombres, / en ese horizonte salvaje/ que embriaga mi retina. / Y nada me salva de la oscuridad”.

Ya hemos avanzado, pues,  convenientemente en nuestro propósito: la evocación tanto del nombre como de la voz solo se hará posible desde la memoria, lo que a ambos les otorga el común matiz de lo arcano, multiplicando el binomio en un juego de tres términos al que se le sumará un cuarto que no es otro que el inevitable dolor de la pérdida. Pero no vayamos tan deprisa. Antes queremos traer aquí La voz a ti debida en la que Pedro Salinas establece un afortunado tour de force entre “voz” y “nombre” y no queremos pasarlo por alto. No podría ser de otro modo por cuanto que el nombre y la voz conforman en la tradición poética un tándem  sumamente interesante.  Ambos apelan al lenguaje, desde ámbitos diferentes, eso sí: si la voz se modula –o mejor , se articula– desde dentro de cada uno de nosotros, el nombre –por el contrario– se constituye desde los demás, como algo externo pero íntimo al mismo tiempo.  Si la voz es, pues,  centrífuga el nombre es por tanto centrípeto, pero ambos viven/ conviven en y por la lengua y son subsidiarios de ella. Uno y otra, en su interrelación, pueden llegar a comprometer su equilibrio mutuo, como temía precisamente Salinas cuando cantaba estos versos: “Ni siquiera me atrevo/ a pronunciar el nombre, / por si mi voz rompiera / ese encaje sutil/ labrado por alternos /de sol y luna, rayos, / que es el pecho del aire”. Dicho lo cual, a este equilibrio inestable de arietes aliados –valga el oxímoron– se incorpora como tercera en discordia la facultad de la memoria que, como decíamos, es la que les acaba de modelar en su respectiva degradación paulatina por el inmisericorde paso del tiempo, que cursa siempre con la nostalgia de lo arrumbado como da fe Carmen: “Ajenos a la tragedia, / los alquimistas preparaban sus fardos/ para los nuevos mártires del olvido”.

Y llegados a este punto, sigamos adentrándonos en los versos de la poeta para certificar que todas nuestras conjeturas no han errado el tiro. Para agotar el catálogo de influencias y referencias literarias y así partir del imaginario que asume la autora como canónico, nada mejor que acudir a su poema Lecturas: “Yo me sumerjo en la absenta de Baudelaire / veo la muerte en los ojos de Pavese, / Contemplo la aurora roja de Nueva York imaginando la soledad de Lorca en Alfacar/ e imploro a mi capitán Whitman que me salve, / porque en todos nosotros, susurró Cernuda, / ¡habita el olvido!”, a los que se alía el desesperanzado canto a la esperanza del poeta Matías Escalera para completarse en los versos:  “Venid ángeles, / abrazadme, subidme, /no me dejéis caer/ ni diluirme en el aire”, que asimismo nos permiten añadir a la cosmovisión de Carmen el universo seráfico de Rilke que se replica en el mundo paralelo que –según la autora– sobrevuela intangible el nuestro en “…esa urbe nocturna y febril” en la que los “poetas recorriendo ingrávidos…vagan por los callejones, / alegres profetas de lo efímero/…” con el aludido devenir del  dios Cronos: “me pesan la orfandad y el tiempo”… “porque allí están sus nombres” (nótese la alusión directa a lo onomástico de Piquer).

Ya sabemos algo más: la connotación de lo “oscuro” está en el olvido, en la desesperanza, en el desamparo, siguiendo los pasos de este.  Ya tenemos el arco que Carmen GG va a enarbolar, como diestra amazona, para tensar/ nombrar sus dardos, sus afanes, sus desencantos y sus cuitas. De esa materia evanescente de la que está construida la memoria –en la que late, creemos, también la temida plaga de los geriátricos de nuestra desnortada postmodernidad–, es en la que debe buscar anclaje o asidero –no hay otro– del que “surge el deseo de ser/ más que millones de partículas engarzadas/ formando esto que llamamos cuerpo/…”

El poemario está dividido en cinco secciones (La voz oscura, propiamente dicha; Soñando quimeras; Deseo; Historia y La espera), que no obstante no rompen la unidad temática del libro, si bien la dedicada a la Historia, a través de una serie de fechas memorables, incorpora elementos concretos pero siempre coherentes con el tono general de la obra en su lamento: “Y así seguimos en la ruina de la carne, / destartalada mortaja coleccionando/ cuerpos al final de una pica”.

El acento existencial, mejor que existencialista, no abandona nunca la voz oscura de Carmen, la transfigura en una suerte de ventrílocuo oracular que por momentos se confunde en la prosodia del actante, dando lugar a un género de suplantación que deja claro que el Yo lírico no puede, no debe prescindir de su maltrecha palabra por el mero hecho de que es suya, de que no tiene otra:

“Y sin embargo, sus sonidos/ juguetean entre mis dedos/  cuando el desaliento, sin permiso/ ¡atrapa mi voz!”

Ese es el escenario de la puesta en escena de esta autoconfesión que sobrecoge, que –al abrigo del caudal poético de las palabras– acaba por iluminar en feliz paradoja los recovecos más inaccesibles y sombríos de un sentir nunca críptico pero sí  lleno, sin embargo, siempre de imágenes y metáforas brillantes, con un verso libre rítmico que nunca pierde el compás y que fluye con naturalidad buscando la denuncia, la reflexión, la añoranza, el desconsuelo… en sus aspectos más diversos, en un acercamiento a una realidad que se le hace indigesta.

Esa, a nuestro juicio, es la mayor virtud del libro: aquí es donde Carmen GG es ella misma, liberándose del lastre edípico de sus venerables mentores. Este rasgo en la observación de los pequeños y aparentemente insignificantes detalles cotidianos  –mirada primorosamente femenina, nos parece– le dota a la oscuridad de su voz de voz propia, de reflexión orgánica y autónoma: ese es el centro preciso de donde parte todo el amasijo de nervios palpitantes –que recorre el poemario de cabo a rabo– como un ser vivo, que late, que respira, que grita. Esa es su sustancia lacerante y lacerada, que la autora se complace en abrirla en canal como si estuviera ofreciéndose en un sacrificio ritual propiciatorio: la epifanía a la que la poesía tristemente no nos suele tener acostumbrados, convertida –en estos malhadados tiempos– en un pacato ejercicio autocomplaciente de retórica hueca trufado de almibarados buenos sentimientos.

Como un arúspice –en la voz de la Pitia– que en hilo directo con los dioses y, por tanto, dotada con el don de las lenguas, estaba autorizada a revelar sus secretos más insondables –digamos “oscuros” –, Carmen GG nos abisma en los signos recónditos de su profundo interior. Desde ese hondo ámbito sagrado –fenómeno entre dos luces– es desde el que ejerce su ministerio por obra y gracia de la palabra poética. ¿Quién le podría arrebatar esta autoridad?

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