noviembre de 2024 - VIII Año

‘Preferimos el grito (Antología poética)’ de Matías Escalera Cordero

Preferimos el grito (Antología poética)
Matías Escalera Cordero
Prólogo de Alberto García-Teresa
Colección ‘Tras la puerta’.
Idea, proyecto, dirección y coordinación de Carmen Ortigosa Martín
Diseño: Ángel Gómez Cuadrado
Edita: Ayuntamiento de Torrejón de Ardoz
83 págs.

Este año, que ya toca a su fin, ha traido algunos libros memorables y en esta ocasión recogemos aquí uno de ellos por su excepcionalidad: la última antología poética, Preferimos el grito, del escritor Matías Escalera Cordero, que se ha publicado en la Colección ‘Tras la puerta’, que dirige con mano certera la poeta Carmen Ortigosa y que primorosamente edita el Ayuntamiento de la localidad madrileña de Torrejón de Ardoz a través de su Concejalía de Cultura. La colección nació ya hace unos años –como iniciativa personal de Ortigosa– desde la Tertulia Poética Desván, que había puesto en marcha el malogrado profesor y poeta Fernando Calvo, y de la que ella entonces era su presidenta.

La iniciativa es digna de mención porque no es nada frecuente que una corporación municipal apoye un proyecto editorial que va destinado a compensar las carencias que la industria del sector tiene a la hora de dar voz a las nuevas generaciones de poetas. Por ello, el objetivo de la citada colección no es otro que el de dar cabida a los autores de Torrejón que no llegan a las librerías y al mismo tiempo pertrecharse de títulos de poetas ya consolidados –como el propio Escalera o el también conocido Javier Lostalé, recientemente publicado–, para enriquecer el catálogo con el indisimulado afán de dar visibilidad a tan prometeica empresa. Además, con ello también se lleva a cabo una admirable labor social, puesto que los beneficios obtenidos por la venta de los libros van siempre destinados a diferentes asociaciones locales sin ánimo de lucro. Los poemarios de la colección a su vez pasan a estar disponibles en préstamo en todas las bibliotecas públicas del municipio. A estas alturas hay que alegrarse porque la colección llega a su décimo número, logro nada desdeñable. En la encomiable tarea de dirección y coordinación de los títulos publicados, la inquieta Carmen Ortigosa cuenta con la inestimable colaboración de los poetas Francisco José Martínez Morán y Alberto Vicente Monsalve.

Matías Escalera Cordero (Madrid, 1956) es un escritor que aborda todos los géneros desde la  narrativa a la poesía y el teatro. Su faceta poética se adscribe a la corriente que se ha dado en llamar “Poesía de la conciencia crítica”, junto a nombres como el de Jorge Riechmann.

Preferimos el grito recoge una bien balanceada selección de composiciones de la extensa producción poética de Escalera al cuidado del poeta Alberto García-Teresa  –gran conocedor de la obra del antologado–,  que también ha escrito para la ocasión un prólogo donde se le dan al lector las suficientes claves para adentrarse en la lectura del mismo, en lo que Escalera –parafraseando el título de uno de sus poemas– muy bien podría definir como Prólogo o epílogo para lectores impacientes (o sin tiempo), por su carácter ciertamente iluminador.

El título –Preferimos el grito– que el autor ha escogido para la antología no puede ser más elocuente.  El grito de Matías Escalera no es precisamente el grito de Munch, irreflexivo e involuntario, aunque ambos nazcan del mismo sentimiento de angustia, de náusea en la boca del estómago ante un destino existencial adverso. Pero si el icónico desgarro del pintor noruego es algo visceral y en su arquetipo de máscara de marioneta mueve a la desesperación también podría incluso provocar la hilaridad, aspecto que no se suele destacar, porque  –como postula Henri Bergson en su Ensayo sobre la risa– todo lo rígido acaba por hacer estallar la inopinada respuesta de lo cómico: “…Y nuestro derroche de risas/ y de muecas cortantes”, parece contestar con complicidad Escalera desde uno de sus más lúcidos poemas.

Sin embargo,  el grito de nuestro poeta no nos traslada ni a la desesperación ni a la carcajada, por cuanto que no es un petrificado alarido espontáneo  ni un llanto circunstancial de urgencias: es un grito plenamente consciente que nace de la reflexión, de una convicción social madura con vocación de alegato político –en el etimológico sentido de la palabra “política”–,  de reivindicación de justicia comprometida frente a un capitalismo ciego y mezquino que vela solo por sus propios intereses. “De los adoradores del becerro de oro –ya lo sabíamos– lo suyo es el saqueo/  Y el expolio (¿qué esperar?)…”, nos dice en el poema Lenta es la perfección/ Instantáneo el asesinato.

El grito de Escalera no es tampoco un grito solitario sino solidario, no es el raptus ansioso del hombre aislado y abismado en su lacerante soledad, es el esperanzador grito colectivo y organizado, lo gregario con conciencia de clase –“Preferimos”, en su primera persona del plural, en la que también resuena la paranomasia casi homófona, perfectamente plausible desde lo poético, del pertinente “proferimos” –, con la declarada intención de la protesta, de la necesaria exigencia de lo que nos han arrebatado y de lo que nos siguen arrebatando todos los días, aquí –o en cualquier punto del planeta– /ahora –y en el pasado– que no puede/debe pronosticarnos un futuro tan incierto. Desde la inmigración a las miserias laborales cotidianas, de la violencia doméstica al maltrato de los desheredados, de la injusticia a la crueldad, de la fría burocracia a la deshumanización de las leyes del mercado, de la memoria a los desmemoriados…  Por ejemplo: “– antes de los muertos hubo otros muertos que han sido olvidados– “, entresaco oportunamente este verso del poema Este (Injusta memoria: Varsovia 1986); o estos otros , de las clamorosas desigualdades de casta, que tan bien refleja el poema 00059 Rosenquist, una mujer barriendo: “… el arte y la mujer barriendo su casa aún / a las once de la noche (mientras su hombre piensa en la muerte)/ y el arte (y la mujer/y Rosenquist/y el champagne/y el éxito obtenido/y la muerte) y las lágrimas (rojas) todo es arte (quizás) / pero no todo/ posee la misma dignidad (aún)”.

Desde ahí es desde donde se eleva ese grito que se adopta por una decisión meditada ante la indiferencia secular de nuestros poderes públicos y la voracidad de las grandes corporaciones. No es otro el grito del poeta, no puede ser otro: grito, no obstante,  que no descarta nunca la esperanza –aquella pequeña joya rutilante que yacía en el fondo de la caja de la seductora Pandora, que si bien nos traía todos los males en aquel profuso surtido de alhajas envenenadas, alentaba también un porvenir pródigo, transmutándose en fecundo cuerno de la abundancia–.  Escalera no ceja, pues,  en su empeño de encontrar la sortija que se ha quedado alojada en un rinconcito oscuro de aquel fantasmagórico joyero mítico, para restituírsela a su verdadero propietario. Y así lo certifica en el poema Esperanza antes del alba en el que leemos: “Cuando contra toda esperanza el amor de los amantes no se ha extinguido (aún…)”, donde particulariza para alcanzar la dimensión de lo universal.  Aunque, como ya nos advierte el poeta también en su Poema descartado: “Lo peor del grito no es el grito en sí mismo/ Sino que nadie lo escuche (o que coincida con la hora del silencio)/…” en un lamento de la imperante sordera consuetudinaria.

Pero si el lector, que no está familiarizado con el poeta–, podría  caer en la tentación de pensar que bajo sus versos se esconde lo panfletario –tristemente tan frecuente en otros vates menos dotados, con esos molestos ribetes propagandísticos y doctrinarios– pronto descubrirá en su aproximación al texto  que este le/nos sumerge en un intenso caudal lírico de autorreflexión, de sintaxis dislocada, de yuxtaposiciones, de oraciones inconclusas, de frases que se expanden en un ancho río, exuberante e infinito, ramificado en afortunados meandros, en versículos con subordinaciones, digresiones, pausas, repeticiones, abruptos cambios de ritmo, aposiciones, condicionales, puntuales incisos que otorgan a su inspirado discurso un rasgo de literatura oral, casi épico, con una riqueza poliédrica llena de matices, de hallazgos retóricos inusitados  y sorprendentes donde los experimentos de la vanguardia –si esta no estuviera tan devaluada– vendrían a presidir sus investigaciones con el lenguaje y la palabra poética. Un ejercicio de prestidigitación verbal –y de belleza– que por momentos nos hace recordar la inflamada voz del gran Maïakovski, influencia decisiva –nos parece– en la formación del poeta, y la locuacidad mistérica del tumultuoso Ginsberg.

A su vez, este expansivo fluir de vocablos y temas, de imágenes e intuiciones, de magias y desencantos no extirpa nunca lo esencial. Podemos leer, por ejemplo, versos tan demoledores como estos, en la abierta desnudez del poema De vita breve: “Si tenemos el desastre ahí delante de nosotros/ por qué no lo vemos. /………………………”, cuando se enfrenta a sus preocupaciones medioambientales y a la incomprensión de sus miopes semejantes, alienados compañeros de viaje, paralizados en la inacción y la abulia.

Si en el poema Previsible futuro se advierte al Walt Whitman que afirmaba que creía en el mañana cuando al salir a la calle se encontraba un grupo de niños en pleno juego: “No hay nada tan alentador como el murmullo/ de los niños/ jugando en un patio de colegio”, en la coda final del poema: “No hay nada tan desalentador como sus futuros (imprevisibles)”, donde no se puede evitar por contraste la incómoda denuncia de lo que parece ineluctable.

Asimismo, lo inesperado, lo apoteósico en su epifanía tampoco va a faltar en un itinerario torrencial que prolifera en su fértil desarrollo vital. Leemos en Nadie vio la Escalera de Jacob en la M 50: “Nadie se abanicó con esa luz de alabastro (nadie trepó tampoco/ por esas columnas: ni alcanzó ningún peldaño)”, en la constatación de la ablepsia que nos aqueja como sociedad, como cuerpo vivo pero narcotizado ante lo sensible y/o lo dionisíaco, como en El ensayo de la ceguera de Saramago. Las “escaleras” de Escalera pasan de lo simbólico a lo doméstico de la forma más natural. Y si no, leamos estos versos del poema antes citado Esperanza antes del alba: “Cuando /Contra toda esperanza la madre se dirige a limpiar escaleras/ (también) Antes del alba”. Escaleras, pues, de doble sentido, dicho esto con toda la intencionalidad: ascenso de Jacob vs. descendimiento de Cristo.

La inquietud por lo colectivo, por todo aquello que nos construye como personas, siguiendo el ideario aristotélico del hombre como animal político, se canta con la suficiente rotundidad en el magnífico poema Islas no, que se puede leer como una estrepitosa descarga de ametralladora:  “Barridos –dispersos: desconcertados– por el Huracán (sí pero no islas: islas no)”.

El libro ha tenido una presentación, con gran acogida, a cargo del propio autor, en Chile, en la misma casa de Pablo Neruda. De este modo, este humilde pero ambicioso proyecto editorial que lleva el nombre de ‘Tras la puerta’ ha cruzado el charco por primera vez a lomos de una vigorosa escalera: sin duda no ha podido encontrar mejor embajador.

Así pues, felicitemos a Carmen Ortigosa y al Ayuntamiento de Torrejón por otro de sus impagables homenajes a la poesía –la gran poesía– que tanto falta le hace a un mundo que decididamente ha perdido el juicio. Solo así, con Whitman, pensamos que el mañana nos pertenece.

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