noviembre de 2024 - VIII Año

La rifa marcial

Imagen: rtve

La soldadesca está acondicionada a jugar con el azar, por su propia condición. Tan es así que, etimológicamente, la suerte -campo de tierra de labor- era la porción de tierra que correspondía al soldado como pago, cuando terminaban de conquistar un territorio. El soldado, jugando a la taba, o con dados, o con tablillas, o con sortijas (sortícula) siempre ha matado el tiempo llamando a la suerte del azar, para celebrar el estar vivo.

Eran tiempos en los que no había soldada, o ésta era tan ridícula que el militar fiaba al saqueo de las poblaciones conquistadas su desquite y compensación por los riesgos de muerte superados, el duelo por los compañeros muertos y el sufrimiento acarreado por la gesta. Tras el saqueo, había que echar a suertes el reparto, incluso de las víctimas a violar.

Hoy, la civilización ha establecido un código de guerra. No parece que los rusos lo estén respetando en Ucrania; pero existir…, existe una legislación internacional, unas convenciones previas y la convicción de que el ser humano, hombre y mujer, tiene su dignidad y derechos, aun cuando esté vencido.

Tampoco, en nuestro caso, hay soldados de cupo; todos los que quieren servir a la Patria son profesionales, hombres y mujeres que, libremente, han elegido como profesión vestir un uniforme y han hecho del servicio militar su razón de ser y su condición de vivir en tiempos de paz, para prepararse para la guerra.

Y lo hacen y se cuadran ante Margarita Robles, María Dolores de Cospedal y Carmen Chacón. No digamos cómo lo hacían ante Muñoz Grandes y sus sucesores de los tres ejércitos hasta Federico Trillo. Incluso cubrieron con honor la gesta de Perejil.

El orgullo militar es de tal calibre, que sólo hay que ver la devoción con que pasean al Novio de la muerte en el Viernes Santo malagueño, la marcialidad geométrica con que desfilan todos los doce de octubre madrileños, la exaltación diaria del izado y arriado de bandera, la altivez de la música y la parafernalia de las grandes cruces, algunas pensionadas, condecoraciones, entorchados y estrellas con que decoran los uniformes y alardean de hombría, de poder, de generosidad y entrega a la causa.

Pero, la carne es flaca, dijera un predicador franciscano, humillado bajo su sayal y dispuesto a echar un capote para justificar y perdonar, olvidar después y, por último, esperar la reincidencia, pese a la penitencia que les impongan el juez.

El hecho de que, en un cuartel de Barcelona, se hayan rifado los servicios de una prostituta es grave por todos los costados, empezando por el simbólico, siguiendo por el intencional y terminando por el lugar.

En el plano de los símbolos, unos “machos” se rifan utilizar a una mujer que, por su desgracia y circunstancias, es prostituta: no tiene de qué vivir más que de su cuerpo; es el mínimo de los mínimos, usar el propio cuerpo como instrumento de trabajo y medio de vida. Si la lascivia no cabalgara a la desesperada, podrán percatarse de que es una señora que merece compasión, solidaridad con su desgracia y que, si quieren servirla, han de contagiarle afán de superación que restañe su autoestima y le permita apalancar en su dignidad para reconstruir su amor propio, hacerla acreedora de otro porvenir y que pueda esperar otras auroras, diferentes al asco de tener que prestarse, a diario, a no importa quién, ni en qué condiciones venga. Es machismo en estado salvaje, incompatible con quien quiere servir a la Patria.

La intencionalidad de la rifa era allegar fondos para celebrar la fiesta de la Inmaculada. ¡Cuánta miseria! La pobre Inmaculada ya sirvió de pendón a los carlistas de aciaga memoria y, desde antaño, es patrona de la fiel Infantería española.  Fue dogma desde el Concilio Vaticano I, gracias al sorites de un curioso obispo de Cuenca. Por eso, tiene estatua en la plaza de España en Roma, adonde peregrina el Papa, a depositar flores, cada ocho de diciembre. Pero ésta es una historia larga, que no hace al caso.

Recurrir al prostíbulo para celebrar la Inmaculada, parece un sarcasmo sacrílego, porque o bien somos pontífices de la materia y sólo nos importa la juerga sin reparar en los medios de conseguirla, o bien renunciamos a la Inmaculada como icono patronal. Los dos sacerdocios no son compatibles.

Por último, el lugar, Barcelona, territorio comanche de Ada Colau, que quiso echar al ejército español, por ejército y por español, de una feria de promoción del empleo. Allí donde debieran ser más ejemplares, los militares profesionales, no de remplazo, han quedado por debajo de las trincheras, entregando todo el arsenal a la CUP, a la ERC, a en Comú podem, todo el tíaso ditirámbico antisistema, ¡qué ocurrencia más desafortunada!

¿Ningún general, ningún coronel, ningún simple teniente les ha enseñado a los soldados dónde están?, ¿nadie sabe nada del enemigo interior?, ¿nadie de esa jerarquía abultada y barroca calibra qué sea eso de la quinta columna?

En los preparativos de la guerra, hay diseños estratégicos, se articulan tácticas y se prevé la retaguardia. En este capítulo, hay que tener en consideración las diferencias locales, las actitudes y rasgos culturales. Alguien es responsable de la falta de precaución, de no haber sabido otear el panorama desde la atalaya del cuartel.

Consecuentemente, al menos, algunos mandos y otros de la tropa merecen el despido, no son servidores de la Patria, ni son coherentes con sus iconos sagrados, ni con su misión. Ni siquiera saben dónde están.

A los demás nos corresponde calibrar la condición humana: por dentro de los uniformes y más allá de los rebumbios del cañón, “en el hombre hay materia, exceso, fango, basura, sinsentido, caos; pero también es un creador (de sí mismo), escultor, dureza de martillo, dioses-espectadores y séptimo día”, dice Nietzsche, en Más allá del bien y del mal. La comprensión empática y la indulgencia son compatibles con la responsabilidad individual que cada uno tenemos sobre nuestra conducta.

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Archivo Entreletras

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