Unos milímetros sirvieron para echar a Alemania del mundial, los que validaron el gol de Japón frente a España. El gesto de los germanos tapándose la boca en su primer partido como protesta por la prohibición federativa de portar cualquier tipo de símbolo les pasó factura, pero los alemanes no sólo fueron a Qatar a jugar al fútbol, también fueron a comprar gas, aunque no les guste como gestiona el reino qatarí los derechos de sus ciudadanos, el gas no entiende de derechos.
Fútbol y dinero, a nadie sorprende esta relación; dinero y corrupción, tampoco es sorprendente; corrupción y futbol, de cajón; mundial de Qatar y geopolítica, lógico. El siglo XX ha venido finalizando su historia de indiscutible preponderancia del imperio estadounidense y capitalismo productivo en estos años de locura a la que hemos demostrado saber acostumbrarnos tan rápidamente. Primero el COVID y luego la guerra en Ucrania con la consecuente crisis energética en todo el mundo han sido los dos eventos que nos han colocado de golpe en el siglo XXI, y el mundial de Qatar la fiesta de graduación en el que cada país se esfuerza por estrenar el traje adecuado para los nuevos tiempos.
La primera transformación es la del fútbol. Una FIFA corrupta que subastó sedes y enfadó al líder del mundo (y enseguida compensó) se muestra desvergonzadamente exultante mostrando lo que les pasa a los que se atreven a cuestionarla. 1,88 milímetros fueron suficiente para tapar la boca, esta vez de verdad, a la poderosa Alemania que jugaba en estadios construidos sobre grandes reservas de gas, las terceras del mundo tras las de Rusia e Irán. Se entiende que en ese contexto la FIFA saque pecho ante Alemania, Dinamarca, Netflix o quien se ponga por medio y anuncie un próximo mundial con 48 selecciones y seis semanas de duración. Entre el 9 de junio y el 18 de julio de 2026 se jugarán 80 partidos en EE.UU, Canadá y México, y eso será mucha plata. Como la que ha costado la organización de Qatar 2022, 220 mil millones de dólares, el siguiente más caro fue Brasil 2014 que costó 15 mil millones. No hay que decir mucho más.
Yo de dinero no sé mucho, diría que no sé nada, pero en la crisis de 2008 aprendí algo, cuanto más decían lo complicado que era todo en economía más claro estaba que simplemente no querían explicarse. Pronto nos dimos cuenta que el juego era construir y construir, a poder ser grandes cosas, autopistas, aeropuertos, hospitales, se usasen o no, y hacerlo con presupuestos públicos o la posibilidad de rescate estatal. Cuando empezaron a pasear por los juzgados los políticos que acompañaban a estos todopoderosos empresarios, dueños también de clubes de fútbol, entendimos que una cosa es la teoría y otra la práctica. Se desarrollaron complejísimos instrumentos financieros para arropar trampantojos que sirvieran para mover grandes cantidades de dinero, que es de lo que se trata porque el dinero en movimiento permite quedarse siempre con una parte. Cuantas partes de esos 220 mil millones se habrán quedado entre intermediarios, gobernantes y proveedores en Qatar. Y si el cliente queda satisfecho poco o nada importa ¿quién tiene el gas?, pues eso, que se lo digan a Budweiser.
Otro que no sabía mucho era el director general de una empresa financiera (la película es de 2011 y la inspiración claramente Lehman Brothers, John Tuld, interpretado por Jeremy Irons en Margin Call), una película que debería ser de visionado anual obligatorio para recordarnos lo que fue. Un analista descubre que el exceso de apalancamiento de la empresa (ahí aprendí lo que es apalancamiento, pagar créditos con créditos) ha excedido su capacidad y la empresa ha dejado de estar al borde del precipicio para situarla en plena caída. El director general es convocado y tras escuchar a la mesa pide, “explícamelo como si fuera un niño de 8 años”, o algo así. Tras la quiebra de Lehman Brothers el 15 de septiembre de 2008 la economía mundial sufrió un colapso que sólo los estados pudieron contener. No contuvieron, sin embargo, al neoliberalismo y su tesis de adelgazamiento de los mismos y su teoría de que la economía acaba poniendo las cosas en su sitio y que hay que producir donde sea más barato. Fue el COVID el que lo hizo, y de repente China se muestra como lo que lleva años preparándose para ser, la sucesora de Estados Unidos de América como primera potencia económica mundial.
La economía paso de ser productiva, unos producen y otros compran, a ser financiera, unos prestan y otros especulan. Los estados, los desarrollados, están sobre endeudados, y no parece ser un problema; Japón con un 225% de su PBI; Grecia con el 207%; Italia con el 155%; EE.UU un discreto 133%; España con el 120%. El déficit, gastar más de lo que se ingresa, estaba controlado, eso sí, hasta se modificó la ejemplar Constitución en España por insistencia de la Alemania de Merkel (no jugamos al fútbol sobre depósitos de gas). Están esos países y luego hay otros que tienen tanta entrada de divisas que además de gastarla pueden invertirla; Qatar con una renta per cápita de más de 50,000 euros, sus vecinos de la península arábica que fluctúan entre 19,000 y 30,000 (menos Yemen con 584) y que han constituido enormes fondos soberanos de inversión. Otro país al que los combustibles fósiles han permitido constituir uno de más de un billón (millón de millones) de dólares es Noruega. Y luego está China, claro. Hasta ahora los objetivos de los fondos era obtener la máxima rentabilidad posible, pero de un tiempo a esta parte, se ha añadido otro objetivo, influir en la configuración del futuro a través de las inversiones a partir del carácter y cutura de cada país. Las invasiones modernas se hacen con estos ejércitos de efectivo.
Las monarquías arábicas llevan años invirtiendo en pulir su imagen en el mundo; comprando equipos de fútbol; abriendo sucursales de los mejores museos del mundo en sus capitales; construyendo ciudades futuristas. China también, no sólo demuestra a diario que es una potencia tecnológica y económica sino que además hace calar en el mundo las propuestas ideológicas de Xi Jinping, como en su día hizo EE.UU através del cine y el deporte. Y Corea del Sur, y Japón, e India, y Turquia, y Europa… Europa más bien sigue buscándose, y buscando gas, decidiendo si quiere permacenecer en el campo de juego mundial con voz propia o como satelite de Estados Unidos. Mientras lo decide sufre los efectos de la gentrificación, quedando como un museo lleno de salas con bellas ideas y obras; y vigilantes que las cuiden; y de millonarios procedentes de todo el mundo que vengan a visitarlas desplazando a los vecinos de los centros de sus ciudades y sus espacios más idílicos que ya pertenecen a alguno de esos fondos de inversión que se ocupan de sacarles el máximo beneficio posible. Y eso no se hace respetando a los vecinos, ¿cómo se hará? quizás comprando políticos, busquen Eva Kaili y Qatar en su buscador favorito (una pista, es vicepresidenta del Parlamento europea y acaba de ser detenida por recibir sobornos de Qatar).
Y ahí está el emirato qatarí diciendonos que no confundamos la política con el deporte; ni con el respeto y comprensión a sus costumbres; ni que nadie quiera a venir a dar lecciones de moral o ética, que para eso está la historia. Y ciertamente está, y la evolución de unos y la involución de otros. Y tiene de mamporrera para la ocasión a la FIFA que nos llama hipócritas a todos, y todos callaremos porque manda en esa otra historia que nos dicen que es la auténtica historia de los pueblos, la de sus gestas, aunque sea por unos futbolistas cada día más jóvenes, más límpios y mejor peinados. Y todos veremos los cuartos y las semifinales, y cuando veamos la final ya se nos habrá olvidado porque los alemanes se tapaban la boca.