noviembre de 2024 - VIII Año

Qatar 2022: el Mundial de la unidad

El acto inaugural de Qatar 2022 fútbol nos ha presentado el fútbol como el camino hacia la unidad y la concordia. Ojalá lo fuera y el mundo se comportara igual que el área de juego, acatando los pitidos de un arbitro imparcial y evolucionando en la mejora de las normas para que sean más justas y universales. Ojalá también sirviera de ejemplo de integración social y racial en el que desde cualquier suburbio del mundo se puede alcanzar las cumbres más elevadas del éxito y la fama. El rectángulo verde siempre ha sido un mundo lleno de magia donde todo es posible. Cuando pasamos a la grada y a los despachos, sin embargo, la imagen que arroja se torna con frecuencia en corrupta, injusta y cruel. Por eso, este mundial con aire acondicionado es una joya para cualquier comentarista del absurdo, y yo, que me debo a mis 17 lectores, no pienso perder la oportunidad de aprovecharlo.

Qatar 2022 se ha inaugurado con la sorpresa de Morgan Freeman saliendo al centro del campo a explicar a Ghanim al Muftah, un influencer sin piernas, que “lo que nos une es más grande que lo que nos separa”. En este caso, afirmó el actor, nos une el fútbol, y lo hace entre naciones y comunidades. No sé si las familias de los tres seguidores del Alianza Lima que el pasado 30 de octubre fueron asesinados en un enfrentamiento entre barristas del citado club y del Universitario de Deportes estarán de acuerdo, igual que todas las familias de víctimas de la sin razón de la fiesta del fútbol. Ese lamentable suceso en las calles limeñas fue mi primer pensamiento tras la inauguración recordando tantos otros sucesos de la misma naturaleza de los que tengo memoria cuando empecé en el 87 a trabajar como fotógrafo de prensa en Madrid.

Por la tarde vi una película, Atenea (2022), del francés Romain Gavras, una proyección del hijo del también cineasta Costa Gavras de lo que puede pasar fuera de los campos con aire acondicionado. Inmediatamente vinieron a mí otras películas, algunas distópicas, como Code 46 (2003) de Michael Winterbottom, otras de una ficción tan cercana a los hechos que es difícil de diferenciar, como Siriana (2005), de Stephen Gaghan o Do the right thing (1989) de Spike Lee que me devuelve a Atenea.

Considero que, como productos de ficción, son mucho más apropiados para dar la réplica a las palabras inaugurales del jeque Tamim bin Hamad Al Than o al presidente de la FIFA Giovanni Vincenzo Infantino, empeñados en convencernos del poder del fútbol para unir al mundo, otra ficción, que intentar hacerlo con simples titulares de prensa de los últimos 12 años, por poner un marco temporal equivalente a lo que ha tardado Qatar en instalar el aire acondicionado en las sedes de paz y unidad. 12 años, recordemos, con Trump, el abandono de Afganistan a su suerte, el COVID o la invasión de Ucrania por parte de Rusia, por ser muy rápido.

Lo que Spike Lee cuestina en Do the right thing es la posibilidad de la convivencia racial en un entorno en el que la población afroamericana sufre continuos casos de represión policial con consecuencias de muerte en varios de ellos. Lo hace a través de una pizzería italiana en un barrio negro. Hace calor en Brooklin; el ambiente se calienta; los ánimos se calientan; una discusión recurrente entre los italianos y sus clientes terminan en desórdenes y éstos con una muerte por la intervención policial y la pizzería en llamas. ¿Es posible la convivencia pacífica si no hay igualdad? ¿Cuántas más muertes de afrodescendientes ha habido como consecuencia de acciones policiales ha habido desde 1989? ¿Acabará el fútbol con ellas de una vez por todas?

Un caso parecido sirve a Romain Gavras para relatar 24 horas trepidantes de caos y violencia. Gavras se sirve de una situación inventada en el guión (imposible, sin embargo, no recordar los sucesos de noviembre de 2005 cuando dos jóvenes murieron electrocutados al huir de la policía para ser identificados, lo que supuso dos semanas de disturbios en toda Francia)  para hacernos reflexionar sobre la facilidad con que puede estallar la paz de Freeman por los aires. Un chiquillo musulman de 13 años es asesinado por ultraderechistas disfrazados de policías que viralizan las imágenes. Su hermano lidera el levantamiento de todos los jóvenes en Atenea, un gueto habitado por hijos o nietos de emigrantes magrebíes sin ninguna espectativa vital por la xenofobia, el abandono y la furia. “Qué bueno que las personas dejen a un lado lo que las dividen y vivan en la unidad”, decía el jeque en Doha.

Siriana se desarrolla en un país que podría ser Qatar, o Emiratos, o Arabia; un país creado para la ficción de la historia con mucho gas en su subsuelo que va a empezar a vender a los chinos y no solo a los norteaméricanos. La complejidad del guión de Steven Soderbergh se reduce en mi memoria a dos situaciones: el apoyo internacional al heredero joven y guapo interesado sólo en las carreras hípicas frente al principe que apuesta por las reformas y el desarrollo de su pueblo y al que eliminan mediante el democrático sistema de misil teledirigido; por otro lado el joven trabajador inmigrante sin derechos y apaleado junto a su padre al intentar reclamarlos que encuentra en la escuela coránica la experiencia de ser tratado como persona, al precio de convertirse en un terrorista suicida, eso sí. ¿han leido algo parecido sobre trabajadores en estos días previos al Mundial?

Code 46, la película de Winterbottom, también podría desarrollar su ficción en Qatar, o cualquiera de esas ciudades de rascacielos de cristal surgidos de la nada de arena de la península arábica. Un investigador de una multinacional de seguros investiga la falsificación de visas para poder viajar entre ciudades, fuera de ellas es el caos, el salvese quien pueda. El director británico nos lleva con una sencilla trama de detective enamorado de malechora a una realidad en la que ya no son los países quienes ejercen la soberanía de entrada sobre sus territorios, sino las compañías aseguradoras que determinan quienes pueden vivir dentro de la seguridad de las ciudades y desplazarse entre ellas en función de quien puede pagar la poliza y no conllevar riesgos. “Igualdad para toda la humanidad a través del humanismo”, decía Infantino, para toda la humanidad que puede pagar la entrada al estadio, claro está.

Thomas Piketty, el economista francés que ha estudiado la evolución de la economía en los dos últimos siglos, ha llegado a la conclusión (entre tantísimas otras) que los propietarios del capital se enriquecen cada vez más deprisa generando que la brecha entre los que tienen acceso al campo con aire acondicionado (y no me refiero a los hinchas que sabe dios que habrán hipotecado para dormir en carpas o barracones y entrar a ver a sus ídolos)  y los que vemos el partido desde la pantallita o la pantallaza es cada vez mayor. Piketty señala que el capitalismo hace muy bien dos cosas, invertir en herramientas de control de la población, lease policía o ejercito (ya sea en su labor preventiva o represiva), y covencernos de que el sistema que tenemos es el mejor posible.

Los afortunados con acceso a sentarse en los palcos de honor junto a jeques y presidentes de clubes de fútbol, ya procedan de países capitalistas, neoliberales, socialistas, comunistas o medio pensionistas pueden estar tranquilos entonces. Según la página de noticias española El Confidencial Israel acaba de anunciar la creación de drones con capacidad de encontrar y destruir su objetivo, incluso dentro de edificios y túneles. Si los CRS franceses los hubieran tenido la película de Gravas habría sido muy diferente. La segunda notica que selecciono para corroborar a Piketty la obtengo de mi muro de facebook: un conocido publica (sin aclarar que es falsa) la noticia de que un hincha mexicano ha sido castigado con 30 latigazos por introducir una botella de licor en Qatar. Las comentarios a su publicación aplauden la decisión. Piketty puede decir, con pesar sin duda lo hará, que ha acertado en estas dos conclusiones.

En mi anterior artículo traía mitos del Olympo y del Génesis para comparar la arrogancia del hombre frente a  naturaleza con la de algunos mitos de la antigüedad frente a dios. Un parentesis antes de seguir, los que entraron a escuchar las beatíficas palabras del actor, del jeque o del presidente pasaron frío en el interior del estadio; hay que ser imbécil. En este artículo, en el que he dirigido mi pensamiento hacia la idílica paz mundial de la que nos hablaron en la inauguración del mundial, volveré al Génesis. Los supervivientes del diluvio se vinieron arriba y decidieron construir una edificación que llegara al cielo, la torre de Babel. A Dios no le hizo ninguna gracia y los puso a hablar diferentes lenguas con lo que no pudieron seguir la construcción y se expandieron por el mundo. No contaba Dios con que milenios más tarde el fútbol nos volvería a unir, Morgan Freeman dixit.

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