noviembre de 2024 - VIII Año

Estado de sitio y suspiros democráticos

Bajo el mantra del “bien común”, el Estado aquí, allí y acullá, es dueño de la hacienda, la libertad, la dignidad y aun la vida de las personas.

Los individuos llegaremos a 8.000 millones de seres, el 15 de noviembre próximo. Pero, cada contingente humano es nada frente al poder entrometido, avasallador y coercitivo de su respectivo Estado, tal como está demostrando, pornográficamente, Rusia con sus levas para la guerra, forzando el alistamiento de ciudadanos que quieren ser pacíficos, o Irán, de régimen teocrático, con su insultante discriminación de género.

A su vez, cada gigantesco Estado puede estar dirigido por un psicópata que sufra delirios de grandeza. Esta desgracia puede ser la madre de todas las calamidades, si no hay contrapesos que regulen los desmanes, o el autócrata se ha adueñado de ellos y los ha neutralizado previamente.

Desde hace meses, en Europa, otra vez estamos en guerra. Presumimos de ser un continente, como si fuéramos enormes en extensión y poderío; pero, sólo somos grandiosos en humos y siameses en codependencia. Geográficamente, nuestro territorio continental cabría dentro del mapa de Argentina y, políticamente, seguimos empeñados en ir tres por cuatro calles.

Al hilo de pequeñeces, el lehendakari Urkullu quiere un Consejo del Poder Judicial vasco, para que jueces vascos juzguen a los vascos con arreglo a leyes vascas. Cómo contrasta esta pretensión con la de Nietzsche que aspiraba a que se diluyesen las naciones, que incluso los europeos se deseuropeizasen, para que nacieran los hombres libres, dispuestos a hacerse a sí mismos. No era un utópico, porque ponía ejemplos eximios, como Leonardo, Spinoza y Erasmo. Modestamente, yo incluiría a Luis Vives en esa lista. Es un suspiro de pensar en grande.

Goliat, el bravucón ruso, quiere aplastar a David, que se defiende heroicamente a pedradas y lleva meses sufriendo su desgracia, su hambre, su sed y su muerte, suspirando por ser…, tener democracia, que es tanto como pretender vivir con dignidad y disfrutar de la libertad.  ¡Otro suspiro! Ucrania no quiere  percatase que cualquier Estado lleva, en su propia naturaleza, el germen de la supresión de tales aspiraciones y su propulsión a convertirse en poder omnímodo y dueño absoluto de sus vasallos. Y eso que tiene motivos.

Hay una jerarquización clandestina de las necesidades que gobierna los suspiros. La primera es poder vivir como sea. Para ello, es preciso creer en quien sea, con tal que nos dé esperanza de futuro, por mínima que sea. Luego, distinguiremos, si podemos, entre un liderazgo mesiánico, aunque sea calamitoso y un liderazgo menos pretencioso, pero que sea carismático. Tanto subjuntivo indica que siempre estaremos dispuestos a ser pasto de una mentira; obedeceremos a un farsante, venga investido por la gracia de Dios, o cubierto de votos, aunque sean espurios.

Irán acumula muertos sin piedad, por el grave atentado de que algunas mujeres no quieren llevar velo, signo ignominioso, no sólo de sumisión, sino de discriminación como seres inferiores y pecaminosos. La preeminencia de un prejuicio esclerótico se superpone ahí a la equidad de los seres humanos, hombres y mujeres, y aun al derecho a la vida.  Aquí, la jerarquización es inversa. El Estado mantiene en estado de sitio a la población, porque el teócrata impone sus prejuicios sobre el derecho a la igualdad, a la dignidad y a la vida.

Todo Estado es un comerciante devoto de Hermes, dios del comercio y la mentira, que vende seguridad, a costa de limitar la libertad de movimientos de la persona física, mental y moralmente. Es como un estado de sitio permanente que no deja un resquicio al libre albedrío y mantiene la autonomía humana en un trofeo que luce en su cinto, igual que los jíbaros exhibían las tzantzas, las cabezas capitidisminuidas de sus enemigos vencidos.

A la vista de las tesis del conquense Luis de Molina, el Estado de ahora es más que Dios. Para aquel filósofo del siglo XVI, el hombre no está determinado para el bien, ni para el mal, sino que puede decidir, con el “concurso simultáneo” de Dios. Así garantizaba la constitución del libre albedrío y sus movimientos.

Hoy, el Estado previene que el hombre sólo está determinado para el mal y hace de la obligación virtud; se adelanta a los acontecimientos imponiendo prohibiciones, restricciones y límites de toda índole y amenazando con severidad el incumplimiento de sus dictados. Cínicamente, el Estado se considera paladín de la libertad…, ¿Será para volver a casa por la noche, sola y borracha? Pues tampoco.

Por cierto, ya que he aterrizado en nosotros mismos, a nuestro Estado tampoco le corresponde presumir de bonhomía. También aquí contamos con un aprendiz de autócrata, empeñado en adueñarse de todos los resortes de la sociedad, sean formales, sean fácticos, y menguar, o hacer de menos, aquellos inalcanzables. Nuestro aprendiz desprecia o humilla al Rey; no cuenta con el Parlamento recurriendo constantemente a los decretos-leyes; corrige arbitrariamente decisiones democráticas anteriores (Sahara); pretende absorber, por vía directa e intrincados caminos indirectos, el Poder Judicial para ajustarlo, como el CIS, a sus pretensiones; paga, en la moneda que le imponen los votos de sus socios, desleales al Estado y fieles operarios en el proceso de deconstrucción del mismo; acrecienta la deuda pública que hipoteca a las generaciones siguientes. Mientras  va taponando los respiraderos de la sociedad civil, ya no quedan ni suspiros y sólo se robustece el poder absoluto del caudillo.

Enfrente, no se presenta una alternativa que entusiasme. Parece que le interesa enderezar la economía, y ya, como a Rajoy antaño. El candidato no dice nada de ordenar el guirigay del título VIII de la Constitución; nada de modificar la Ley Electoral que nos desiguala; nada de garantizar la equidad en la financiación autonómica; nada de consensuar una Ley de Educación que dure y sea efectiva en orden a la promoción del alumnado; nada sobre el futuro, que ya es presente, de las pensiones; nada sobre la promoción del empleo, que se lo deja al mercado; nada sobre el ordenamiento del agua; nada sobre la cohesión nacional, hoy por hoy, deshilachada y hecha un mengajo; nada sobre la integración de los emigrantes, en previsión de los problemas de anomia que ya producen muertes y constituyen más del 60 % de la población penitenciaria; nada sobre la protección de la fertilidad, que rejuvenezca el censo. Nada, de tantas y tantas calamidades. Y nada de un proyecto europeo que resulte apasionante y nos limpie las greñas atávicas de las taifas de la Edad Media. Y Europa es nuestra solución como está demostrando.

¿Dónde está el bien común que justifica la existencia del Estado mastodóntico?

Pues como el rico Epulón, anda engrosando sus masas adiposas: nacen nuevos impuestos y acrecientan su robustez los ya existentes. El Estado es cada día más rico, está más ufano y se muestra más horondo. La finalidad de su exuberante recaudación es garantizar el bienestar de sí mismo, que para eso es un Estado garantista… Esto de garantista no hace al caso, pero viene al pelo.

En Extremadura, el 50% de los trabajadores son funcionarios estatales (¡!). Los asesores de Moncloa ya superan los 800, muchos sin estudios superiores.  Presidencia del Gobierno ha invertido más de 400 millones en mejorar la imagen presidencial. Contamos con 22 ministerios, algunos ocupados en dar consejos sobre alimentación y fruslerías de sentido común, que resultan bochornosas y carísimas.

También, el bienestar del Estado se ocupa de decretar como secretos de Estado los gastos públicos derivados de la vida privada del presidente, porque los gastos públicos de la ostentosa vida pública no se ocultan, como las inversiones en La Mareta y Doñana para mejorar la estancia vacacional del señor presidente, su familia y amigos, gratis total. ¡Qué contraste con Frau Merkel que no dejó de vivir en su casa privada y pagaba de su bolsillo las vacaciones!

Los déficits de una compañía de aviación de un Estado de sitio amigo, se enjugan con 50 millones, tal vez para corresponder a otras contraprestaciones; y la ruina de un dentista se ha salvado con otros 45 millones, sin que se sepa por qué, ya que es secreto de estado, que se oculta al Parlamento. El capítulo de subvenciones, ayudas y concesiones graciosas es oceánico.

Incluso, el Estado como mercader devoto de Hermes compra votos y voluntades de cara a continuar el proceso de engaño y simulación. Es otra guerra. O quizá la misma, ahora empeñada a repatriar a los nietos o biznietos del exilio. En todo caso, es una guerra autodestructiva, igual a la que ejecuta el obeso comiendo desaforadamente, o el drogadicto que se engaña dándose homenajes…

España, a pesar de la negritud, es capaz de salir del agujero. Lo ha hecho antes, muchas veces. La antepenúltima en 1898. Luego vinieron otras como Annual y la de 1936. La angustia más reciente la disolvieron los pactos de La Moncloa, que ahora estorban a los adanistas y no entran en los cálculos de los demás, alegando que falta consenso.

El consenso no es una gracia que envíe la Divina Providencia, sino una condición que genera un liderazgo efectivo, cuando presenta un proyecto convincente y cataliza fuerzas en pro de su logro. Es fruto del arte de hacer política y de la maña de la sensatez. Suárez no era un genio y se ganó la confianza de personas más preparadas que él y de viejos zorros con el colmillo retorcido. Le ayudó un sabio, Torcuato Fernández Miranda. Ellos dos generaron el consenso y lo demás lo puso el pueblo español.

Salir del estado de sitio que padecemos, exige abrir puertas a la libertad, ventanas para orear lo atávico y rancio de las taifas forales y no forales, claraboyas para pensar en grande, hablando de proyectos realistas y valientes, sensatos y atrevidos. El consenso y las sinergias se crean. Si no, no dejaremos de suspirar.

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