El poeta portugués Nuno Júdice es generoso con su tiempo. Me lo encontré hace poco, le solicité un encuentro, y accedió con amabilidad.
Nos encontramos en el Círculo Eça de Queiroz en Lisboa, junto al Chiado, un lugar recogido, silencioso, un refugio donde poder hablar con tranquilidad sobre su poesía.
El poema, nos decía Júdice en 1972 en su primer libro, comienza por la biografía, canta al poeta mismo, pero luego se desprende del autor para tener una vida autónoma, en sí mismo. En efecto, las vocales, las sílabas, la estrofa, se transforman y crean su propia realidad, esa ‘fingida memoria del poeta‘.
El material de Nuno Júdice lo componen la vida cotidiana, el paso de las estaciones, el campo, la lluvia, las migraciones de los pájaros, el viento, las cosechas. Y también sus lecturas, la pintura, la música, las conversaciones en los cafés. Con eso y mucho más, los sentimientos forma una tela ancha en la que lo real se convierte en poesía. El dice que esto viene de su infancia, con largas temporadas en el campo algarvío. Los cafés, por el contrario, evocan más la ciudad, la época conspiratoria, de tertulias políticas y literarias en los tiempos universitarios, en pleno salazarismo. La dialéctica de presencia y ausencia, que subraya el pensador Eduardo Lourenço, está plenamente vigente en su poesía, pero sin caer en la saudade ni en la añoranza. Júdice, nos confirma, no es saudoso, es definitivamente optimista.
Júdice habla despacio, con precisión, con un cierto aire de timidez, quitándose importancia, a pesar de ser uno de los grandes, si no el más, poetas portugueses actuales, en mi opinión. Y no es tan fácil destacar en un país donde la poesía ha ocupado y ocupa, desde siempre, un lugar preferente en las letras.
El Círculo nos exige una cierta formalidad, chaqueta y corbata. Nuno Júdice viste una chaqueta de tweed de espiguilla azul, con un aire profesoral, sobrio, como sobrio es en su almuerzo, lo que es fácil pues el Círculo siempre ofrece una carta semanal de un plato único del día, de comida casera. En el apacible almuerzo vamos desgranando los temas de su obra poética, sus preferencias, su actividad cultural.
Quizá una característica de su poesía es el tiempo, precisamente esa abstracción que nos conduce a la intemporalidad de la poesía, ‘a videira seca da infancia‘ (el viñedo seco de la infancia). Tiempo que es espera, es memoria y es historia. ‘Guardar antiguos silencios que el uso transformó en manchas sepia de la memoria‘, dice uno de sus poemas.
Otra es su clara lusitanidad, algo que al lector español le atrae. Por los sentimientos, por los lugares, hasta por esa frecuencia de tardes de lluvia, de cafés de ciudades portuarias, con los vidrios empañados, el paso de las estaciones, los ciclos eternos de los otoños y las primaveras.
Júdice es Licenciado en Románicas y la historia de Portugal forma parte de su acervo cultural y lírico. No en vano nos redescubre todos esos poetas judíos y árabes de hace siete siglos, de su Algarve natal (o como el gran iluminador de Loulé, Abraham ben Judá ibn Haim), pero también muchos poetas y personajes casi olvidados, como Francisco de Aldana, el soldado y gran poeta español que desapareció en la batalla de Alcázarquivir defendiendo al rey Dom Sebastião. Se podría hablar mucho de sus novelas, trenzadas en acontecimientos y personajes históricos menos conocidos, sin ser novelas históricas. Quede para otra conversación.
En su poesía está presente, en efecto, toda la historia portuguesa, en especial en su libro Meditação sobre ruínas (1999), y en general hay alusiones a esa Edad Media algo secreta y al Barroco, periodos éstos que le interesan particularmente.
Nuno Júdice vuelve siempre a ciertos temas porque ‘aun ve cosas que decir‘, del mismo modo que el pintor puede volver a pintar una y otra vez el mismo asunto (como hizo Cézanne con la montaña Sainte Victoire, cerca de Aix en Provence, porque hay que decirlo, además de muchos poemas sobre pintores y pintura, Júdice también pinta, reconoce casi con embarazo), encontrando siempre otro ángulo, otra perspectiva para describir la belleza.
Le comento el importante papel del secreto en su poesía. Esa forma de encubrir, de ocultar, pertenece al imaginario portugués, al mito del sebastianismo, afirma. Puede encontrar el lector atento que relea sus poemas, varios niveles bajo la metáfora, algo que el propio poeta, que de vez en cuando revela sus claves para descifrar sus códigos, nos pone de manifiesto por ejemplo, en su poema Cores, Colores, del libro Meditação sobre Ruínas.
Júdice ha hablado mucho del amor, a veces de una manera algo melancólica, comparándolo con un navío hundido, con una seara -un sembrado- inmóvil, y esto se corresponde con las diferentes etapas de su vida, momentos más tristes o más alegres, algo que va marcando su poesía a través de los años.
Pues hay que saber que Júdice, de todo lo que escribe a diario, selecciona y recorta, o guarda, poesías que nos entrega casi a un ritmo anual, en libros de algo más de cien páginas y que nos permite reencontrar, recuperar sus temas a la luz de la vida actual. Ya hace cuarenta años su poesía descollaba, pero esta especie de reválida anual la mantiene viva, muy actual. Sus obras de poesía, ensayo, relatos, se cuentan por decenas, pues es un trabajador serio, comprometido, con tesón. A vuela pluma, podríamos decir que debe tener más de dos mil poemas publicados, además de varios libros de ensayos y más de una quincena de relatos y novelas. Su proyecto poético entronca con sus relatos y novelas. Sin embargo, sería una simplificación calificarlo de prolífico pues toda su obra es extraordinariamente cuidada, sin afanes editoriales. Es como una renovación permanente, como esas primaveras que a menudo evoca, de brotes y yemas tiernos.
No es la suya una poesía política, entre otras cosas por reacción -nos dice- a esa poesía social, neorrealista, que fue bastante frecuente en los años cincuenta y sesenta en Portugal, como en España y que se marchitó pronto. Pero subyace en su obra, el presente y la realidad. Se podria decir que su poesía es a menudo real, pero no realista.
Su penúltimo libro, por ejemplo, está dedicado a Europa, O mito de Europa, recuperando el mito de su rapto, y aprovechando para encomiar la estabilidad que supone este continente. Como nos dijo hace unos meses en Olhão, en el Algarve, en el encuentro de Poesía al Sur, los mitos existen para reactualizarlos. ‘Es un libro no político, pero tiene un fondo político‘. El último poema, de 590 versos divididos en diez estancias, cuyo título es el del libro todo, constituye un himno a esa Europa que debería estar más abierta, en la que subyace el drama, o tragedia, más bien, de los refugiados. Y es la expresión del constante culto de Júdice a la lengua portuguesa, que es capaz de expresar todos los sentimientos, más también la modernidad, el compromiso.
Su última entrega es A pura inscrição do amor, donde una vez más, Nuno Júdice, como genuino poeta, ve lo mismo que nosotros, lectores, pero bajo las apariencias nos descubre algo oculto, otra realidad. La belleza de las palabras, vienen hiladas en versos que nos abren a la ensoñación o, mejor, a una suerte de meditación. El poema final, A mulher deitada, (la mujer tumbada o echada), es un puro homenaje a la mujer de encendidas y singulares metáforas, en una aliteración ritmada y perfecta.
Ha bebido, nos dice, en las fuentes del surrealismo pero se ha desprendido de él sin renegar de esa influencia. La libertad de la expresión poética que trajo este movimiento impregna la poesía de Júdice, aunque no renuncia a la claridad. Sus poemas más descriptivos se desdoblan en planos diferentes de lectura y percepción, sin agotar la posibilidad de lo hermético, del secreto, de dejar soñar al lector sensible, colaborador del poeta. Nos menciona algunos de sus poetas preferidos, sus puntos o zonas de contacto, que entre los franceses son Rimbaud, Baudelaire y St. John Perse, aunque ahora también ha vuelto a leer a André Breton. Entre los portugueses menciona, a título no exhaustivo, a Ruy Belo, Al Berto, Ramos Rosa o Eugenio de Andrade, sin olvidar la influencia que ejerció Jorge de Sena. Conoce muy bien la poesía española y nuestro país, que le concedió el Premio Nacional de Poesía hace seis años y acaba de concederle el Rosalía de Castro.
Dirige desde hace años la prestigiosa Revista Colóquio Letras que constituye el tesaurus de las letras portuguesas actuales. Se ha esforzado en que, manteniendo un alto nivel, no sea solamente un albergue de escritos de tesis sino que sea accesible a todos a amantes de la literatura, la poesía y el pensamiento. Sus números son una referencia, en especial los dedicados a un tema o un autor, aunque siempre hay diversidad de enfoques y de opinión, haciendo honor al título de cabecera, coloquio. Hoy, además, ya jubilado de sus clases en la Universidad reconoce que tiene más tiempo para sus lecturas y para escribir. Y para ordenar su magnífica biblioteca, que reparte entre Lisboa y su casa en el Algarve natal.
Nuno Júdice está plenamente comprometido con la cultura. Acude con gusto a colegios y asociaciones a leer sus poemas o a debatir de letras y cultura con ciudadanos, estudiantes, trabajadores, asociaciones locales de mujeres,… Hace poco ha estado, me cuenta, en Abrantes y en Coruche, y siempre está disponible, como hoy lo ha estado para este almuerzo y demorada conversación.
Afuera llueve apaciblemente. Nos despedimos del Círculo Eça de Queiroz, husmeando su nutrida biblioteca, su sala de música con el piano de cola y los numerosos recuerdos del gran escritor decimonónico.
Aprovechen los lectores españoles las ediciones de su poesía en nuestro país y sepan que Nuno Júdice va a recitar sus poemas en Madrid a finales de abril, invitado por Luis Garcia Montero.