Mas en esas astillas vagabundas que se consumen sin fuego, en esas ausefncias hundidas que sufren los muebles desvencijados, no a mucha distancia de los nombres y signos que se enfrían en las parede Rafael Alberti
Los millones de visitantes que recibe Barcelona se sienten fascinados por la belleza del Barrio Gótico. No deja de ser paradójico, no obstante, que el Museo Frederic Marès que contiene piezas escultóricas, medievales, renacentistas, barrocas, de valor y singularidad y una serie de colecciones variopintas que recogen un estilo de vida, hoy desaparecido, y donde podemos encontrar desde abanicos, relojes, joyas, juguetes, llaves, muebles, amuletos, cerámicas, vidrios y hasta soldaditos de plomo, sea tan poco visitado. Procuremos dar algunas razones para vencer la indiferencia de los paseantes e invitarlos a penetrar en un mundo fascinante, nostálgico y hasta metafísico.
Si se deciden a vencer la inercia, encontrarán en su interior atractivos suficientes que les compensarán, con creces. Pasar dos o tres horas en este espacio, donde parece que el tiempo se ha detenido y donde cobra fuerza la persistencia del recuerdo es una experiencia gratificante. No lamentarán su decisión quienes se dejen arrastrar por la curiosidad de descubrir.
La primera sorpresa es su ubicación, a escasos metros de la Catedral, en un edificio del que es perceptible su origen medieval. Formó parte del Palacio de los Condes de Barcelona y durante un breve espacio de tiempo albergó a la Inquisición.
El patio o vergel, nos transporta al Medievo. El jardín perteneció a Martín I, también conocido como El Humano.
Una vez comenzada la visita nos llama la atención especialmente las tallas polícromas de madera, entre las que encontramos auténticas joyas. El románico, el gótico y el periodo renacentista tuvieron en Cataluña un esplendor fulgurante; ahora bien, el Museo ‘acoge’ piezas procedentes de otros muchos lugares: Castilla y León, Navarra, Asturias, Aragón… Nos encontramos, por ejemplo, una portada magníficamente bien conservada, procedente del Castillo de Anzano (Hoya – Huesca).
Iremos siguiendo el método de las aproximaciones sucesivas para adentrarnos en el espíritu de Frederic Marès que fue escultor, viajero y coleccionista ávido y compulsivo. Es, desde luego, un alarde de constancia, vanidad y dedicación reunir tal cantidad de piezas. Fue la razón de su existencia. Gustaba repetir que ‘hago escultura para poder comprar escultura‘. En cuanto a las piezas que logró recopilar es inevitable admirar la poderosa fuerza que le lleva a reunirlas pero, que permite a las generaciones actuales y a las futuras, contemplar formas de vida ya extinguidas y que de alguna manera se encuentran entre los muros de este Museo como muestras de un pasado que sigue vivo como si el tiempo se hubiera detenido.
La visita al Museo no debe durar menos de tres horas. De hecho, con el ticket de ingreso, en el plazo de seis meses, podemos realizar una segunda visita ya que es, prácticamente imposible, detenerse, observar con atención, las más de tres mil piezas escultóricas o los más de cincuenta mil objetos que contienen sus cinco plantas.
Hay tal fusión, tal identificación de Frederic Marès con el Museo que es su vida y en cierto modo, su mejor obra. Lo fue viendo crecer y desarrollarse desde la quinta planta, en la que residía.
En su Estudio-Biblioteca encontramos piezas escultóricas emblemáticas como la magnífica que realizó del músico Jaume Pahissa, que recuerda a las de Auguste Rodin. El rostro del músico parece surgir del fondo mismo de la piedra.
Continuemos nuestro recorrido y nuestra aproximación. La planta -1, la 0 y la 1ª, albergan, piezas y tallas polícromas, en su mayor parte religiosas, pero expuestas con un criterio museístico para que el visitante pueda contemplar ‘a vista de pájaro’, desde la antigüedad, el románico, gótico, renacentista, barroco… hasta el siglo XIX Catalán.
Los árboles no dejan ver el bosque, tal es la cantidad y calidad de las piezas exhibidas. Bastará para despertar el gusanillo de los interesados, señalar que entre las joyas que contiene se encuentra un magnífico sepulcro de alabastro renacentista de Juan de Vargas y obras de notable interés de Ordoñez, Berruguete, Juan de Juni, Gregorio Fernández, Pedro de Mena o Francisco Salzillo. Baste esta relación apresurada para que podamos hacernos una idea de la importancia y de la representatividad de las esculturas que exhibe.
Muestras muy representativas de diversas escuelas y estilos. Asimismo, destacan algunos retablos de gran belleza, como uno de Manuel Álvarez, o La dama del armiño del siglo XVI, procedente de Italia. Es, también, impactante La crucifixión, en madera, de Bartolomé Ordoñez.
La pintura, sin embargo, apenas está presente, no obstante, hay una Entrada de Cristo en Jerusalén de Lucca Giordano muy interesante.
Frederic Marès no es excesivamente conocido fuera de Cataluña, sin embargo, puso sus excelentes conocimientos de escultura al servicio de su afán coleccionista y en 1946 creó el Museo Marès, que posteriormente donó al Ayuntamiento de Barcelona. Observando este Museo estamos en condiciones de dar respuesta a la pregunta ¿cómo se fue conformando? Partió de unos cuantos centenares de piezas y después fue creciendo y creciendo con nuevas adquisiciones y donaciones, incluso se exhiben algunas piezas adquiridas después de su muerte.
Señalaremos algunos de los premios y distinciones que le fueron otorgados para que podamos valorar su importancia como creador. En 1924, obtuvo el primer premio del Concurso Nacional de Escultura, en 1983 Premio Nacional de Bellas Artes, en 1982 La Creu de Sant Jordi de la Generalitat, fue asimismo Académico de la Escuela de San Fernando de Madrid.
Frederic Marès fue un escultor de estilo depurado y fuerte personalidad. Sus obras están repartidas en toda España, señalemos tan solo el monumento a Goya en Zaragoza, las tumbas de Jaime II y Jaime III en la Catedral de Palma de Mallorca, el monumento a Luis Vives en Elche, el monumento al rey Alfonso III de Aragón en Mahón, (Menorca) y fuera de nuestras fronteras el monumento a Salvador Brau Asencio en Puerto Rico, por no citar más que algunas de las que me parecen más interesantes, sin olvidar, por supuesto, el Entierro de Cristo, en relieve en la Basílica de Santa María del Mar.
Es curioso señalar que su pasión por el coleccionismo la manifestó desde niño, donde ya reunía los cromos de trajes regionales de diferentes países que venían dentro de las tabletas de chocolate. Tal vez esta pasión fuera heredada. Su padre, Pere Marès, fue el fundador de una revista curiosa ‘El corresponsal del coleccionista’.
En las plantas 2ª y 3ª del Museo, se encuentran colecciones, que con paciencia y tesón, fue reuniendo de los más variados objetos. Es de destacar como fueron acrecentándose, desde las cuatro salas iniciales de los años cuarenta, hasta las actuales. Aun así su pasión de coleccionista seguía acumulando piezas, motivo por el cual donó a otros museos una parte de sus amplísimas colecciones, por ejemplo, al Museo de Historia de Sabadell, al Museo del Ampurdan o la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, incluso creó y puso en marcha centros museísticos como el Frederic Marès de Montblanch o el Museo de Arenys de Mar.
En el denominado ‘Gabinete del coleccionista’ que abarca la 2ª planta completa y parte de la 3ª, se exponen diversas colecciones que tienen que ver con la vida cotidiana y que dan testimonio de las formas de vida del pasado, estas piezas parecen rescatadas de la voracidad destructiva del tiempo para que las puedan disfrutar los hombres y mujeres del mañana; quizás por eso, despiertan en nosotros sensaciones de nostalgia casi metafísicas.
En la visita los ojos no saben donde detenerse, tal es la variedad de lo expuesto, desde una colección de cajas de cerillas con imágenes eróticas, a impresos comerciales, pasando por una serie curiosa de pipas de fumador o diversos amuletos, por no hablar de su extensa selección de abanicos, su amplio muestrario de relojes, entre los que destaca un interesantísimo reloj de campanario, de hierro forjado, que procede del antiguo hospital de la Santa Cruz de Barcelona. Son, asimismo, de gran belleza los platos de cerámica catalana, la amplia colección de cajas limosneras o los juguetes que llenaron las horas de diversión y asueto de tantos niños del siglo XIX.
Nuestro recorrido se va acercando a su fin pero hemos de hacer una mención al estudio-biblioteca, donde se encuentra la escultura de Jaume Pahissa, a la que hemos aludido anteriormente, junto a otras obras del propio Frederic Marès.
La vista al Museo constituye, sin duda, una experiencia única. Podría decirse que no hay otro museo igual o similar en el mundo. Quisiéramos motivar, con estas líneas, a los miles de visitantes que a diario ‘patean’ el Barrio Gótico, para que hagan un alto en el camino y disfruten de este espacio, único en su género y que se convierte en una auténtica joya de la escultura románica, gótica y renacentista y de las diversas colecciones a las que hemos aludido.
Es un viaje fecundo al ayer y una aproximación a las formas de vida de nuestros abuelos y de los padres y abuelos de estos.
La visita es, desde luego, agradable pero es algo más. Es un viaje en el tiempo para rescatar formas de vida periclitadas y tener la oportunidad de observar, de cerca, tallas polícromas de gran valor procedentes de diversos lugares.
Antes de abandonar el edificio, una última mirada al patio de los naranjos o jardín de Martín I el Humano, para admirar, su serena belleza. Es formidable que en un mismo espacio se puedan contener manifestaciones artísticas y formas de vida desde el Medievo hasta la actualidad.
Quien pase de largo, no sabe lo que se pierde.