noviembre de 2024 - VIII Año

Hablemos de desinformación

Este pasado sábado, en una de las distendidas reuniones sabatinas con amigos, estábamos comentando el impacto de las narrativas que formaban parte de las estrategias de desinformación, la graduación de estas en función de su nivel de amenaza y de cómo las más amenazantes son, precisamente, las más tenues y sibilinas, y las que están diseñadas para crear lo que llamamos una “escalada de confusión”.

Entre otros ejemplos, y para no entrar en temáticas patrias, que “haberlas haylas“ y en gran cantidad, estuvimos comentando el caso del sabotaje del gasoducto llamado Nord Stream. Consideramos que es un modelo paradigmático de lo que se denominan operaciones de “zona gris”.

Este tipo de estrategias medran gracias a los “marcos de plausibilidad” y a los “sesgos de confirmación” de un público deseoso de que alguien le diga que, básicamente, tienen razón. Antes de continuar, este post no pretende dar respuestas respecto al caso concreto, solo analizar la complejidad de ciertas narrativas subyacentes a estrategias de desinformación porque estas afectan tanto a países como a cualquier organización, ya sea institucional, empresarial o de cualquier otra índole.

Para centrar la cuestión y delimitar el campo de juego del presunto sabotaje, hemos de tener claro que pocos países pueden hacer algo así, básicamente, EE. UU. y Rusia con una tecnología submarina muy desarrollada. Con ello ya tenemos los dos actores principales. De igual forma, cualquier actor puede jugar (y está jugando) a la “negación plausible”, con lo que ya estamos subiendo escalones en la “escalada de la confusión”.

Cualquier analista que se precie utilizará el principio del “cui prodest”, esto es, ¿a quién beneficia?, pero este marco, la respuesta a esta cuestión habrá sido prevista por aquél que haya diseñado esta operación de “zona gris”.

¿Qué posibles escenarios e intencionalidades podríamos observar? Responderemos de menor a mayor complejidad (¡sin tratar de abarcar todas las posibilidades!):

Existen dos narrativas principales, la primera dice que Rusia es la responsable y la segunda acusa a los EE.UU.

  1. Rusia es la responsable y está lanzando dos tipos de mensajes en esta especie de incipiente juego de la gallina que se está desarrollando:
    1. Mensaje 1: Quemo mis naves y, por tanto, el factor gasístico/Europa ya no es relevante en mi estrategia.
    2. Mensaje 2: Si puedo hacer esto con un gasoducto, también puedo hacerlo con los cables submarinos que sustentan las comunicaciones transatlánticas (hay que seguir la intencionalidad geoestratégica de los 40.000 satélites de Elon Musk)

Como vemos, estaríamos ante un escenario probable que haría recaer todo el peso de la responsabilidad al Kremlin, pero ¿qué ha dicho el gobierno ruso?:

Rusia asevera que EE.UU. tiene interés en el sabotaje de Nord Stream (La Vanguardia)

Esta “negación plausible” por parte de Putin es la parte sobre la que se sustenta una narrativa de desinformación muy bien elaborada, veámoslo:

  1. Si son los EE.UU. los responsables de los hechos, es porque quieren obligar a ciertos actores europeos a continuar e intensificar las ayudas a Ucrania poque Rusia está estrangulando los suministros energéticos. Básicamente, lo que viene a decir es: hay un frente anglosajón (los halcones) que intenta condicionar al frente germanófilo (las palomas).

Como vemos, todas las opciones descritas podrían ser la respuesta a la lógica del “cui prodest”, sin embargo, si queremos responder a la cuestión de ¿a quién beneficia?, habría que preguntarse por la narrativa activada por los servicios de inteligencia rusos:

¿Qué mejor escenario para los intereses rusos que hacer creer a las opiniones públicas de los países de la OTAN que han sido, precisamente, los estadounidenses los responsables del sabotaje y así crear un escenario de división entre los aliados occidentales? Máxime cuando uno de los principales errores de Putin fue creer que la invasión provocaría una intensa división entre los distintos países OTAN y, en verdad, ocurrió lo contrario.

No hay que olvidar que las narrativas de las estrategias de desinformación no se activan en una especie de vacío existencial, están pensadas aprovechando los sesgos cognitivos, las circunstancias sociopolíticas concretas y los sustratos culturales del público objetivo.

Desde esta perspectiva, esta narrativa encajaría perfectamente en el antiamericanismo que con tanto ahínco trató de impulsar el KGB en las sociedades occidentales, sería muy bienvenida por parte de perfiles políticos de “izquierda” (como Podemos) y trataría de generar un clima de confusión en un momento de máxima debilidad militar rusa precisamente cuando los distintos gobiernos de la OTAN tendrán que tomar la decisión de aumentar el apoyo militar a Ucrania, mantenerse en perfil bajo o forzar a una negociación…

Lo dicho, con tanta niebla y desinformación, debemos profundizar en el análisis para saber los escenarios más probables y, así, activar las estrategias más adecuadas ante los ataques.

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