Arnault Skorniki sistematiza en su libro Sed de Estado, la teoría estatal que el gran pensador francés dejó por hacer
Arnault Skorniki es un Profesor de Ciencia Política, con amplia formación filosófica e histórica, que imparte su disciplina en la Universidad París Nanterre. Debutante en la arena científica con una tesis doctoral sobre la economía política en la Francia ilustrada e historiador social de las ideas políticas, hoy comparece en la escena española como autor del libro recientemente editado por la jovial editorial universitaria Dado. El libro se titula Sed de Estado y concierne a una cuestión siempre candente, la existencia -o no- de una Teoría del Estado.
La particularidad de este texto, traducido por David J. Domínguez, que lleva por subtítulo Michael Foucault y las Ciencias Sociales, reside en el hecho de que, con fuerte estro innovador, aborda un aspecto nunca sistematizado pero, según Skorniki, ínsito en la obra del autor posestructuralista francés de nombradía universal. De Foucault y hasta ahora, se había pensado que descartaba teorizar sobre el Estado mismo. Y ello porque Foucault (Poitiers, 1926-París, 1984), uno de los intelectuales franceses del siglo XX de más estatura y profundidad, rehuyó de manera reiterada aceptar los principios epistemológicos monocausales que habían presidido, a su entender y durante la centuria, el desarrollo de la Ciencias Sociales, señaladamente la Sociología Histórica y las Ciencias Políticas, en cuyo cogollo conceptual se hallaba, precisamente, el Estado. A ese núcleo se accedía tradicionalmente desde la Ciencia del Derecho, frente a la cual Foucault mostraba un hartazgo metodológico intenso, por la mecánica severidad del discurso jurídico.
Así pues, con una audacia singular, el gran pensador francés, al modo de una microfísica, elaboró una teoría de la descomposición del poder en pequeños micropoderes, que no solo procedían y se integraban en lo conocido estrictamente como ámbito de lo político, sino que provenían de los rincones más remotos de las prácticas sociales, con un aluvión de efectos nuevos, insólitos y desconocidos. Con ello
Foucault esquivaba encarar frontalmente la definición del Estado, al que consideraba, más que un centro de imputación y producción del poder, el efecto de lo que denominaba ‘gubernamentalidades múltiples’. Resonaba en esta transcripción la gubernamentality de los pragmáticos anglosajones, incapaces de transigir con abstracción alguna y mucho menos aún con esa gran abstracción que el pensamiento continental ha denominado Estado. Pero Foucault, huyendo de esta trampa paralizante, interpretaba el gobernar como la técnica de ‘conducir conductas’, subraya Skorniki, y el Estado lo concebía como un enclave sobre el que convergían dispares técnicas de dominación no estrictamente políticas. Lo que parecía un contrasentido lógico, esto es, estudiar efectos sin remontarse a las causas, mutaba en Foucault al interpretar el Estado más como efecto mismo que como polo inductor de causalidad, al modo en que la sustancia de lo estatal era abordada desde la teoría del Estado y la historiografía, señaladamente germanas.El alcance político de las reflexiones de Foucault -que había militado en el Partico Comunista Francés entre 1950 y 1953 por recomendación de su maestro Louis Althusser-, se alargaría hasta la presumible invalidación de los postulados revolucionarios, tan en la estela de la Francia y Alemania del Mayo del 68, fechas en las que él se prestigió por sus reflexiones magistrales. Su teoría, influida por Nietzsche, Heiddeger y paradójicamente también por Marx, llevaba a concluir que no resultaría suficiente la abolición del poder estatal de la burguesía para alcanzar la soñada emancipación: la mentada dispersión de micro-poderes convertía la tarea revolucionaria en una misión casi imposible, pero imposible del todo si a su combate se accedía tan solo con el pertrechamieto teórico de las doctrinas moncausales al uso, desde el marxismo al anarquismo libertario.
La subjetividad del humanismo foucaultiano era susceptible de convertir sus reflexiones en paradigmas de la compasión a la hora de descubrir, por ejemplo, la intensidad y el alcance de la represión disciplinaria, desde el suplicio hasta la aniquilación; ello chocaba con la descarnada y mecánica objetividad de la lucha política, trufada por la cortedad de miras de algunos de los partidos supuestamente revolucionarios, sobre los cuales -y a su entender- se encarnaba asimismo la tendencia a perpetuar la implacable lógica del poder estatalizado versado hacia le producción de obediencia, también en su trato hacia el interior de sus combativas militancias. Por todo lo cual, Foucault reivindicaba su libertad para acometer sus indagaciones fuera de los corsés ideológicos ortodoxos tan al uso en la puritana Francia prerrevolucionaria de sus años universitarios, si bien tal actitud le permitía esquivar la confrontación directa con constructos teórico-prácticos tan consistentes como los de modo de producción; formación social; hegemonía; correlación de fuerzas y otras, procedentes del marxismo y del leninismo.
Arnault Skorniki apuesta por acreditar que Michel Foucault sí consideraba relevante la cuestión del Estado, o más precisamente, la permanente estatalización de las relaciones de poder, de casi todas las relaciones de poder, que se opera en Occidente desde la Edad Media. En los textos foucaultianos descubre Skorniki una riqueza argumental extraordinaria, aunque no sistematizada, para fundamentar una posible teoría del Estado propia, bien lejos ya del férreo e incompleto discurso jurídico y del mecanicismo, a su juicio inútil, de los dogmas doctrinarios.
Empero, queda por dilucidar más intensamente dónde residía el vértigo óntico de Michael Foucault hacia los grandes paradigmas y los grandes relatos que han vertebrado la historia del pensamiento occidental durante tantos siglos. Si el autor de Vigilar y Castigar fue capaz de detectar hasta la más remota de las resonancias del poder disciplinario orientado a crear docilidad social y obediencia en las entrañas del cuerpo de los condenados al tormento, en los rincones más tenebrosos de las prisiones, en las sentencias más arbitrarias, resultaba justificado preguntarse cómo no se interesó por acudir a explicar las causas generatrices de tales y tantos efectos, muchas de las cuales conducían hasta la entraña del estado, para desentrañarlas y brindarnos pautas necesaria para combatirlas. Hay en ese rechazo un horror indefinido que, hasta el momento, nadie se atrevía a explicar y que hoy Skorniki acomete y supera con valentía y rigor, bien que en el aire permanece la cuestión según la cual el Estado se configura como una entidad sin sujeto.
Son reconfortantes, en el libro aquí reseñado, las incursiones del autor sobre el poder pastoral, técnica depurada de producción de sumisión, metáfora empleada para destacar la continuidad entre las configuraciones de la grey religiosa en clave de grey política, impuestas por el discurso político vigente en la escena occidental ininterrumpidamente desde tiempos tan remotos como los medievales. Pero más reconfortante aún resulta que haya editores, como Mario Domínguez Sánchez-Pinilla que, desde la atalaya científico-social de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense, apuesten desde hace dos años por editar, traducir y difundir enjundiosos ensayos como el de Arnault Skorniki, una verdadera invitación a reflexionar sobre el quehacer de Michael Foucault para reconstruir junto a él viejos edificios epistemológicos o, mejor, edificar otros universos ideopolíticos, desde presupuestos teóricos nuevos, tan apremiantemente necesarios.