noviembre de 2024 - VIII Año

El día que conocí a Ernesto Cardenal

Ernesto CardenalSe escarchaba la piedra en el amanecer. Un rumor de tórtola y perdiz subía desde el Tajo entre la niebla amante del río. Yo escribía los textos de un libro sobre Toledo, Ciudad Mágica, para una colección con el mismo nombre. Desde el fervor nocturno por la palabra me llegó el alba como una iluminación en el claroscuro de los versos nacidos del insomnio. Salí a la terraza corrida del Parador de Turismo «Conde de Orgaz» y allá enfrente, al otro lado de la curva del río, se dibujaban las torres macizas del Alcázar , las agujas de la Catedral que arañaban el cielo y el declive del caserío hacia el agua con su dédalo de callejas y veletas, de empinados senderos hacia su corazón.

Miré a mi derecha y allí estaba él, con su barba entrecana y su boina sempiterna, ocupante de la habitación colindante a la mía y como yo, amante impaciente del milagro de la aparición de la Jerusalén de Occidente, de la Toledo amada, entre la bruma de la amanecida. Era el invierno de 1994 y recuerdo que yo jugué con una broma literaria cuando comenté que ya Oscar Wilde aludía a la importancia de llamarse Ernesto y como se habría alegrado el irlandés genial si hubiese conocido que con ese nombre habían sido inscritos en la vida seres como Ernesto «Ché» Guevara y él, Ernesto Cardenal (*), ambos tan próximos a él en un concepto amplio de la revolución.

Había un poso de tristeza en sus ojos profundos. La de los idealistas que dan todo por sus creencias, por su esperanza en transformar el mundo, su miseria y su injusticia y al cruzar nuestras miradas él supo que yo conocía su desilusión por la política, su abandono del Frente Sandinista de Liberación Nacional después de haber sido el primer ministro de Cultura de la Nicaragua revolucionaria desde 1979 a 1987 al triunfar esta en su lucha con la dictadura de Somoza. Era mejor hablarle de Solentiname, esa Arcadia creada por él lago Cocibloca donde vivir en comunidad pescadores e intelectuales o de la Casa de los Tres Mundos, ese proyecto cultural que alumbró en su nicaragüense Granada natal.

Se transparentaba su emoción cuando se perdía en la lejanía y hablaba de su amor a España, a Cervantes. Creo recordar que dijo: -Cuando yo vine aquí por primera vez en 1949, seguramente no habrías nacido. Y le gustó que yo mencionara a Rubén Darío, faro de la poesía iberoamericana del siglo XX y a Thomas Merton, el escritor norteamericano que tanto influyó en su pensamiento sobre la teología de la liberación. Supe que le importaba un bledo que el Papa Juan Pablo II le hubiese increpado con tanta dureza en la pista de aterrizaje de Managua, al llegar a su país de visita en 1983 acusándole de propagar la apostasía y forma parte de un gobierno comunista lo que se concretó un año después en su suspensión del ejercicio del sacerdocio por el entonces Pontífice, hoy Santo de la Iglesia Católica, por abandonar ese movimiento de la Teología de la Liberación en defensa de los oprimidos.

¡Qué alegría saber que aún vive! Qué su pureza de espíritu le lleva a defender lo que fueron los principios vitales de su lucha por el ideal, la justicia y la defensa del hombre frente a la opresión. A sus 92 años vuelve a alzar su voz, a denunciar la dictadura ignominiosa que hoy practican los que antaño fueran héroes y líderes de la Revolución, Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo. El espíritu y la palabra de Cardenal vuelan ligeros como las mariposas pero aguijonean incansables como las avispas a los que consideran traidores a los principio de libertad y democracia por los que lucharon. Y le enredan en acusaciones, juicios y multas para tratar de silenciar su voz, de amordazar su denuncia. Esta mañana, casi anunciadora ya de primavera, busco en mi biblioteca un ejemplar de tu Cántico cósmico y me siento contigo un minúsculo grano de arena en la inmensidad del universo, en el efímero latido vital que nos hermana pero te recuerdo con amor y una sonrisa abriga mi corazón y mi pluma cuando recuerdo aquel día que te conocí, mientras releo tus versos, amigo:

Seres esencialmente cósmicos:/ No podemos excluir a la tierra de la eternidad./ Esas luces allá arriba, la Jerusalén celestial./Si en matemáticas son infinitos los números,/ los pares y los impares,/ ¿por qué no una belleza infinita y un amor infinito?/ Es una constante en la naturaleza/la belleza./ De ahí la poesía: el canto y el encanto de todo cuanto existe.

(*) Ernesto Cardenal (Granada de Nicaragua, 1925) es teólogo, sacerdote, escritor, poeta, escultor, traductor y político nicaragüense de gran nombradía mundial, que ha obtenido numerosos galardones literarios internacionales. Entre ellos el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Es Académico correspondiente de la Academia mexicana de la Lengua y Presidente Honorífico de la Red Internacional de Escritores por la Tierra (RIET).

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