El digitalista desnutrido es un prestidigitador, un tramposo. Tienes un mundo lleno de riquezas y matices, que captas con los cinco sentidos o con muchos más. Y de repente te lo escamotean todo y te ponen un mundo abstracto de dígitos. Solo visual, pero ni siquiera del todo visual. Como el prestidigitador que sustituye a tu abuela por un conejo. O el trilero que hace poner cien euros sobre la mesa y te da dos monedas falsas. Te quitan el médico, un ser humano como tú que puede captar tu atmósfera y olfatea tu angustia y te ponen un programa de ordenador. Te quitan tu vida y tu mirar y te ponen unos cuantos datos muertos. Les pones tu cuerpo y te dan tu cadáver.
Dirán que soy exagerado. Tal vez lo sería si lo digital fuera solo un instrumento, un medio de comunicación. Pero es que pretende sustituir completamente al mundo real. Los seres complejos y candentes de carne y hueso, nunca convertibles en desalmados algoritmos, se sustituyen por fantasmas digitales sin carne, hechos solo de fórmulas abstractas y sordas. Y entonces nos roban todo. Y nos sentimos agradecidos a nuestros ladrones. Que hacen un negocio inmenso con nosotros al triturarnos masivamente. Y ellos sí se comen su solomillo muy real en algún lugar muy real, y mandan a sus hijos a entornos reales con vida de verdad. Mientras nosotros solo somos materia prima masiva para sus negocios implacables. Y en el ordenador Microsoft me dice continuamente: problemas con su cuenta Microsoft. Porque no me da la gana de activarla y comprarles productos incluso sin darme cuenta. Nos acosan sin fin, pero estamos agradecidos. Al fin y al cabo, para las grandes tecnológicas solo somos el primo tonto que usaban antes los trileros en los timos de las ferias.
Lo digital es una plaga. Vamos a evaporarlo todo, vamos a meterlo todo en el teléfono móvil. El mundo entero con su infinita riqueza aprisionado en el teléfono móvil. Vamos a acabar con todo lo físico, con todo lo carnal. Vamos a acabar con las personas de carne y hueso y sustituirlas por programas catatónicos y muertos. Vamos a acabar con toda vida y sustituirla por la muerte. Me dirán creyéndose llenos de razón: usted está usando ahora lo digital, escribe en una revista digital. Sí, lo estoy usando, pero no quiero que sustituya a toda mi vida.
Los teléfonos móviles como insectos infames acaban con todo, lo reducen todo, lo tragan todo. Ya no hay ningún contacto entre personas, ya no hay olores ni tacto. Ya no hay nada del mundo real lleno de matices, todo se reduce a códigos y cifras. Todo está dirigido según fórmulas, todo está catatonizado y desaborizado. No queremos que nada huela, la gente dice que le da asco como huele el papel de los libros. Y le darán asco las personas de carne y hueso y le dará asco su abuela. Y meterá el mundo entero con millones de sensaciones en su miserable y puto móvil diminuto y abstracto.
Los insectos desatados que persiguieron a Moisés nos persiguen ahora a todos y se ponen en nuestras manos. Eliminan nuestras propias manos y las reducen a dedos para las teclas. Nos lo secuestran todo y le quitan todo sabor al mundo. En lugar del plato de callos que hace mi novia, oloroso y que llena la boca, pondrán imágenes brillantes y codificadas de internet. Ya no hablaremos con la empleada de Hacienda que torcía la boca a veces con encanto, le enviaremos códigos y cifras. Y nos dirán que estamos progresando. Como en aquella película de los Monty Pithon en que el funcionario romano te decía sonriendo bondadoso y progresista: A usted le toca crucifixión. Pero si aun quieres ser tú mismo y no de la plaga estás loco.