Lunana: A Yak in the Classroom (Lunana, un yak en la escuela) es un largometraje del director de cine butanés Pawo Choyning Dorji y sorprende que a pesar de ser su ópera prima, fuera nominado a los Oscar el año pasado como mejor película extranjera. Aunque no consiguiera la codiciada estatuilla, que quedó en manos del japonés Ryûsuke Hamaguchi por su excelente Drive My Car, la gesta de Lunana no pasó desapercibida para nadie. Ahora por fin llega a las pantallas de nuestro país para que podamos disfrutar de ella.
La trama del film es sencilla y recupera el viejo tópico del adolescente que entra en el proceso de aprendizaje, rito de paso, que le lleva a la edad adulta. Género literario —el bildungroman — que pasara al cine ya desde sus orígenes y del que contamos con innumerables buenos ejemplos. La acción fundamentalmente se desarrolla en el campo lo que conecta la película con los códigos del drama rural, subgénero del que en Europa tenemos una larga tradición, también desde la novela y el teatro.
Dorji utiliza las convenciones del género y del subgénero para contarnos la historia de Ugyen, un estudiante de magisterio ya en su último año de formación, que vive con su abuela en Timbú, la capital del Reino de Bután. Sin embargo, su sueño es conseguir un visado para marcharse a Australia — la nueva y metonímica Babilonia— con su guitarra y el declarado objetivo de triunfar como cantante. Pero las cosas no serán tan fáciles: ante el desinterés que Ugyen muestra por sus estudios, los responsables académicos del gobierno deciden enviarle, en contra de su voluntad, a una escuela infantil en la remota localidad de Lunana, en el norte de Bután.
Esto le someterá a un penoso viaje de ocho días para ascender a este pueblo en el que viven apenas 56 habitantes y está situado a unos 4.800 m. de altitud en el Himalaya. Para ello el protagonista, aunque va a contar con la ayuda de dos pastores de yaks y unas mulas, esto no le garantizará un periplo lo suficientemente cómodo para un adolescente “occidentalizado” como él, acostumbrado a las tecnologías digitales y enganchado al teléfono móvil, y el cambio drástico de hábitos de vida que le impone la experiencia le será, desde el principio, inaceptable.
Para colmo de males, al llegar a Lunana, pese a la cálida acogida que le ofrecen los lugareños, se encuentra con una escuela precaria que no dispone ni de electricidad ni de calefacción, donde las ventanas están selladas solo con papel tradicional, y que ni siquiera tiene una pizarra ni el suficiente material escolar que necesita la escasa docena de niños de la comunidad. Sin embargo, la abierta predisposición de estos para aprender, en un país en el que casi la mitad de la población no sabe leer ni escribir, es proverbial. Ugyen debe impartir las clases en inglés y en dzonghka como es preceptivo en todas las escuelas de este estado asiático.
Lo que sigue, como podemos imaginar, es previsible, para que la historia logre su cénit y nos devuelva la confianza en el ser humano.
Así pues, nos encontramos con un viaje iniciático, más allá del consabido viaje geográfico mencionado, que es simbolizado por la elocuente metáfora del perfeccionamiento espiritual a través del ascenso físico del protagonista a las cimas —sagradas para el hinduismo y el budismo— de las montañas del Himalaya. Itinerario alegórico, pues, jalonado por diversas etapas de creciente dificultad cuasi-mística.
La figura mítica que rubricará la culminación de la aventura de Ugyen estará encarnada por el yak, animal venerado por los habitantes de Lunana, uno de los cuales acabará en el interior de la escuela como elemento protector, amplificado por la folklórica Yak Lebi Lhadar, redentora canción que Saldon, adolescente que se acaba convirtiendo en “compañera” espiritual de Ugyen, le enseña a este durante su intensa estancia en la aldea tibetana. A pesar de la pretendida trascendentalidad de la historia hay episodios hilarantes, como la broma que comparten Ugyen y su amiga Saldon a cuento del valor energético que poseen los excrementos secos de yak para la economía doméstica. Pero más allá de estos circunstanciales momentos, el guiño a la mítica Shangri-La del clásico Horizontes perdidos (1937) de Frank Capra es más que evidente.
Lo más inquietante es que el viaje de Ugyen viene a replicar en la pantalla, las propias peripecias que el equipo de producción de la película se vio obligado a padecer fatigosamente con el traslado de la impedimenta que suponen las pesadas baterías solares que necesitaron para filmar, a lomos de una aparatosa compañía de 58 acémilas.
La película tuvo su estreno mundial en el BFI London Film Festival y, como decíamos, fue seleccionada para el debut de Bután a la Mejor Película Internacional en los 93. ª Edición de los Premios de la Academia de Hollywood, aunque luego fuera descalificada por problemas de forma. Al año siguiente, se volvió a postular siendo esta vez preseleccionada en diciembre de 2021 y acabará por ser una de las cinco nominadas en febrero de 2022. La anécdota tiene también su valor sentimental, por cuanto que ya en 1999, Bután había intentado aspirar a los mismos premios con la comedia The Cup (La copa) de Khyentse Norbu, entonces profesor de Choyning. Ahora, lo que ha sucedido viene a saldar felizmente una cuestión que podríamos llamar con justicia de “justicia poética”. Como gesto de agradecimiento no es casual que el yak que acompaña a Ugyen en la escuela sea llamado Norbu, nombre de pila del mentor cinematográfico del realizador.
Las interpretaciones de ‘Lunana: A Yak in the Classroom’ son todas ellas más que convincentes, tratándose de que la mayor parte de los personajes están interpretados por los habitantes de la zona; por otra parte, el joven actor Sherab Dorji en su papel del protagonista Ugyen Dorji recibió el premio al Mejor Actor en el Festival International du Film de Saint-Jean-de-Luz, en Francia.
El film se inicia con un ritmo trepidante, en un montaje basado en la planificación propia del cine yanqui, subrayado oportunamente por la música pop que suele escuchar Ugyen con sus cascos, en un eficaz pastiche de telefilm, para pasar por contraste —cuando se inicia el “ascenso” del chico— a un modelo cinematográfico distinto para poner en evidencia la insalvable distancia entre las dos cosmovisiones en liza, la occidental y la oriental, ralentizando el tempo en secuencias morosas, que se deleita en reposados planos detalle, tanto expresivos como narrativos, que sustituyen elocuentemente las palabras por imágenes, y descriptivos planos generales que destacan la belleza de los paisajes montañosos del Tíbet, que el realizador utiliza con habilidad para “vendernos”, en una suerte de catálogo turístico, una imagen idílica de Bután en la pintoresca fotografía del técnico Jigme Tenzing.
Como se nos señala en la película, estamos en una sociedad que propone sus propios parámetros como medida de “desarrollo” a través de lo que llaman FNB (Felicidad Nacional Bruta) frente a los datos estrictamente económicos, como los que mide nuestro PIB.
Es curioso señalar que en 1999 se levantó en el país asiático la prohibición del uso de la televisión y de internet, y desde entonces estos dos medios pasaron a engrosar, como nuevos factores, la reserva de la FNB, en la que el cuidado del medio ambiente desde siempre ha sido uno de los pilares de este insólito y poético indicador de bienestar.
Con esta filosofía nacional, como referente, no es extraño que el intento de Pawo Choyning Dorji no eluda un cierto esquematismo cultural: su decidida apología del eco-budismo se erigirá frente al rampante capitalismo occidental del que nosotros, espectadores de esta parte del mundo, somos víctimas. El mensaje espiritual es más que exportable en su manifiesto maniqueísmo de eslogan de ocasión. Y este viene trufado del ingrediente indispensable —el ecologismo— dada la situación que nos aqueja. En una de las escenas más significativas del ascenso a Lunana, cuando Ugyen y Mitchen, uno de sus guías, observan las montañas semivacías de nieve, este le responde al primero: “…No sé a qué te refieres con ese ´calentamiento global´, pero sé que las nieves y el hielo son la mítica morada del León de las Nieves. Con menos nieve y hielo cada año él está perdiendo su hogar. Me preocupa que pronto el León de las Nieves desaparezca para siempre de nuestro mundo”. Visión poética vs. visión pragmática, así de claro.
En suma, ‘Lunana: A Yak in the Classroom’ es una película entrañable que hace bandera de su sencillez y que viene a recordarnos otras miradas que bien haríamos en reconsiderar para no creernos el ombligo del mundo. El campo y el pueblo sirven de contrapunto al progreso urbano, para mostrarnos comportamientos irracionales que sacan a relucir valores o prejuicios presentes en nuestras opulentas sociedades postindustriales.
Aunque mucho antes de que aquel grupo musical madrileño de finales de los años 70 —que llevaba por nombre de guerra La Romántica Banda Local — nos alertara en su himno ‘No me gusta el rock’ que “a Occidente le huelen los pies”, a nosotros ya nos llegaba de sobra el tufo del lamentable estado de higiene que sufre el continente, no está de más que, de vez en cuando, recibamos nuevas advertencias como esta, oportuna arma arrojadiza de celuloide, que nos lanza inopinadamente un joven cineasta debutante llamado Pawo Choyning Dorji, desde un lejano y pequeño rincón del planeta, entre China y La India, que lucha por sacar adelante su exquisita cultura. ¡Atendamos su llamada!
Ficha técnica y artística:
Lunana: A Yak in the Classroom (Lunana, un yak en la escuela), 2019
País: Bután, China
Idioma: Inglés, Dzongkha
Duración: 110 min
Dirección y guion: Pawo Choyning Dorji
Música: Yi Chen Chiang, Duu-Chih Tu
Fotografía: Jigme Tenzing
Reparto: Sherab Dorji (Ugyen Dorji), Ugyen Norbu Lhendup (Michen), Kelden Lhamo Gurung (Saldon), Pem Zam (Pem Zam), Sangay Lham (Kencho), Chimi Dem (Pema), Tashi Dema (Lhamo)
Género: Drama rural
Productora: Dangphu Dingphu: A 3 Pigs Production
Distribuidora: A Contracorriente Films
Nominada a mejor película internacional Premios Oscar 2021
Estreno en España: 22 de julio de 2022