2022 – Centenario del nacimiento de José Saramago
La historia de los hombres es la historia de su incomprensión de Dios, él no nos entiende y nosotros no le entendemos
Cainismo y Job en el centro
El comienzo de la obra Caín de Saramago es una revelación del trabajo del subconsciente. Es un relato de lo que piensa en su interior de forma desordenada un individuo frente a la tradición judeocristiana, con una estilística que igualmente responde a su pretensión. El principio del que parte Saramago para relatar las descontroladas vivencias del desterrado Caín, son evidentes. Se cree (Piñeiro, 2011, Los cristianismos derrotados, pág. 192) que el famoso Evangelio de Judas es realmente el evangelio de la secta gnóstica de los cainitas. Son mencionados por San Ireneo de Lyon, hacia el año 180, y en el siguiente siglo por Epifanio de Salamina y por un anónimo atribuido a Tertuliano. Los cainitas se llaman así porque veneran a Caín como un ser de origen celestial, en tanto que desprecian a su hermano Abel por su debilidad. También manifiestan su admiración por Esaú, Coré o Korah (que dirigió una sedición para derrocar a Moisés como narra el libro Números, capítulo 16), los habitantes de Sodoma y, también por Abraxas, en general, por todos aquellos que en el Antiguo Testamento aparecen enfrentados al Dios creador, el que para ellos no es el verdadero Dios, sino un personaje angélico de jerarquía inferior. Afirman que el creador de este mundo no es dicho creador y se dedicó a destruirlos, pero no pudo dañarlos porque se alejaron de él y se trasladaron a un eón supremo de donde procede ese Poder Superior. Los herejes cainitas son amantes de la oscuridad e imitadores de personas perversas; por eso odian a Abel, pero aman a Caín y aplauden a Judas… Dice el Señor Jesús de ellos: «Sois hijos de vuestro padre el Diablo» (Juan 8:44), porque daban crédito a Judas en vez de otorgárselo a Cristo, como Eva al principio dio la espalda a Dios y creyó en la serpiente.
Influido por estas teorías o leyendas, según cómo se mire, Saramago como escritor y pensador, construye una visión diferente: la de la oposición. Reflexiona sobre el origen de la existencia humana relatada en las Escrituras. Dicha advertencia se dirige principalmente a una rebelión o “desmonte” de las creencias de millones de personas de las que el autor, obviamente, se distancia e intenta con su tono irónico-catárquico, influenciar o potenciar hacia una mirada agnóstica. No vamos a referirnos al ateísmo porque esta palabra por definición da por hecho que hay un Dios, por tanto, no sería correcta, si bien, el autor da por hecho en su relato obviamente, la existencia de Dios, solo que no lo entiende. Así comienza: Cuando el señor, también conocido como dios…En contra de quienes pretenden ver en este texto el profundo ateísmo del autor y su pasión por «comerse» la religión, no niega la importancia de la idea de Dios en la historia de la humanidad. Valida toda la corriente de pensamiento que pretende inscribir la tradición en clave de humor.
El principio del que José Saramago parte -a veces con el enfado de un niño es el de la no aceptación de la existencia de un ser superior que dirija las vidas de los seres humanos. Este hecho se une a la no aceptación de la obediencia a sus leyes que dicho Dios propone ¿Pudo haber evitado el Señor que sucedieran tales tragedias descritas? En principio, el Señor es omnipotente y posee todo el poder para controlar las vidas de los seres humanos, librarles del dolor, prevenir los accidentes, salvar niños, alimentar, proteger, ahorrar el esfuerzo del trabajo y los sacrificios, librar de las enfermedades y aun de la muerte— todo esto si Él lo quiere; pero no lo hará.
El libro de Job en este sentido es para Saramago, algo completamente incomprensible, y duda de la propia existencia del personaje, pero refuerza su duda existencial: ¿soy libre? ¿qué es el libre albedrío? Es una obra de arte literario que versa sobre este mismo tema: ¿Por qué sufren los justos? Muchas lecciones pueden aprenderse en este libro, pero hay una que emerge sobre todas las demás: Después que terminó su sufrimiento, Job descubrió que el Señor «bendijo al postrer estado de Job más que el primero» (Job 42:12). Este es sin duda el leit-motiv de los creyentes tanto judíos como cristianos: la bendición y albricias que se obtienen tras la superación de las pruebas. Un tema incluso mitológico.
Saramago da por hecho que habló Dios con Satanás Job 1:7-12; 2:1-6. La tradición áurea española contribuyó decisivamente a la consolidación de uno de los grandes argumentos europeos: lo fáustico. El tema del pacto con el demonio se desarrolló en íntima relación con una serie de ficciones literarias que constituyen una tradición de extraordinario vigor en la literatura occidental. Entre la tragedia pre-barroca inglesa de Christopher Marlowe y el poema épico-dramático del Romanticismo de Johann Wolfgang Goethe, algunas obras de Lope de Vega, Ruiz de Alarcón, Tirso de Molina, Mira de Amescua, con el corolario de El mágico prodigioso de Calderón de la Barca, dotaron a lo fáustico de nuevos matices que lo enriquecieron profundamente y que constituyen lo más granado de la aportación hispánica a este mito europeo y universal. Pero, no hemos encontrado en la tradición ni laica ni literaria, referencias que merezcan sobre pactos premeditados entre Dios y el Diablo. Puede ser una interpretación o inclinación personal de Saramago.
Algunos han puesto en duda que Dios converse con el diablo y sus huestes tal como se describe aquí. Estos versículos pueden ser una forma poética de establecer el escenario para lo que ocurre luego en la vida de Job —sus aflicciones, tentaciones y la pérdida de sus bienes temporales— en lugar de querer describir una conversación real. El Señor no hace tratos con el diablo ni acepta las obras de él. Sin embargo, Satanás tiene la venia del Señor para afligir y atormentar al hombre hasta que el tiempo concedido a Lucifer para obrar en la tierra llegue a su fin. Así, las pruebas de Job concordarían con el concepto de que Satanás tuvo el permiso de Dios para acarrear sobre aquél las aflicciones, no por un trato hecho entre Dios y Satanás, sino porque ello encajó bien en los propósitos que Dios tenía para Job.
La incomprensible razón que atormenta al autor (Saramago) de este nuevo periplo cainita comienza con esa duda que más adelante expresa en el personaje de Job, y en las quejas a Dios sobre la muerte de niños en Sodoma. Job, -curiosamente- aunque no entendía por qué Dios permitía sus aflicciones, no juzgaba al Señor ni perdía su fe en El. «…y que me venga después lo que viniere» (vers. 13), dijo a sus amigos. Dios era su salvación y Job confiaba solamente en El. Veía su aflicción en la perspectiva correcta. Si consideráramos la mortalidad como el todo de la existencia, entonces las penas, aflicciones, fracasos y la muerte prematura serían una calamidad. Mas, si al contrario, se contempla la vida como algo eterno que se extiende más allá del pasado premortal y se prolonga hasta el futuro eterno postmortal, entonces se debería colocar cada suceso que acontece en su propia perspectiva.
La cuestión es que hay un patrón a lo largo del libro tanto como de la propia vida y es que el sufrimiento no siempre es el resultado del pecado. El sufrimiento tiene un propósito mayor, parte del cual es educativo. ¿Es que no podemos ver la sabiduría de Dios al darnos pruebas a las cuales sobreponernos, responsabilidades que podamos cumplir, trabajo que vigorice nuestros músculos y penas que pongan a prueba nuestras almas? ¿No se nos expone a las tentaciones para probar nuestra fortaleza, a la enfermedad para probar nuestra paciencia, y a la muerte para que podamos ser un día inmortalizados y glorificados? Dicha perspectiva es la asumida por los seguidores de la fe.
Si todos los enfermos por quienes se hace oración fueran sanados, y todos los justos protegidos, y si todos los pecadores fueran destruidos, se anularía así todo el programa del Dios y se daría fin al principio más básico del evangelio, el libre albedrío, y nadie tendría que vivir por la fe.
Si al hacedor del bien se le recompensara inmediatamente con gozo, paz y todo lo que mereciera, entonces no existiría el mal, todos harían el bien, mas no por las razones justas. No habría, por ende, prueba de fortaleza, ni desarrollo del carácter, ni crecimiento y expansión de poderes, ni libre albedrío, sino únicamente controles satánicos.
Si el Señor contestara todas las oraciones inmediatamente después de hacerlas, de acuerdo con nuestros deseos egoístas y nuestra limitada comprensión, entonces existiría muy poco a ningún sufrimiento, dolor, decepción, o ni la muerte aun; y si éstos no existieran, tampoco habría gozo, éxito, resurrección ni vida eterna o divinidad.
Problemas sin resolver: el principio, un poco de aquí, un poco de allá
La creación de Adán y Eva fue el punto culminante de la Creación en sí, pero el Padre estaba dirigiendo la formación y el establecimiento de un hogar para sus hijos. Cuando hubo terminado, el registro dice con hermosa simplicidad: “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera…” (Génesis 1:31), y así continuó siendo este mundo en los miles de años que han transcurrido: La tierra es un lugar hermoso y lleno de riquezas, un lugar que se renueva a sí mismo y que constantemente está creando nueva vida. Ha alojado a billones y billones de personas, y todavía es capaz de mantener a muchos más. Dos aclaraciones importantes deben hacerse acerca de estas palabras con las que comienza la Biblia:
Primero, principio tiene un significado relativo y no quiere decir el punto de comienzo de toda la eternidad, si es que puede existir tal punto. El Señor dijo a Moisés que hablaría solamente acerca de esta tierra. Las creaciones de Dios son demasiadas para que el hombre pueda contarlas (véase Moisés 1:37; 7:30), y muchos otros mundos ya han “dejado de ser” (Moisés 1:35). ¿Cuándo hubo un principio? Nunca hubo tal cosa; si hubiera habido, también tendría que haber un final; eso describe la eternidad. Cuando hablamos acerca del principio de la eternidad, es sólo una forma de hablar, pues este concepto va más allá de la capacidad de comprensión del hombre.
Segundo, es posible que la creación de este mundo no fuera el comienzo para los que vendrían a habitarlo. Antes de la creación de la tierra, ellos vivían como hijos espirituales de un padre y una madre celestiales, en una existencia premortal.
¿De qué Dios hablamos? ¿Quién es el Dios del Antiguo Testamento?
Este es uno de los escollos más complicados de asumir en la teología cristiana. Saramago incluye en “dios” una marca cuantitativa y coercitiva que guía los destino, pero no entra en discusión con el punto más complicado de la teología. Muchas personas, incluyendo numerosos eruditos en materia de la Biblia, han tenido como conclusión que el Dios que se describe en el Antiguo Testamento era el producto de las supersticiones y creencias primitivas de un pueblo con estas mismas características. Llegaron a esta conclusión porque hay elementos en el Antiguo Testamento que parecen contradecir el concepto que ellos tienen del Dios del Nuevo Testamento. Esta es la visión de nuestro autor. Sin embargo, es de muchísima importancia saber que Jehová en el Antiguo Testamento era Jesucristo en su estado preexistente, no sólo para poder comprender correctamente el Nuevo y el Antiguo Testamento, sino también para poder comprender la naturaleza y los objetivos de Dios y para comprender la relación que existe entre los hombres y cada uno de los miembros de la Trinidad.
Por ejemplo, la misma persona que dijo: “Amad a vuestros enemigos” (Mateo 5:44) les dijo a los israelitas, refiriéndose a los cananeos que habitaban la tierra prometida: “Ninguna persona dejarás con vida, sino que los destruirás completamente” (Deuteronomio 20:16-17). El mismo Jesucristo que dijo que perdonáramos “setenta veces siete” (Mateo 18:22) exterminó por completo a los habitantes de la tierra, con excepción de ocho personas (véase Génesis 7-8) que se sepa.
Por otra parte, Jesucristo en el Nuevo Testamento dice que al que no perdonara de todo corazón las ofensas de sus hermanos, se le entregaría “A los verdugos, hasta que pagase todo lo que debía” (Mateo 18:3^35); y Jehová en el Antiguo Testamento dice en contraste: “Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Isaías 1:18).
Y el Cristo descrito en el Apocalipsis, que tenía una hoz aguda en la mano, listo para cortar las uvas y echarlas en el gran lagar de la ira de Dios (véase Apocalipsis 14:14, 20), es el mismo Dios del Antiguo Testamento que le decía a Miqueas “…qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios” (Miqueas 6:8).
No hay ninguna contradicción en la personalidad de Dios; Él es siempre “amoroso y misericordioso”, pero también es justo y no considera “el pecado con el más mínimo grado de tolerancia” (D. y C. 1:31). El Dios del Antiguo Testamento es el mismo que se encuentra en las demás Escrituras, y no existe una contradicción real entre la manera en que todas ellas lo describen. El Antiguo Testamento amplía el entendimiento acerca de Dios y de su forma de relacionarse con sus hijos, bendiciéndolos cuando reciben sus enseñanzas y lo obedecen, o castigándolos cuando se rebelan y pervierten. Para conocer mejor a Cristo, es necesario estudiar el Antiguo Testamento, porque el estudiarlo en su papel de Jehová podría permitir, conocer otros aspectos de su personalidad. Jesucristo es tanto el Dios del Antiguo Testamento como el Dios en la actualidad. La forma en que Saramago entiende el concepto es el mismo.
La edad de la tierra que va transformando a Caín
Aunque se sabe que el capítulo primero de Génesis no describe el comienzo de todas las cosas, ni el comienzo de la humanidad, sino que describe solamente el principio de esta tierra, no se puede decir con seguridad cuándo ocurrió ese comienzo. En otras palabras, las Escrituras no dan suficiente información para calcular la edad de la tierra. Por lo general, los que aceptan las Escrituras como verdaderas se adhieren a una de las tres teorías básicas que tratan de determinar la edad del mundo. Todas estas teorías se basan en las diferentes interpretaciones de la palabra día, como se usa en el relato de la Creación. Para Saramago, el tiempo no tiene continuidad alguna, salvo para ser el telar por donde su Ulises personal se pasea. El tiempo es invisible para la interpretación del dios Saramago.
La primera teoría dice que la palabra día quiere decir lo mismo que en la actualidad y, por lo tanto, comprende 24 horas. De acuerdo con esta teoría, la tierra fue creada en una semana, o sea, en 168 horas. Por lo tanto, la tierra tendría ahora aproximadamente seis mil años. (Muchos eruditos están de acuerdo con que transcurrieron aproximadamente cuatro mil años entre la creación de Adán y el nacimiento de Jesucristo; y desde el nacimiento de Jesucristo a la época actual han pasado casi dos mil años.) Pocas personas, aceptan esta teoría, puesto que hay muchas pruebas de que se llevó a cabo en un período más largo.