noviembre de 2024 - VIII Año

¡Este negro da la cara!

black phanter 1Era cuestión de tiempo. Desde la última década del siglo XX asistimos a un nuevo desembarco de personajes y superhéroes del cómic en el cine. Es, tal vez, cierto eco llegado desde el titánico esfuerzo de guionistas y dibujantes europeos y estadounidenses por sacar al arte-cómic de las crisis que lo sacudieron sin piedad desde los tiempos de la Edad de Plata, cuando el mundo se acercó a una nueva pérdida de la inocencia. Sí, era cuestión de tiempo que Black Panter, el primer superhéroe negro, llegara al cine, reflejando todo su universo de contradicciones e ideológico candor mercantil.

La pantera negra

La primera vez que los dramas raciales en los EE.UU. recibieron un tratamiento algo más serio en el universo de los cómics fue en la célebre serie Green Lantern/Green Arrow (escrita por Dennis O’Neil y dibujada por Neal Adams). El número 76 era un alegato para que las obras de ficción también se comprometieran, de cuando en cuando, con los dolores de la vida real. Un anciano rescatado de un incendio, dibujado con realismo como alguien de facciones negras (no como un blanco maquillado para caracterizar a un afroamericano) increpa con dureza al heroico Green Lantern, era como si le dijera: lo has dado todo por los piel azul, naranja y púrpura. ¿Por qué no has dado nada por los piel negra? ¡RESPONDE A ESO, GREEN LANTERN!

Y el poderoso justiciero verde, sabiéndose un instrumento al servicio del orden social existente (blanco, por supuesto), tan sólo puede bajar la cabeza avergonzado. Los lectores, a través de guionistas y dibujantes, estaban exigiendo que los vastísimos y extraordinarios universos de la DC Comics y la Marvel Comics aceptaran por escrito la diversidad, incluso en lo heroico.

A esto seguirían otras declaraciones en distintas obras. Pero en 1966, entre las páginas del número 52 de The Fantastic Four, aparece el orgulloso y aristócrata Black Panther. La Pantera Negra es creada por los míticos Stan Lee y Jack Kirby.

Pronto, aunque muy lentamente, comenzarían a aparecer superhéroes negros en algunos pasajes de las series más famosas. Tenemos, por ejemplo, a John Stewart (1971): verdadera identidad de Green Lantern (en una de sus versiones ‘corporativas’), un fascinante personaje perteneciente al Universo DC, con cierta preocupación por las cuestiones sociales y con legiones de seguidores en todo el mundo. John es un habitante real de la América negra en los viejos barrios de Detroit, decidido no sólo a salvar vidas, sino también a mejorarlas (Andrew Dyce).

Serían Green Lantern y Black Panther quienes, en opinión de Grant Morrison, romperían desde los cómics todos los moldes y tabús sobre la confrontación racial, el brillante guionista de cómics escocés recordaría en su libro Supergods (2011): «Teniendo un guiño en referencia a la modestia de Black Panter, John Stewart hizo una demostración deshaciéndose de su máscara en la viñeta siguiente a recibirla: ¡No voy a usar ninguna máscara! ¡Este negro da la cara! ¡No tengo nada que esconder!»

Para 1973 la Pantera protagonizaría su propia serie, Jungle Action. El primer superhéroe negro (con todas las implicaciones de serlo) representó un hito de enorme peso en el imaginario popular norteamericano, como en todos los fan y seguidores del Universo Marvel y la cultura de los cómics en general.

La Pantera era un derroche elegante de poder, civilización y una dignidad racial que parecía no tener nada que ver con los siglos de segregación, violencia y atraso vividos por los negros africanos y americanos. Su ‘verdadera identidad’, el rey T’Challa, se revelaba como el soberano de un país imaginario y perdido en algún lugar remoto del corazón de África, Wakanda: un territorio ocupado por una federación de tribus o minorías nacionales que se asentaban sobre extraordinarias riquezas, gracias a las cuales aquella unión de pequeños estados libres habían conquistado un desarrollo tecnológico, social y cultural desconocido para el resto del mundo.

Precisamente, el increíble nivel de vida y avances vividos en Wakanda, y el temor a perderlos por la presencia de extranjeros y la avaricia de las potencias imperialistas, había llevado a sus gobernantes a mantener al país oculto y protegido por selvas, montañas e imaginativas ilusiones digitales. Recrearon una leyenda simple para el resto del mundo, según el cual el reino conducido por T’Challa no era más que una miserable tierra inundada por el lodo, rústicas chozas y viejas costumbres tribales; grupos de pastores sin la menor idea de lo que existía al otro lado de sus montes y en extremo pobres de espíritu.

Siendo la verdad totalmente contraria: vemos la combinación del mito de un paraíso perdido escondido tras murallas tan grandes que resultan invisibles, el inexpugnable secreto (del bienestar y la felicidad) tras la frontera hermética que no admite visitantes más la revolucionaria industria recreando un edén arrebatado por la providencia al resto de los humanos. En definitiva, todo aquello negado a la inmensa mayoría de la humanidad, sobre todo a los negros, existía en Wakanda.

El personaje continuaría su camino en los cómics, alternando viajes, aventuras y luchas contra el crimen al lado de The Avengers, también pertenecientes al Universo Marvel. Pero en este 2018 su testimonio es reinterpretado por el leguaje cinematográfico

Reinterpretando el imaginario popular norteamericano de los 60 y 70 en pleno siglo XXI: simbolismos

Tanto en el cómic como en la película recientemente estrenada, dirigida por Ryan Coogler, los wakandianos personificaban a sofisticados pero mortales africanos convertidos en bellos dioses tecnológicos por la gracia de las riquezas de su propia tierra… no la de otros, la suya.

Era como si los creadores originales de Black Panther hubieran querido ilustrar en sus viñetas el sueño de un re-equilibrio de la Historia: ¿Y si la civilización realmente vencedora no fuera, en palabras del Dr. Bonino, blanca-burguesa-euro-cristiana-centrista (androcentrista)?

¿Cómo sería todo si la Historia hubiese sido escrita e interpretada por otros? Son interrogantes que también se hicieron grandes novelistas de la ciencia ficción, como Stanley Robinson en Tiempos de arroz y sal (2002).

¿Cómo resistirse a ese ‘goce inocente’ de imaginar que los negros africanos, los indígenas americanos o cualquier minoría arrinconada y amenazada en el sur del mundo no son, por una vez, los oprimidos y desposeídos?

De lo único que podría acusarse a la maestría narrativa de Stan Lee y Jack Kirby es de fantasear con la diversidad y sus posibilidades, con idealizar al extremo esos románticos cuentos (programas políticos para la utopía) en donde los pueblos derrotados y desheredados harían las cosas de otra forma, si tuvieran la oportunidad.

Después de todo, la coronación de T’Challa, como de todo nuevo rey de Wakanda, es la dramatización de un ritual iniciático que cualquier miembro de una tribu o pueblo ancestral del mundo podría reconocer: consume una sustancia alucinógena que le lleva en un viaje mágico hasta Djalia, un plano de realidad trascendente que conserva la memoria colectiva del reino, en donde se reencontrará con sus antepasados. Después de hablar con ellos regresa de esa muerte simbólica como poseedor de grandes y terribles secretos sobre el Universo, la vida y la muerte. En el caso de T’Challa, retorna convertido en la Pantera Negra, depositaria de una fuerza, agilidad, inteligencia y nobleza inalcanzable para cualquier extranjero y suficiente para dirigir el destino de toda la federación de tribus. Y son todas cualidades sagradas (¿para el buen Gobierno?) transmitidas a las panteras negras desde los inmemoriales tiempos de la diosa Bast.

Naturalmente, son las amenazas al país y la injusticia reinante fuera de sus fronteras lo que obliga al héroe a tomar partido. Pero atención: no hablamos de un superhéroe oscuro, posmoderno y atormentado como Batman (un lobo solitario, casi siempre), sino del gobernante máximo de una nación, que aunque conserva la matriz de sus antediluvianas costumbres, su antigua cosmogonía, parece inscrita en una tradición iluminista propia. Así que, en el caso de Black Panther, la acción heroica, además de ideológica (como en el Caballero Oscuro), es también política.

La parte modelizada de la carga simbólica de este superhéroe es un disfraz negro de pantera humanoide de altísima tecnología que le cubre por completo. En la película, por supuesto, se explotan algunos otros detalles narrativos en clave simbólica (que en el cómic original se desarrollan de manera más enrevesada): por ejemplo, el ritual de la ‘coronación’, investido de rasgos llamativamente primitivos, donde una especie de líder espiritual y guardián de las tradiciones (interpretado por Forest Whitaker) pregunta a voz en grito si el jefe de alguna tribu pretende retar al heredero para disputarle el poder. La negativa de todos y la derrota en singular batalla del que se atreva a combatir por el trono logra cubrir al nuevo rey (interpretado por Chadwick Boseman) de una legitimidad incontestable.

La película es, en realidad, parte de esa gigantesca ofensiva comercial de la industria cinematográfica norteamericana, que algo agotada de proyectos verdaderamente nuevos en géneros como la ficción lleva años llevando a los viejos superhéroes del cómic al cine, pero con algo de reorientación ideológica neoliberal en tiempos de neosacralización el mercado y el discurso de la seguridad.

Una industria de la fabricación de sentido que adapta clásicos de los puestos y estantes de revistas, habitualmente, con una sobredosis de violencia que logra intoxicar e incluso matar a la propia narración. Como sabemos bien, el recurso fílmico del mordisco y la patada impide pensar con claridad.

Por supuesto, nos referimos al trabajo de un director todavía joven, con todo y las excelentes críticas que ha recibido en los EE.UU. desde su primer largometraje, Fruitvale Station (2013): que cuenta la muerte del joven negro Óscar Grant a manos de un policía del sistema de transportes de la Bahía de San Francisco en el 2009. Black Panther es su primera superproducción. Casualmente, Ryan Coogler nació en Oakland en 1986, el mismo lugar donde muy poco tiempo después de la aparición del rey de Wankanda en el cómic irrumpe el partido de los Panteras Negras.

El director, cómo no, hace uso de sus atributos para ahondar en el debate racial, llegamos a encontrar algunos trazos (popularizados desde Hitchcock) que utilizan el cameo clásico para velar una simbolización sobre los insolentes privilegios acaparadores del hombre blanco, mediante una breve aparición del legendario Stan Lee en el prólogo de una escena de acción en Corea del Sur.

Sin embargo, a pesar de todos esos detalles y marcas personales del director, no estamos ante una historia arrebatadora, seductora u original, como lo fue su antecesora en papel, ni siquiera en medio de todos los pequeños homenajes a los afroamericanos o a las antiguas culturas de África.

Nos encontramos con una producción llena de acción y algunas escenas épicas, que parece querer actualizar el discurso político original del cómic hacia la derecha. Es por eso que la historia entra por momentos en tramas mayores, no tanto para profundizarlas como para hacer un esbozo algo realista del momento que estamos viviendo, aunque sin grandes pretensiones: como en esas discusiones que versan sobre la convivencia de que Wakanda se revele al mundo como lo que es, una potencia cultural, económica y militar. Sobre si el país debería abrirse para ayudar a la sangría de refugiados que vagan huyendo de la muerte en todo el mundo, etc.

black panther 2Si entran refugiados aquí, entran sus problemas, decía al rey uno de los miembros más destacados de su Gobierno, que luego haría parte de una conspiración para dar un golpe de Estado y llevar a un ‘radical’ al poder… un extranjero, con todas las demonizaciones propias del más rancio discurso sobre la seguridad nacional. Cuyo proyecto es, y esto es lo increíble, usar el poder de Wakanda para invadir las tierras circundantes, al continente africano en primer lugar, y liberar a todos los hermanos de la tiranía. Pretende convertir a ese paraíso perdido en la Tierra en nueva potencia conquistadora, asegurar una Historia escrita en otro color; donde esa dimensión de fraternidad, los hermanos, expresión del orgullo negro, no incluirá a los piel azul, naranja y purpura.

Armas a los oprimidos de todo el mundo… el sol siempre saldrá en este imperio, eran las palabras del nuevo rey en su momento más álgido. Es a esa altura de la película donde el idilio con la Black Panther de los 60, con esa ‘era del ébano’, llega a su fin. No porque el espectador, de repente, se dé cuenta de que ya no hay una gran novedad en mostrar a un superhéroe negro, sino porque los acontecimientos muestran un germen ideológico claramente conservador en el guion.

El ‘radical’ que se toma el poder por la fuerza no es más que otra caricaturización del cine estadounidense sobre el líder revolucionario, vehículo del cambio social, dibujado como psicópata terrorista; se trata de un antiguo agente de la CIA enviado a zonas incómodas para generar desestabilización y derrocar gobiernos.

Sí, el cine de EE.UU. es capaz de mostrarnos tanto sus más grandes virtudes como sus más bajas y homicidas pasiones. Ataque en transiciones de poder, era la definición técnica usada por otro agente de la CIA, que ayuda al monarca derrocado, para explicar el comportamiento del golpista. Éste, durante el combate ritual de disputa por el poder, provoca un triple efecto: aniquila la línea de sangre (o eso cree, naturalmente) y al guardián de las tradiciones (una destrucción de los principios mítico-institucionales), genera el ‘exilio’ de la realeza y anuncia un cambio en el rumbo político del país.

bandera pan africanaLa vestimenta en los actores Lupita Nyong’o (Nakia), Chadwick Boseman (el rey T’Challa y la Pantera Negra) y Danai Gurira (la General Okoye) parecen simbolizar los colores de la bandera pan-africana: verde, negro y rojo (Espinof)Las escenas en cuestión plasman el mensaje central de la película, una domesticación e instrumentalización para el cine de la idea de revolución social, una historia también antigua en este bien entrado siglo XXI. ¿Quién se atrevería a apoyar un programa de emancipación y solidaridad con los débiles y distintos después de esto? Esa podría ser la pregunta surgida entre los más jóvenes. Es la simbolización del temor que te convierte en conservador.

¿Libertad, igualdad, fraternidad… acogida? Muchos responderán: No, gracias… mejor, como en la versión de Black Panther de Ryan Coogler, cierre de fronteras a los refugiados y extranjeros en general.

Y, si las cosas van bien, apertura de algún centro de ayuda en sitios deprimidos, en la película, el Gobierno de Wakanda abre su primer Centro Comunitario Internacional, un frente para las tareas sociales, en un barrio aparentemente de mayoría negra de California. En fin, ¡ideal! ¿En qué otro sitio iba a ser más necesario?


logofunedEste artículo forma parte de los materiales para el análisis y debate
del Curso en Psicología Política y Comunicación de la Fundación UNED.
https://www.investigacionyformacion.com

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