Tras la representación en Alcalá de Henares, la obra podrá verse en Almagro.
Días 15 y16 de julio en la Casa Palacio de Juan de Jédler (Palacio de Fúcares) en Almagro (Ciudad Real)
El pasado sábado 25 de junio el Corral de Comedias de Alcalá de Henares, dentro del Festival Iberoamericano del siglo de Oro de la Comunidad de Madrid y Clásicos en Alcalá, estrenó la esperada obra teatral de Juana Escabias, Qué mujer prodigio soy. Dramaturgas de Oro, antes de que esta llegue al Festival de Almagro los próximos 15 y 16 de julio.
El patio y la cazuela del corral se llenaron con un expectante público, que asistió maravillado a una propuesta inteligente y amena que fue capaz de engancharlo durante casi hora y media, hasta dejarlo más que satisfecho a juzgar por la cerrada ovación y los “bravos” entusiastas con que culminó la función.
Hay que decir que el trabajo dramatúrgico de Escabias es impagable en su recuperación de la figura de la mujer como autora en el siglo XVII y que su plasmación escénica a cargo de Rakel Camacho realza sobre las tablas el rico contenido del texto con un juego escénico imaginativo y trepidante, que en ningún momento desfallece. Para ello, la directora cuenta con tres actrices de excepción: Carolina Calema, Rosa Merás y Laura Ordás, que tienen la rara habilidad de generar una química especial entre sí, que a su vez se contagia al auditorio. La producción a cargo de Calema Producciones y Territorio Violeta viene a demostrar que la adaptación de los clásicos no tiene porqué ser ni aburrida ni extemporánea, como muchas veces se piensa.
Esta obra de Juana Escabias surge a raíz del encargo de Mariano de Paco a Carolina Calema para este Festival, condicionada por el hecho de que el presupuesto disponible apenas permitía un reparto de tres actrices por lo que la elección de los personajes solo podría recaer en tres mujeres de la veintena de dramaturgas de nuestro Siglo de Oro. ¡Así también funciona el teatro! Esto no le arredra a Carolina que para ello contacta con Juana Escabias que, luchadora infatigable, desde ese momento se pone manos a la obra y tiene claro ya desde el inicio que sus tres dramaturgas serán: Sor Juana Inés de la Cruz, Ana Caro de Mallén y María de Zayas, puesto que los personajes de sus respectivas obras dramáticas son damas «combativas y racionales», frente a las protagonistas de sus compañeras de generación, que adoptan servilmente los roles de «víctimas de las pasiones masculinas».
Para entablar el diálogo con y entre las tres, Escabias tiene que hacer viajar en el tiempo a Sor Juana, nacida casi 60 años después que sus otras dos partenaires, para lo que no duda en recurrir a un recurso propio del teatro barroco en un guiño más que afortunado: la magia; lo que emparenta su comedia con ‘El conde Partinuplès’ de su admirada Ana Caro, de la que Escabias hizo hace años una magnífica edición crítica tras su descubrimiento, lo que le valió el Premio Extraordinario de la UNED en el 2013.
Así, Escabias pretende dar visibilidad a la mujer en el ámbito teatral, hecho que tendenciosamente se ha obviado durante toda la historia y que en pleno siglo XXI todavía se sigue notando para sonrojo de todos. Para ello recupera a las tres autoras mencionadas que, con el pretexto de competir en un certamen para escribir la pieza de la corona de entonces, nos cogen por las solapas para meternos de lleno en su mundo personal y en la tramoya de sus comedias. Si Pirandello alentaba a sus seis personajes en busca de autor, Escabias no será menos, poniendo a sus tres autoras en busca del espectador, espectador perdido que por mor de los imperantes prejuicios sociales les ha sido escamoteado secularmente. Digno empeño, pues, el de restituirlo a sus legítimos receptores.
Con este objetivo, la obra mezclará audazmente la realidad de estas tres mujeres históricas, con encomiable intención didáctica, y la ficción, que en algunos casos nos acerca a las cuitas de las tres actrices que tratan de montar la función en la actualidad, a través de dos niveles dramáticos diferenciados que no revelan en ningún momento los necesarios remiendos que requiere el texto, auténtico collage literario, porque Escabias hace un impecable trabajo de alta costura. Como bien ha apuntado Eduardo Pérez-Rasilla, refiriéndose a toda su obra dramática, la autora «imprime un ritmo especial a sus diálogos y a los movimientos de sus personajes, convulsos a veces, pero necesitados siempre de acciones que sacudan sus propias inercias o las limitaciones que les imponen los otros.»
De este modo, tenemos una «comedia en verso del siglo XVII” escrita en pleno siglo XXI, lo que pone a prueba el ingenio poético de la autora, que nos viene a demostrar que antes que nada Juana Escabias es una avezada poeta. Sin embargo, esto no impide que la propuesta esté impregnada de un fino sentido del humor que sirve a su vez de preciso e inclemente escalpelo con el que diseccionar la zafia realidad que nos envuelve. Muy en la línea de los cómicos de la legua, cómicas en este caso que —como ironiza el texto— tenían la categoría de putas en la época, nos encontramos con el tinglado de la antigua farsa, la indispensable manta y el socorrido cordel de los tablados de aquellos patios de monipodio o aquellos corrales de comedia como el que acoge la función, siguiendo los prácticos consejos que amparaban los austeros cánones del género.
Para ello, la inquieta Rakel Camacho, huyendo de las ampulosas escenificaciones al uso, cuenta con la versátil y económica escenografía y el esquemático vestuario de Gustavo Brito que con unos pocos elementos de atrezo, que se irán transmutando según las puntuales necesidades escénicas, darán el juego oportuno en las hábiles manos de las actrices. El ilusionismo conseguido tiene un apoyo eficaz en las luces de Cristina Gómez.
Memorable, pues, es la proteica tela iridiscente, metafórico útero materno o membrana seminal, de la que emergen las figuras de las tres cómicas al comienzo de la función en un parto deslumbrante, tela que irá adoptando, según evolucione la trama, formas diferentes desde: improvisada pantalla en ocasiones para las sugerentes proyecciones videográficas que amplifican la acción, hasta pesados cortinajes regios y capas o sayones circunstanciales para singularizar a las intérpretes en sus sucesivos papeles; y memorables asimismo son las espadas empelucadas convertidas en simpáticos guiñoles para la hilarante puesta en escena de la obra que Sor Juana Inés se afana en representar a sus dos colegas en liza para el concurso en esta insólita comedia de “capas y espadas”.
La música juega también un papel relevante para dar el contrapunto adecuado a las cambiantes situaciones que tan pronto nos trasladan a un concierto de rock, a un cabaret o a un convento de clausura a ritmo de gregoriano o, en el colmo del delirio, a un mariachi mexicano que sustituye los guitarrones por ukeleles, lo que exige a las tres actrices que canten, bailen y declamen como si no hubiera un mañana. La apelación a las mojigangas de nuestro Siglo de Oro es recurrente a lo largo de toda la función.
La profesionalidad del equipo al completo está fuera de toda duda. De los tres personajes históricos femeninos es digno de mención el de Ana Caro de Mallén por cuanto que fue la propia Juana Escabias, en su faceta de investigadora, quien la recuperó en nuestro país. De ella, Escabias no puede dejar de hacer un merecido reconocimiento a su comedia de enredo ‘Valor, agravio y mujer’ porque desarrolla, invirtiéndolo, el mito de Don Juan, satirizando la sociedad de su tiempo para ridiculizar algunos valores eminentemente masculinos. Escabias, declarada feminista, denuncia el estado de cosas que la enerva pero al elevar su protesta escénica no cae en el vulgar panfleto, tomando distancia del estereotipado partidismo y del rígido formulismo programático. Y de tal modo hace reflexionar a sus actrices, en una escena divertidísima por su lúcido cinismo, sobre el pretendido progresismo de la producción que se plantean con sus tres dramaturgas, a la que los obtusos responsables institucionales se oponen basándose en pacatos y miopes criterios ideológicos. Con ello, la autora pone en solfa a aquellos gestores que se la cogen con papel de fumar y así da carta de naturaleza a un feminismo inteligente y abierto sin quedarse en lo meramente propagandístico, lo que dota a su propuesta de una modernidad desusada. En este contexto, rompe una lanza a favor de sus compañeras “comediantas” actuales, desde Laila Ripoll hasta Laura Aparicio pasando por Angélica Lidell, por no detenernos en todas y cada una de las que tiene la necesidad de reivindicar.
No cabe mayor generosidad ni mejor talante para este homenaje que lleva implícito el recuerdo de aquella quijotesca epopeya de la investigadora norteamericana Patricia O´Connor, que llegó a nuestro país en la década de los setenta, en plena dictadura franquista, buscando autoras teatrales y se encontró con la friolera de un centenar de ellas que estaban escribiendo estoicamente en ese momento y que finalmente recogió en su libro ‘Dramaturgas españolas de hoy’.
Así que dado que ‘Qué mujer prodigio soy. Dramaturgas de Oro’ se ha estrenado en Alcalá con una sola función y se podrá ver dos veces en Almagro, solo podemos lamentar que la obra no pueda ser vista por más espectadores y espectadoras que conozcan de primera mano el inquebrantable compromiso que Juana Escabias viene asumiendo desde hace décadas, como escribió Virtudes Serrano en la Revista ‘Estreno’: «Su compromiso, pues, es múltiple; con el arte porque cada obra es un experimento literario y estructural; con el público, al que enfrenta con verdades incómodas con las que convive y no desea ver; consigo misma, imponiéndose retos que la llevan al más difícil todavía en cada una de sus creaciones.»
Ojalá los gestores teatrales de este país no sean los mismos que la obra teatral denuncia y sean capaces de entender estas propuestas que Escabias no ceja en reclamar para dar la visibilidad que merecen sus venerables antecesoras que abrieron el fuego que hoy todavía se hace necesario seguir enarbolando olímpicamente.
¡Ojalá!
‘Qué mujer prodigio soy. Dramaturgas de Oro’ de Juana Escabias
Dirigida por Rakel Camacho.
Reparto: Carolina Calema, Rosa Merás, Laura Ordás
Producción ejecutiva: Silvia Pereira; Iluminación: Cristina Gómez; Escenografía y vestuario: Gustavo Brito; Diseño de sonido y vídeo: Gastón Horischnik; Asesoría en verso: Ernesto Arias; Asesoría en movimiento: Julia Monje
Calema Producciones y Territorio Violeta.
Días 15 y16 de julio en la Casa Palacio de Juan de Jédler (Palacio de Fúcares) en Almagro (Ciudad Real)