Un jardín zen negro: Del 12 de junio al 7 de diciembre.
Terraza de la Flor junto al Palacio Villanueva
La risa de las flores: Del 12 de junio al 25 de septiembre.
Invernadero de los Bonsáis y el Patio del Tilo.
Real Jardín Botánico. Pza. de Murillo, 2 (Madrid)
Se acaban de inaugurar dos exposiciones en el Real Jardín Botánico de Madrid. Ambas están comisariadas por la directora de Cultura y Exposiciones de Casa Asia, Menene Gras Balaguer, con su habitual sensibilidad.
Una de ellas corresponde al proyecto paisajístico ‘Un jardín zen negro’, realizado por el arquitecto japonés Hiroya Tanaka con las cenizas del volcán de Cumbre Vieja de la Isla de La Palma; la otra es una muestra de obras de quince artistas asiáticos y españoles que han investigado la cultura floral en Asia y que lleva por título ‘La risa de las flores’. Las dos muestras interaccionan entre sí, desde los distintos marcos expositivos donde se ubican, articulando una dialéctica “dentro/fuera” con un alto sentido simbólico. El objetivo común de los dos proyectos es la construcción de la identidad cultural y la forma en la que los seres humanos reinterpretan y se relacionan con la Naturaleza.
El título de ‘La risa de las flores’ recoge uno de los haikus de primavera del poeta japonés del s. XVII Matsuo Bashô. Esa efímera apoteosis de la estación primaveral que se apaga con la aparición del cerezo, a la que alude el poema, se transmuta en melancolía (“Año tras año / se alimenta el cerezo/ de hojas caídas”) para extenderse al observador mismo (“También mi nombre / se lo llevará el viento / como a las hojas”) en la ambivalencia de lo bello y lo siniestro.
Esta reflexión que podemos leer en la mampara de vinilo que, a modo de frontispicio, abre la sala del Invernadero de los Bonsáis, la comisaria de la exposición la contextualiza oportunamente con la pregunta: “¿para qué poetas en tiempos de penuria?” que se hacía Hölderlin en su elegía “Pan y Vino”, y asimismo con la maldición de ‘Les Fleurs du mal’ de Baudelaire y con los presagios funestos del primer verso (“April is the cruellest month”) de ‘The Waste Land’ de T.S. Eliot.
Así pues, las flores de Bashô no son un elemento ornamental de rutilante decorativismo sin más sino que no podríamos encontrar metáfora más elocuente del ciclo de la vida y de la muerte. Y este extremo lo ilustran perfectamente los quince artistas que participan en esta exhibición, y que trabajan con técnicas y soportes diversos desde acuarelas a fotografías pasando por el arte digital.
Entre los participantes asiáticos contamos con tres coreanos: Han Sungpil, Lee Lee Lam y Koo Jeong A; dos japoneses: Mari Ito y Azuma Makoto: la iraní Mana Salehi y la filipina Wawi Navarroza. La representación española la forman: Marisa González, Manuel V. Alonso, Javier Garcerá, Teresa Esteban, Paula Anta, Frederic Amat, Ana Nance y Nicolás Combarro.
Ninguno de estos artistas está especializado en el arte botánico como tal, como nos recuerda la comisaria, pero todos ellos han dedicado parte de sus obras a contribuir a la rica tradición que tanto en Occidente, desde la pintura de género holandesa, como en Oriente, con sus referentes propios, recoge el impacto visual y plástico de las flores.
Por tanto, esta temática abre un intenso diálogo entre dos mundos tan distintos y distantes como los dos extremos del planeta. Ese nexo entre Oriente y Occidente se puede visibilizar metafóricamente en el puente japonés que Monet construyó para su jardín de Giverny, jardín que nos evoca con su obra el coreano Han Sungpil.
Los delicados dibujos de tinta sobre papel de arroz de su compatriota Koo Jeong A abren caminos a una reflexión callada sobre ese elogio de la Naturaleza que asimismo, aunque de otro modo, comparte la obra de carácter digital ‘Ruined Mona Lisa’, del también coreano Lee Lee Nam, en la que se nos invita a ver cómo unos aviones sobrevuelan una gigantesca Gioconda —en una estremecedora imagen que nos recuerda el atentado de las Torres Gemelas— y que tras chocar con la figura provocando varias explosiones, de los impactos, irónicamente, emergen flores que acaban por cubrirla del todo haciéndola desaparecer en un ritual polisémico.
Los japoneses Mari Ito, que muestra un biombo decorado con motivos de plantas con rostro que el museo Lázaro Galdiano ha cedido para esta ocasión, y Azuma Makoto, que ha dedicado su trabajo a la modernización del tradicional diseño floral Ikebana mediante el uso de las tecnologías digitales, también hacen aportaciones significativas. Para cerrar el capítulo de los artistas asiáticos hay que hablar de la iraní Mana Salehi y de sus vídeos de idílicos campos de azafrán y de la filipina Wawi Navarroza con sus deliciosas fotografías, en colaboración con el español Nicolás Combarro, para la serie de diseño de construcciones naturales que llevan por título ‘Collages’.
Los artistas españoles aportan la nueva mirada que el viaje, físico e iniciático tal vez, ha abierto en sus respectivas obras. Marisa González nos ofrece sus fotografías digitales de la serie ‘Cien flores de Asia’, los sketchbooks de Manuel V. Alonso son herederos de una tradición milenaria que le aproximan a lo sutil y a lo efímero del arte chino , los grandes formatos monocromos de Javier Garcerá con temples acrílicos sobre seda amplian los registros de los míticos trabajos de Yves Klein; las delicadas pinturas sobre pergamino de Teresa Esteban reproducen las flores nacionales de Tailandia y Filipinas; las arrebatadoras flores de “Papers de l’India” que Frederic Amat hizo con técnicas mixtas durante su estancia en este país del sudeste asiático nos trasladan a la pintura de manchas de Michaux; las impecables fotografías impresas sobre papel de algodón con tintas naturales de Ana Nance se configuran con la intensidad de una instalación, y por último, Paula Anta, nos arrulla con sus exuberantes fotografías C-Print de la serie ‘Paisajes artificiales’,
Después de salir del Pabellón de los Bonsáis y tras escuchar “el lenguaje de las flores”, en palabras del Lorca de doña Rosita la soltera, ya podemos dirigirnos al jardín zen con cuya instalación, la comisaria Menene Gras pretende “invitar a la reflexión ante los desórdenes ambientales que cada vez más padecemos a consecuencia del cambio climático”.
El arquitecto y paisajista japonés, Hiroya Tanaka, es el creador de este jardín seco, en el polo opuesto que conforma la dualidad con lo floral, que está conformado por una capa negra de ceniza volcánica obtenida de La Palma, tras la reciente catástrofe de la isla, sobre la que ha colocado un armónico conjunto de ocho rocas blancas que simbolizan las islas del archipiélago canario, en otro buscado contraste que retoma el ciclo vida/muerte, en este caso jugando con los antagonismos cromáticos.
El artista se ha inspirado en el jardín japonés del templo Ryoanji de la ciudad de Kioto, que más allá de ser un centro emblemático para todos los habitantes del país asiático atesora también la capitalidad ecológica mundial gracias a los célebres Protocolos de Kioto, pertinente extremo pues al declarado objetivo que alientan los dos proyectos expositivos.
La elaboración de este jardín negro ha requerido el apoyo del Cabildo insular canario y el esfuerzo de diferentes instituciones con el fin de trasladar la friolera de más de setenta toneladas de ceniza procedente del volcán de Cumbre Vieja.
Hay que aplaudir esta magnífica iniciativa de Casa Asia en el Botánico de Madrid que viene a sumarse, con admirable imaginación, a la intensa actividad a la que nos tiene acostumbrados.