Hasta la hoz pregunta más que siega.
Hasta el grajo maldice más que chilla.
Claudio Rodríguez
Cada día la realidad nos provoca nuevos escalofríos. Desde distintos frentes nos abruman con hechos falsos, no somos otra cosa que seres desorientados cuyos sueños de bienestar han acabado convertidos en frustraciones cuando no, en pesadillas. Es como si nos hubieran condenado a vivir una existencia disociada de la realidad, agobiante e insegura.
En momentos como estos hay que saber mirar atrás, aprender a desandar lo andado y sacudirnos el aturdimiento. Como ha ocurrido otras veces a lo largo de la Historia, el miedo es el origen de la desconfianza que nos atenaza. Nos amenazan gigantescas telarañas con su perfecto orden geométrico. Hay que corregir el rumbo, mas ¿cómo?
Volver la vista atrás es encontrarnos con problemas mal resueltos y con heridas mal cicatrizadas. Son obscuros los colores del oráculo del porvenir. Quizás, los que nos esperan sean tiempos, no sólo de desasosiego sino de aniquilación en el peor de los casos. Diversos pensadores y científicos nos han recordado que el espacio quizás sea curvo. Nuestro presente está lleno de sombras y de riesgos. El sabor amargo de la desilusión se ha ido apoderando lentamente de nuestras vidas.
En este contexto sombrío es, probablemente un acierto, centrar la atención en un pensador que ha sido calificado de obscuro y pesimista. Esto es cierto, mas no lo es menos, que su lectura es sugerente y muy instructiva.
Me estoy refiriendo al octogenario filósofo italiano Giorgio Agamben. Una vez más, agradezco a Entreletras que me permita hacer unas reflexiones sobre sus ‘claves’, tanto más útiles cuanto que estamos inmersos en unos años de desorientación, donde se echa de menos, entre tanto análisis apresurado y banal, una visión de conjunto o que al menos, enfoque los problemas con una cierta perspectiva.
Los años transcurridos del siglo XXI, pueden ser calificados, sin exageración alguna, ‘de etapa histórica confusa’, caracterizada además, por un entrecruzamiento, las más de las veces inane, de guerras culturales vacías de significado y de futuro. .
Quedaron atrás los años de imperativos metodológicos y los ensayos elaborados de ingeniería política. Me gustaría lanzar sobre los lectores una pregunta retórica, es decir, de las que no tienen respuesta. ¿Quién tiene hoy las ideas claras?
Giorgio Agamben ha sido calificado como un filósofo que hace de la obscuridad y el hermetismo sus señas de identidad. Es cierto que para penetrar en su complejo mundo intelectual hay que realizar una tarea hermenéutica, no obstante, este pensador romano de orígenes armenios tiene, a poco que le prestemos atención, mucho que decirnos. Sería una torpeza no tener la mente y los oídos abiertos.
A lo largo de su obra hay espacio para los estudios literarios, los estéticos y hasta para los lingüísticos. Mas el aspecto que me parece de mayor interés, es su análisis implacable de las circunstancias actuales, que viene a constituir un universo cerrado del que pese a todo, pueden y deben ensayarse diversas salidas, para las que no está demás, mirar en los problemas no resueltos del pasado y volverlos a analizar con una mirada del presente.
De todo filósofo es siempre clarificador y pertinente, conocer cuáles son los autores que influyeron más en su formación intelectual y en la línea que siguió su pensamiento. A este efecto, conviene señalar que se graduó en la Universidad de Roma, con una tesis de licenciatura sobre Simone Weil.
Podría decirse que los dos pensadores, contradictorios entre sí, que le han dejado una huella más significativa son Martin Heidegger, de hecho asistió a sus seminarios sobre Heráclito y Hegel, dos dialecticos sobre los que merece la pena detenerse, para extraerles todo su jugo. Tuvo la fortuna de que Giulio Einaudi, le encargara la edición italiana de las obras completas de Walter Benjamin, su segundo referente y de calado.
Adoptó diversos enfoques del pensador frankfurtiano, adaptándolos y reformulándolos como es el caso de ‘estado de excepción’ que Benjamin utiliza para caracterizar el ascenso de los fascismos, en tanto que Agamben lo extiende y aplica a la deriva de la sociedad contemporánea.
Quisiera asimismo, señalar el poderoso influjo que sobre él ejercieron, Hannah Arendt y Michel Foucault. No son los únicos referentes pero sí los más importantes, para que se aprecien las piezas del puzle con las que lleva a cabo una crítica implacable de la sociedad contemporánea, aunque quizás sea excesivo, compararlas como él hace con los campos de exterminio nazis.
Ha sido y es un intelectual de reconocido prestigio en Italia. Se ha destacado de su pensamiento la incorruptibilidad y valentía para llegar hasta las últimas consecuencias con absoluta honestidad intelectual.
En años claves de la historia europea de postguerra, perteneció al círculo del cineasta Pier Paolo Pasolini, de quien conmemoramos este año el centenario de su nacimiento, llegando a participar como actor en Il vanglio secondo Matteo. Es sabido que le gustaba que en sus películas tuviesen un papel, más o menos destacado, actores no profesionales.
Siempre se movió en círculos heterodoxos, comprometidos e incluso marginales; no obstante, fue siempre una especie de ‘lobo estepario’.
En París mantuvo una amistad con Italo Calvino no exenta de desencuentros. He reservado para el final su interés por Michel Foucault, que le hizo centrarse en la filosofía política. Adopta del pensador francés el concepto de bio-política. Del pensamiento foucaultiano extrae una idea motriz, la intervención asfixiante del poder –o de los poderes- sobre la vida de los ciudadanos.
Analiza insistentemente los efectos que ocasiona sobre el hombre contemporáneo el hecho de ser sometido a un permanente ‘estado de excepción’, con sus corolarios de indefensión que generan cada vez mayores espacios de vulnerabilidad colectiva. La abierta paradoja que señala dolorosamente, es que quienes así actúan dicen querer salvar la democracia, eso sí, mediante procedimientos no democráticos.
Como podrá observarse sus opiniones son polémicas y, a menudo, a contracorriente. No carecen, sin embargo, de un marcado e hiriente interés, sobre todo, teniendo en cuenta que en ciertos lugares del mundo que estamos configurando, ya se viven no pocas situaciones como las descritas e incluso más lacerantes.
Giorgio Agamben, poco conocido en nuestro país es, sin embargo, un pensador de alcance internacional. Ha sido profesor en diversas universidades italianas y estadounidenses, una de las más influyentes la de New York, que abandonó, dando un portazo, en protesta por la política armamentística y expansionista de George Bush, hijo.
Una de sus preguntas recurrentes, no es otra que ¿cómo es posible que hayamos llegado hasta aquí? y, consecuentemente, sabiendo que la arena va tocando a su fin en el reloj. ¿Qué hemos de hacer?, ¿qué posibilidades tenemos de abandonar el laberinto en el que, aunque no lo advirtamos, estamos prisioneros?
Se interesa por filósofos, pensadores y creadores que van desde Heráclito y Aristóteles a Agustín de Hipona, Karl Marx e incluso Frank Kafka. Saber extraer todas las posibilidades que encierran conceptos jurídicos, estéticos y culturales del pasado, es una tarea profundamente útil para analizar aspectos de nuestra época, ‘de aquí y ahora’. A título de ejemplo, es decididamente partidario de revisar todas las posibilidades de ‘el concepto de mercancía’ en Karl Marx. Tampoco tiene reparos en adentrarse en los vericuetos del siempre complejo panorama psicoanalítico.
Su profundo pesimismo le conduce a considerar al humanismo impotente ante las consecuencias que se desprenden de la biopolítica. Me parecen de una formidable vitalidad sus reflexiones obscuras y eruditas, sí, pero de una gran fuerza descriptiva, al enunciar ‘el mundo post metafísico’ Las respuestas que necesitamos hemos de buscarlas en el pasado a la luz del presente.
Hay quienes opinan que el pensamiento de Giorgio Agamben es un asalto a lo imposible. No estoy de acuerdo con este enfoque, más aún así, merece la pena. Es de destacar su osadía y su coraje para enfrentarse a ‘tantos lugares comunes’. Piensa y creo que tiene razón, que los reveses y las victorias de la historia son efímeros. Los profetas que vienen anunciando el desmoronamiento se deslizan hacia una cierta histeria apocalíptica de resabios, nítidamente reaccionarios.
Frente a tanta ’teoría cortoplacista’ que no derrama ni mucho menos, lagrimas sinceras por la derrota del pensamiento crítico, hay que reaccionar y responder con contundencia. Es más, algunos de estos profetas de la catástrofe, ni siquiera distinguen entre dialéctica y metafísica.
Es posible mas, no deseable, que lleguen a bailar un vals macabro lo tangible y lo fantasmagórico. Es un indicio de claudicación mezquino, que la dejadez intelectual y la falta de impulso político nos lleven, resignadamente, ante la taquilla para sacar los boletos y presenciar esta danza… virtual pero con un efecto sobre nuestras vidas.
Afortunadamente, podemos afirmar que Giorgio Agamben no tiene buena imagen entre los mercaderes del consumo. He ahí otra razón para tener en cuenta sus reflexiones. Se niega –como hacen otros- a gesticular histriónicamente en el vacío. Otra pregunta sin respuesta es ¿Quiénes son hoy merecedores de que se les ofrezcan las cenizas de Heráclito?
He de confesar que experimento una sensación de incomodidad cada vez que oigo hablar de la superioridad moral del Estado, por no señalar las múltiples indicaciones que nos invitan de mil formas a ‘obedecer al soberano’. Por no citar proclamas, últimamente muy en boga, que advierten torticeramente que los exceso de libertad, conducen a las guerras civiles.
Quienes como Giorgio Agamben han denunciado este panorama asfixiante, atreviéndose a proclamar que el pensamiento es doloroso, pero que es la única arma que tenemos a nuestra disposición, para entablar el combate.
No está mal recordar que filosofar después de Auschwitz, solo puede hacerse desde ‘un lecho de paja húmedo’. Hay momentos y, la realidad se encarga de recordárnoslos con regularidad, ‘marcadamente de un cemento gris’
Se impone una mirada de ‘ojos de halcón’ para no extraviarse entre tantas corrientes encontradas, que no conducen a ningún sitio. En estos casos es acertado y, probablemente conveniente, recuperar el concepto de vida desnuda, para partir de él como única verdad posible.
Una obscena exhibición de intolerancia nos envuelve y nos arrastra hacia la más absoluta insignificancia.
Creo, que merece la pena, conocer un poco mejor la filosofía de Giorgio Agamben. Les aseguro que tiene sus compensaciones una lectura como la suya, tan tremendamente crítica, de la sociedad contemporánea. Puede aportarnos mucho. Compruébenlo.
Voy a atreverme a sugerir la lectura de Lo que queda de Auschwitz, publicado por la Editorial Pre-Textos, igualmente merece una consulta desprejuiciada y atenta El poder soberano y la nuda vida, asimismo, publicado por Pre-Textos, en una cuidada traducción de Antonio Gimeno Cuspinera, al igual que el anterior.
Me pareció digna de una especial atención, su obra de 2016 Che cos’è la filosofía? Donde, como suele ocurrir en estos casos, al conceptualizar ¿qué es la filosofía? se explica a sí mismo, con su universo de preocupaciones, haciéndonos ver lo que puede aportarnos y lo que no.
Finalmente, me pareció un estudio sugerente y completo Agamben y lo político, de Natalia Taccetta, aparecido en Buenos Aires en 2011, en la Editorial Prometeo.
El enjuiciamiento que hace este octogenario pesimista, culto y brillante no debe pasarnos desapercibido. El hecho de asimilar la hondura de sus preguntas y ensayar respuestas convincentes, no debemos tomárnoslo a la ligera, es más que probable que nuestra supervivencia dependa de ello, en mayor medida de lo que imaginamos.
Asimismo, quisiera destacar la energía con la que se opone a una espectacularización de la cultura, o lo que es lo mismo, a una cultura reducida a una simplista y repetitiva exhibición carente de todo contenido crítico, ruidosa y vacía.
Son de gran impacto sus formidables interrogantes ¿cómo es nuestro tiempo? y ¿cómo vivirlo?, para no arrojar estúpidamente por la borda, quizás nuestras últimas oportunidades.
Me llama poderosamente la atención –y espero que el lector comparta mi admiración- su convencimiento de que la ignorancia y el olvido del pasado acaban provocando ineluctablemente su repetición.
Entre las derivadas de su rico pensamiento radica que hemos de comprometernos y armarnos para no caer en las ‘trampas’ que la metafísica va poniendo, sirviéndose de un lenguaje falaz, en nuestro camino.
Me complacería mucho si hubiera logrado despertar la curiosidad del lector, hasta el punto de decidirlo a ‘sentarse ante el tablero’ y jugar a descifrar los movimientos de las fichas, que este octogenario brillante y pesimista invita a descubrir y experimentar.