En Europa se arrastran percepciones erróneas sobre la sociedad o la cultura audiovisual y literaria americana, hegemónica desde el punto de vista industrial-cultural; sector estratégico de decisiva importancia para ese país. Se ha vuelto a repetir con la acogida a la última película de Woody Allen, ‘Wonder Wheel’, producida por Amazon, que en nuestro continente (y España) goza de muy aceptable receptividad y excelente opinión, mientras en su país de origen ha sido considerada un ‘desastre’ en la taquilla, maltratada en los medios; confirmando que Allen es un ‘producto para Europa’. De no ser por este mercado sería difícil la oportunidad de encadenar película tras película (una cada año y a veces dos, pese a aposentarse con creces en la ochentena: la próxima ‘A rainy day in New York’ ya está rodada y prepara la que hará en 2018).
Parece una paradoja: lejos de sus primeras comedias en clave de sofisticada mitología, entre las últimas solo han merecido taquillas aceptables en su país, los peores títulos de su carrera, como la trilogía ‘turística’ sobre Barcelona (‘Vicky Cristina…’), París y Roma, olvidables desde el punto de vista de su interés artístico. Una referencia de esas críticas americanas merece un análisis: el intento de vincular el argumento y la armadura teatral de su última película, una de las mejores de su carrera, a los dramas de Tennesee Williams, Clifford Odets y otros autores de finales de los 40 y primeros 50 –como Paddy Chayefsky, William Inge e incluso Arthur Miller, y el precedente de Eugene O´Neill- creadores de textos en su origen deudores del naturalismo, con un acercamiento a un teatro social (con toda clase de matices), donde se utiliza al melodrama como recurso.
Los críticos americanos de Allen casi ‘destrozan’ la película por su carácter supuestamente impostado, muy marcado por la fotografía y las iluminaciones ‘chillonas’ de Vittorio Storaro, el envoltorio nostálgico y ‘retro’ del Coney Island y la sociedad neoyorquina de 1950, la música ‘camp’ habitual en sus títulos, e incluso la comparación de Kate Winslet con los personajes de ‘mediana edad’ de Joan Crawford o Barbara Stanwick bajo las reglas del melodrama desatado habitual en las carreras de dichas actrices en aquella época. La esencia teatral del drama de Allen, con cuatro adultos y un niño, en un decorado casi único, alguna salida al exterior bien aprovechada, y una historia donde se traslucen ecos de ‘Un tranvía llamado deseo’ o ‘Dulce pájaro de juventud’, en ambiente de clase obrera, como ocurre en dramas de Miller como ‘Panorama desde el puente’ o ‘Muerte de un viajante’, sin el costumbrismo naturalista de William Inge (‘Picnic’).
El principal vínculo referenciado por una parte de los medios americanos es Clifford Odets (1906-1963) escritor para cine, teatro y televisión, que comparte elementos con autores como Miller, Chayefsky (y más adelante Mamet o Neil Simon), casi todos ellos de origen judío, del Este, y que pasaron por la izquierda política, e incluso ‘militaron peligrosamente’; lo que les costó pagar un alto precio en el ‘macarthysmo’. Odets, de familia inmigrante rumana, surge en los años de la Depresión, de la mano (o a la sombra) de O´Neill, con dramas sociales con personajes atormentados en conflictos sentimentales, bajo cuya capa se describe una situación de clasismo. Odets como otros intelectuales simpatiza en esos años con el marxismo. En el trabajo teatral es un divulgador del método Stanislaski (finalmente convertido en un rígido canon desfasado). Odets, casi medio siglo después de su muerte, sigue siendo representado a través de textos como ‘Waiting for left’, ‘Golden boy’, ‘Rocket to the moon’, ‘Till the day I die’ o ‘Paradise lost’, tanto en pequeños o medianos teatros y compañías de repertorio como en universidades. Su más importante referencia es ‘Golden boy’, una historia de sueños atrapados y frustraciones sobre un boxeador, que adaptó al cine Rouben Mamoulian en 1939, con William Holden y Barbara Stanwyck en el reparto.
Odets era un trabajador habitual de Hollywood desde los 30. En 1936 Lewis Milestone había rodado su guión, ‘El general muere al amanecer’, con Gary Cooper y Madeleine Carroll; lo que significaba que el autor teatral permanecía integrado en los engranajes industriales del cine. En la posguerra diversos dramas fueron populares en los escenarios, como ‘The country girl’ (1950) -en el tardío estreno español de su adaptación al cine recibió el título de ‘La angustia de vivir’ (George Seaton, 1954) que ganó el Oscar para la actriz devenida en princesa: un ‘melo’ sobre una esposa a punto de divorciarse de un actor alcoholizado (Bing Crosby). Otro de sus éxitos teatrales de la época firmados por Clifford Odets fue, ‘Clash by Nigh’, que en 1952 se convirtió para la pantalla en ‘Encuentro en la noche’ (Fritz Lang) con Bárbara Stanwyk. En un personaje que constituye uno de los antecedentes de ‘Wonder Wheel’: una mujer madura ‘con pasado’ que regresa a una comunidad de pescadores donde reverdece una pasión. A la que hay que unir ‘The big Knife'(en castellano se podría traducir como ‘La podadora’), una obra estrenada en 1949 bajo dirección de Lee Strasberg, y que en 1956 fue llevada al cine por Robert Aldrich (sin contar con Odets en la adaptación) con Jack Palance, Ida Lupino y Shelley Winters : otro melodrama con personajes femeninos idealistas e independientes, que en su versión cinematográfica está próxima al ‘filme noir’.
No parece extraño que esa cercanía a Hollywood provocara que el autor teatral quisiera dirigir personalmente sus historias. La primera firmada por Clifford Odets, es ‘Un corazón en peligro'(1943), extraño melodrama de RKO, donde Cary Grant interpreta por rara ocasión a un hombre pobre (y que hizo ganar a Ethel Barrymore, como la madre, el Oscar a la mejor actriz de reparto). Al que sigue ‘Sangre en primera página’ (1958), sobre una mujer amenazada (Rita Hayworth). Parece sorprendente que Odets, una estrella en Broadway como escritor teatral, no fuera el encargado de llevar sus mejores títulos al cine; las películas que dirigió no destacan precisamente por su brillantez ni por la acogida popular. El caso más evidente de esa dualidad es ‘Sweet Smell of Succes’ un brillante texto teatral sobre la amoralidad del éxito y el poder de la información, adaptado por Odets (junto a Ernest Lehman) para que lo dirija en 1957 Alexander Mc. Kendrick; una producción de la marca de Burt Lancaster interpretada por este junto a Tony Curtis, que constituye una de las mejores películas americanas de la época (en España divulgada únicamente a través de la pequeña pantalla bajo el título ‘Chantaje en Broadway’).
Desde la posguerra hasta finales de los 50 abundan en las tablas y en Hollywood los melodramas sobre mujeres de mediana edad. Entre ellas los que protagoniza con grandes recaudaciones, la altiva y artificiosa Lana Turner representando casadas burguesas insatisfechas. Y especialmente Barbara Stanwyck y Joan Crawford a punto de derivar al artificio. Como ejemplo de ese arquetipo, ‘Autumn Leaves’ (Robert Aldrich, 1956), donde Crawford es una madura enamorada de un joven (Cliff Robertson) que sufre un problema mental, al que trata de ayudar. La mujer obsesivamente atormentada por un hombre de menos edad está presente en Tennessee Williams: tanto en la versión de la madura al borde de la histeria, como de la ilusionada por el amante al que saca años, o el gigoló.
Odets perteneció a la generación de autores teatrales que se aposentaron en la pequeña pantalla. Lo hizo en los primeros 60, antes de su muerte temprana, para ‘The Richard Boone Show’, escribiendo una sucesión de piezas para el versátil actor. En los primeros 50, sobrevivió con heridas a su paso por el Comité de Actividades Antiamericanas. Se ha dicho que Odets que en los 30 fue próximo al Partido Comunista, ‘tiró la toalla’ como lo hicieron Elia Kazan y Edward Dmitrick. En esta época ya era uno de los autores teatrales más conocidos del naturalismo escénico americano, a medio camino entre la poetización y el realismo crítico, sin llegar a alcanzar la enorme popularidad de Tennesse Williams, la acogida de William Inge, o la poderosa radicalidad teatral de Arthur Miller. Odets a quien no le ayudaron sus trabajos como director de cine se mantiene como referencia de una época del teatro de posguerra.
Una parte de la crítica americana vehicula a Woody Allen en su melodrama pasional de construcción casi teatral, con Odets, y a Kate Winslet con Barbara Stanwick o Crawford madura. Despectivamente calificado de ‘anticuado’ en su país de origen, la relativa nostalgia de ‘Wonder Wheel’ le hace ser una reinterpretación de un género clásico. La mímesis de Allen respecto a ese cuadro de historias pasionales de gran impacto en Broadway y en Hollywood de finales de los 40 y primeros 50, lo realiza no solo como ‘revival’ de la estética y la canción pre-‘pop’ de aquel tiempo, sino para ser fiel a sus gustos. Señalemos un detalle: el tipo de letra que utiliza en los rótulos de ‘Wonder…’ es el mismo de décadas atrás, en títulos como ‘La rosa púrpura de El Cairo’, aunque los personajes femeninos ahora carecen de ilusión. La sombra de Clifford Odets da vueltas en la noria de Allen, sin que el producto desmerezca.