El otro día Facebook tuvo que eliminar un algoritmo porque clasificaba a los humanos negros como primates. Y tiene que contratar a un montón de personas para controlar las idioteces abstractas de las máquinas que no se enteran de nada. Aplican fórmulas y fórmulas machaconamente sin captar la variedad de la vida. Y eso precisamente es la inteligencia, si es algo.
Se consagran conceptos absurdos y circulan como si nada por todas partes. La gente los repite rutinariamente sin saber lo que dice. Del mismo modo que las máquinas. Se vuelven todos máquinas y se idiotizan como ellas. Y a ese formulismo entregamos nuestras vidas. Y dejamos que esa inanidad sorda gobierne nuestras vidas. Preguntamos al ente metálico y preguntamos: no hay nadie. Pero nos entregamos a ese nadie.
Y las máquinas de traducir hacen traducciones idiotas, pues no captan el alma del idioma. Ni las mil sutilezas y ambigüedades que lo hacen vivo. Y las alarmas mecánicas hacen ruido toda la mañana aunque no haya ningún peligro. Y la puerta mecánica aguarda a que te pongas así o asá cuando era tan fácil empujar una puerta. Y el Word te subraya los verbos en subjuntivo porque no los conoce. Y le pongo a una máquina Chopin y me dice “tal quisiste decir shopping”. ¿Y a eso le llamamos inteligencia artificial?
La llamada “inteligencia artificial” solo capta millones de datos sueltos y de relaciones rutinarias y sordas entre ellas. No entiende nada ni se entera de nada. Le sueltas un chiste y te contesta como un muerto sin gracia muy muerto. No ve nada realmente, no comprende las atmósferas ni las sutilezas. No es más que un producto y tan zoquete como cualquier producto. ¿Y a eso entregamos nuestras vidas inagotables? Pongamos por ejemplo, le pides al Google que te muestre el mapa de Comillas, le preguntas dónde está el Capricho de Gaudí. Luego le preguntas cómo ir desde allí a la plaza Mayor. Cualquier ser humano, aunque sea atrasado mental, entenderá que te refieres a la plaza Mayor de Comillas, por el contexto. Pero la máquina Google te escribe la plaza Mayor de Madrid, de Salamanca, qué sé yo. Y es que las máquinas son imbéciles, solo saben de nombres al pie de la letra, son simplonas, muertas, atontadas. Las máquinas no saben de contexto, ni de significado, ni de estructura profunda del lenguaje como diría Noam Chomsky. Y a eso le llaman “inteligencia artificial”. Es un concepto absurdo. Lo mecánico es lo contrario de la inteligencia. Solo los poco inteligentes piensan de manera mecánica y programada. Y quieren entregar a las máquinas decisiones sobre nuestras vidas. Quieren que esas máquinas idiotas nos arreglen la vida. Nos simplifiquen y nos maten a todos.
Y mirad lo que ocurre con los traductores automáticos. Hacen traducciones idiotas, tan pobres, tan torpes, tan miserables. Que no se enteran de nada, que lo empobrecen todo. Entregadas a la pura literalidad más simplona. Traducen palabra por palabra como imbéciles y no tienen ningún sentido de la intencionalidad ni del significado conjunto. No conocen el alma del idioma. Las máquinas no tienen alma y le quitan el alma a todo. Y a esos entes quieren entregar nuestras vidas. Aunque la vida nunca es nada automático, es una creatividad constante. La vida es vida y la máquina no es más que una miserable máquina. Y quieren entregarnos a todos a las máquinas.
Pero no, para los cretinos que nos arrastran a todos el matarnos es un progreso. Reducir la vida a las operaciones miserables y muertas de las máquinas es un progreso. Ojalá su propia vida se reduzca a esa desolación mecánica. Si no echan nada de menos, es que ellos mismos no son más que máquinas vacías e idiotas.
Nos empobrecemos porque nos entregamos a las máquinas. Nos atrofiamos porque decimos: eso ya lo hace la máquina. No hace falta memoria porque ya tenemos ordenadores. Pero los ordenadores solo almacenan datos pero no atmósferas, sutilezas, restos de sueños, olores cruzados con otros olores, matices, realidades inatrapables. El ordenador te puede dar millones de millones de datos sobre tu tía. Pero no eso impalpable que tú recuerdas de tu tía. No el encanto secreto de tu tía.
Dejamos de hacer millones de cosas a nuestra manera viva pues ya lo hacen las máquinas a su manera mecánica y muerta. Y los rebaños idiotas no notan la diferencia. No necesitamos el mundo infinito pues lo resume el ordenador y lo mata con sus millones de datos y sus algoritmos y sus fórmulas. Y también perdemos la imaginación, la intuición, el olfato interior, la sensibilidad, el entusiasmo, tantas cosas. Los ordenadores nos empobrecen el mundo y nos matan a nosotros pero tan contentos.
Ves a tu novia por esa máquina a distancia, pero ese mecanismo a distancia no te da tantas cosas de tu novia, no su olor imperceptible, algo sutil en sus párpados que no reproduce la pantalla estridente, de alta fidelidad, pero con tan poca fidelidad para las sutilezas, para el mundo vivo y real. Y sustituimos todo lo vivo por sucedáneos mecánicos. Y así empobrecemos el mundo y nos empobrecemos nosotros. Lo reducimos todo a procesos mecánicos, a fórmulas, a códigos. Y el mundo entero así palidece y se desangra. Y llaman genio a un fatuo que dice que nosotros también somos máquinas y todo son máquinas. Habla de software, hardware. El ordenador es el modelo de todo, el paradigma universal, como el reloj lo era para Descartes y los cartesianos. Y no pueden ver más allá.
Las máquinas solo añaden cantidad y rapidez, a costa de todo lo demás. Las máquinas, tan limitadas, son útiles dentro de sus límites. Pero impuestas en todo y para todo idiotizan el mundo.
Y no se lo creerán, pero el otro día mandé a una revista universitaria un artículo sobre el pintor Edward Hopper. Y basándose en reglas simplonas y en analogías idiotas una máquina puso Hooper en lugar de Hopper. Así estamos.