TEATRO
PRORROGADO una función más, viernes, 29 de abril, a las 20:00 horas. Sala La Encina Teatro (Calle Ercilla, 15. 28005 Madrid). Entrada general: 14€. Entrada anticipada: 12€. Comprar aquí
El poeta y dramaturgo Jesús Díaz Hernández, colaborador habitual de Entreletras, vuelve a entusiasmarnos con su nueva obra teatral, ‘Y Jacinto llegó al futuro’, después de estos dos años de paréntesis debido a la presencia del COVID. La obra se estrenó el pasado domingo, 3 de abril, en La Encina Teatro con éxito de público. Todavía recordamos con emoción su magnífica función anterior, titulada ‘El trato’, que vimos en este mismo lugar en un lejano, nos parece ahora, diciembre del 2019.
De este modo, esta acogedora salita del madrileño barrio de Embajadores abunda en su ejemplar trayectoria y viene a consolidarse como uno de los espacios más arriesgados de lo que, con toda propiedad, podemos denominar circuito off Broadway de Madrid, donde felizmente se han ido congregando interesantes salas de teatro alternativo desde la ya histórica ‘Cuarta Pared’, que han sobrevivido a estos inciertos tiempos de crisis sanitaria.
Si ‘El trato’ era un monólogo lúcido y descarnado, ahora Díaz vuelve por sus fueros con una comedia dramática de ciencia-ficción a dos voces, una comedia negra de ibérico negro zaíno, o quizá un drama gris marengo o, por mejor decir, ministerial. Y es que este par de años larguísimos ha puesto de relieve demasiadas incongruencias y diversos manejos turbios en las Consejerías y las Residencias de esta nuestra sufrida Comunidad de Madrid y ha sacado a flote lo peor de una corrupta clase dirigente, que Jesús Díaz no ha querido perder la ocasión de denunciar dentro del contexto fantástico que refleja en su nuevo texto teatral.
No podía ser de otro modo, viniendo de un autor que mantiene un serio compromiso social en todas sus obras, como vienen a demostrar sus poemarios: ‘Quizá en otro mundo’ (2010), ‘En mil pedazos’ (2014) o ‘Invisible’ (2020). No en vano su libro de aforismos, ‘El último refugio’ (2018) se abría con una cita nada inocente de Somerset Maugham que rezaba así: «Los proverbios y máximas son el último refugio de los desamparados». Toda una cabal declaración de principios.
Pero empecemos por el principio y volvamos a la función que nos ocupa. El jubilado Jacinto entra en un coma profundo, en los tiempos de la pandemia, y recupera la consciencia después de la friolera de los 47 años que ha sido asistido en un hospital de la Seguridad Social. Con una anécdota que recuerda la de ‘Good Bye, Lenin!’, aquella divertida película alemana de hace dos décadas, nuestro atribulado «héroe/antihéroe», a diferencia de la protagonista de esta, no se encuentra con la Caída del Muro aunque ‘Más dura será la caída’, en clara alusión a otro de los clásicos del cine, cuando Jacinto “vuelva a la vida” y se dé de bruces con la nueva realidad que le depara el escalofriante espectáculo al que se va a enfrentar.
Si, como menciona el poeta Nono de Panópolis, el dios Apolo resucitó a su protegido Jacinto, su homónimo actual va a sufrir el atropello, de un nuevo Apolo, esta vez encubridor de los intereses de la sanidad privada, que no está dispuesto a que su “humanitario” esfuerzo reanimador resulte infructuoso.
En cierto modo, nos encontramos con el subgénero del “teatro dentro del teatro”. Vemos la función a través de la mirada de Jacinto, en un inteligente juego de espejos, que nos devuelve nuestras depauperadas imágenes como en un sarcástico esperpento valleinclanesco. Parece como si Jesús Díaz fuera consciente de que un determinado número de conciudadanos necesitara unas gafas para corregirse la miopía que les aqueja de una manera pertinaz y que no les permite “ver” la verdad que, vía Fake News, nos escamotea la «realpolitik» autonómica. ¡Ay San Gabino, consérvanos la vista! ¡Oh, Santa Lucía, auxílianos, plis!
Estamos en un mundo distópico, falazmente feliz como aquellos que presagiaron Huxley u Orwell. Sin embargo, Díaz va a salpimentar guiso tan suculento con ingredientes humorísticos “codornicescos”, que a veces recuerdan a Jardiel y que piden la sonrisa o la abierta carcajada al respetable en un juguete escénico que le interpela con referencias evidentes a la sangrante y flagrante situación política que padecemos. Este mundo siniestro, que se enmascara bajo la sobada etiqueta de la libertad que hoy esgrimen con absoluta impudicia y demagogia los politicastros del neoliberalismo rampante que nos acosa, movidos por intereses espurios, no se puede contar mejor y tan solo en 45 cortísimos minutos. Naturalmente, la sonrisa se nos acaba congelando en los labios en un rictus amargo de dolor cuando nos reconocemos en las estrambóticas situaciones que vive el desdichado Jacinto.
En la obra encontramos referencias al legendario drama del checo Karel Čapek, escrito en los años 20, titulado R.U.R., conocido por ser la primera obra literaria en la que aparece el término «robot». Y el homenaje de Díaz no es baladí como comprobará el espectador cuando acabe la función.
También hay ciertos paralelismos con las obras didácticas en un acto de Bertolt Brecht, autor del que el propio autor se siente heredero teatral, sin que por ello haga uso de la técnica del “distanciamiento” por cuanto que el objetivo claro es que sintamos en nuestras propias carnes las cuitas del desolado protagonista y nos convirtamos en sus alter egos desde nuestras cómodas butacas.
El montaje es austero pero eficaz tanto en lo escenográfico como en lo relativo a la puesta en escena, a cargo de la hábil dirección de Ander Pardo. El reparto es excelente y cuenta con dos actores en estado de gracia: Paco Vicente Cruz que encarna a Jacinto magistralmente y Jorge San José, que le da la réplica en un trabajo impecable en su difícil papel. El ritmo es trepidante, sin desmayo, muy bien medidos los tiempos y las transiciones, y engancha desde el primer momento. Cruz y San José saben sacar partido a todos los diálogos buscando la adecuada intencionalidad con sutileza, sin caer en el chiste fácil, tan habitual entre los actores, para exagerar la hilaridad. Afortunadamente, la función no se desliza al peligroso terreno de la astracanada, en la que sin duda se desactivarían todas las posibilidades de su afilada crítica sociopolítica.
Cuando, al final de la función, Jacinto/ Paco Cruz se vea acorralado intentará, en una elegante escena casi de slapstick o de número circense, una inútil huida hacia adelante como la de otro gran actor, el británico Alec Guiness, en aquella comedia fílmica de la Ealing, ‘El hombre del traje blanco’, que paradójicamente también tenía ribetes negros y tampoco auguraba nada bueno.
En una encomiable reivindicación del más genuino arte del cómico de la legua, en un universo tan proceloso como es este del teatro, que con harta frecuencia se traviste con grandilocuentes fuegos de artificio, la ampulosidad de los montajes ha usurpado con escenografías sofisticadas y carísimas el papel secular del actor, ocultando en ocasiones sus incapacidades y torpezas.
Para colmo de males el “metteur en scène”, así les gusta llamarse con pomposidad, aspira al status de intocable rock star que, con sus ínfulas y sus egolatrías de solipsista patológico, monopoliza y birla el espectáculo, enmendándole la plana, al dramaturgo, se llame este Lope de Vega o William Shakespeare. En suma, “mucho ruido y pocas nueces” para un viaje que no necesita estas alforjas. Vanitas vanitatis…
Por el contrario, en ‘Y Jacinto llegó al futuro’ “he aquí el tinglado de la antigua farsa”, con “una manta y dos palos” como atrezo único que en ningún caso va a amenazar con engullir a los intérpretes, piezas verdaderamente imprescindibles de la función. Teatro al desnudo en un favor ejemplar al teatro mismo.
Oportunamente, entresaco estos versos del poema ‘Robots’ del citado libro ‘Invisible’ del propio autor Jesús Díaz Hernández: “Sonríen, sonríen, sonríen…/ Recluidos en su mundo de cristal/ perecen de estúpida felicidad / sin saber la razón”, esperando que todos nosotros, afortunados espectadores de La Encina Teatro, riamos y/o sonriamos con esta función, pero que tengamos muy presente que hay razones más que suficientes para tomárnosla absolutamente en serio. ¡Nuestros hijos nos lo agradecerán!
Las fotografías de este artículo son cortesía de La Encina Teatro