Por Francisco J. Castañón*.- | Febrero 2017
La ciudad medieval de Sigüenza ofrece arte, historia, leyendas y atractivos culinarios al visitante
A poco más de hora y media de Madrid, tanto por carretera como viajando en tren, entre el barranco del río Dulce y las hoces del río Salado, se alza un castillo imponente, diríase inexpugnable, que fue levantado en el siglo XII sobre los cimientos de una alcazaba árabe. Bajo sus muros se extienden las calles estrechas y sinuosas de la ciudad medieval de Sigüenza, uno de los municipios más extensos del centro de España que integra veintiocho pedanías, por las que se reparten vetustas iglesias y restos de antiguas fortalezas donde se libraron batallas y escaramuzas, hoy casi olvidadas.
Aunque para encontrarnos con los orígenes de este emblemático lugar que rebosa historia por todos sus pétreos poros, hay que remontarse a los celtíberos. Aquí, antes de que llegaran visigodos y musulmanes, también establecieron los romanos un cruce estratégico para su calzada hacia Emerita Augusta (Mérida).
Conocida como la ciudad de ‘los cien obispos de armas tomar’, Sigüenza fue arrebatada a los árabes en 1124 por el obispo aquitano Bernardo de Agen. Más tarde, el rey Alfonso VII otorgó tierras y pobladores a los obispos que gobernaron y dieron lustre a esta localidad, en la cual podemos regresar hoy, con algo de imaginación, a la Edad Media.
La visita a Sigüenza bien puede comenzar en el espléndido patio de armas de la monumental fortaleza, donde ahora es posible disfrutar de la terraza del Parador Nacional ubicado en la que fuera residencia de tan combativos obispos. El castillo episcopal fue, igualmente, prisión de Doña Blanca de Borbón, esposa repudiada de Pedro I ‘el Cruel’, que estuvo recluida en una de sus torres hasta que fue enviada al Puerto de Santa María y luego a Medina Sidonia, donde murió con veintidós años asesinada de un disparo de ballesta, según cuenta la crónica, por orden de su marido el rey. En uno de los comedores del Parador que lleva el nombre de esta dama del medievo veremos una pequeña celda, muy estrecha, con tan solo una silla y una mesa, donde al parecer pasaba sus días de encierro.
Descendiendo por las empinadas calles empedradas llegaremos a la casa del célebre Doncel, un edificio gótico de tres pisos con elementos mudéjares en su interior, morada de los Vázquez de Arce y Sosa, cuyos escudos aún se conservan en la fachada. Es el joven aristócrata y militar, Martín Vázquez de Arce, el símbolo de la ciudad. Personaje de gran popularidad en su época, murió guerreando en la campaña de Granada. Hasta allí acudió para participar en la conquista del último bastión musulmán, siendo herido mortalmente en la acequia del río Genil. Cuenta la leyenda que cuando estaba agonizando hizo prometer a su padre, también soldado en la contienda, que no colocaría en su tumba un arma, como era costumbre en los caballeros, sino un libro para que sirviera de ejemplo a su hermano y éste no escogiera la milicia sino el camino de las letras. El sepulcro del Doncel es una de las más bellas esculturas funerarias del mundo y joya del Renacimiento hispano. Reposando semiyacente mientras lee un libro (aunque en la escultura se aprecia el puño de una espada y un pequeño puñal en la cintura), su figura serena, ornamentada con la cruz de la Orden de Santiago, preside la capilla de Santa Catalina ubicada en la Catedral.
Continuando nuestro paseo por la calle Mayor veremos casas añejas, muchas vacías y algunas en venta. Aunque si tomamos el Camino de la Ronda podremos admirar uno de los magníficos tramos de la muralla medieval que todavía se conserva. La Plaza Mayor de dos fachadas, donde se sitúa el Ayuntamiento, data del siglo XV, se construyó para tener un espacio en el que celebrar mercados, fiestas taurinas y administrar justicia, como nos recuerdan la Puerta del Toril y la de las Cadenas. Desde la plaza observaremos la Catedral de esta ciudad en todo su esplendor.
Como sucede habitualmente en este tipo de edificaciones, la catedral seguntina, de estilo gótico cisterciense, se inició en el Románico y tardó varios siglos en completar su construcción. Su Sacristía de las Cabezas es única en España. En ella se puede contemplar 304 rosetones con las cabezas de Papas, Cardenales, canónigos y numerosos personajes eclesiásticos relacionados con la historia de Sigüenza.
Muchos son los rincones donde hallaremos iglesias que conocer, la de Santiago, San Vicente o Santa María, conventos de la Sigüenza renacentista, los de las Ursulinas y las Clarisas, y edificios que reclamarán nuestra atención, como el museo Diocesano, el Palacio Episcopal o el Pósito, recinto donde se guardaba el trigo, que en nuestros días ha sido reconvertido en Teatro-Auditorio Municipal.
El entorno natural que circunda Sigüenza tampoco tiene desperdicio, no en vano los paisajes del cañón del río Dulce fueron elegidos por Félix Rodríguez de la Fuente para filmar imágenes de la serie Fauna Ibérica. Un poco más alejados, los parajes por los que transcurre su antagonista, el río Salado, guardan más de un secreto. Entre ellos, las Salinas de Imón, utilizadas ya por los romanos, explotadas desde el siglo XII y ampliadas durante el reinado de Carlos III, han sido aprovechadas hasta nuestros días para la obtención de sal.
Por todo ello, Sigüenza y su comarca son un buen plan para cualquier época del año, donde además de cultivar nuestro intelecto con singulares historias y leyendas, es posible también dar cuenta de suculentas viandas locales, entre las que destacan las truchas, el cabrito serrano, las migas pastoriles o setas en temporada junto a reconfortantes vinos de la tierra.
- * Este artículo fue publicado con anterioridad por el autor en el periódico Estrella Digital con el título ‘Sigüenza, viaje a la Edad Media’ (04/12/2015)