ESPECIAL UCRANIA / MARZO 2022
Desde el pasado 22 de febrero de 2022, los ucranianos están viviendo una auténtica tragedia. Una tragedia que no terminará en mucho tiempo, aun en el caso de que se pudiera llegar en breve a alguna clase de acuerdo que detuviese los combates. Los protagonistas de esta tragedia han sido Rusia, potencia agresora que inició las hostilidades sin haber mediado agresión ucraniana previa y la propia Ucrania. No caben dudas a ese respecto.
Pero en esta tragedia, como siempre y como en todas, hay más actores. Y no son meros actores secundarios, pues muchos de ellos puede que terminen alcanzando papeles estelares a medida que el conflicto iniciado se vaya desarrollando. Unos papeles principales que, en algunos casos pueden ser predecibles, pero que pudieran resultar imprevistos e inesperados. Entre los primeros, los Estados Unidos y China, sabemos que han movido algunos hilos de esta crisis.
Y así, podemos ver que, si bien el agresor está perfectamente identificado en este caso, las víctimas conforman un concepto algo más difuso. En primer lugar, están los ucranianos, con varios miles de muertos y unos tres millones de refugiados en su haber. Ellos son las víctimas principales y los muertos, militares o civiles, siguen incrementándose cada día. Pero no son las únicas víctimas de la agresión. La alarma ha saltado en todos países próximos, desde el Mar Báltico hasta el Mediterráneo. Suecia y Finlandia en particular. Y también la Unión Europea, que sin haber asimilado aún el Brexit británico del pasado año 2021, ha tenido que hacer frente a esta nueva crisis, que se puede convertir en una amenaza para su supervivencia.
Y están resultado especialmente afectados por la guerra ruso-ucraniana, también, los países miembros de la Unión Europea y de la OTAN más próximos al conflicto. Polonia, Eslovaquia, Rumania, Bulgaria y las tres repúblicas bálticas, Estonia, Letonia y Lituania. Son países que se liberaron de la tiranía ruso-soviética a finales del pasado siglo. Recuerdan con horror los largos años de sumisión a Moscú y se sienten directamente amenazados, y con razón.
Para comprender esta guerra, hay que entender la globalización, conocer a sus principales actores y sus efectos en los diferentes países. El reto lanzado al mundo por la agresión rusa contra Ucrania ha desestabilizado el conjunto de las relaciones internacionales. Pero no se ha llegado a la crisis de modo abrupto e inesperado. La guerra se anunció con meses de antelación, y desde el verano se esperaba el ataque ruso. Lo sucedido en los últimos meses permite considerar verosímil la tesis de que los rusos, al desencadenar la guerra, han caído en una trampa hábilmente tendida por los Estados Unidos e Inglaterra. Mientras tanto, China sigue con atención los acontecimientos, esperando el desgaste de sus principales adversarios.
Tener todo esto en cuenta no le resta un gramo de gravedad a la agresión de la que Rusia es culpable. Pero es que, en esta crisis, conviene conocer qué es lo que hay, ya que las decisiones que se tendrán que adoptar por las diferentes instancias nacionales e internacionales pueden llegar a ser trascendentales y terminar originando un conflicto general de proporciones incalculables. Y, como siempre, la información sobre el fondo de las grandes decisiones no se conoce bien. Estamos en guerra y ya se sabe lo que le pasa a la verdad en ese caso.
La atención y resolución de la crisis ucraniana precisará de una sensatez y prudencia que se han echado de menos en toda su gestación y desarrollo. No han sido la sensatez y la prudencia lo que más se ha percibido en el comportamiento de los dirigentes mundiales. Sólo se ha apreciado una polarización creciente, hacia uno u otro lado, de los diferentes responsables políticos y de los gobernantes del mundo, que deberían haber recordado que era de su responsabilidad haber resuelto sin guerra un problema como éste.
Ante una invasión ilegal como la rusa, potencia nuclear, se hace imprescindible alcanzar soluciones sensatas, sin dejarse arrastrar por afanes sectarios, bien de desear la rendición de Ucrania, sin condiciones, o bien de execrar a Putin y esperar verlo vencido y humillado. Esto último solo sería posible al precio de un sacrificio de miles y miles de vidas difícil de asumir y, con alta probabilidad, de la extensión del conflicto a toda Europa, con la entonces inevitable intervención de la OTAN y uso de armamento nuclear. Nadie puede dejar de ponderar estas posibilidades ante las que ha puesto a todo el mundo la insensata agresión rusa.
El gran desafío lanzado por Rusia al invadir Ucrania ha sido obligar a Estados Unidos y a la OTAN a aceptar un acuerdo internacional favorable a los intereses de Moscú, que excluyese a Ucrania de la OTAN. Pero puede salirle mal a Rusia y, si ello ocurriera, la guerra iniciada por los rusos le saldrá muy cara a la larga. De momento, el ataque ruso ha eliminado cualquier posibilidad, no ya de alianza, sino de simples acuerdos con la Unión Europea y la OTAN, reforzando el control estadounidense sobre Europa.
Ucrania tiene el derecho y la obligación de defenderse y debe ayudársela, pues es la víctima principal de esta guerra. Y la peor objeción que se puede formular a Rusia en la crisis es la de haber puesto al mundo al borde de un conflicto general. Aunque, de momento, nadie parece dispuesto a dar un paso definitivo para desencadenarlo. Solo hay que observar a los principales actores del mundo global, para ver que nadie está dispuesto a correr ese riesgo, de momento. Todos analizan, discuten y proyectan, pero pasar a la acción se hace más difícil. Todo ello da aparentemente a Rusia una cierta ventaja. Pero esa ventaja es solo militar, no política, y se volverá en su contra con el tiempo, aun cuando cesen las hostilidades.
Las barreras alzadas por la agresión rusa, que se venía anunciado desde 2014, se van a mantener muchos años. El viejo sueño ruso de considerarse parte de Europa, sueño recreado tras el final de la Guerra Fría, se ha ido diluyendo poco a poco hasta acabar con la guerra que ha desencadenado. Y el viejo sueño británico, heredado por los Estados Unidos, de expulsar a Rusia de Europa y dejarla como potencia sólo asiática, está más cerca que nunca de hacerse realidad, desde que lo definió como objetivo de la política europea de Inglaterra, en 1904, Halford John Mackinder (1861-1947), el autor de la teoría del corazón del continente.
El altruismo, las declaraciones filantrópicas y el “buenismo” generalizado que domina nuestro mundo, dan una imagen muy errónea de lo que son las relaciones internacionales y suele encubrir los intereses económicos, geoestratégicos y políticos de las potencias regionales e internacionales. La geopolítica está empapada de falsedad y propaganda, y las declaraciones y justificaciones oficiales que se dan a los ciudadanos, dejan habitualmente en la sombra los fundamentos y las claves reales de las grandes decisiones.
Ucrania ha sido un claro ejemplo. Pese a sus encendidas proclamas, ninguno de los principales actores internacionales de esta crisis se ha guiado por criterios de justicia y de concordia. Los ucranianos son las víctimas principales de la invasión rusa, que ha pretendido marcar los límites de su esfera de influencia. Era la evolución esperable, casi inevitable, de un sistema autoritario e imperialista, como el ruso, que está siendo cuestionado dentro y fuera de sus fronteras. Y que, ahora, ya sin tapujos, se encuentra enfrentado a las potencias occidentales que defienden, o eso dicen, la democracia frente a la autocracia.
La guerra, de momento, continúa.