noviembre de 2024 - VIII Año

“La secularización en España”, un nuevo libro luminoso

“Si, como decía Kierkegaard, la vida debe ser comprendida mirando hacia el pasado, esfuerzo que nos posibilita entender quiénes somos, esta solo puede ser comprendida mirando hacia el futuro. Así también la secularización y las metamorfosis de las religiones…”.

Rafael Ruiz Andrés. “La secularización en España”. P. 284.

El Dr. Rafael Ruiz Andrés ha puesto en nuestras manos un libro luminoso porque nos hace mirar nuestra historia, como Machado pedía para su verso, “de frente y al sesgo”. En toda construcción histórica hay poesía entrelazada, pero también bastardía, y el análisis sociológico de la historia, y más con la talla académica que el Dr. Ruiz Andrés acredita, comprende considerar ambas en las dinámicas sociales que produjeron.

Permítaseme que en este artículo intercale en la consideración de un texto que me parece imprescindible, las propias reflexiones que me produce.

Sabido es que la Ilustración y el enciclopedismo dieron el vagido de “atrévete a pensar”, “ten el valor de servirte de tu propia razón”, llega a tu propia estatura, y bajo esa consigna el ser humano se emancipó de las anteojeras religiosas, del infantilismo por decreto, y se declaró mayor de edad. Responsable de su vida, de su mundo y de su tiempo, se volvió hacia ellos como tarea propia, y miró su tarea como un banco de trabajo, un horizonte abierto, dejado a su iniciativa, fuera de los muros de los templos.

Viene a cuento la metáfora de José Antonio Marina: Vistos desde dentro, esos templos producían enervamiento de los sentidos sometidos al juego de las sombras y de las luces filtradas por vidrieras de colores; vistos desde fuera, al sol, se mostraban como depósitos de polvo acumulado y, para crecer, a tenor de Goethe, el ser humano tenía que romperlas como falsos techos. Sin embargo, no supo separar el grano de la paja. Declarados esos techos como falsos, prisiones de escayola y cartón piedra, anduvo aceleradamente en descampado, por caminos nuevos, descubridor y productor de diversidad. La libertad de pensar produce diversidad, empeñada en la mejora de sí mismo y en la transformación de las condiciones políticas, sociales y tecnológicas: ¡Yo, mi tiempo y el mundo como tarea! En ese empeño, aquella religión que había pretendido poner diques de contención a esa libertad de pensar y de actuar, quedó en los márgenes de la historia, dando voces condenatorias, como un residuo histórico llamado a desaparecer. Libertad, igualdad, fraternidad, fueron consigna, banderín de enganche, llamada a ocupar un lugar en la brecha en defensa del progreso humano.

Andando el tiempo, al igual de lo que sucede en cualquier campo del quehacer humano, incluido el religioso, el propio impulso se desnaturalizó. De la tríada que compuso la movilización se quedaron por el camino la igualdad y la fraternidad o solidaridad, y la libertad fue invocada como derecho de apropiación, y al proceso de secularización, creador de modernidad y de progreso, le surgieron problemas de desnaturalización; el poder era utilizado como autor de inhumanidad, y la diversidad creada invocó derechos de las minorías, derecho a ser y a ser oído, y surgió la postmodernidad y, tras ella, juntamente con ella, en un mundo conflictivo de secularidades y postmodernidades múltiples, se pretende hoy hacer sitio en el diálogo al depósito de sentido y a la capacidad hermenéutica de las religiones en un tiempo postsecular, donde el hombre ya no queda absorto en ese hacerse valer y hacerse sitio en un mundo apropiativo, como langostas hacinadas sobre un trigal.

A España, esa secularidad llegó a cuentagotas; secada la fuente del liberalismo humanista ilustrado, que tardíamente defendieron la Institución Libre de Enseñanza y el Ateneo de Madrid, nos llegaron con retraso las revoluciones políticas, tecnológicas, y comerciales que el progreso produjo en Europa y América. El grito de “¡vivan las cadenas!”, que daba apoyo al “rey felón”, parece hoy una constante histórica, un ruido de cadenas, una renuncia consentida u obligada a la “funesta manía de pensar”.

Hoy se nos se nos entrega un libro luminoso porque pone el foco a ese largo y agónico proceso; agónico porque por una parte supuso el tránsito hacia las luces como si fuera un parto, un “agón”, una angostura, y por la otra, el relato de la muerte de una manera de coacción que actuaba como un cepo medieval.

El libro en cuestión, nacido de la pluma del Dr. Rafael Ruiz Andrés, compañero de doctorado de quien esto firma, está editado por Cátedra y se titula “La secularización en España rupturas y cambios religiosos desde la sociología histórica”.

Su autor aborda rupturas y cambios religiosos en la discontinua historia de España, si bien lo hace desde el catolicismo, dejando fuera de su análisis no sólo a las distintas confesiones hoy en crecimiento, sino a los agnósticos y ateos, a los “cristianos sin iglesia”,  a los “no adscritos” o indiferentes.

Es la suya una interesantísima investigación de ese flujo y reflujo del catolicismo en España, producida por una mente que sabe objetivar su propio sentir no menos que la realidad católica española, y no sólo al servicio de la realidad social y sus alternativas actuales, sino para mejor servir a las creencias que, al formular conceptos, busquen su lugar significativo en el mundo.

He señalado que encuadra su trabajo de investigación en ese marco de la sociología histórica. Si la sociología es la disciplina que estudia la sociedad en su configuración, y la sociometría supone la instantánea de la medición de un momento, la sociología histórica atiende a la explicación de las estructuras y los procesos comparándoles en el tiempo. Como sostiene Julián Casanova en “La sociología histórica en España”, “los conceptos emergen de procesos históricos”. No se trata, pues, de una conceptualización que permanece ajena e inmóvil en los procesos de cambio que una sociedad produce, propia de un dogmatismo con pretensión de totalitarismo y sin capacidad para la interlocución, sino que propone una dialéctica interpretativa, una práctica hermenéutica entre historiografía y sociología que extraiga una lógica de los acontecimientos que producen mutaciones sociales, y de los sucesos anodinos que quedaron arrumbados en la insignificancia.

El Dr. Rafael Ruiz Andrés, como un cirujano experto que marca los límites de su intervención, después de abordar una primera parte dedicada al análisis de la secularización desde la sociología histórica, y su perspectiva desde la España actual, aborda una segunda que titula “El camino hacia la era de la secularización en España. Procesos sociales de descatolización, recatolización y secularización”. Parece un orfebre detallista que pone de relieve los datos significativos.

El punto de arranque, su génesis y desarrollo, lo sitúa en la crisis nacional de 1898, y lo extiende hasta 1939, sin olvidar que aquellas Cortes de Cádiz de 1812, que dieron  Carta Magna a la pretendida cohesión de la identidad española contra la invasión francesa, y declaraba, en su artículo 12 que el autor cita: <La religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana, única verdadera>, argumento éste que será esgrimido por el nacionalcatolicismo en su apoyo al golpe de Estado de 1936. Para ese golpe, será inseparable e indisoluble el maridaje entre catolicismo y españolismo, condenando así a la inexistencia a todo español que no fuera católico, a todo laicista al que se le arrebataba conceptualmente su ser español.

En esta segunda parte de su libro, Rafael Ruiz Andrés nos muestra el proceso que, partiendo de la guerra civil, y el papel que en ella ocupó la iglesia católica, hace referencia a la España de 1940 a 1964, una etapa que muchos sufrimos en propia carne por el hecho de no ser católicos, y otros por ser socialistas o comunistas o masones. ¿Hubo un tiempo de descatolización en la España de los albores del siglo XIX, como analiza nuestro autor? Evidentemente sí, y aun finalizando el siglo XVIII nos topamos con la desamortización de Godoy (1798), seguida por las medidas desamortizadoras tomadas por las Cortes de Cádiz; las de Mendizábal (1836) y Espartero (1841), durante la Regencia de María Cristina, y la de Madoz en el Bienio Progresista.

¿Escocieron las sucesivas desamortizaciones a las posesiones de la Iglesia Católica Española? Sin duda, y habrá quien encuentre un paralelo con las inmatriculaciones en lo que tengan de injusto. Sin embargo, y en mi modesto entender, lo que tensionó las relaciones de la Segunda República, y su impulso de progreso secular a la sociedad española, fue que las Cortes constituyentes declararan la aconfesionalidad del Estado, suprimieran la financiación estatal del clero, aprobaran el matrimonio civil y el divorcio, la disolución de los jesuitas (recordemos que Carlos III ya los había expulsado) y, sobre todo, prohibieran la enseñanza a las órdenes religiosas. Sobre lo anterior, como excelente síntesis, invitamos al lector al artículo del Profesor Julián Casanova, “La Iglesia y la Segunda República”, publicado recientemente en Infolibre (15/10/2021).

Muy certeramente, Rafael Ruiz Andrés sitúa el origen de su análisis en el convulso siglo XIX español. Posiblemente podríamos retrotraernos hacia tiempos más antiguos: los de Prisciliano y Arrio; los de los Concilios de Toledo; la expulsión de judíos y moriscos; aquellos de que habla D. Américo Castro al decir: “El español posterior del siglo VIII acabó por labrarse una existencia conexa con un mundo trascendente, fundado en la creencia y nunca en el pensamiento” (“España en su historia. P. 15). Cuando adviene la dura tarea de pensar, esa la chispa surgida del choque de la idea con la dura realidad es obvio que nos coge a contrapié, porque ese anclaje en formulaciones fijas, dogmáticas, que fosilizan la fe vuelta creencia, de la que Ortega dijo que sobre ellas estamos en tanto las ideas las tenemos, se vuelve estar no pensado que ha perdurado durante siglos forjando una pretendida alma española, y ha taponado, por dejación o reacción, la tarea de repensar las creencias.

Si echamos un vistazo al siglo XVI, sin ahondar en las persecuciones contra reformados y erasmistas en España, y nos asomamos al siglo en la pluma de Cervantes, hallamos un ejemplo en “La elección de los alcaldes de Daganzo”:

“-¿Sabes leer, Humillos?

-No por cierto, ni tal cosa se hallara que en mi linaje haya persona tan de poco asiento, que se ponga a aprender esas quimeras, que levan a los hombres al brasero, y a las mujeres a la casa llana, Leer no sé, más sé otras cosas tales, que llevan al leer ventajas muchas. Sé de memoria todas cuatro oraciones, y las rezo cada semana cuatro o cinco veces.

-Y ¿con eso pensáis ser alcalde?

-Con esto, y con ser yo cristiano viejo, me atrevo a ser un senador romano”

¿Se atreve Cervantes, en esta obra de juventud, a señalar el sustrato sostenedor del Imperio? ¿Esa dejación de pensamiento crítico, esa dependencia obligada de lo establecido, han permeado de alguna manera el pensar y el quehacer de los españoles en su historia? ¿El pensamiento, que ha tenido que ejercer y sobrevivir en ciertos momentos históricos, ha tenido que hacerlo como en las catacumbas, y ha irrumpido súbitamente cuando ha podido cambiar las circunstancias?

Hagamos cala y cata al siglo XIX, ese que toma como génesis nuestro autor. De ese siglo, cuando analiza la situación universitaria española, un teólogo católico como Olegario González de Cardenal (“España por pensar”. P, 234 ss.), diagnostica:

“La situación era pobre y desalentadora; responde a un estado de salud intelectual en el que nuestra institución universitaria no era capaz de detectar los movimientos del espíritu, ni dentro ni fuera de nuestro territorio. Así nos encontramos con una universidad más consagrada a la defensa de la tradición que al empeño de la investigación; más dedicada a la obligación de repetir lo recibido que al beber y buscar cauces nuevos de conocimiento y acercamiento a la verdad y a la nueva realidad. A esto hay que añadir la retirada de las facultades de teología de la universidad como una nueva retirada a la retaguardia; con ello se perdía la oportunidad de expresar la fe de forma distinta y en confrontación con el pensamiento de la época”.

En el decir de Unamuno, espectador de la procesión de Semana Santa en Medina de Rioseco: “Y no ha pasado más; ni monarquía, ni dictadura, ni revuelta, ni república. Pasan los pasos. Y los llevan los mozos” (Op. cit. P. 65). Dos caras de un relato: el de la sucesión de acontecimientos históricos y la permanencia y transmisión de las tradiciones. Todo y nada pasa. Así llegamos al golpe de Estado, y al posicionamiento previo del Cardenal Segura bendiciendo al huido Alfonso XIII, y a la quema de templos y conventos, y a la declaración de la guerra asesina como Cruzada de Liberación Nacional, y a Franco bajo palio, y a los obispos saludando brazo en alto, y a la victoria franquista y a la pretendida “recristianización social” que cita nuestro autor,

Esta es una foto, entre muchas, que, a buen seguro, los muchos católicos, profundamente creyentes, aborrecerán, mientras en la memoria guardan, como todos, la imagen de sacerdotes empuñando las armas, los templos y conventos ardiendo en aquel mes de mayo, los pastores y sacerdotes fusilados por las tropas de Franco. Todo pasa. Todo nos pasó. “Paz, perdón, piedad”, pedía D. Manuel Azaña. Y llegó la paz… de los cementerios, sin perdón y sin piedad.

Rafael Ruiz Andrés nos muestra la España nacionalcatólica desde 1940 a 1964, que muchos sufrimos en propia carne; la recristianización pasiva; la opresión del pecado, sexual sobre todo; los días del confesionario y de las procesiones en las calles, impuesta la rodilla en tierra; de asistencia obligada a las misas; de cánticos guerreros a la salida en formación de los colegios; de educación coaccionada. Atrás los nobles propósitos de la Institución Libre de Enseñanza en Madrid, las Misiones Pedagógicas, la Escuela Moderna de Ferrer i Guardia para una educación racionalista… El fuego cruzado del odio y del plomo fue reemplazado por el plomo gris de aquellos años de la postguerra. Del laicismo republicano habíamos pasado de hoz y coz al nacionalcatolicismo y su “recatolización” por decreto.

Se adentra luego Rafael en los años previos a la transición, desde 1965 a 1975, y sus       múltiples cambios socioeconómicos y culturales que la prepararon; el postconcilio y el distanciamiento que produjo entre una jerarquía renuente a los cambios, y los sacerdotes y religiosos más sensibles y receptivos; la transición hacia un Estado no confesional y una sociedad plural; la secularidad, laicidad y laicismo desde 1987 a 2011, el descenso del número de católicos practicantes, y el ascenso de aquellos que pertenecen a otras confesiones, y de los agnósticos, ateos e indiferentes. Por nuestra parte queremos ofrecer los datos del CIS del año 2019, junto a los trabajados por el catedrático emérito de sociología, el Dr. Javier Elzo (ver su último trabajo publicado: “¿Tiene futuro el cristianismo en España?”. Ed. San Pablo), que muestran lo relativo a la juventud española.

Resulta evidente en ellos el decrecimiento de la confesionalidad católica en España, aún mayor si distinguimos entre católicos y contemplamos el cuadro estadístico que el mismo Elzo publica: en 2019, el 59,3% de los españoles no va nunca/casi nunca a los oficios religiosos; sólo un 12,4% lo hace “casi todos los domingos”, y un 1,7% varias veces por semana (pag. 37-38). Existe, pues, un núcleo fiel a sus creencias y prácticas católicas, y un descenso acentuado de los que confiesan serlo nominalmente, en paralelo con el crecimiento, en todas las edades, de no creyentes y creyentes de otras confesiones, si bien los primeros crecen a un ritmo mayor: un 17% frente a un 5% de los segundos.

Para comprender el proceso, la situación y las alternativas los aborda Rafael Ruiz de Andrés desde cuatro perspectivas: “1) la tensión entre reacción y disolución en la iglesia católica, que ha potenciado su re-conservadurización en las últimas décadas; 2) la autonomización/subjetivación del factor religioso; 3) la permanencia y cambio de la “religión natural”, 4) el aumento del pluralismo” (Psag. 224, ss.). Con todo, observa nuestro autor la “permanencia del catolicismo cultural” como “idioma social” sin que ello suponga la reactivación del sentimiento religioso. Resulta natural que, después de tantos siglos de dominancia, aún el lenguaje que constituye y transmite identidad, aún secularizado, esté permeado de una religiosidad que lo acuñó, en tanto que la religión institucionalizada ha perdido su vigor normativo.

El Dr. Javier Elzo, catedrático emérito de sociología de la Universidad de Deusto, contempla el futuro de la iglesia católica en España en las que llama “experiencias virtuosas de la religión católica” (obra citada, p. 284), no negadas sino apoyadas por la “iglesia institución”, pero para eso habría que contar primero con experiencias de transformación personal producidas por una relación directa, sin mediaciones, con el ámbito de lo divino, más sostenidas por la comunidad de creyentes que por la institución o la enumeración de organizaciones eclesiales que aporta. Elzo propone cuatro modelos católicos de supervivencia y significación: a) el patrimonial o tradicional, de pura resistencia; b) el “ostentoso” basado en peregrinaciones, procesiones, sesiones, campamentos vacacionales, intervenciones caritativas, conciertos, etc., que procuren visibilizar una religiosidad popular; c) la organización y creación de comunidades contraculturales, a la que llama “opción benedictina”; d) la encarnación y participación de la singularidad católica.

La primera opción, a nuestro entender, quedaría arrumbada como insignificante en los márgenes de la sociedad como “religión enferma en una sociedad enferma”; la segunda formaría parte de la sociedad del espectáculo, pero sin hondura de experiencia religiosa transformadora de la vida involucrada en la regeneración de las personas y del mundo; la tercera, aún considerada como valor contestatario, quedaría en la insignificancia de su aislamiento; la cuarta podría suponer el camino, siempre y cuando el catolicismo español acertara en ser significante a la sociedad.

Por algo el Dr. Rafael Ruiz Andrés cierra su libro con el capítulo 8 dedicado a la “Postsecularización en la España del siglo XXI” donde desfilan un esbozo conceptual del término, un análisis del mismo a partir de la realidad española, y una presentación de los retos que presenta la postsecularización para la era de la secularización en España.

¿Es necesario reiterar que la secularización llegó a España en forma tardía? Baste a los interesados una lectura del libro del Dr. Rafael Díaz de Salazar, “España laica. Ciudadanía plural y convivencia nacional” (ed. Espasa), donde ofrece una comparación entre el laicismo europeo y el español, para convenirlo. Cuando llegó, lo hizo en aluvión ahondando las distancias con la iglesia católica, de modo que ni aún el Concilio Vaticano II tuvo la repercusión social que esperaban, sino entre sacerdotes y teólogos.

Respecto a este tiempo postsecular, podemos sintetizar los planteamientos de Habermas del siguiente modo: Hay que “reflexionar el proceso de secularización cultural y social como un doble proceso de aprendizaje que fuerce a las tradiciones de la Ilustración y a las enseñanzas religiosas a una reflexión sobre sus respectivos límites; […] al reconocimiento recíproco [que] significa que los ciudadanos religiosos y laicos están dispuestos a escucharse mutuamente y a aprender unos de otros en debates públicos; […] que la polarización pone en peligro la cohesión de la ciudadanía; [que] las religiones no pueden ni deben estructurar y organizar la vida política y el sistema legal, pero sí son, junto con las diversas asociaciones, un componente fundamental de la esfera pública no estatal; [y] no son una etapa de irracionalidad, sino que forman parte de la historia de la razón, y hay que estar abiertos a su contenido racional, a implicarse a la traducción racional de sus contenidos [por lo que] no sería razonable dejar de lado estas tradiciones fuertes como restos arcaicos”. El mismo Habermas, principal pensador de la postsecularidad, propone “un acercamiento autocrítico de los límites de la razón secular y la superación crítica de una estrecha conciencia secularista” (ver Jürgen Habermas; “Entre naturalismo y religión”; pp. 11, 13-14, 127, 45, 148).

En una entrevista en “Die welt”, publicada el 25/9/2005, dejó señalado: “El estado liberal debe ser muy cuidadoso con las reservas que alimentan la sensibilidad moral de sus ciudadanos […] porque redunda en su propio interés. Estas reservas amenazan con agotarse. Si no refrenamos al capitalismo, éste fomentará la implantación de una modernización exhausta y empobrecida”. Resulta evidente que, si las religiones saben estar a la altura de lo requerido, forman parte singular de esas reservas morales.

Cerremos esta colaboración haciendo mención al Dr José Casanova en sus declaraciones a Deusto Digital (2014): Europa aprendió el proceso que la caracteriza: desde el maridaje entre confesionalidad y absolutismo emprendió el camino de la “desconfesionalización” del Estado y la modernización de las sociedades. En el resto del mundo, donde se afianzaron las confesionalidades separadas del Estado, no sucedió lo mismo, En los Estados Unidos ser moderno, americano y religioso es lo mismo; en Europa, ser moderno es ser ilustrado, liberal y laico.

Sin embargo, se hace precisa una diferenciación: según el Dr. Casanova, lo opuesto al laicismo no es ser religioso, sino el clericalismo, hecho que no afectó a los países protestantes donde se usó el término secular y no laico, término de origen francés. En ellos, ser secular no es un concepto anticlerical, porque no hubo en ellos clericalismo protestante. El protestantismo, afirma el Dr. Casanova, elimina el clero, y por tanto hace posible ser secular y religioso. En su poyo, cita a Lutero: “Ahora hay que ser monjes y hay que hacerse santos en el mundo (el subrayado es mío), el “saeculo”“, y hay que hacer religioso el “saeculo”, el siglo, y “lo religioso hay que hacerlo secular” (el subrayado es mío también. Es esa mezcolanza de lo religioso y lo secular, concluye el Dr. Casanova, lo característico de las sociedades protestantes, mientras que, en los países latinos sabemos lo que significa esa laicidad, que está definida en frente y en contra de la religión.

¿Se diluye lo religioso en lo secular cuando practica la implicación responsable, o lo enriquece impregnándolo de trascendencia contagiosa, conviviendo dialécticamente con lo secular, vuelto hacia su tiempo y su mundo, asumidos por la fe como responsabilidad? ¿Puede este compromiso mermar una fe viva, nacida de una experiencia personal de relación con Dios, absolutamente respetuosa para los que no la tienen? Depende de la hondura y fortaleza de esa fe que transforma performativamente el ser. Desde luego no alimentada por externalidades formales.

No entremos en consideraciones teológicas que no vienen al caso. Sólo queda invitar al lector, a la lectora, a considerar detenidamente este libro del Dr. Rafael Ruiz de Andrés, un libro luminoso he dicho, necesario para comprender nuestra historia, sus infartos y alienaciones, imprescindible para los ojos de mirar laico, y para aquellos otros de mirar católico que busca su lugar en el mundo. Lo acompaña una muy valiosa bibliografía. No lo echen en olvido.

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