Fue la novia de toda una generación, como Concha Velasco lo fue de la suya. Una chica ye yé, después de la chica ye yé, que nos encandiló a todos aquellos que queríamos que tras la interpretación no se escondieran aquellas actrices que parecía que se habían tragado un sable. Fue de las que abandonaron la dicción engolada y retórica que nos había traído la posguerra. Una bocanada de aire fresco que alentó con las mejores de su quinta, como Carmen Maura o Victoria Abril. Por eso, hizo migas con el entonces irreverente Pedro Almodóvar, recién salido de las estridencias de la Movida, que le ofrecerá el papel de la prostituta Cristal en su película ‘¿Qué he hecho yo para merecer esto?’, entrando a partir de entonces en el Olimpo cinematográfico de nuestro país.
Verónica Forqué ha fallecido a la edad de 66 años, recién cumplidos, en su domicilio de la calle Víctor de la Serna del barrio madrileño de Chamartín. Alertados por una vecina, los Servicios de Urgencia y la policía han encontrado el cadáver de la actriz que presumiblemente se había ahorcado. Días antes se la veía vagar como un alma en pena por el cercano Parque de Berlín con la mirada ausente. Había intentado quitarse la vida al menos en otra ocasión.
Además de desenfadada chica Almodóvar, Verónica fue una de las musas de la entonces llamada ‘Comedia madrileña’, en la que militaban directores como Fernando Trueba y Fernando Colomo, que querían revitalizar nuestro insulso cine con un pinchazo de adrenalina robada con nocturnidad y más que alevosía del fértil botiquín reparador de la screwball comedy yanqui. Si aquellas películas de “la guerra de los sexos” habían sido el bálsamo que había ayudado al americano medio a salir del Crack del 29, ¿por qué a nosotros no nos iban a servir para escapar de las garras gélidas y amenazantes del franquismo con su jarabe de palo? No estaba mal pensado. Un nuevo cine para una nueva hornada de jóvenes que respiraba aires de libertad al abandonar las nauseabundas cloacas del miedo y el tedio.
Verónica, precisamente de la mano de aquellos ganará sus primeros Goyas: como actriz de reparto por ‘El año de las luces’, del primero, y como actriz protagonista por ‘La vida alegre’, del segundo. También con su adorado Almodóvar ganaría otro más por ‘Kika’.
Su terrible muerte hace que una necrológica como esta no sólo aspire al rango lírico que tiene la elegía. También viene con vocación de particular ajuste de cuentas social bajo el brazo. Y es que las depresiones de Verónica, conocidas por toda España desde los platós de TV, hacen más que lamentable el suceso. ¿Qué hemos hecho para merecer esto? O más crudo aún: ¿qué no hemos hecho? ¿Qué no se ha hecho? Porque cuando un suicidio es la crónica de una muerte anunciada parece que hay unas responsabilidades detrás…
Hace algunos años, un médico conocido mío, entre divertido y macabro, me decía durante el cóctel de un congreso, mientras devoraba un sándwich de pepinillos y pavo, que en las lápidas de los cementerios en lugar de epitafios debía ser preceptivo grabar el nombre del facultativo que trataba al paciente y la historia clínica del mismo. De este modo, las aulas de Medicina y las salas de los Juzgados se prolongarían más allá de las tapias de los camposantos, a modo de “actividades extraescolares”. ¡No se me ha olvidado escena tan rocambolesca! Pero al margen de lo anecdótico, no dejan de ser las palabras pronunciadas por un profesional de la cosa, no pongo ni una pizca de mi cosecha. Eso sí, yo sustituiría la ocurrencia del mentado galeno por el nombre del Consejero de Salud o del Ministro de Sanidad y sus gerentes políticos del momento. Siento el posible chiste de mal gusto que haya podido resultar de este pequeño recuerdo personal pero, sin ánimo de atizar la polémica y de buscar culpables con nombres y apellidos, es evidente que se hace necesaria una llamada al orden del mismo calibre que el que salta a los medios cada vez que tristemente asistimos a un nuevo asesinato causado por la violencia de género. La broma no es, en modo alguno, chusca ni busca la hilaridad del respetable. Considere el lector que el autor de estas líneas sufrió en sus propias carnes la pérdida de una de sus hijas por este motivo, hace más de diez años. Y todo sigue igual en una gatopardesca pirueta institucional… ¡Ahí lo dejo!
Verónica, siempre aparentemente vital, defendía con entusiasmo su profesión, cuando decía que el trabajo del actor tiene que ver con lo inconsciente. Ay ese inconsciente que nos suplanta en tantas ocasiones para sacar lo mejor y lo peor de nosotros mismos, y de cuando en cuando nos juega tan malas pasadas como ahora ha sucedido en el caso de su fallecimiento. Trabajo esquizoide el del actor que en alas de sentimientos y emociones ajenas se interna en un incierto terreno plagado de minas que pueden saltar en cualquier momento por los aires. El apellido de Verónica, que era casi homófono de un interrogativo, nos sirve ahora sin ambages como hilo conductor. ¿Por qué?
Verónica era una pregunta sin respuesta. Un enigma maravilloso, como todos los enigmas. A fin de cuentas, como siempre se dice, la respuesta no es tan importante como la pregunta. Su vis cómica, con aquellos profundos ojos azules y su boca procaz de niña traviesa, era la del Pierrot de la Commedia dell´Arte que nos encoge el corazón a cada paso con su rutilante lágrima a punto de desfallecer sobre el entarimado del teatro, o como el triste payaso augusto de las carpas de los circos, como aquel decadente Calvero que nos regalara Chaplin en su magistral ‘Candilejas’. The show must go on.
Año aciago que ya se nos va, llevándose a dos mujeres de rompe y rasga, si recordamos también a la enérgica Almudena Grandes, estandartes del feminismo antes del feminismo rampante oficial.
La eficaz labor de Verónica, en cualquiera de los medios que trabaja, hace que el gran Luis García Berlanga se fije en ella y la llame para participar en ‘Moros y cristianos’, por la que vuelve a ganar su segundo Goya como actriz secundaria, y no es poco mérito para el palmarés de la actriz, viniendo de la merecida fama que el valenciano se había granjeado como director coral. Fue la primera intérprete femenina en alzarse con dos estatuillas en la misma ceremonia, cosa que no ocurriría hasta 29 años más tarde con Emma Suárez en el 2017.
Pero el hecho de codearse con los mejores no la impide prodigarse más de la cuenta en películas prescindibles y en series de TV alimenticias que vienen a confirmar que, de algún modo, está siguiendo los pasos, en el terreno interpretativo, de su progenitor, el versátil pero irregular José María Forqué. La actriz, tras debutar en los primeros 70 con la interesante ‘Mi querida señorita’ de Jaime de Armiñán, fiel continuador de la tercera vía de su padre, rodará con este ‘Una pareja… distinta’, versión chocarrera y comercial que aprovecha el tirón de la anterior para seguir explotando la ambigüedad sexual de López Vázquez, la infame ‘Madrid, Costa Fleming’, la discreta ‘El segundo poder’ o la crepuscular ‘El canto de la cigarra’ y la popular serie de TVE ‘Ramón y Cajal: Historia de una voluntad’.
Sin embargo, mientras tanto Verónica ya se ha abierto a nuevas propuestas mucho más prometedoras como ‘Las truchas‘ de José Luis García Sánchez o ‘Los ojos vendados’ de Carlos Saura.
Su padre y su madre, la escritora Carmen Vázquez-Vigo, ya durante la infancia la habían despertado el gusto artístico con sus continuas vistas al Museo de El Prado para ver los Goya, premonición quizá de sus sucesivos premios cinematográficos que tomarán el nombre del pintor paisano de su padre y que la esperan en su futura carrera como actriz. Verónica hace estudios de Arte Dramático y empieza la carrera de Psicología, que no termina.
En ese juego profesional ambivalente en el que se mueve trabajará, con el tiempo, para Fernando Fernán Gómez, en ‘Siete mil días juntos’ y para Basilio Martín Patino en su film de culto ‘Madrid’, pero también en las flojas películas de su ex marido Manuel Iborra. Las comedias de Manuel Gómez Pereira: ‘Salsa Rosa’, ‘¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?’ o ‘Reinas’, tratan de devolverla a sus mejores momentos aunque no siempre con buenos resultados.
Su característica voz doblaría a Shelley Duval en la versión española de ‘El resplandor’, de Stanley Kubrick.
Es bastante más memorable su carrera teatral que televisiva, con bodrios infumables como ‘El jardín de Venus’, ‘Platos rotos’, ‘Eva y Adán, agencia matrimonial’, ‘Pepa y Pepe’ y ‘La que se avecina’.
Las tablas sí que le ofrecieron la posibilidad de interpretar grandes personajes y dar la medida de su gran talento actoral, no sólo en el terreno de la comedia como en ‘Bajarse al moro’ de José Luis Alonso de Santos con dirección de Gerardo Malla, o en el papel coprotagonista de ‘¡Ay, Carmela!’ de José Sanchís Sinisterra, sino en obras de más fuste como en ‘El Sueño de una noche de verano’ de Shakespeare, donde encarna a Hipólita, la reina de las amazonas o en ‘Doña Rosita la soltera’ de Lorca, al frente de un reparto estelar, ambas bajo la dirección de Miguel Narros.
Aunque la muerte de Verónica nos suma en el dolor y nos deje un futuro poco alentador ante una enfermedad tan escurridiza como la depresión, confiamos en que no sea otra muerte baldía y que sirva para tomar en consideración algo que se nos suele escapar de las manos con demasiada frecuencia. Si esto ha sucedido con una celebridad nos podemos imaginar qué es lo que está sucediendo con los “invisibles”, pacientes anónimos con los que nos cruzamos todos los días por la calle “sin verlos”.
Sabido es que en la prensa, en la radio y en la TV está censurado dar a la luz los casos de los numerosos suicidios que se producen. Bien es cierto que el objetivo es evitar el efecto llamada pero también lo es que, de este modo, tenemos un problema urgente, acentuado por el aislamiento social que ha traido la pandemia, y que ignoramos con la hipócrita y cómoda estrategia del avestruz.
Suicidarse sigue siendo un estigma que endulzamos con el síndrome romántico de Werther para no aceptar que es el resultado de nuestra ineptitud como sociedad, con un sistema sanitario que, tras las grandes fanfarrias y alharacas triunfalistas de los grandes espantajos, falla estrepitosamente en este ámbito de la salud mental una y otra vez, por la evidente escasez de recursos económicos.
El “por qué” que en este caso, como decíamos más arriba, podía sancionar el nombre de pila de la malograda actriz, se debe convertir en un bordón que nos haga reflexionar sobre un problema social de primer orden.
Desde aquí nuestro más sentido pésame para la familia de Verónica Forqué y para todos los amantes del Séptimo Arte que hoy estamos de luto y para todos los ciudadanos que seguirán estándolo mientras haya enfermos sin atender adecuadamente por las negligentes autoridades sanitarias de este país.
Sit Tibi Terra Levis.