noviembre de 2024 - VIII Año

Las parábolas de José Saramago entre la historia y la ficción 

2022 – Centenario del nacimiento de José Saramago

Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos.
Sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizás no merezcamos existir.
José Saramago

En noviembre de 2022 se cumplirán cien años del nacimiento de José de Sousa Saramago (1922 – 2010). Es el único Premio Nobel de Literatura en lengua portuguesa (1998), decir eso demuestra su valía, mas obviamente, fue mucho más como se irá mostrando en este breve ensayo.

Hay hombres que acaban convertidos en un símbolo. Saramago lo fue de la coherencia, de la lucha contra la alienación que aplasta y escinde al ser humano, de la capacidad de rebeldía frente a los totalitarismos y de la utilización de la parábola para describir las contradicciones e inquietudes del hombre.

Su prosa limpia y rotunda busca expresar lo que de auténtico hay en nuestro interior. Creo que la Academia Sueca acertó plenamente cuando expuso las razones por las que le había sido otorgado el Nobel. Hizo hincapié en que se esforzó por hacer comprensible una realidad huidiza mediante parábolas que se sustentaban en la imaginación, la compasión y la ironía. Por tanto, es una obligación realizar un ejercicio pedagógico de su figura, narrativa y legado.

Considero un acierto que la revista digital Entreletras vaya a conmemorar este Centenario mediante la publicación de artículos, ensayos y colaboraciones que analicen las distintas facetas de su obra, interpreten el contenido de sus propuestas y, sobre todo, mantengan vivo su recuerdo, ya que nos empobrecería a todos el que su legado humanístico, rebelde y esperanzado se difuminara… se desvaneciera.

Este breve ensayo, en parte tiene un carácter divulgativo y, en parte, es una introducción propedéutica de cuanto vendrá después. En un horizonte cargado de amenazas, donde cada día las perspectivas son más pesimistas y donde se estrecha el margen de futuro digno tiene, indudablemente, un mérito notable el que Saramago pretendiera sacudir la conciencia adormilada de la sociedad portuguesa. Pronto sus lectores, en diversas lenguas, pudimos advertir que esa conciencia adormilada y conformista podía universalizarse… en estos tiempos obscuros, sin vitalidad y uniformemente privados de imaginación.

Era consciente de que lo que podríamos llamar determinados mitos fundacionales se disolvían como un azucarillo… dejando tras sí un vacío. Probablemente, por esta y otras razones en sus obras, a veces de forma directa y otras, dando rodeos en forma circular, defiende la necesidad y la importancia de una moral cívica que tenga como inequívocos referentes, los valores ilustrados.

Le repugnan –incluso hieren su sensibilidad- quienes han hecho a lo largo de la historia y, lo que es peor, siguen haciendo bandera de la discordia. Cuando mira el presente con ojos inteligentes y críticos… después suele desviar su atención al pasado, los compara y busca las explicaciones de muchas conductas del presente en ese tiempo tétrico del que tanto nos cuesta liberarnos y que sigue amedrentándonos con su inercia paralizante.

La memoria histórica, democrática o como queramos denominarla no debería ser motivo de enfrentamiento sino de reconciliación. Preguntémonos por qué  hay quienes se siguen negando a asumir los errores del pasado. Hace falta determinación, finura analítica y coraje cívico para atreverse a interrogar a los avatares de la historia. Los hechos no deberían, bajo ningún concepto discutirse ni ponerse en duda. Ahora bien, son susceptibles de interpretaciones.

Es amigo de las parábolas y toda su obra tiene como columna vertebral o espina dorsal una sed de justicia inagotable, un impulso ético que permita al hombre desarrollar sus potencialidades en plenitud. Permítaseme que lo considere un utopista. Muchas de sus páginas están pidiendo a gritos y defendiendo ‘la ciudad democrática’, que pertenece al futuro y, qué hasta el presente, no ha podido levantar sus cimientos porque se lo han impedido ‘los forajidos’ (fora exidos) de toda laya y condición.

Se muestra tierno, compasivo y solidario con los hombres y mujeres que sufren y que son y han sido humillados, perseguidos y encarcelados por quienes despóticamente se creían en posesión de la verdad. En nombre de divinidades implacables, sedientos de venganza y justicieros mataban, torturaban e imponían a sangre y fuego su sanguinaria ley.

En Saramago la antorcha de la esperanza, de una forma u otra, continúa encendida. ¿Dónde está?, ¿dónde se oculta?  En las gentes sencillas, en los campesinos, en los artesanos, en los alfareros, en quienes lamentan que el mundo se esté partiendo en pedazos pero viven y trabajan pensando en un mañana mejor, buscando el camino -y el método- para escapar de ese laberinto atroz que asfixia y desintegra.

No es ningún ingenuo. Muy al contrario, sabe perfectamente que las democracias son frágiles y que la tarea de cohesionarlas y de encontrar un espacio de convivencia y solidaridad, pertenece más a los anhelos del futuro que a este presente gris y opaco. A veces, he pensado al finalizar la lectura de alguna de sus obras, que lo que Saramago pretendía era sencillamente hacer que la vida merezca la pena ser vivida pese a tantos sinsabores.

El mejor homenaje que puede hacerse a un escritor es leer y releer sus obras. Años después de su desaparición, nos siguen ofreciendo y proporcionando sutiles argumentos, fortalezas éticas y puntos de vista inexplorados, que no apreciamos la primera vez que nos pusimos en contacto con sus páginas.

Si bien su temática es variada, en el fondo, está exponiendo de forma sutil y muy original media docena de ideas intensamente sentidas e interiorizadas. Valga de ejemplo la explotación y la miseria de los trabajadores, la vida de los hombres y mujeres en el obscuro medievo donde la guerra, el hambre y las supersticiones reinaban por doquier. Obviamente haríamos mal en considerar superado ese pasado, reaparece aquí y allá, bajo otros totalitarismos y otras máscaras y otras formas de opresión.

Otras veces ‘saca a pasear’ a alguno de los heterónimos de Pessoa y llega a imaginar un diálogo entre, pongamos por caso, Ricardo Reis y su creador. En otras ocasiones invita al lector –mediante una parábola- a acompañarlo en un viaje imaginario ¿qué pasaría si la Península Ibérica se desprendiera e iniciara un periplo alrededor del mundo hasta volver a encajarse en el punto de partida? Sin embargo, al final del viaje ni el lector, ni la ‘tripulación’ de la balsa, son los mismos.

Humanista convencido no buscó nunca conscientemente, ni la provocación ni el escándalo. Tampoco los rehuyó. No obstante, encontró en el conservadurismo más reaccionario, en el obscurantismo y en un fundamentalismo, que apenas encubre sus ‘vergüenzas’ bajo hábitos desfasados, persecuciones, linchamientos morales y odio, mucho odio.

Así, cuando apareció El Evangelio según Jesucristo, un país que presumía de laico asistió al ‘esperpento trasnochado’ de que un gobierno, supuestamente democrático, impidiera su presentación al Premio Literario Europeo, alegando que el libro por su contenido heterodoxo podía ofender los sentimientos de los católicos. Este hecho hirió a Saramago profundamente. Tomó la decisión de abandonar su país y residir a partir de entonces en Lanzarote.

Desde mi punto de vista, su obra más profunda es Ensayo sobre la Ceguera. Suele decirse que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Sus páginas hirientes como un cuchillo, nos hablan de una pandemia que afecta a toda la sociedad: la alienación, por no hablar de la estupidez. Saramago desnuda las debilidades y mezquindades del hombre y nos lo muestra con sus miedos, sus ansias de dominio, su desorientación, su falta de empatía con los más vulnerables, su avaricia y sus miserias. La ceguera actúa más como alegoría que como metáfora y más que como limitación como don inverso de quienes hace tiempo que renunciaron a ver, ciegos a la sensibilidad y al conocimiento.

Otro de sus libros que me impactó y removió algo en mi interior fue La Caverna, una vez más vuelve a explayarse sobre su visión pesimista del mundo y sobre sus preocupaciones más hondas ¡hasta dónde hemos llegado! La caverna platónica es una alegoría de la Teoría del Conocimiento. ¡Qué angustia, que desazón! verla convertida en una atracción de feria o en un parque temático. Estamos desnortados, adocenados y poseídos por una fiebre gregaria y consumista. Cada vez somos menos críticos y consecuentemente, más manejables y dependientes.

Saramago recurriendo al lenguaje figurado, no deja de mostrarnos una realidad inhóspita así como el mundo que nos espera y que ya hemos empezado a vivir con tanto negacionismo, tantas fake news, tanta manipulación… y tan poco sentido crítico. A mayor sumisión más y más nos hundimos en las zonas pantanosas que han preparado para nosotros.

Se levanta contra una ideología hedonista de consumo que es el auténtico virus que está infectando la aldea global. Pretende que reaccionemos y que seamos conscientes del peligro que suponen los poderes sin rostro. Nos hemos dejado atrapar en la red del mundo insípido y pretencioso de la pseudocultura. Produce náuseas pero, es lo que hay.

Los viejos fantasmas del pasado llevan hoy otras máscaras. José Saramago es un resistente que se niega a despojarse de sí mismo y que encuentra consuelo a las desdichas, en la generosidad y sobriedad de la gente sencilla. A su alrededor no se aprecian más que autómatas… y los autómatas son creaciones humanas, mas no son humanos. Quizás, por eso, busca la salvación en los escondrijos, en los secretos del alma… y en los hombres y mujeres sencillos que se niegan a participar en esa siniestra rueda, en esa danza macabra de la estupidez generalizada que nos hace desplazarnos convulsivamente de un lugar a otro… para no llegar a ningún sitio.

Se alza, éticamente, contra el desmoronamiento moral, contra las múltiples manipulaciones artificiales de las ideas –que en otro tiempo- fueron liberadoras. José de Sousa Saramago como escritor es, a veces, amable, poético y paciente… otras amargo, reconcentrado y –contra su propia voluntad- anticipador o heraldo de pesadillas colectivas.

No pocas primaveras se desvanecen en otoño, mas también el otoño tiene belleza y su propio ritmo interior. Hay en las páginas de sus novelas una permanente dialéctica, orden/desorden, una atracción de contrarios que la mayor parte de las veces, acaban neutralizándose.

Vivimos aislados los unos de los otros. Cada vez hay una mayor dificultad objetiva para compartir con los demás las propias heridas… y los propios sueños. Quizás merezca la pena recuperar los recuerdos lejanos que en otro tiempo nos parecieron hermosos.

Un ser humano digno es el que lucha, se enfrenta y le planta cara al miedo,  a la explotación, mas también, al cálculo egoísta, al conformismo y a la falta de horizonte. Hay ocasiones en que me da la impresión que José de Sousa Saramago busca despertar a las avispas, que hay en nuestro interior, de su letargo invernal… para que se defiendan con sus aguijones.

Es lícito buscar refugios, tanto morales como físicos, pero sin perder nunca, lo que de más auténtico tiene el ser humano. Una y otra y otra vez, defiende la hospitalidad, la comprensión, la empatía y… denuncia la violencia, la brutalidad, el egoísmo atroz y la falta de respeto que nos caracteriza.

Creo que postula –y me parece hermoso- que la vida es un largo viaje hacia nosotros mismos. En ese largo viaje que se hace más llevadero en compañía hay que enfrentarse a resistencias que durante siglos nos han impedido avanzar. Hay países y situaciones que parecen anclados en el tiempo. Percibimos su aparente inmovilidad cuando un elefante los atraviesa. La rutina desprende una inercia poderosa, nos atrapa como si de una tela de araña se tratara, que inmoviliza a los que caen en sus redes.

Creyó, como pocos, en el valor de la palabra, de la reflexión y de actuaciones coherentes que mantenga viva la llama  de la dignidad. Allí donde desaparece la esperanza, todo acaba por convertirse en un páramo donde las madres… llevan flores a sus hijos muertos y todo desprende una tristeza de cementerio, vigilado por centenarios cipreses.

Saramago nos insiste –directamente o a través de un lenguaje figurado- que hay que aprender a saborear la sal de la libertad. Es necesario acostumbrarse a dar pasos en la noche… porque de la noche surgirá una nueva luz. Para él sobrevivir es todo un arte. Sus relatos nos muestran con sabiduría el lento camino de la liberación. Los agredidos y maltratados han de alzarse del suelo y exigir sus derechos y reivindicaciones… tanto tiempo postergados.

Su estilo, hay momentos en que es afilado como una hoja de navaja, que corta y penetra con precisión hasta alcanzar la zona infectada. Tiene un efecto salutífero. Siempre acaba por aflorar un aroma poético por desgarradoras y delirantes que sean las escenas que está describiendo.

Los intransigentes, los inmovilistas, los que manifiestan su odio siempre que tienen ocasión, lo demostraron una vez más en julio de 2010, es decir, apenas un mes después de su muerte. En Oporto los concejales conservadores votaron en contra de dar el nombre de Saramago a una calle de la ciudad. En nuestro país hemos vivido situaciones semejantes, vandalizaciones y actitudes llenas de prejuicios, que han impedido que personas ilustres puedan verse reconocidas en el callejero de su ciudad. Una consecuencia más de las dictaduras fascistoides que ambos países padecieron.

Antes de finalizar, quisiera recordar una anécdota que me emocionó. Su madre, analfabeta pero sabia, fue la que logró despertarle la pasión por el conocimiento, regalándole el primer libro que poseyó. Quizás de ese gesto humilde pero grandioso, surgiera su vocación de escritor.

Posteriormente, demostró con creces, que la ironía no está reñida con una conciencia social y con una sensibilidad poética. Su prosa goza de un rigor estilístico, su etilo está muy trabajado y hace que parezca sencillo lo que no lo es en absoluto.

En ocasiones, destaca por el uso que hace de diversas perspectivas ante un hecho. Esto pone de manifiesto tanto su aguda observación, como la riqueza de las múltiples miradas que puedan converger en un determinado punto. Es encomiable que siempre esté presente una lúcida actitud crítica sobre nuestro presente aunque haya que remontarse al pasado para rastrearla… y para comprenderla cabalmente.

Habría que considerarlo un humanista escéptico. Son sintomáticas unas palabras suyas que expresan la firme voluntad de inquietarnos para que nuestros adocenados coetáneos reaccionen “No escribo para agradar ni, tampoco, para desagradar. Escribo para desasosegar”, sabia reflexión en unos tiempos como los nuestros en que el pensamiento cada día… da más pasos atrás sustituido por consignas, eslóganes y hasta emoticonos.

En los últimos años, hemos asistido a una eclosión de las ideas feministas con su denuncia de la desigualdad y de la vigencia de injustas y atrabiliarias estructuras patriarcales.

Saramago sin duda fue un adelantado y, supo apreciar con su peculiar lucidez anticipatoria, planteamientos y análisis que son tan actuales hoy como en el momento en que se formularon. Como botón de muestra, estas palabras suyas hablan por sí solas: “la historia se escribe desde el punto de vista de los vencedores, los vencidos nunca han escrito la historia. Se escribe, fatalmente, desde un punto de vista masculino”.

No puede negarse que quedan muchas, muchísimas cosas por decir y muchos aspectos por analizar, como por ejemplo su teatro. Tuve la ocasión de asistir en el desaparecido Teatro Albéniz, a una representación de su obra La noche, que se desarrolla en la redacción de un periódico, en la madrugada de la Revolución de los Claveles y que dirigió mi amigo Joaquín Vida. Sus obras escénicas son atrevidas y vanguardistas, sin dejar por eso de ser audaces y críticas, como podrá apreciarse leyendo o viendo representada Don Giovanni o el disoluto absuelto.

Esta reflexión irá seguida por otras que aparecerán paulatinamente, a lo largo del 2022 y cuyo objetivo explícito es poner a Saramago en el lugar que le corresponde… y, de paso denunciar la inquina, vulgaridad e ignorancia de sus detractores.

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Escrito por

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