Águilas Nombre secreto del azul
Lucrecia Hernández
Ediciones Vitruvio, Colección Baños del Carmen, nº 848
Madrid, 2021
67 páginas
Se acaba de publicar el segundo poemario de Lucrecia Hernández Navarro ‘Águilas Nombre secreto del azul’ bajo el sello editorial Vitruvio. En un ámbito como el de la poesía que parece “cosa de atribulados adolescentes con acné y espinillas” (dicho con el debido respeto), el caso de Lucrecia Hernández Navarro es insólito. Publicó su primer poemario, ‘Los Perfiles de las dunas’, el año pasado, en Vitruvio también, con 81 años. Por eso nos trae a la memoria a la pintora norteamericana Grandma Moses que comenzó a pintar pasados los 70 años y que, para sorpresa de propios y extraños, despertó la atención de los coleccionistas de arte de todo el mundo, llegando a exponer en Europa y también en Japón con un éxito inusitado, al extremo de ser aclamada por el propio presidente Truman.
Pero lo que en la pintura de Moses se nos aparece como un mundo lleno de ingenuidad e inocencia, pintura naif se llamó, en la poeta se nos antoja todo lo contrario: un mundo lleno de madurez, sabiduría, reflexión y prolongadas lecturas. Y es que Lucrecia lleva escribiendo toda su vida, pero la dureza del tiempo que le tocó vivir, donde las mujeres eran invisibles, le impidió dar a la imprenta sus textos. En el libro que nos ocupa hay poemas de los años 80, de modo que si Lucrecia ha entrado tarde en el mundo editorial sus inicios literarios fueron bastante más tempranos.
El año pasado aparecían tanto en ABC como en EL PAÍS sendas entrevistas al hilo de la publicación de su primer poemario, y se la definía como “una octogenaria con síndrome de Stendhal”. Dedicaba parte de este primer libro a las dunas que venían a ser una metáfora adecuada de “la brevedad de nuestro hoy, y al mismo tiempo, de la permanencia de nuestro ser”, en palabras de la propia autora.
Natural de Águilas, a la que dedica este su segundo poemario de lírico título. Localidad de la costa mediterránea de Murcia que ha dado personalidades de la talla del actor Paco Rabal, o del malogrado Antonio Prieto que con su primera novela, ‘Tres pisadas de hombre’, ganara el Premio Planeta en el año 1955. Dado que acaba de fallecer el pasado día 23 de noviembre le rendimos un sentido homenaje desde estas líneas pero lo evocamos también por cuanto que como narrador, con su decidida preferencia por los relatos metafóricos, tiene a nuestro juicio una continuidad en la sensibilidad lírica de Lucrecia. Personajes con propensión a lo simbólico que quizá tenga que ver con el propio topónimo de la ciudad de Águilas y con su arraigado Carnaval.
Pero volviendo a la poeta de ‘Águilas Nombre secreto del azul’, hay que destacar que es una lectora infatigable desde su infancia en la que devoraba las novelas de Georges Simenon y Agatha Christie pasando por los libros de ciencia de la biblioteca familiar (medicina y física) y asimismo de poetas como Juan Ramón Jiménez y Vicente Aleixandre, de los que se declara ferviente admiradora, paisanos de ese mismo azul mediterráneo tan suyo. Paisaje y paisanaje, pues.
Se declara también hipersensible a la música, a los amaneceres y atardeceres, a las nubes. Añora el mar de su ciudad natal, y dice padecer el citado síndrome de Stendhal: “Si veo algo excesivamente bello, lo somatizo” y añadimos que a su vez lo canta con versos tan vibrantes como estos de su primer libro: “No sé qué lengua / me gritó el sollozo / que me quemó la frente / adormecida”
El poemario ‘Águilas Nombre secreto del azul’ se articula en dos bloques diferenciados: ‘Águilas’ y ‘Coplas’. El primero es el que tiene más peso en el libro y es en el que el azul se erige en elemento recurrente, proteica y prometeica metáfora o hilo conductor como en el poemario anterior de Lucrecia lo eran las dunas y sus perfiles polisémicos.
Aquí y ahora se acerca al Rubén Darío del legendario libro ‘Azul’, color lleno de simbolismo espiritual. Pero si en Darío era una postura estética heredera del modernismo y del decadentismo del fin de siècle francés que se prolongaría en el Picasso de la etapa azul, en Lucrecia es una actitud vital y emocional. Si el azul era el color de los simbolistas, para ella sin embargo es un color biográfico, podríamos decir. El azul se constituye en lo sustantivo quedando adjetivado por lo circunstancial que ora deviene cielo, ora mar, ora noche, pañuelo o seno según los casos: cielo, noche o mar de su patria chica, pero manteniendo el significado profundo de lo espiritual también.
El paralelismo con Darío no es baladí. Si contamos las veces que Rubén y Lucrecia, o Lucrecia y Rubén, han utilizado el vocablo en sus respectivos libros nos llevaremos una sorpresa. Sin ánimo de entrar en liza y organizar una competición deportiva podemos concluir que si Rubén lo emplea 82 veces en sus múltiples formas gramaticales, Lucrecia no le va a la zaga con un cómputo final de 75. Obsesión que, más allá de los fríos guarismos, deviene carne y sangre poéticas, fibra lírica o comunión de sensibilidades.
Y, desde luego, más importante que estas estadísticas numéricas de confeso lector neurótico, que por supuesto uno asume, se ha de reconocer la afinidad estilística y ese magisterio del Poema ‘Invernal’ del nicaragüense que dice: “Y me pongo a pensar: ¡Oh! ¡Si estuviese / ella, la de mis ansias infinitas, / la de mis sueños locos / y mis azules noches pensativas!”
Lucrecia vuelve por sus fueros en versos blancos, o rimados en formas poéticas de factura tradicional con magníficos sonetos como: ‘A mi madre dolorosa’, ‘El aire de Águilas, o ‘Arañando azules’: “a los azules, vuelvo con constancia / buscando de tu ser, aquella esencia, / que en el azul dejaste, de tu estancia”. O en los endecasílabos con rima consonante de ‘El vuelo de la gaviota’: “Y entonces, vuelve ya, mi alma encantada / por ti y tu azul, mi anhelo, mi suspiro: / por siempre así, a tu azul encadenada”
En ‘Solo frente al mar’ encontramos esa añoranza/ nostalgia del momento primigenio de la vida líquida del útero materno “en el profundo azul de tu misterio” que dice así: “Y encontrar / en el profundo azul de tu misterio, / el primario bullir de nuestra vida, / que no debió salir nunca/ del mar.”
Saludemos, pues, a la joven poesía de Lucrecia Hernández como cantora ya para siempre del Azul, ese rotundo azul de su flamante poemario ‘Águilas Nombre secreto del azul’ que muy bien podría definir el título de aquella película de Francisco Regueiro que se llamaba anticipadoramente ‘Me enveneno de azules’.
Lucrecia se/nos envenena de azules para placer de todos aquellos que seguimos creyendo en la poesía como redentora tabla de salvación del amor en los tiempos del cólera.