noviembre de 2024 - VIII Año

Jovellanos y el liberalismo español

Gaspar Melchor de Jovellanos. lienzo pintado por Goya

La Ilustración Española se caracterizó por su compatibilización de la razón y los nuevos sistemas científicos, con la tradición nacional. Habitualmente se han distinguido dos periodos principales en la Ilustración Española, un primer periodo esencialmente crítico, que se extendería hasta 1750, y un segundo periodo principalmente reformador, en la segunda mitad del siglo XVIII. En España, en el siglo XVIII, la mayor parte de los ilustrados, contaron siempre con el interés y el apoyo de la Corona y de la Corte, que compartían los planteamientos de la época. En general, los Ilustrados ostentaron cargos muy principales en la Administración Real, en el Gobierno, en los Consejos de Castilla, de Indias, etc.

 

Como toda Europa, España inició en el siglo XVIII el desarrollo de una sociedad industrial, en el que la Corona desempeñaría un papel impulsor de primer orden. Las Reales Fábricas (hilaturas, cerámicas, acero, etc.) fueron pioneras en el impulso de las nuevas industrias. Las hambrunas generales se mitigaron y hasta casi desparecieron en España, debido a la introducción del cultivo de la patata, desde finales del siglo XVII, y a las mejoras introducidas en la producción agrícola. En otros países europeos, las hambrunas generales se extenderían hasta bien entrado el siglo XIX. También conoció España, durante el siglo XVIII, un fuerte aumento de su población. Durante esos cien años, de los de 8’5 millones de habitantes calculados para 1700, se pasó a tener una población de 11,3 millones de habitantes, en 1800, en la España peninsular.

 

Fue el XVIII un siglo de recuperación económica, política y cultural para España, que pareció poder recobrarse de las caídas y derrotas padecidas en el siglo precedente. Hasta tuvo España todavía la capacidad de realizar un último esfuerzo colonizador en América. Fue con la expedición de Fray Junípero Serra (1713-1784) y José de Gálvez (1720-1787), entre 1769 y 1770, a la Alta California y el Territorio de Oregón. La ciudad de San Francisco fue fundada por los españoles, el 29 de junio de 1776, cinco días antes de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América.  

 

El más destacado de los ilustrados españoles fue, sin duda, Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811), hombre de acción y también escritor, aunque no se le pueda considerar exactamente un teórico, pues fue sobre todo un reformador. Fue un jurista y político ilustrado, cuyo pensamiento influyó notablemente en toda la generación que concurrió a la Revolución Española (1808-1812). Y, aunque no crease exactamente una escuela, la influencia de Jovellanos se proyectaría también sobre las siguientes generaciones del liberalismo español, las que conformaron la España Constitucional a lo largo del siglo XIX. Una influencia que alcanza hasta los tiempos más recientes, en los que su figura y sus obras siguen siendo estudiadas y reivindicadas.

 

Coetáneo de Campomanes (1723-1802), de Aranda (1719-1798), de Olavide (1725-1803) o de Cabarrús (1752-1810) y otros ilustrados, Jovellanos fue uno de los más clarividentes y destacados estadistas españoles del final del siglo XVIII y comienzos del XIX. Quizá solo se le aproxima en importancia y visión el Conde de Floridablanca (1728-1808). Pero, a diferencia de todos ellos, que representan principalmente el fin de una época, Jovellanos representa también el comienzo de los tiempos actuales en España y en América. Jovellanos, en sus últimos años, supo posicionarse como el pensador del pasado que, sin embargo, inspiraría a la vez el inicio del nuevo tiempo político abierto en la España de ambos Hemisferios por la convocatoria de las Cortes Extraordinarias de 1810, reunidas en Cádiz y por su obra constitucional.     

 

Casa natal de Gaspar Melchor de Jovellanos

Perteneció, pues, a la generación que dirigió los destinos de España en la segunda mitad del siglo XVIII. Una España optimista y capaz de proseguir su expansión, tan bien reflejada en las pinturas costumbristas de Goya (1746-1828) y de Bayeu (1734-1795). Dentro de esa notable generación, Jovellanos fue uno de los más importantes reformadores. Sus proyectos de reformas nacionales los presentó en programas de actuación de los poderes públicos, para el fomento de la industria, la agricultura y el comercio. Su máxima de promover ciencias útiles, principios económicos y espíritu general de ilustración, expresa las inquietudes y propósitos que le inspiraron: Ilustración y reformas racionales pues, a su juicio, ambas cosas se correspondían una con otra. La principal finalidad de sus proyectos fue la mejora de las condiciones de vida de la creciente población española del siglo XVIII. Una mejora que pretendía elevar las condiciones materiales de existencia, a la vez que la moralidad y la ilustración de los ciudadanos.

 

No fue un teórico que construyese un sistema de pensamiento, fue un hombre más de acción. Su pensamiento debe extraerse de sus múltiples informes, memorias y propuestas, así como de sus obras literarias y de su correspondencia. Jovellanos no se perdió en divagaciones teóricas. Desde una aceptación crítica de los principios Ilustrados, puede que incluso de los más radicales, centró su atención en estudios concretos sobre la situación nacional. Trabajó siempre a partir de informes elaborados sobre datos ciertos y análisis económicos. La reforma agraria, la reforma de la enseñanza media y superior, la mejora de las comunicaciones para facilitar el comercio, la industria y las artes, fueron los principales asuntos a los que dedicó su atención.

 

Entre 1767 y 1778, se desempeñó como Magistrado Judicial en la Audiencia de Sevilla. Allí se destacó por sus amplísimos conocimientos de la cultura clásica y de la moderna, es decir, de las ciencias, de la historia y de la filosofía, y del humanismo cristiano. Destinado a Madrid en 1778, se integraría plenamente en la vida cultural de la capital de España, de la mano del Duque de Alba y de Campomanes. Fue nombrado miembro de la Real Academia de la Historia (1779), presentando su Discurso de Ingreso en la misma al año siguiente, con el más que elocuente título de Sobre la necesidad de unir el estudio de la Legislación a nuestra Historia y antigüedades. Un discurso con claras referencias al pensamiento de Montesquieu (1689-1755).  

 

También se incorporaría a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (1780) y a la Real Academia Española (1781). Pero Jovellanos vivió sus momentos culminantes en la creación del Banco de San Carlos (1782), antecedente del Banco de España, en cuya comisión fundacional participó. Y, sobre todo, desplegó sus mejores talentos en la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País -fundada en 1775-, de la que fue Director desde diciembre de 1784. También participó en la Real Sociedad Económica de Asturias. En esos años, especialmente entre 1792 y 1793, siguió y apoyó los trabajos para las primeras traducciones al español de la obra de Adam Smith (1723-1790) La Riqueza de las Naciones, que se había publicado en inglés en 1776, justo el año en que los Estados Unidos de América declararon su independencia.    

 

Entre 1778 y 1790, Jovellanos fue uno de los principales protagonistas de la política reformista desarrollada en España y América por el Rey Carlos III, al que admiraba personalmente. Pero no fue partidario nunca del despotismo ilustrado de los philosophes franceses. Jovellanos no fue un “afrancesado” y su ideología política responde al incipiente liberalismo propio del Siglo de las Luces, con todas sus ambigüedades. Creía en la libertad y en los derechos individuales de los ciudadanos. Para él, el sistema de gobierno preferible era una monarquía limitada, en la que estuviese establecida la separación de poderes, como consideraba -y con razón- que correspondía a la brillante tradición jurídico-política española.

 

El pensamiento político de Jovellanos se sitúa en el liberalismo reformista de la segunda mitad del siglo XVIII. En un país como España, donde las reuniones de Cortes de cada reino, aunque esporádicas, se mantenían con cierta asiduidad, era posible pensar en una evolución del sistema político hacia formulaciones más liberales. No es posible compartir el juicio del Profesor Abellán, en su Historia del Pensamiento Español, que lo presenta casi como un protosocialista, partidario de la abolición de la propiedad privada. Aunque algo de eso quizá pudiera haber, pues Jovellanos se vio involucrado, en 1797, en la condenada traducción al español de la obra de Rousseau (1712-1778) El Contrato Social (1762), libro prohibido entonces en España.

 

Como casi todos los liberales europeos de finales del siglo XVIII, sus modelos políticos concretos fueron el parlamentarismo inglés y la naciente democracia norteamericana, de los que buscó y obtuvo información para su conocimiento. Pero también siguió con interés los inicios de la Revolución Francesa y estudió con detalle la Constitución revolucionaria francesa de 1791. Mas, también como la mayoría de los liberales e ilustrados europeos de la época, sintió espanto y repulsa ante la deriva revolucionaria de Francia y ante el Terror desatado por Robespierre (1758-1794) y la Dictadura Jacobina, de 1793 y 1794. También sintió honda preocupación por la deriva autoritaria que seguiría Francia, tras la caída de Robespierre, que conduciría mediante el Directorio (1795-1798) y a través del Consulado (1798-1804), a la Dictadura Bonapartista y al Imperio Napoleónico (1804-1815).  

 

Retirado de la actividad pública en 1790, retornó a ella en 1797, como Ministro de Gracia y Justicia de Carlos IV (1748-1819), en un gabinete dirigido por el afrancesado Mariano Luis de Urquijo (1769-1817). Su posición en el gabinete, favorable a la paz con Inglaterra, causó su cese, en 1798, y su posterior destierro y encarcelamiento por Godoy, en 1801, en Baleares. Fue liberado en 1808, tras la caída de Godoy. En mayo de ese mismo año renunció a integrarse en el Gobierno de José Bonaparte. El rechazo a la propuesta, que le fue transmitida a través del afrancesado Cabarrús (1752-1810), causó honda conmoción en toda España.

 

Jovellanos rechazó la oferta del Rey José I, después de los combates del 2 de mayo de 1808, en Madrid. Con este gesto de rechazo, el más destacado ilustrado español, se declaraba francamente a favor del bando patriota y en contra los franceses y de la dinastía Bonaparte. Al igual que él, también otro insigne ilustrado, el Conde de Floridablanca, se declaró a favor de la resistencia contra los franceses, desde el primer momento. Y, siguiendo sus pasos, muchos jóvenes liberales, como Toreno (1786-1843), Martínez de la Rosa (1787-1862), Quintana (1772-1857), Muñoz Torrero (1861-1829), Isidoro Antillón (1778-1814), etc., les secundaron. 

 

Jovellanos participaría muy activamente en la organización del gobierno patriota que se enfrentó a los Bonaparte. Trabajó en la Junta Central, en la conformación de la Regencia y en la convocatoria de las Cortes Extraordinarias de 1810, que elaboraría la Constitución de 1812, la “Pepa”.

 

Las obras de Jovellanos se hallan en ediciones digitales publicadas por el Instituto Cervantes, en este enlace, donde se pueden consultar. Dentro de sus obras no literarias, destacan su ya citado Discurso de Ingreso en la Real Academia de la Historia, su Elogio de Carlos III (1788), y su Memoria en Defensa de la Junta Central (1810), además de sus célebres informes sobre la Reforma Agraria, sobre espectáculos, sobre las enseñanzas media y superior, etc.

 

Retrato de Gaspar Melchor de Jovellanos realizado por Francisco de Goya

En lo estrictamente literario, Jovellanos se ganó un puesto destacado en la historia de la literatura universal, así como en el teatro y en la cinematografía. No lo fue, desde luego, por sus poemas o por otros textos, como sus incursiones en la tragedia neoclásica española, con su obra La Muerte de Munuza (1792), dedicada a los albores de la resistencia española al islam, en la Alta Edad Media. Y tampoco por su prosa, desarrollada en los informes y memorias que elaboró. Jovellanos efectuó una aportación muy destacada al acervo de los grandes arquetipos de la cultura universal con la creación del personaje de “el delincuente honrado”, en su comedia homónima, escrita en 1774. Un arquetipo que ha dado mucho de sí en la literatura, el teatro y el cine de los últimos dos siglos, hasta nuestros días.

 

Como al principio se apuntó, aunque no puede decirse que Jovellanos crease una escuela, el jovellanismo político fue una denominación que alcanzaría a ser ilustre en la primera mitad del siglo XIX, hasta 1850, más o menos, en que la dicha denominación fue siendo abandonada de modo generalizado.

 

Además de la influencia que desplegó en su época y sobre la generación que protagonizó la Revolución Española de 1808 y la formulación de 1812, a la que ya se ha hecho mención, el influjo de Jovellanos alcanzó a todo el liberalismo español durante el siglo XIX. Su obra fue referencia de los doceañistas, como los citados Toreno o Antillón, que lo conocieron. Ambos describieron a Jovellanos como personaje de gran talla política y moralidad intachable. Un personaje que estaba revestido del fuste de toda la tradición española, con sus viejos valores de honor, honra y con los principios de la ética cristiana.

 

Pero también fue estudiado y tomado como referente por otros, como Blanco-White (1775-1841), o como los más jóvenes Alcalá Galiano (1789-1865) y Donoso Cortés (1809-1853). Igualmente, la obra de Jovellanos siguió siendo objeto de estudio y fuente de inspiración para la siguiente generación liberal.

 

Por último, a finales del siglo XIX, el jovellanismo se extendería entre todas las tendencias del pensamiento y de la política, que lo reclamaron como suyo. Carlistas como Nocedal (1821-1885) o Vázquez de Mella (1861-1928), conservadores como Gumersindo Laverde (1835-1890) o Menéndez Pelayo (1856-1912), y progresistas como Gumersindo de Azcárate (1840-1917) o Joaquín Costa (1846-1911), reivindicaron la obra y la figura de Jovellanos. Todavía, en el siglo XX, Ortega y Gasset (1883-1855) se reclamó también heredero del jovellanismo.

 

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