La derecha se empeña en dibujar un panorama de inestabilidad e ingobernabilidad que no se corresponde con la realidad del país.
Casado pide elecciones, Abascal amenaza con otra moción de censura, Arrimadas anuncia el apocalipsis ante el Supremo…
La estrategia de desestabilización por parte de la derecha ha sido permanente desde el inicio mismo de la legislatura. Primero a resultas de la coalición. Después con motivo de la gestión de la pandemia. Más tarde a propósito de la agresión marroquí. Ahora por los indultos…
En realidad, el cuestionamiento de la derecha no tiene tanto que ver con la ilegitimidad de la coalición, de la gestión de la pandemia, de nuestra política exterior o de la pertinencia de los indultos. No se cuestionan tanto las políticas del Gobierno de Pedro Sánchez como la legitimidad misma del Gobierno de Pedro Sánchez.
Por eso mantenemos que la derecha de este país tiene un problema con la democracia, porque muestra una incapacidad patológica para reconocer que quien gana las elecciones tiene derecho a gobernar, aunque no sea de derechas.
La sociedad española atraviesa por graves dificultades, no muy distintas de aquellas a las que se enfrentan el resto de las sociedades de nuestro entorno. Se trata de retos importantes, decisivos, complejos, pero el Gobierno de España los ha encarrilado con esperanzas de éxito bien fundadas.
La superación de la pandemia se afronta con un proceso de vacunaciones rápido y solvente. La recuperación de la actividad económica se nutre de un marco regulatorio propicio y de los recursos millonarios pactados en Europa. Y a diferencia de lo que ocurrió con la crisis financiera de 2008, el escudo social del Gobierno protege con eficacia a los sectores sociales más vulnerables.
También se encarrilan razonablemente algunos de los problemas sistémicos de nuestro país. En relación al conflicto catalán, lo que en 2017 eran graves desafíos al marco constitucional ahora son expectativas razonables acerca del fruto de una mesa de diálogo. Y la posición determinante de España en Europa ha quedado demostrada con la negociación de los fondos, la deuda mutualizada y el apoyo comunitario ante la crisis con Marruecos.
A pesar de la pandemia y sus terribles efectos, la agenda de la ampliación de derechos y libertades no ha parado. En estos días entra en vigor la ley de eutanasia que nos sitúa a la cabeza de los países más avanzados del mundo en el reconocimiento de derechos de última generación.
Pero antes se aprobaron los presupuestos más sociales de la historia, la ley de la educación en igualdad, la ley de protección de la infancia, la ley contra el cambio climático, el ingreso mínimo vital…
Y ya están en fase muy avanzada de tramitación la ley del derecho a la vivienda, la nueva ley de la formación profesional, la ley de la libertad sexual de la mujer, la reforma de las pensiones, el nuevo estatuto de los trabajadores, la ley de memoria democrática…
Se puede entender la frustración en las direcciones de las formaciones políticas de la derecha y sus acompañamientos mediáticos. Todos ellos habían previsto un final de curso bien distinto, sobre todo a partir del triunfo de Ayuso en las elecciones del 4 de mayo.
Se las prometían felices con los problemas que se le acumulaban al Gobierno por los rebrotes del virus, la agresión en la frontera ceutí, las primarias socialistas en Andalucía, y la presunta respuesta negativa de la sociedad española a los indultos de los presos separatistas.
Y ahora no acaban de entender qué ocurre. Por qué no se confirman sus previsiones de contestación pública, de gobierno acorralado y de desestabilización institucional. Por qué no acaban ya con este Gobierno al que no reconocen legitimidad.
Pero siempre fallan en lo mismo. No tienen en cuenta la madurez democrática de la ciudadanía de este país.
Hay problemas, claro. Y hay un Gobierno que los tiene bien encarrilados.
Siéntense y disfruten, señorías de la derecha.