“Me indigna la gente que no se implica. callar es una forma de colaborar”
Dario Fo
El próximo mes de octubre, hará cinco años que Dario Fo (1926 -2016) nos dejó. La huella cultural de este nonagenario, ha sido profunda. Fue un gran actor, un escritor y un director de teatro… pero como trataré de ir explicando, muchas cosas más.
Estaba siempre con los débiles, con los de abajo, con los amenazados. No le importaban en demasía, los riesgos que corría con sus sátiras, cuando se atrevía a no dejar ‘títere con cabeza’: la mafia, los servicios secretos italianos, Berlusconi o el Vaticano. Debe ser cierto que el valor de un hombre se mide por los enemigos que tiene.
Era muy culto, aunque como toda persona modesta, que sabe reírse de sí mismo, no hiciera ostentación. Fue muy italiano. Un bufón con todo lo que conlleva, tuvo también, no poco de juglar, no sólo por ir contando y representando historias sino porque actuaba para sacar al pueblo, a su público, del letargo en que estaba inmerso despertando en él alegría… así como una rebeldía ante las injusticias y atropellos.
Sigo recordando como en 1997, cuando la Academia Sueca le concedió el Premio Nobel de Literatura, las reacciones fueron contradictorias, pero mayoritariamente adversas. El Vaticano se indignó y los que consideran que la literatura y el pensamiento han de ser algo serio, solemne y aburrido, propio de funcionarios o de empleados de pompas fúnebres, se rasgaron las vestiduras y pusieron el grito en el cielo clamando ‘¡cómo es posible que se conceda el Nobel a un bufón irreverente!’
Por el contrario, hubo una auténtica fiesta entre los humildes, los partidarios de la justicia y quienes le agradecían sus comentarios inteligentes y críticos frente a la lógica implacable y excluyente de los explotadores. Tampoco faltaron los que recordaron su humor catártico y los ratos agradables que nos había hecho pasar con sus puyas e ironías… y, porque no decirlo, con su capacidad de compasión y su ternura. Eso compensa con creces, la acritud de los que podríamos llamar ‘críticos de escalafón’ y ‘filósofos de la cultura de ocasión’.
El propio Dario Fo solía repetir ‘que cuando un pueblo no sabe reír, se vuelve peligroso’. Creo que acertaba plenamente. Las constantes broncas, el Parlamento convertido en un remedo de barra de bar, el ‘y tú más’ permanente y la ausencia de alegría y vitalidad, muestran un panorama poco esperanzador si no se sabe rectificar a tiempo.
Dario Fo fue incluso más allá. Consideraba y, con razón, que la sátira es un arma eficaz contra el poder. Los que mandan soportan muy mal que se les critique y no suelen tener sentido del humor. Es subversivo, a veces, porque precisamente la risa libera al hombre de sus miedos. Esto, naturalmente, no pueden permitirlo quienes medran a costa de inculcar miedo e inseguridad en los ciudadanos. El falso dilema de elegir entre libertad y seguridad suele acabar lamentando la pérdida de ambas.
Dario Fo se agiganta cuando afirma, tanto en entrevistas como en sus diálogos agiles, vivaces y rotundos, que le indigna que la gente no se implique porque callar es una forma de colaborar. Es un provocador que además está encantado de serlo. De ahí, que como el tábano socrático actúe para provocar. Es ‘un milagro’ cada vez que se establece una comunicación fluida y a consecuencia de ella, los espectadores celebran que se les ‘pinche’ y avive un poco.
Por extraño que pueda parecer, en su teatro –hay que ver el esfuerzo y el trabajo que hay detrás de las improvisaciones- no sólo destaca una actitud hostil contra la soberbia, sino un saber distanciarse, con humor y con elegancia, de eso que algunos con pedantería y suficiencia, llaman ‘intertextualidad ortodoxa’
Ya que estamos, quiero señalar que en su ‘carpintería y armazón teatral’, hay un fuerte componente ético. Un bufón que se precie –y hay donde elegir, tanto en la tradición italiana como en los dramas y tragedias de William Shakespeare- basa buena parte de su enjundia y sabiduría en saber mezclar intuición y determinación.
Con frecuencia es deslumbrante. En él están presentes, cuando quiere –y quiere a menudo- no sólo el bufón y el juglar, sino hasta el pícaro. Creo que no se ha hecho suficiente hincapié en lo bien que conoce y en lo mucho que debe a la Commedia dell’Arte. Dario Fo al igual que otros vitalistas, comprende y actúa en consecuencia, que la mejor literatura dramática, es la que es capaz de establecer una relación de complicidad con el espectador. El teatro, entonces se convierte en un conjuro, ¿contra qué? contra el aburrimiento, contra la fría erudición y contra los tópicos, que a fuer de repetidos han perdido la gracia que tal vez, en otro tiempo, tuvieron.
Todo tiene su haz y su envés, su cara y su cruz. Reconocerá el lector avisado, si me ha acompañado hasta aquí, que tiene mucho mérito atravesar el espejo y atreverse a mirar las cosas desde el otro lado.
En cualquier caso, la risa espontánea e inteligente es prácticamente una sorpresa, un milagro y más en los tiempos que corren. ¡Hay tantas cosas serias de las que burlarse! no sólo las supersticiones sino sus hijos bastardos: los fundamentalismos. En sus diálogos punzantes y dialécticos acostumbra a combatir –eso sí de forma creativa- la sumisión que tanto daño ha hecho y sigue haciendo a las democracias.
Indudablemente, es un profundo observador. La realidad, en el preciso instante en que dejamos a un lado la creatividad, se va contagiando de pasado y adquiriendo, ese tono sepia, de lo que se está separando de la vida. Por el contrario, cuando las heridas de las viejas cicatrices permanecen vivas puede decirse que son portadoras de un fecundo sentido histórico.
Fo maneja con una soltura envidiable, la ironía y el escepticismo. Se le ha acusado de anárquico, tal vez lo sea, en cuanto a lo que el pensamiento libertario posee de liberador y de crítico. Cree –y lo demuestra sobradamente- en la importancia del libre albedrio, pese a todos los pesares.
Quizás por eso, no hay que tomarse la vida excesivamente en serio al modo en que lo hacen los clérigos, muchos funcionarios y los dogmáticos que pobres ilusos, se creen en posesión de la verdad. Nunca serán capaces de disfrutar de la íntima alegría, de la vitalidad y de la soltura de cuerpo que da el distanciarse de los prejuicios. Quizás ese sea el motivo por el que Dario Fo va dejando a su paso… sonrisas inteligentes que, unos segundos después, se convierten en pensamientos críticos.
No es conveniente respetar, en exceso, a quienes no se respetan a sí mismos. Pongamos, por ejemplo, a sibilas y a eunucos, por utilizar un lenguaje simbólico y hasta metafórico.
Desde su juventud ha despreciado –y me parece muy bien- a quienes servilmente doblan ‘el espinazo’ ante los poderosos. Al contrario reivindica el derecho a la protesta, a la insumisión y emplea la palabra para subvertir cuantas situaciones de dominación injusta y abusiva encuentra a su paso. Nos demuestra, sobradamente con su ejemplo, que la risa y el humor no sólo son catárticos sino que pueden ser revolucionarios.
Téngase presente, por ejemplo, que en muchas de sus obras, los de abajo, los oprimidos, los excluidos del sistema suelen ser los protagonistas. Más adelante, hablaré de que sin alharacas, hace gala de un feminismo digno de ser tenido en cuenta y que en buena parte debe a Franca Rame.
Defiende la dignidad de los más vulnerables. Es paradójico que entre los excluidos sea precisamente en quienes se pone de manifiesto una mayor rectitud moral y entereza para soportar estoicamente las adversidades.
Nos muestra en sus obras que hay que saber burlarse de no pocas de las ‘leyenda urbanas’ tan extendidas en los últimos tiempos. No es fácil escapar a las múltiples alienaciones que nos rodean… más merece la pena intentarlo. Puede que Dario Fo sea un visionario pero, en tal caso, sus ‘visiones’ son de una grandeza encomiable.
El humor es un instrumento para sacarnos del letargo, de la paralización y del inmovilismo en que estamos atrapados. Quizás el mejor Dario Fo es el que durante hora y media ‘patea’ el tedio, haciendo posible además, que la explosión de alegría, dé lugar a una reflexión crítica.
Le plantaba cara a la vida. No se arrugaba fácilmente, siempre fue un valiente. Era muy sensible, un ser pensante y sufriente que nunca renunció a vivir, experimentar y gozar.
Las rosas del huerto de Ronsard lo sedujeron muchas veces, aunque había otras muchas cosas que tiraban de él más que la belleza. La racionalidad, por ejemplo, era mucho más que un espejismo o simulacro y no digamos la justicia. Observaba a su alrededor una excesiva torpeza social… y cobardía, mas los valores democráticos fueron siempre una guía de comportamiento. Su capacidad de empatía con los perdedores, los desamparados era, sencillamente, enorme.
Su fuerza interior era tanta que combatió, hasta la extenuación, a quienes pretendían erradicar la esperanza del presente. La vida para él era una ocasión privilegiada, maravillosa y única para atrapar y dar sentido a lo que de humano nos va saliendo al paso. Dotado como estaba de una gran preparación cultural, intuyó más de una vez que la humanidad cambia sólo en apariencia.
Esto es casi todo lo que tenía que decir sobre Dario Fo, mas esta aproximación sería del todo incompleta, si dejásemos de hablar de determinadas cosas que consideraba importantes así como de algunas de sus obras emblemáticas.
Se propuso contribuir, en la medida de sus fuerzas, a crear y divulgar un teatro que fuera a la vez crítico, social y popular. Vió parcialmente realizado su sueño con la creación del colectivo teatral “La Comune”, un proyecto auto-gestionario y con alguna otra de sus arriesgadas empresas teatrales. En unos años convulsos, fue objeto de un criminal atentado fascista. Con su enorme capacidad de encajar las situaciones más adversas, consideró con toda la razón, que su teatro y sus ideas estaban haciendo daño a los enemigos de la democracia. Por ello, entendió perfectamente, que era social y éticamente necesario… para alimentar conciencias críticas.
¿Cuáles son las obras que merece la pena recordar? No es fácil responder, mas me atreveré a señalar “Morte accidentale di un anarchico” (Muerte accidental de un anarquista), “Non si paga, non si paga¡” (Aquí no paga nadie), así como “L’anomalo bicefalo” (La anomalía de dos cabezas), donde arremete contra Silvio Berlusconi que acumulaba una verdadera fortuna, era el dueño de los medios de comunicación más importantes y ejercía un poder despótico y una censura contra quienes se atrevían a criticarlo. Dario Fo lleva a cabo una sátira mordaz y divertida de este odioso personaje poniendo en solfa y patas arriba todo lo que Berlusconi significaba y significa… arriesgándose, claro está, a las represalias que no tardaron en llegar.
Con su estilo paródico de siempre, había publicado poco antes “El país de los murciélagos”, una obra de estilo memorialístico, que es más que una autobiografía al uso, ya que señala numerosos aspectos de la Italia de comienzos del siglo XXI, por una parte enjundiosos, mas también, terribles porque anuncia con fina intuición anticipatoria, no pocas cosas de las que iban a venir después.
No será ocioso que hablemos sucintamente de estas obras. El ambiente, cuando las escribió y las llevó a escena, estaba más que cargado. La herencia de la primavera del “Mayo del 68” está presente y también, los “coletazos” de la Guerra del Vietnam. Los grupos fascistas cometen sangrientos atentados que, en más de una ocasión, se atribuyen a la extrema izquierda.
En alguna medida “Muerte accidental de un anarquista” es su lúcida respuesta, así como “Pum pum Chi é? la polizia” La primera, es un alegato contra la brutalidad policial. Alude a un hecho verídico. Un ferroviario anarquista es detenido y misteriosamente cae por una ventana. Dario Fo la sitúa en Nueva York para ‘torear la censura’ y está llena de ingenio, toques satíricos y un aíre propio de la farsa. Lo que en no pocas ocasiones recuerda al mejor William Shakespeare. La complicidad con los espectadores es total. Siguen y disfrutan del juego que para alcanzar el circense más difícil todavía, culmina al descubrirse que el supuesto inspector encargado de la investigación, sobre las circunstancias de la muerte del anarquista, en realidad, es un loco, aunque eso sí, muy cuerdo.
La segunda no es menos valiente. Hila la brutalidad con la manipulación de datos en las dependencias del ministerio del Interior Italiano. En esta ocasión da un paso más y los nombres de los personajes y los hechos a los que alude son verídicos.
En cuanto a “Aquí no paga nadie” es una obra cómica, una farsa, mas no menos subversiva. Tiempos de hambre, escasez, paro e irritación. En un barrio obrero las amas de casa roban comida en los supermercados, ocultándola bajo la ropa, fingiendo estar embarazadas. Denuncia y pone el dedo en la llaga sobre situaciones que se estaban dando en Italia y en el resto de los países del sur de Europa, fruto de la crisis que por aquellos años padecíamos. Plantea, con gracia, vivacidad y desenvoltura conflictos morales, es quizás una de las obras de Dario Fo que más se ha representado dentro y fuera de Italia.
Hemos de complementar lo hasta aquí dicho, con una referencia a lo que significó para él Franca Rame, la mujer que fue su compañera durante toda su vida. Formaban en muchas de sus obras un dúo difícilmente igualable.
A Franca Rame, procedente de una familia de cómicos, debe Dario Fo las ideas feministas que impregnan muchas de sus piezas divertidas y críticas y que van desde la impostura y frivolidad de “Coppia aperta” (Pareja abierta) a la denuncia expuesta en “Lo stupro” (La violación) o los célebres monólogos como “Una donna sola” (La mujer sola), “Monologo della puttana in manicomio” (Monologo de la prostituta en el manicomio) y “Il risveglio” (El despertar).
En “Pareja abierta”, pone en solfa las contradicciones de una pareja progre, de clase media, que se creen liberales y transgresores pero que están llenos de prejuicios. En realidad la libertad no es más que del hombre. Las estructuras patriarcales siguen operando en el ámbito privado, en parejas que creen estar de vuelta de muchas cosas y… en realidad no han ido a ningún sitio. Aunque de forma amena pone de manifiesto una realidad dura y a la par incomoda. A ninguno de nosotros nos gusta reconocernos en personajes risibles y ridículos.
Creo que hay que reconocer, abiertamente, la influencia de Franca Rame ya que es, por lo menos, coautora sino autora, de muchas de estas obras de carácter feminista. El ‘modus operandi’ de la pareja era el siguiente: imaginaban una situación, hacían un primer guión y, después, lo perfeccionaban añadiendo o suprimiendo algunos aspectos e improvisando una y otra vez sobre la situación dada inicial. Una vez estrenada y según fuera la respuesta del público, volvían a introducir cambios.
“La violación” es una obra liberadora y catártica, tiene aspectos desgarradores de índole autobiográfica, la paliza y los abusos de que fue objeto Rame a cargo de un brutal grupo fascista.
En los monólogos se muestra bien a las claras –lo que sin duda es de una gran eficacia- la cotidianeidad de mujeres que padecen, sin que parezca importarle a nadie, miedos, frustraciones, vejaciones e impulsos de índole auto destructiva. Se pone de manifiesto, sin rehuir la tristeza, la soledad y el agobio de estar todo el día encerradas en casa, los cuidados que han de dispensar a los dependientes de la familia y otros traumas que van dejando un poso de amargura.
Dario Fo y Franca Rame se adelantan a la hora de denunciar, que hasta la fecha, el cuidado de los dependientes, ha sido una ‘obligación’ exclusivamente femenina. “El despertar”, por otra parte, es agobiante y atosigante, una mujer de clase obrera al levantarse pasa revista mentalmente, a las tareas que ha de realizar: llevar al bebe a la guardería… y mil acciones cotidianas que hay que hacer, deprisa, porque no puede llegar tarde al trabajo. Naturalmente, hablar de conciliación era poco menos que un sueño inalcanzable, una quimera.
Antes de poner fin a este ensayo que pretende recordar, con alegría y desenfado y, a la vez, con admiración y respeto. Las entrañables figuras de Dario Fo y Franca Rame, solo me resta comentar un par de hechos que sería, manifiestamente injusto, no tener en cuenta.
El primero, que la mayor parte de sus obras están traducidas, gracias a la labor de Carla Matteini, que no se limita a verter el texto en un castellano fluido y vivaz, sino que con frecuencia, las prologa y analiza.
El segundo, que Dario Fo es, asimismo, autor de novelas de indudable interés. La figura de Lucrecia Borgia ha sido analizada en múltiples ocasiones y tergiversada en muchos aspectos, sin duda, era una mujer culta, manipuladora y fascinante. Hay traducción castellana de “Lucrecia Borgia, la hija del papa” (Siruela 2014). Como podrá apreciarse, tampoco como novelista tiene ‘pelos en la lengua’ y su prosa es interesante, amena… y frecuentemente, contra corriente.
Por último tuvo reconocimientos, la mayoría de los cuales como es usual, llegaron bastante tarde. El principal, sin duda, fue el Nobel de Literatura en el año 1997. Es interesante constatar, asimismo, que en 1981 la Universidad de Copenhague lo distinguió con el Premio Sonning. Significativo es también, que a la hora de las distinciones estas vinieron de otros países, más que de su Italia natal, donde sus enemigos y detractores eran numerosos y poderosos.
La Academia Sueca, al concederle el Nobel, acierta a exponer muy bien una idea que caracteriza cabalmente a Dario Fo. Fue durante toda su vida un cómico que se dedicó, con sentido crítico, a hacer reír… y pensar, pese a las presiones de todo tipo, las zancadillas y el ostracismo de que fue objeto.
Sin duda, el mayor homenaje que puede hacérsele es asistir a alguna representación de sus obras, que periódicamente tienen lugar en nuestro país, o leer alguno de sus textos más críticos y subversivos donde fustiga lo que de indeseable y tenebroso tiene este siglo XXI… hasta la fecha.