Jesús María Gómez y Flores es poeta, músico, Doctor en Derecho y Magistrado. Entre la obra poética de este autor extremeño destacan El otro yo, El último viaje, A contracorriente, Arcanos Mayores, Escenarios y El tacto de lo efímero. Es director de la revista cultural Norbania y coordinador del Aula de la Palabra en su ciudad natal, Cáceres, por donde han pasado voces fundamentales de la poesía española contemporánea. También ha sido impulsor de la prestigiosa Asociación cacereña Norbanova, que desarrolla una intensa y relevante labor para la promoción y divulgación de la cultura.
– ¿Cómo definiría su poesía?
– Como una forma de comunicación que me brinda la oportunidad de compartir mis vivencias con el lector a través de los recursos que proporciona la palabra. Me gusta que los poemas tengan contenido y mensaje. Pero también marcar la diferencia con la narrativa mediante un lenguaje cuidado, y sobre todo, dotado de una intensa capacidad de sugerir.
– ¿Por dónde camina su poesía actual?
– Después de mis dos últimos poemarios, me encuentro trabajando en un proyecto que, sin abandonar mi identidad, aborde el discurso poético desde perspectivas y temáticas diferentes. Siempre he sido muy mitómano y esta faceta seguirá estando presente en mi obra. No tengo prisa en publicar. Pretendo que los poemas consigan gustarme, que cada palabra esté en su sitio.
– Además de la poesía, ¿cultiva otros géneros literarios?
– Fundamentalmente escribo poesía, pero en los últimos años he ido abandonando los estrictos renglones del verso, aunque sea libre, para acomodarla a formatos más próximos a la prosa. También disfruto mucho cuando escribo artículos, crónicas o reseñas para blogs o revistas. Creo que he descubierto tardíamente una vocación periodística que no había explorado. Sin embargo, no tengo imaginación ni tiempo para dedicarme a la novela.
– ¿Qué autores han influido más en su poesía?
– Leo mucha poesía, tanto contemporánea como clásica. Es difícil señalar qué nombres han podido marcarme más. Siempre admiré a Aleixandre, al Lorca de «Poeta en Nueva York», al Alberti de «Sobre los ángeles», pero profeso una grandísima devoción por maestros como Juan Ramón, Machado, y más cercanos, ahí están Cirlot, Valente o Colinas, sin olvidar los muchos y buenos poetas que ha dado mi tierra de Extremadura.
– ¿Qué libro está leyendo ahora?
– Aunque no dispongo de demasiado tiempo, suelo tener sobre la mesa una novela y un libro de poemas. Ese espacio lo ocupan ahora el flamante poemario «Locus Poetarum», de Francisco Caro y la novela «Baila, Baila, Baila», de Haruki Murakami.
– Magistrado, poeta y músico, ¿Cómo compagina esto?
– Se trata de mundos y compartimentos diferentes. El ámbito profesional tiene su tiempo, sus lugares y sus formas, sus quebraderos de cabeza. Mi trabajo se mueve por derroteros distintos de las actividades puramente creativas, aunque también tenga algo de creación. Literatura y música son los puntales que contribuyen a mantener un equilibrio vital no siempre fácil, que oxigenan el aire viciado de la realidad más cruda.
– ¿Cuánto de músico hay en su poesía y cuánto de poeta en su música?
– Son completamente interdependientes. No se conciben la una sin la otra. De alguna forma, todos los poemas tienen su banda sonora y la música es una fuente inagotable de poesía, que ayuda a descubrirla en cada palabra, en cada mínimo susurro.
– ¿Cree que la poesía aún está cargada de futuro?
– Sin duda alguna. Vivimos tiempos convulsos, de transformaciones que marcarán los próximos años, y la poesía es completamente necesaria. No podemos renunciar a todas las posibilidades que nos ofrece. Tiene que estar ahí. El poeta debe dejarse la piel para proclamar que la humanidad ha de seguir adelante y que otro mundo más justo es posible.
– Usted mejor que nadie para contestar esta pregunta, ¿existe la justicia poética?
– Qué más quisiéramos. Pensemos que la razón de la justicia es la de procurar salvaguardar la convivencia y los derechos de quienes vivimos en sociedad dentro de un estado democrático, donde todos estamos sometidos al imperio de la Ley. Cualquier otro planteamiento no pasa de tener mucho de tópico y no hay que olvidar que son hombres quienes hacen las normas y quienes las interpretan, por lo que son vulnerables al empuje de los elementos y al riesgo de equivocar el rumbo.