Es una figuración. Digamos que todos están ahí, yertos, blancos, sosteniendo una verticalidad que equivale a su buen proceder, a su veracidad, a su integridad, a su promesa de utilidad, de bien, de futuro (fungible).
Cada cual procura sostener, mantener esa postura que avala su condición de útil, de fiable, pues si, por alguna razón, pierde su equilibrio –cede en su presencia firme y vertical– supondría el equivalente a una falta de eficacia, de fiabilidad, de utilidad bien entendida.
Así es la realidad convertida no ya en deseo, sino también en emblema, en confianza; en progreso incluso. Erguidos, impolutos, ofrecen una mayor perspectiva de soluciones a las cosas, a lo más cotidiano. Es una figuración intacta.
Los rollos de papel higiénico permanecen ahí, altos, erguidos y dignos en su repisa mientras los políticos, sus símiles, debaten acerca de su propia y aciaga mentira