El valle de las mariposas
Inger Christensen
Sexto piso, 2020
La poeta piensa las palabras (cada palabra) con su sustancia lírica y la sugerencia propia de quien tiene la intención de iluminar sin deslumbrar, de otorgar a lo cotidiano la luz suficiente que ayude a distinguir sin matar los perfiles de la realidad. De ahí que el lector sienta que es alguien próximo quien le habla, quien le invita a considerar las cosas de una manera más sencilla a la vez que sutil.
Este procedimiento expresivo, esta condición poética, a mi entender alarga sus raíces hasta Szymborska, esa poeta que era capaz de aniñar los colores hasta que resultasen los más claros, los más evidentes, los necesarios para hacer más incisiva y prístina la mirada.
Quiero con ello señalar que, para este libro, sostendría lo que dije de la autora danesa a propósito de su libro Alfabeto: “nos ofrece una obra llena de palabras tan nítidas como elegidas y que vienen a otorgarnos una rara libertad como lectores; creo que podría ser un ejemplo plausible de buen aprendizaje en cuanto a lo que ella considera una forma distinta de ver la realidad, o sea, interpretarla, entenderla” Y qué bien, me digo ahora, que la poeta se parezca a sí misma; ¿es que acaso podría ser de otra manera? Habrá, con el tiempo, un ángulo distinto en el que repare, pero será el mismo el significado interior del mensaje. El estilo, que es el decir, no puede cambiar en su hondura, en su personalización.
“Está la consciencia transportando estos paisajes y/ su transformación en un espacio perceptible donde/ convergen regiones muy diferentes” leemos en la p. 85. Ahí radica el placer: en el evocar, en el recordar, en el ensimismarse por aquello que un día hemos sentido.
“La poeta observa (decía en mi comentario a su libro anterior) y, en su mirar-pensar interiorizante, mira-piensa por nosotros, y el lector lo agradece, creo, por cuanto de haber mirado-pensado él lo mismo no lo hubiera visto-pensado de la misma manera” Y de ello se deriva gozo, le enriquece.
Recuperar, pues, como pervivencia estética, como memoria armonizada a través de un verso sereno, íntimo, que aligera y embellece el posible cansancio de la realidad: “Está nuestro trabajo con las imágenes y las palabras/ para devolver todas las cosas a su paisaje originario. Aquello/ que siempre ha sido lo mismo al mismo tiempo”
Leer para rememorar, para rehacer una forma de ser