noviembre de 2024 - VIII Año

‘Materia oscura’ de Augusto Rodríguez

Materia oscura
Augusto Rodríguez
Editorial Pre-Textos, Colección Poesía, nº 1.565
Valencia, 2019
88 páginas

“El hombre es un hombre así esté oscuro”, afirma el poeta ecuatoriano Augusto Rodríguez (Guayaquil, 1979), también narrador, periodista, editor, antólogo, catedrático y entusiasta gestor de la cultura -responsable, en su ciudad natal, del Festival Internacional de Poesía “Ileana Espinel Cedeño”, ya convertido en uno de los mejores de toda América-. La anterior cita no habrá de sorprender a quienes hayan venido siguiendo la trayectoria de Rodríguez, porque la afilada dialéctica establecida entre lo devastador oscuro y la vida insurgente es parte indisociable de su poética. Bien lo sabemos aquí desde el año 2007, momento de la aparición de Cantos contra un dinosaurio ebrio (La Garúa Libros); primero de los volúmenes publicados en España de quien es uno de los creadores más destacados de la nueva literatura iberoamericana, con más de una veintena de obras en su haber difundidas por medio mundo -México, Chile, Cuba, Perú, Francia, Serbia o Rumanía-. Luego vinieron, igualmente en nuestro país, El libro de la enfermedad (Vitruvio, 2013; recopilación quintaesenciada de cuatro de sus trabajos anteriores: El beso de los dementes, La enfermedad invisible, El libro del cáncer y Voy hacia mi cuerpo); la antología El libro blanco (Chamán, 2016); Noche iluminada del cuerpo (Amargord, 2017) y Materia oscura: la obra, editada en 2019 por Pre-Textos, de la que proceden las palabras aludidas al comienzo de estas líneas. Los lectores de España incluso han tenido ocasión de conocer la importante faceta narrativa del autor, gracias a la edición de la novela El fin de la familia (Nana Vizcacha, 2019).

Tiempo atrás, el sobresaliente escritor uruguayo Rafael Courtoisie se había referido a la poesía de Augusto Rodríguez del siguiente modo: “Fina y penetrante como una aguja de acero; una poesía cuya extensión es máxima como el concepto de ser pero cuya intensidad paradójica y extraña se concentra en un punto de belleza singular insoslayable”. Tal mirada, evidentemente, ha presidido la selección de los cincuenta y siete textos de Rodríguez realizada por el propio Courtoisie para Materia oscura; breves textos, escritos entre 2013 y 2016, cuya naturaleza fundamental es la del poema en prosa, salvo la página titulada “Vaso”, que se decanta en tres versos esenciales: “La palabra es un vaso. / Las sílabas son los vidrios rotos. / El vaso no existe”. El hecho poético vendría a ser, por tanto, una suerte de magia tenaz -la “intensidad paradójica y extraña” que Courtoisie advirtiese y señalase-, sin palabras mágicas pero con palabras ciertas, las más ciertas posibles, en la deliberada amplitud de su significación y connotaciones; magia capaz de originarse y existir, a través de una reconstrucción lingüística que en puridad representa una reconstrucción del instante, una persecución y rescate del tiempo, en mitad de lo devastador oscuro. De esa, efectivamente, Materia oscura del título del libro, donde la vida no admite su marcado horizonte y se rebela.

A lo largo de cuatro secciones -“Materia oscura”, “La geografía de la música”, “Siempre un deseo” y “Apocalipsis now”, sucintas como los textos que las conforman-, Augusto Rodríguez apuesta por la diversidad de los enfoques, ciertas concomitancias ocasionales con el género del microrrelato -perceptibles, por ejemplo, en las páginas tituladas “Mujer que sueña”, “El fútbol”, “Barcos de papel” o “El cuaderno”- y una imaginación radiante que, al calor de la matriz del poema en prosa, lleva a pensar en Arthur Rimbaud como presencia tutelar de fondo, si bien son otras influencias -César Vallejo, Gonzalo Rojas- las que marcan el voltaje de la corriente verbal. Rimbaud (“La poesía había nacido con él pero después se fue a otra fiesta”), Vallejo (“He vuelto a creer en el abecedario y Vallejo es un poema que amanece en mi boca fría”) y Rojas (“El poeta camina apresurado a la otra fiesta, a la fiesta del mar”) comparecen explícitamente, con toda naturalidad, en las páginas del libro, y también otros escritores como Rubén Darío, Franz Kafka o Pablo Neruda. Este último hace su aparición en el contexto de la parte final, “Apocalipsis now”, donde la pasión erótica que había dominado el segmento anterior se alía con pulsiones alimenticias de lo más impactantes -“Los dientes son la música del hambre”; “La boca del hombre se traga el universo”-, hasta el punto de evocarnos aquello de James Joyce en el Ulises (“Hombre hambriento es hombre violento”) y, cómo no, también aquella Gran comilona (La grande bouffe) que filmase Marco Ferreri –“La fiesta sigue en las manos y en el sexo”-.

En cualquier caso, nada aparta de la clave de bóveda: “Las palabras, pequeñas brújulas en la caída de los desposeídos”. Y así, los lectores encontrarán en este conciso y poderoso poemario de Augusto Rodríguez, lleno de frescura y hallazgos de insurgente imaginería -“No te quedes en la nieve de las cosas oscuras”-, la ocasión para volver a sentirse radicalmente humanos.

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