A última hora de la tarde de ayer, 6 de enero del recién estrenado 2021, pudimos ver por televisión escenas propias de una película de política-ficción, algo que jamás hubiéramos pensado contemplar, activistas de la extrema derecha norteamericana y seguidores radicales del todavía presidente Donald Trump irrumpiendo de forma violenta en el Capitolio de los EE.UU., interrumpiendo la proclamación de Joe Biden como nuevo presidente electo y ocupando la Cámara de representantes. Una insurrección ‘instigada por Trump’, como han afirmado entre otros Mitt Romney, Senador republicano por Utah, y el Secretario de Defensa James Mattis.
Cinco personas muertas, varios heridos de bala, disparos en una ciudad (Washington D.C.) en la que está prohibido llevar armas, banderas confederadas, ocupación violenta del Capitolio de los EE.UU, invasión del despacho de la presidenta del Congreso Nancy Peloci, enfrentamientos en el interior del edificio, agresiones en los aledaños del mismo por parte de los denominados ‘Proud Boys’ (organización de extrema derecha con vínculos supremacistas dirigida por el afrocubano Enrique Tarrio, empresario y dirigente de ‘Latinos para Trump’),… estos hechos conformaron este miércoles un escenario propio de una república bananera en el sentido más peyorativo de la palabra. Cuatro horas de asedio al Capitolio norteamericano que ha horrorizado a millones de estadounidenses, espectadores impotentes ante lo que estaban viendo a través de la pequeña pantalla. Escenas que de tratarse de un país del tercer mundo serían graves (siempre lo son, aunque a veces el primer mundo mire hacia otro lado), pero en este caso son aún más preocupantes cuando hablamos de la primera potencia del planeta. No solo en el ámbito de la política internacional, sino también en capacidad armamentística convencional y nuclear.
Desgraciadamente era de esperar una acción de este calado. Desde que finalizaran las elecciones celebradas el pasado 3 de noviembre de 2020 la inquietud sobre lo que podía sobrevenir ha estado presente, como escribió acertadamente en esta revista Rafael Fraguas en sus artículos Estados Unidos, una peligrosa incertidumbre y Estados Unidos, un ínterin inquietante publicados el pasado mes de noviembre tras el proceso electoral.
Sin duda el clima de enfrentamiento político y social, así como la exaltación del fanatismo que ha venido espoleando el señor Trump desde que llegara a la Casa Blanca, desembocó ayer en los peores presagios, en acciones violentas impropias de un país que desde hace décadas se autodesignó adalid de la libertad y la democracia en el mundo. Recordemos las palabras de John Fitzgerald Kennedy el 25 de mayo de 1961 ante el Congreso y el Senado: ‘Nuestra fuerza y nuestras convicciones han impuesto a esta nación el papel de líder en la causa de la libertad’. Una labor que, con sus luces y sus sombras, a lo largo de las últimas décadas ha tenido el reconocimiento de numerosas naciones e instituciones internacionales.
Ha sido el propio presidente Trump quien ha alimentado y jaleado la teoría de la conspiración e instigado, como se ha dicho, estos hechos tan lamentables, lo hemos podido ver también en televisión, ante la sorpresa e indignación de una gran mayoría de la sociedad norteamericana, del partido Demócrata y, estoy convencido, del partido Republicano estadounidense. Este tipo de líderes mesiánicos terminan siendo siempre el problema y, según su equivocada percepción de la realidad, la solución.
Con estas acciones extremistas que, como ha afirmado Joe Biden, rayan la sedición (en este caso con armas) por parte de los seguidores del iluminado Donald Trump se ha pretendido revertir el resultado de unas elecciones legítimas y transparentes, cuyo resultado, después de numerosas alegaciones y no pocos recuentos, dieron como vencedor a Joe Biden. Algo que la mayoría de los representantes y responsables del partido Republicano han aceptado e incluso avalado.
Observando la situación en caliente puede pensarse que el objetivo final de Trump ha sido invalidar y desacreditar el resultado de las elecciones que ha perdido por 7.059.741 de votos (traducido a votos electorales, 306 a favor de Biden contra 232 de Trump). Alentando primero las concentraciones, luego la insurrección y después, con la hipocresía que caracteriza al personaje, pidiendo a sus leales que regresen a sus casas y afirmando que ‘debemos tener paz, ley y orden, aunque nos hayan robado el mandato en unas elecciones fraudulentas’. Porque el señor Trump, parece evidente, no sabe perder y no ha reconocido su certificada derrota hasta que se ha visto contra las cuerdas.
Pero este buen señor no suele dar puntada sin hilo. A mi juicio, no se debería subestimar sus movimientos. Ha sido consciente desde el inicio de la algarada y toma del Capitolio por parte de sus encendidos partidarios no tenía visos de prosperar. Sin embargo, puede que esté mirando más allá. Trump, a quien parece importarle poco la democracia y los derechos civiles, no solo ha regado con profusión la simiente de la discordia, la intolerancia, la xenofobia y la intransigencia en el pueblo estadounidense, sino que ha logrado algo todavía más perverso, ha conseguido durante sus cuatro años de mandato que enraíce con fuerza la semilla del cainismo en su pueblo. No son pocos los analistas que han observado sobre el terreno como la perspectiva de una posible guerra civil ha estado presente en la sociedad estadounidense en los últimos meses. En las conversaciones familiares durante la festividad de Acción de Gracias, durante la Navidad o simplemente tomado unas cervezas con los amigos ha sido un tema recurrente. Trump ha conseguido que germine la semilla del enfrentamiento cainita, algo de lo que por desgracia los españoles sabemos bastante por nuestra trágica experiencia colectiva.
Hace unos años, en junio de 2012, tras unas jornadas celebradas en el Ateneo de Madrid, mantuve una conversación con un profesor de literatura española de una Universidad norteamericana de Utah en la que me expresó el temor a que pudiera producirse una guerra civil en EE.UU. Aquel comentario me sorprendió porque en nuestro imaginario político siempre ha estado la capacidad de ese país para afrontar las situaciones más complejas dentro del marco democrático. Un temor al que añadió el hecho, como sabemos, del elevado número de ciudadanos norteamericanos que poseen armas de fuego. Por lo que se pudo ver ayer ese temor no es tan infundado como me pareció entonces.
Así las cosas, Trump, el patriota, ha conseguido también con este movimiento insensato poner en entredicho a partir de este momento el papel en la esfera internacional de los EE.UU. A raíz de estos sucesos, la democracia en la que se miran numerosos países ha descendido de golpe muchos escalones en la escala de valores democráticos. Con que cara los EE.UU van a afear ahora los comportamientos antidemocráticos de naciones como Rusia, China, Irán, Venezuela, etc. Recuperar ese crédito no va a ser nada fácil. EE.UU. va a necesitar toda su fortaleza y convicción en la democracia para regresar al cauce de la normalidad democrática, no solo en el Capitolio sino, y lo más importante, en las calles de ese gran país.
En efecto, ahora lo más urgente, como ha señalado Joe Biden será ‘restaurar la democracia, la decencia, el respeto, la tolerancia’, valores que han estado siempre en el sentir de los estadounidenses. Sin embargo, ‘el odio acecha, la democracia es frágil’, afirmó también Biden consciente de la necesidad de recuperar la convivencia en un país que ha dado figuras tan relevantes como, por ejemplo, el expresidente Thomas Jefferson, a quien nuestro colaborador Pedro López Arriba dedicó este mes de noviembre en Entreletras su artículo Thomas Jefferson reivindicado. Precisamente porque el fomento de la intolerancia lleva al enconamiento, así como a desvirtuar la realidad y la memoria. Cuando la palabra no se combate solo con la palabra y las diferencias se amplifican hasta la animadversión, la sinrazón termina por ocupar todos los ámbitos de la vida.
Trump vio el pasado 6 de enero como su última esperanza se desvanecía, cuando los Demócratas ganaron dos escaños más en Georgia, obteniendo la mayoría en el Senado de los EE.UU. Más aún cuando un sector de los Republicanos han culpado a Trump de esta derrota por ser un personaje tóxico para los intereses de dicha formación política. De esta forma, consciente de sus errores y de la posibilidad de tener que responder quizá en un futuro cercano ante la justicia por asuntos relacionados con su actividad empresarial, el hasta la fecha presidente ha iniciado una huida a la desesperada. Ha actuado como si estuviera en el reality show The Apprentice que protagonizó hace unos años, donde adoptaba ese talante dictatorial y soberbio que le hizo famoso. Tengo para mí que el señor Trump confunde la realidad con la telerrealidad, un espacio en el que se siente muy cómodo y que siempre le ha sido propicio. Por ello, de cara al futuro, sería bueno que la sociedad y los medios de comunicación aprendiéramos de una vez lo imprudente que resulta reírle la gracia a quien no la tiene.
El ataque al Capitolio ha hecho que Biden pida ‘defender el corazón de nuestra República de un ataque como jamás habíamos visto, que no refleja lo que es la verdadera América’. Ciertos analistas han observado que estas acciones han sido parte de un plan orquestado para llevar a cabo lo que vimos ayer y nuevas acciones que podrían repertirse el próximo 20 de enero, durante la toma de posesión de Biden. Es difícil saberlo, pero una vez advertidos esperemos que no se produzcan más incidentes de este tipo. Habrá que estar atentos. Por la supervivencia de la democracia no conviene subestimar en ningún caso a la extrema derecha y a los movimientos supremacistas. No conviene nunca minusvalorar al extremismo político venga del lado que venga. Está claro que, a pesar de la derrota de ayer, los neofascistas norteamericanos, los supremacistas y los trumpistas radicales se han apuntado un tanto ignomisnioso. Se trata de fuerzas oscuras y extremistas que no son nuevas en el paisaje político de los EE.UU., habiendo protagonizado en el pasado hechos calificados como terrorismo.
En cualquier caso, la responsabilidad de lo sucedido ayer es sin duda achacable en mayor o menor medida a Donald Trump que dejará un legado deshonroso de su presidencia. Pero no es la única responsabilidad a considerar en lo acontecido. La derecha norteamericana en general, el partido Republicano en particular y facciones como los ‘Neocon’, deben repensar y plantearse hacia donde quieren caminar en democracia, a quien apoyaran en un futuro cercano y en quienes se apoyarán para volver, más tarde o más temprano, a la Casa Blanca. El reparto de responsabilidades está servido.
El poeta Antonio Machado escribió aquello de ‘una de las dos Españas / ha de helarte el corazón’. Un consejo bienintencionado, los estadounidenses deben hacer todo lo que esté en su mano para que los versos de Machado no sean nunca aplicables a la realidad politica y social de EE.UU. Un país cada vez más dividido que deberían apresurarse a unir lo antes posible, porque la sociedad estadounidense, parafraseando al historiador José María García Escudero, parece haberse separado en dos mitades irreconciliables, como obedeciendo a un sombrío mandato cainita. Lo mismo que sucedió en su día con las tristemente célebres dos Españas.
Hemos dejado atrás un año aciago que pasará a la historia y hemos entrado en 2021 con un acontecimiento histórico sin precedentes. Las vacunas contra el covid-19 son la esperanza contra la pandemia que nos azota. Por el bien de los EE.UU y de la democracia en el mundo urge también encontrar una vacuna contra la sombra de cainismo que eclipsó ayer la democracia en Washington D.C.
Fecha de publicación de este artículo: 07/01/2021